Alianza de Civilizaciones 4. El cristianismo es alianza

Una esperanza, un camino: baile de amor.
En este momento de crisis (comienzo del siglo XXI) resulta valiosa la palabra de las religiones y, en especial, del cristianismo. Mi visión será parcial y limitada, pues muchos cristianos se encuentran aún vinculados al sistema dominante, en línea de fundamentalismo político (sobre todo en USA), y otros muchos defienden una estructura sacral y unitaria de la iglesia, que quiere mantener su poder sobre el conjunto de la sociedad (como parece buscar buscar gran parte de la jerarquía).
Son muchos los cristianos que sigen viviendo bajo régimen de autoridad: ¡Esto es así porque lo dice el Papa! ¡Otros deciden, yo obedezco! ¡La virtud primera es el respeto y sumisión a las autoridades! Así se ha pensado muchas veces, así lo han dicho con frecuencia eclesiásticos y no eclesiásticos. Pues bien, en contra de eso, pienso que una cosa no es verdad porque la diga el Papa, sino que la dice el Papa porque es Verdad, porque es la expresión de la fe de todos los cristianos. Pienso que la primera y única virtud no es la obediencia, sino el amor mutuo. En esa línea quiero añadir que muchos cristianos están descubriendo los valores de la pluralidad, no solo fuera, sino dentro de la misma Iglesia,. En ese sentido, piendo que podemos aceptar el lema de alianza de civilizaciones, no para asumir todas sus pretensiones políticas, sino para replantearlas críticamente, desde el evangelio.
Los teólogos de oficio podrán recordar que Dios, en cuanto Trinidad, es baile de amor, es decir, una perijóresis: cada Persona existe en sí misma comunicándose a la otra y compartiendo con ella la gran Danza del Amor, donde todo es movimiento y gracia. Eso es una alianza, un "baile" de gozo y belleza: yo me muevo para que se mueva el otro y porque el otro se mueve y nos movemos y nos enriquecemos juntos, teniendo cada uno su tesoro en la vida y tesoro del otro (¡donde está tu resoro alli está tu corazón) . Algo de eso ha querido evocar la ilustraciòn romántica del principio.
La palabra “alianza” (de alligare, atar: vincular, crear ligaduras) forma parte del vocabulario esencial de la Biblia, tanto en Antiguo (alianza de tribus, alianza con Dios) como en el Nuevo Testamento (Jesús, signo de alianza; eucaristía como alianza; alianza de iglesias en Hech 15 etc.). Ciertamente, el modelo de Alianza (o comunión) ha desaparecido prácticamente en el catolicismo oficial de occidente, pues, como declara el Derecho Canónico, el Papa tiene “potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal… y la puede ejercer siempre libremente” CIC 331). Pero somos muchos los que pensamos que esa potestad debe integrarse en la comunión de las iglesias, de forma que se exprese y ejerza sólo a través de la “alianza de las comunidades”. En esa línea decimos que el Papa sólo tiene la “autoridad de la alianza” de iglesias que él representa, una autoridad que sólo puede ejercer en comunión con la sociedad humana (y las diversas religiones). En esa línea, desde la identidad de la iglesia, puedo hablar de una aportación cristiana a la alianza de civilizaciones. Ciertamente, no todos estarán de acuerdo con mi propuesta, pero estoy convencido de que se trata de una propuesta cristiana .
1. La religión no es sistema impositivo,
sino espacio de comunicación o alianza en el mundo de la Vida. El sistema dominante de nuestro mundo es la economía unificada del capitalismo, donde no hay “alianza” entre personas, sino imposición del capital sobre pueblos y personas. En ese sentido, M. Weber hablaba de una caja de hierro donde todos estamos encerrados, bajo llave de dinero. Pues bien, en contra de eso, las religiones (en especial el cristianismo) han de entenderse como ámbitos de comunicación personal. Allí donde acaba el modelo de la comunicación gratuita y comienza el sistema que puede imponerse sobre todos (a favor de algunos), cesa la religión y empieza la burocracia sacral (o política) .
2. Riqueza de la Vida, pluralidad de religiones.
El sistema sabe que, para triunfar, “no es bueno que manden muchos, sino que debe haber un jefe...” (Ilíada II, 204). Pero las religiones no buscan el mando, sino la acogida del misterio y la fraternidad (cf. Mt 23, 1-9). Por eso, ellas emplean un modelo de “arco iris”: cada color es bello estando al lado de otros; si un color negara a los restantes perdería su sentido. La verdad de una religión no se opone a la verdad de otra, sino que las dos son verdaderas precisamente por ser distintas. En esa línea añadimos que las religiones se definen y distinguen como experiencias de diálogo en gratuidad, de manera que sólo se expanden de verdad si no quieren hacerlo de forma impositiva. Más que su triunfo propio, como religión aislada, los miembros de la iglesia católica han de buscar el bien de los creyentes de otras religiones, para que todos juntos puedan expresar mejor la pluralidad y riqueza del amor de Dios. En esa línea resulta esencial una experiencia de alianza (amor) donde el bien de los otros aparece como fuente y clave del bien propio.
3. De los pactos militares a la alianza entre creyentes desarmados.
El sistema necesita un “brazo armado” y así establece su paz con medios coactivos. Pues bien, contra de eso, al menos desde el siglo VIII a. C., los grandes profetas judíos (desde Amós y Oseas hasta Isaías y Jeremías) rechazaron los pactos militares como perversión humana y religiosa. En un tiempo anterior, muchos israelitas habían sacralizado la guerra. Pero después, apoyándose en la experiencia de la soberanía de Dios, único que puede garantizar la vida de los hombres, rechazaron los pactos militares, iniciando así una política de no-violencia activa. En esa línea avanza el evangelio, cuando pide que amemos a los enemigos, renunciando incluso, de manera provocativa, a la defensa militar. Pues bien, situada en línea religiosa, la alianza de civilizaciones sólo es posible allí donde individuos y grupos humanos, al menos en principio, rechazan la violencia armada. Los partidarios consecuentes de una alianza de civilizaciones han de ser pacifistas activos, objetores de conciencia, con las consecuencias que ello implica.
4. Educar para la alianza.
Esta propuesta sólo tiene sentido allí donde se instaura un proceso educativo que tiende al surgimiento y despliegue de la paz, como proclamó un profeta hace casi tres mil años: «Venid, subamos al monte del Señor: Él nos instruirá en sus caminos... De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (Is 2, 2-4). Sólo una nueva educación (que el profeta entiende desde su experiencia de Dios) hará posible una alianza de civilizaciones. Para ello hace falta conocer y amar no sólo la propia religión, sino la religión y cultura de otros pueblos y grupos. No se trata de educar solamente para la propia patria y culto, sino para el encuentro con todos, en claves de diálogo ciudadano y religioso. En este contexto, los proyectos de educación “sólo católica” de algunos obispos de España nos parecen contraproducentes (¡no logran su objetivo!) y contrarios al principio del amor cristiano, que implica el conocimiento y amor a los otros, en cuando diferentes.
5. Una economía de alianza.
Lo que algunos llaman conflicto de civilizaciones es, ante todo, un conflicto de economías. Es imposible hablar de alianza de civilizaciones y de promoción de los derechos humanos si una parte considerable de los hombres y mujeres viven amenazados por el hambre, en un mundo donde sobran riquezas. La teología tradicional sabía que ante el hambre los bienes son comunes. Todas las instituciones (estados, iglesias…) pasan a segundo plano cuando llega el hambre. Sólo allí donde los bienes económicos se ponen al servicio de la comunicación económica, a partir de los más pobres, se puede hablar de “alianza”, es decir, de diálogo entre los hombres. En esa línea, Jesús y los grandes fundadores religiosos saben que el “dinero”, por sí mismo, es incapaz de "salvar", pues la vida es más que economía; pero saben también que si los bienes no se ponen al servicio del conjunto de la humanidad, la humanidad se pierde. La alianza de civilizaciones sólo será posible allí donde se supere el sistema capitalista actual y se instaure un modelo nuevo de alianza de economías.
6. Alianza de vida, testimonio cristiano.
La iglesia sólo puede ofrecer un testimonio de paz, al servicio de la alianza de civilizaciones, si ella misma es paz encarnada. Los cristianos no pueden realizar su tarea específica con medios políticos o económicos, sino con el ejemplo de su vida. La finalidad del cristianismo no es el triunfo de una iglesia, sino el amor y la comunicación entre los hombres. La religión solo es "verdadera" si no quiere imponer su verdad. Por eso, cuando los cristianos buscan el triunfo de su iglesia, en cuanto institución, y no el bien de los hombres, más allá de las fronteras de la misma iglesia, dejan de seguir a Jesucristo. En esa línea, la iglesia no puede exigir a los otros que cumplan su verdad (diciendo que es la verdad de un pretendido derecho natural), no puede andar imponiendo a políticos o economistas, a militares o jueces lo que ellos han hacer en sus respectivos campos, sino que, ante todo y sobre todo, debe ser iglesia, ofreciendo públicamente su testimonio mesiánico, en diálogo con otros movimientos religiosos y humanos. La Iglesia no está para decir cosas a otros, sino para presentarse a sí misma como itinerario de paz, al servicio de la vida de todos, en especial de los más pobres.
7. Alianza mística, diálogo con las religiones orientales.
Las religiones vinculan a los creyentes y se vinculan entre sí a través de lo que tienen de más hondo, en línea de mística, superando así el nivel de una racionalidad impositiva. En ese sentido, dentro de la alianza de civilizaciones, los cristianos pueden colaborar en la propuesta de una “paz mística”, fundada en la experiencia de Dios (o del misterio de vida), vinculándose así con los creyentes de todas las religiones. Esta alianza no es producto de la razón pura (no puede demostrarse), ni de la razón práctica (no es algo que los hombres y mujeres pueden “construir” por sí mismos), sino una experiencia de gracia, es decir, de iluminación superior y de comunicación personal, como saben los contemplativos y/o amantes. Este nivel de gratuidad (no-juicio) no es exclusivo del evangelio, pues está de algún modo presente en todas las religiones y, de un modo especial, en las orientales. En esa línea, la alianza de civilizaciones incluye un momento de diálogo con las religiones orientales.
8. Alianza monoteísta, diálogo desde los pobres.
En el punto de partida del judaísmo, cristianismo e Islam hay una experiencia de liberación de los pobres (de los hebreos oprimidos en Egipto, de los enfermos y pobres del entorno de Jesús, de los oprimidos de la Meca). Este recuerdo ha de estar en el principio de la alianza monoteísta de las tres religiones, y en especial de cristianos y de musulmanes. Unos y otros tenemos que dejar en un segundo plano muchos prejuicios y “dogmas” particularistas, para volver al origen de nuestras experiencias fundadoras. Los judíos tendrán que rehacer su Éxodo, como experiencia y utopía de libertad, no para ellos (para el Estado de Israel), sino para todos los “hebreos” (oprimidos) del mundo. Los cristianos tendremos que retomar el camino de Pascua de Jesús, asumiendo sus bienaventuranzas y sus curaciones, que no estaban al servicio de los cristianos, sino de todos los pobres y enfermos del entorno. Por su parte, los musulmanes tendrán que renovar su Hégira, saliendo de una Meca aliada con los poderes de la oligarquía opresora, para iniciar (en Medina o donde sea) un camino de fraternidad abierto al conjunto de la humanidad. De esa manera, la alianza de civilizaciones empezará siendo, para las tres religiones, una alianza de vida y libertad, al servicio de los pobre del mundo .
Es evidente que estas nueve propuestas no resuelven todos los temas implicados en la alianza de civilización, temas que se han de estudiar con todo rigor en otro plano (político y diplomático, cultural y económico etc.), pero ellas pueden ayudarnos a plantear mejor los temas, desde una perspectiva cristiana.