Virtudes públicas en Ortega
Capítulo Séptimo
(continuación)
Ciencia y religión: el científico Dios de ocasión
La herida abierta en tantos cambates contra la ciencia, lamenta Ortega, sigue abierta y no cicatrizará, si nos empeñamos en oponer ciencia y religión. Cree que por este contencioso muchos científicos han abandonado la Iglesia y el mundo de lo religioso. Esto le produce desasosiego, porque no concibe ningún hombre, que aspire a realizarse plenamente, que pueda renunciar a dicho mundo.
La lectura del libro El Santo de Antonio Fogazzaro nos hace pensar, dice, a los que vivimos apartados de la Iglesia: "si fuera tal el catolicismo ¿no podríamos nosotros ser también algún día católicos? ¿no podríamos gozar de esas blandas albricias con que obsequia la fe a quien visita? Son estas albricias un consuelo plenario para la grande melancolía y una disciplina más prieta para la voluntad; ¿no han de ser apetecibles?".
A la vez refiere cómo un día, en el pasillo del Ateneo madrileño, un ingenuo ateneísta le confesó que él había nacido sin el prejuicio religioso, con un tono que parecía decir: "Yo, ¿sabe usted?, he nacido sin el rudimento del tercer párpado. Semejante manera de considerar la religión es profundamente chabacana. Yo no concibo que ningún hombre, el cual aspire a henchir su vida indefinidamente, pueda renunciar sin dolor al mundo de lo religioso; a mí, al menos, me produce enorme pesar sentirme excluido de la participación en ese mundo.
Porque hay un sentido religioso, como hay un sentido estético y un snetido del olfato, del tacto, de la visión... A este amigo ateneísta faltaba la agudeza de nervios requerida para sentir, al punto que se entra en contacto con las cosas, esa otra vida de segundo plano que ellas tienen, su vida religiosa, su latir divino. Porque es lo cierto que sublimando toda cosa hasta su última determinación, llega un instante en que la ciencia acaba sin acabar la cosa; este núcleo trascientífico de las cosas es su religiosidad".
El científico es por naturaleza un hombre religioso. Para Goethe, el hombre es productivo mientras es religioso, cuando le falta la vena religiosa se ve reducido a imitar, a repetir en arte, en ciencia, en todo. ¿Por qué entonces la desconfianza de la Iglesia hacia el científico? ¿No será ésta infundada o un celo mal enfocado?
En el Vaticano II, sin embargo, el científico no aparece como un usurpador del lugar que le corresponde al Creador, al contrario, Dios actúa a través de él (GS 34 y 36).
Más adelante explica Ortega el sentido del término religiosus más acorde con el hombre laico actual. En su pensamiento, el científico viene a ser como la versión moderna del momje antiguo, porque como un místico tiene que retirarse a su intimidad para formarse ideas sobre las cosas y poder comprenderlas. Sólo así consigue la verdad que encubren las cosas.
La emoción de lo divino, en efecto, ha sido frecuentemente el lugar de la ciencia, y posiblemente lo sea siempre, porque todo hombre que piense: "la vida es una cosa seria", es un hombre profundamente religioso. La verdadera irreligiosidad es la falta de respeto a lo que hay encima de nosotros, a nuestro lado y más abajo.
Aquí maneja nuestro autor el sentido originario del adjetivo religiosus, que significa escrupuloso, es decir, el que no se comporta a la ligera, sino cuidadosamente. Lo contrario de religioso en este sentido es negligente (Sobre "El Santo" I, 430-436). Esta aclaración del término religioso es más válida hoy que vivimos en un mundo laico o secularizado y la mayoría de la científicos están apartados de la concepción religiosa tradicinal de los eclesiásticos.
De modo que esta concepción laica de lo religioso beneficia a todas las religiones, porque las purifica de muchas adherencias supersticiosas que se han acumulado entorno a ellas en el transcurso del tiempo. Así lo ve la nueva teología política surgida del Vaticano II.
No obstante, por encima de la ciencia, apostilla Ortega, está la vida, que la hace posible; de ahí que un crimen contra las condiciones elementales de la vida no puede ser compensado por aquella. Pero está convencido de que la ciencia sirve a la vida ¿Qué otro sentido puede tener entonces que acercarse más y más a la solución de los problemas que se vayan presentando en la vida de los hombres?
Él sigue sin entender la desconfianza de la Iglesia hacia la ciencia a través de la historia, porque la fe del carbonero que cree en un Dios barbudo y cejijunto no pasa de ser un error (Ibid 453). El creyente más cultivado pide otra cosa.
El que hace quinientos años el contenido de la ciencia emanara de los concilios, no es óbice para que hoy se crea en la capacidad de la ciencia. Es una característica de nuestro tiempo. La ciencia se ha independizado, pero no está en oposición a la fe (Cultura y Ciencia IV, 340 y 343.
Ahora bien, todo lo que el hombre crea e inventa para mejorar su vida, lo que llamamos civilización y cultura, no pocas veces se vuelve contra él. Por ser creación suya queda fuera del sujeto que la creó, goza de existencia propia y se desentiende de la intención del que la creó. Es, dice, el inconveniente de ser creador, hasta a Dios le ocurrió ya eso, creó al angel y éste se rebeló contra él.
Hoy vivimos una situación semejante. La economía, la técnica y todo lo que el hombre ha inventado amenazan con estrangularle. El hombre está en peligro de convertirse en esclavo de la ciencia, que ha crecido y se ha especializado desmesuradamente.
Un argumento más en favor de la ciencia y del científico lo toma Ortega del cardenal Cusano, Nicolás de Cusa, gran impulsor del Renacimiento, quien decía que "el hombre, por ser libre, crea, pero es libre y crea inserto en el instante temporal, bajo la presión de la circunstancia: de aquí que merezca el título de Deus occasionatus, Dios de ocasión. Por eso también se revuelven contra él sus creaciones". (Misión del bibliotecario: La nueva misión V, 223).
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1 de Enero, día de la paz
Reflexión para creyentes
(muchos no saben que lo son)
La paz es el grito ininterumpido del Dios bíblico y cristiano. Desde la primera muerte violenta de la historia en Abel, a partir del momento en que el hombre comienza a dominar en sentido exclusivo y egoísta los bienes de la creación, que son de todos, ho hay paz en el mundo.
El apropiarse en exclusiva los bienes de la tierra origina la muerte lenta, no menos trágica por no violenta de la masa de los empobrecidos en ella. De eso saben mucho en el Tercer mundo y todos los marginados que hay en el primero y el segundo.
La pobreza no produce paz, sino malestar, hambre, miseria, todo el fruto amargo que siembra la riqueza. Y ésta para defenderse inventó las armas, la violencia, la guerra, desde entonces no paz en Israel, ni en Palestina, ni en toda la tierra.
Hoy los enfrentamientos son más funestos, por la fabricación de armas mortíferas de largo alcance. Es muy cruel la implantación de la guerra en los pueblos empobrecidos, cuando lo que debería primar en ellos es la formación cívica, democrática y agentes sociales que les hagan saber todos sus derechos y la forma de recuperarlos, no mdiante la violencia, sino implicándose en la vida público-social propia de las democracias.
La violencia aparentemente pacífica late ininterrumpidamente en muchos pueblos: el subdesarrollo, la desnutrición, la falta de sanidad, higiene o la incultura causan tantos estragos y muertes en ellos como el campo de batalla. Por eso la paz reposa en la justicia social, en un reparto más justo de la riqueza, que mayoritariamente produce el trabajador.
El Dios cristiano no aprueba las desigualdades tan promunciadas entre hermanos como se dan en nuestro tiempo todavía. Se hace necesario y hasta urgente un nuevo orden social más justo y respetuoso con los derechos de los ciudadanos: derecho a una vivienda digna, al alcance de todos, al trabajo, que hay que aprender a repartir y compartir entre todos.
(continuación)
Ciencia y religión: el científico Dios de ocasión
La herida abierta en tantos cambates contra la ciencia, lamenta Ortega, sigue abierta y no cicatrizará, si nos empeñamos en oponer ciencia y religión. Cree que por este contencioso muchos científicos han abandonado la Iglesia y el mundo de lo religioso. Esto le produce desasosiego, porque no concibe ningún hombre, que aspire a realizarse plenamente, que pueda renunciar a dicho mundo.
La lectura del libro El Santo de Antonio Fogazzaro nos hace pensar, dice, a los que vivimos apartados de la Iglesia: "si fuera tal el catolicismo ¿no podríamos nosotros ser también algún día católicos? ¿no podríamos gozar de esas blandas albricias con que obsequia la fe a quien visita? Son estas albricias un consuelo plenario para la grande melancolía y una disciplina más prieta para la voluntad; ¿no han de ser apetecibles?".
A la vez refiere cómo un día, en el pasillo del Ateneo madrileño, un ingenuo ateneísta le confesó que él había nacido sin el prejuicio religioso, con un tono que parecía decir: "Yo, ¿sabe usted?, he nacido sin el rudimento del tercer párpado. Semejante manera de considerar la religión es profundamente chabacana. Yo no concibo que ningún hombre, el cual aspire a henchir su vida indefinidamente, pueda renunciar sin dolor al mundo de lo religioso; a mí, al menos, me produce enorme pesar sentirme excluido de la participación en ese mundo.
Porque hay un sentido religioso, como hay un sentido estético y un snetido del olfato, del tacto, de la visión... A este amigo ateneísta faltaba la agudeza de nervios requerida para sentir, al punto que se entra en contacto con las cosas, esa otra vida de segundo plano que ellas tienen, su vida religiosa, su latir divino. Porque es lo cierto que sublimando toda cosa hasta su última determinación, llega un instante en que la ciencia acaba sin acabar la cosa; este núcleo trascientífico de las cosas es su religiosidad".
El científico es por naturaleza un hombre religioso. Para Goethe, el hombre es productivo mientras es religioso, cuando le falta la vena religiosa se ve reducido a imitar, a repetir en arte, en ciencia, en todo. ¿Por qué entonces la desconfianza de la Iglesia hacia el científico? ¿No será ésta infundada o un celo mal enfocado?
En el Vaticano II, sin embargo, el científico no aparece como un usurpador del lugar que le corresponde al Creador, al contrario, Dios actúa a través de él (GS 34 y 36).
Más adelante explica Ortega el sentido del término religiosus más acorde con el hombre laico actual. En su pensamiento, el científico viene a ser como la versión moderna del momje antiguo, porque como un místico tiene que retirarse a su intimidad para formarse ideas sobre las cosas y poder comprenderlas. Sólo así consigue la verdad que encubren las cosas.
La emoción de lo divino, en efecto, ha sido frecuentemente el lugar de la ciencia, y posiblemente lo sea siempre, porque todo hombre que piense: "la vida es una cosa seria", es un hombre profundamente religioso. La verdadera irreligiosidad es la falta de respeto a lo que hay encima de nosotros, a nuestro lado y más abajo.
Aquí maneja nuestro autor el sentido originario del adjetivo religiosus, que significa escrupuloso, es decir, el que no se comporta a la ligera, sino cuidadosamente. Lo contrario de religioso en este sentido es negligente (Sobre "El Santo" I, 430-436). Esta aclaración del término religioso es más válida hoy que vivimos en un mundo laico o secularizado y la mayoría de la científicos están apartados de la concepción religiosa tradicinal de los eclesiásticos.
De modo que esta concepción laica de lo religioso beneficia a todas las religiones, porque las purifica de muchas adherencias supersticiosas que se han acumulado entorno a ellas en el transcurso del tiempo. Así lo ve la nueva teología política surgida del Vaticano II.
No obstante, por encima de la ciencia, apostilla Ortega, está la vida, que la hace posible; de ahí que un crimen contra las condiciones elementales de la vida no puede ser compensado por aquella. Pero está convencido de que la ciencia sirve a la vida ¿Qué otro sentido puede tener entonces que acercarse más y más a la solución de los problemas que se vayan presentando en la vida de los hombres?
Él sigue sin entender la desconfianza de la Iglesia hacia la ciencia a través de la historia, porque la fe del carbonero que cree en un Dios barbudo y cejijunto no pasa de ser un error (Ibid 453). El creyente más cultivado pide otra cosa.
El que hace quinientos años el contenido de la ciencia emanara de los concilios, no es óbice para que hoy se crea en la capacidad de la ciencia. Es una característica de nuestro tiempo. La ciencia se ha independizado, pero no está en oposición a la fe (Cultura y Ciencia IV, 340 y 343.
Ahora bien, todo lo que el hombre crea e inventa para mejorar su vida, lo que llamamos civilización y cultura, no pocas veces se vuelve contra él. Por ser creación suya queda fuera del sujeto que la creó, goza de existencia propia y se desentiende de la intención del que la creó. Es, dice, el inconveniente de ser creador, hasta a Dios le ocurrió ya eso, creó al angel y éste se rebeló contra él.
Hoy vivimos una situación semejante. La economía, la técnica y todo lo que el hombre ha inventado amenazan con estrangularle. El hombre está en peligro de convertirse en esclavo de la ciencia, que ha crecido y se ha especializado desmesuradamente.
Un argumento más en favor de la ciencia y del científico lo toma Ortega del cardenal Cusano, Nicolás de Cusa, gran impulsor del Renacimiento, quien decía que "el hombre, por ser libre, crea, pero es libre y crea inserto en el instante temporal, bajo la presión de la circunstancia: de aquí que merezca el título de Deus occasionatus, Dios de ocasión. Por eso también se revuelven contra él sus creaciones". (Misión del bibliotecario: La nueva misión V, 223).
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1 de Enero, día de la paz
Reflexión para creyentes
(muchos no saben que lo son)
La paz es el grito ininterumpido del Dios bíblico y cristiano. Desde la primera muerte violenta de la historia en Abel, a partir del momento en que el hombre comienza a dominar en sentido exclusivo y egoísta los bienes de la creación, que son de todos, ho hay paz en el mundo.
El apropiarse en exclusiva los bienes de la tierra origina la muerte lenta, no menos trágica por no violenta de la masa de los empobrecidos en ella. De eso saben mucho en el Tercer mundo y todos los marginados que hay en el primero y el segundo.
La pobreza no produce paz, sino malestar, hambre, miseria, todo el fruto amargo que siembra la riqueza. Y ésta para defenderse inventó las armas, la violencia, la guerra, desde entonces no paz en Israel, ni en Palestina, ni en toda la tierra.
Hoy los enfrentamientos son más funestos, por la fabricación de armas mortíferas de largo alcance. Es muy cruel la implantación de la guerra en los pueblos empobrecidos, cuando lo que debería primar en ellos es la formación cívica, democrática y agentes sociales que les hagan saber todos sus derechos y la forma de recuperarlos, no mdiante la violencia, sino implicándose en la vida público-social propia de las democracias.
La violencia aparentemente pacífica late ininterrumpidamente en muchos pueblos: el subdesarrollo, la desnutrición, la falta de sanidad, higiene o la incultura causan tantos estragos y muertes en ellos como el campo de batalla. Por eso la paz reposa en la justicia social, en un reparto más justo de la riqueza, que mayoritariamente produce el trabajador.
El Dios cristiano no aprueba las desigualdades tan promunciadas entre hermanos como se dan en nuestro tiempo todavía. Se hace necesario y hasta urgente un nuevo orden social más justo y respetuoso con los derechos de los ciudadanos: derecho a una vivienda digna, al alcance de todos, al trabajo, que hay que aprender a repartir y compartir entre todos.