La teología de J. Ortega y Gasset
Evolución del cristianismo
Capítulo II
Cultura laica judía
Judaísmo originario:
La historia como revelación de Dios
Con el respeto debido a todas las religiones, Ortega cree llegado el momento de rebelarse contra al acaparamiento de Dios que ellas suelen hacer. Por otra parte, el que la cultura actual haya abandonado el tema de lo divino, hace que sólo la religión continúe tratándolo, pero todos olvidan que "Dios es también un asunto profano".
La religión consiste en un conjunto de actos de fe, plegarias, culto, que el ser humano dirige a la divinidad. Sin embargo, hay que decir que la realidad divina tiene otra vertiente, en la que se prenden actos mentales ajenos a la religiosidad. "En este sentido cabe decir que hay un Dios laico, y este Dios o flanco de Dios, es lo que ahora está a la vista" en la sociedad laica contemporánea (Dios a la vista II, 493ss).
Paradógicamente, el fluir de la historia contemporánea secularizada ha hecho que la teología surgida del Vaticano II esté volviendo a las raíces judeocristianas de encarnación. En el judaísmo originario no hay una historia sagrada y otra profana, sino una sola historia toda ella historia de salvación. Esto lo intuyó ya Ortega al interpretar la historia como inclusión de todo hecho suelto en la estructura orgánica de la vida, del sistema vital humano.
Es decir, que todos los hechos vitales del hombre están íntimamente ensamblados, no hay discordancia entre unos y otros, lo religioso y lo profano viven en armonía total. De Renán, a quien desde jóven siguió con admiración, ha aprendido que la historia es embriogenia de Dios, y, por tanto, una especie de teología. La historia de la humanidad es el camino que conduce a Dios (La teología de Renan I, 136). Los epigrafes siguientes avalan el pemsamiento de Ortega al respecto, por lo que una vez más hay que aceptar la gran sitonía de su teología con la emanada del Concilio Vaticano II.
1. El testimonio de los teólogos
Ante la posible objeción de que el pensamiento de Ortega es laico, quiero repetir una vez más que la vuelta a las raíces cristianas de nuestra fe la ha propiciado el fenómeno de la laicidad o secularización, por lo que es evidente que ésta no es tan nefasta como se ha creído. Al contrario, la laicidad beneficia al cristianismo, porque le devuelve su originalidad encarnatoria en el mundo.
En eso se distinguen las tres religiones del Libro, judaísmo, cristianismo e islamismo de otras religiones místicas interiorizantes, como el budismo o el hinduismo, en las que el alma humana sube hacia lo alto y se funde con la divinidad.
En el judeocristianismo es a la inversa, lo que el hijo de Dios hace en la encarnación es secularizarse, esto es, fundirse con la historia de su pueblo mediante la cultura judía de la época. Esta es la tesis del biblista Javier Pikaza, quien aclara, además, que "la secularidad no significa rechazo religioso ni negación de Dios, sino, al contrario, afirmación de su presencia en la realidad creada, puesto que su Verbo se ha hecho carne" (Jn 1, 14). Por consiguiente, la religión cristiana no delimita un campo de realidades distintas, sino que afirma y confirma el valor de la carne o vida humana .
En consecuencia, no es posible ser ajenos a la historia que viven los hombres, si queremos encontrar a Dios. Así lo fue en el pasado, lo es en el presente y lo será en el futuro, porque lo que acontece en esta historia forma parte, como decía anteriormente, de la única historia de salvación. La historia es, pues, el lugar de la revelación de Dios.
El teólogo alemán, Walter Kasper, hoy cardenal y responsabe en su día del dicasterio de Ecumenismo en el Vaticano, dice al respecto: ni la naturaleza ni las profundidades del alma, sino la historia que vive la humanidad es la dimensión en que nos encontramos con Dios. La fe cristiana es histórica por razón de su mismo objeto, por lo que el cristiano no puede sustraerse de los problemas que plantea hoy el mundo a base de retirarse a un espacio de fe o de considerar las cuestiones históricas como irrelevantes.
Si esto sucediera estaríamos de nuevo en el docetismo y haríamos de la fe un nuevo mito. Un Dios que se desentiende de la creación no puede satisfacer la experiencia cristiana que se basa en un Dios siempre actuante en la historia, aunque sólo sea perceptible por la fe . El testimonio de teólogos y biblistas se multiplica en tal sentido. El Dios bíblico está muy vinculado a la historia de los hombres.
Israel reconoce a Yahvé como el Señor de la historia a diferencia de los dioses paganos que le consideran Señor de la naturaleza. Es en las relaciones interhumanas donde se revela el Dios judeocristiano. Esta unidad de Dios y la historia la ve el teólogo de la liberación Gustavo Gutiérrez como "un solo devenir humano asumido irreversiblemente por Cristo, Señor de la historia"(A. Brouner, Revelación por la historia, Sel.Teol.6(1967); G. Gutierrez, La verdad os hará libres
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