Los soldados del Papa

Un poco de historia
Cuentan las crónicas que en la Coferencia de Yalta, ciudad de Ucrania, el presidente ruso Stalin preguntó al presidente norteamericano Roosevlt por los ejércitos con que contaba el Vaticano, para imponer sus criterios políticos a los vencedores de la Segunda Guerra Mundial.
Unos años después cuando Pío XII recibió la noticia de la muerte de Stalin comentó: "Ahora podrá saber Stalin cuántas divisiones tenemos allá arriba". La frase evangélica "mi reino no es de este mundo" ha definido durante siglos el censo militante que deseaba el hijo del carpintero de Nazaret, que habría de componerse no de soldados, armaduras y aperos bélicos, sino de legiones de pobres y de manifestantes de manos alzados en señal de paz.
Como consecuencia de la guerra de 1939-1945, la experiencia del horror vivido y la compasión por la condición humana suscitó entre los católicos la búsqueda de un mundo mejor y más perfecto. A impulsos de pensadores como Teilhard de Chardin surgió una teología antropocéntrica que se reflejó en el intento de humanizar el pensamiento ideológico que se impuso desde el siglo XVI, para acercarlo más al mundo.
Después este optimismo pensó que un concilio, el Vaticano II, serviría para devolver al mensaje cristiano su espíritu primero liberador.
Todo fue un espejismo que duró poco tiempo.
Pero mientras se mantuvo el fervor el mensaje de Jesucristo revivió en un compromiso temporal que se manifestó en la lucha sindical de los militantes cristianos de España y en el combate de los curas guerrilleros de Hispanoamérica, episodios que dieron un tono católico a importantes acontecimientos de los años sesenta y setenta.
El reto del fin del siglo XX para la Iglesia católica era encarnarse en los nuevos pueblos dejando de lado la brújula eurorromana. La venida del cristianismo entre los pobres del mundo se está haciendo ya sin la voluntas europea en las deprimidas tierras de África o en Latinoamérica, el continente cristiano por excelencia, donde vive algo más del 40 por ciento de todos los católicos del mundo y donde la polivalente fe cristiana ha servido lo mismo para justificar tanto el poder como la subversión. (F. García de Cortázar, El siglo XX Diez episodios decisivos