Vidas ejemplares de hoy

Me quedé frente a la muerte
José María Díez-Alegría
Así se manifiesta el propio José María: Cuando estaba para cumplir 60 años tuve una enfermedad con posible y seria lesión de la médula. Pero fui consciente de que o podía entrar en un proceso degenerativo endógeno de la médula o podía tener remedio.
Esto me hizo afrontar el problema de mi muerte con un realismo y una inmediatez que nunca antes había tenido ocasión de experimentar. Superada una primera reacción de estremecimiento, de miedo, pude afrontar con serenidad la situación en que me ponía la posibilidad muy concreta de una muerte próxima. Ni por un momento negué la trascendencia (el misterio de esperanza) que es para mí vital hasta la médula de los huesos, y de siempre.
Pero no me planté sin más "al otro lado", sino que quedé frente a la muerte. Claro que no estaba sin esperanza trascendente. Creo que también era sincero mi no insistir en ella, ni quedar plantado con los pies en la tierra, y así enfrentarme con la muerte. Porque la esperanza trascendente es "luz oscura" (misterio) y la muerte estaba delante como una realidad tangible.
Procuré no cerrar los ojos y afrontarla positivamente. Hasta qué punto esta experiencia sea válida hasta el fondo, no lo sabré sino cuando se repita la experiencia en la coyuntura de la muerte consumada. Aunque tuvo de hecho algo de experiencia existencial. No me daba tristeza morir. Tampoco estaba deseando morirme. Ni por hastío de la vida, que no tenía ni tengo, ni por una exaltación mística como la que hacía decír a Pablo: "deseo marchar y estar con Cristo" (Filipenses 1, 23).
Estaba afrontando la muerte sin misticismo, no me daba pena morir; aún más, hasta cierto punto, me gustaba morirme entonces, aunque también me gustaba no morirme, y me gusta aún no haberme muerto. Fundamentalmente porque había captado que estar con Jesús era estar, en serio, con los pobres y oprimidos. Aunque en medida modestísima había podido hacer algo en esa dirección.
De los 44 a los 59 años he convivido con obreros, he dormido en chabolas, he compartido dormitorios en literas con jóvenes trabajadores. Como he aprendido de los universitarios y de los incrédulos abiertos al amor a los hombres y a los "cristianos progresistas"...
Yo creo que aquí estaban presentes mi fe en la resurrección -en Jesucristo- y mi esperanza escatológica, que pasan como un ancla hasta el otro lado de la muerte y llega (con los ojos cerrados)al "más allá". Es una esperanza que se basa en la experiencia del amor cristiano, que es amor humano auténtico abierto al infinito: la revelación de Jesús en la tierra.
San Pablo ha escrito: "El amor no muere nunca" (1 Cor, 13, 8) Y San Juan dice: "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos" (1 Juan 3, 14). Mi esperanza de centrar en una experiencia: la de haber empezado a aprender humildamente lo que es amar al prójimo y tener hambre de justicia. Por eso, frente a la posibilidad concreta de una muerte inmediata, me sentía gozoso.
(Yo creo en la esperanza. DDB, 1972, pág 191-196).
----Espero, lectores, algún comentario por vuestra parte porque eso enriquece siempre el tema tratado.