Amor y compasión. Budismo y cristianismo 1. Punto de partida.
La Universidad de la Mística de Ávila (Cites) había programado un congreso entre budistas de China y cristianos de España para los dias finales de junio del año 2022. El tema era "Amor y compasión en la ética budista y la cristiana" (Budismo Chan/Zen y espiritualidad carmelitana). Por razón del nuevo brote de pandemia covid en China, el Congreso ha debido anularse sine die, por segunda vez en dos años.
Me habían encargado una ponencia base para una discusión y diálogo temática. Por la importancia del evento y del asunto a tratar he pensado que será bueno publicar aquí las bases de mi ponencia, cosa que haré en los cuatro días siguientes. Buena semana a todos mis lectores.
| X.Pikaza

1.- Participas con la ponencia Amor y compasión en la ética budista y la cristiana. ¿En qué son comparables?
‒ Budismo y (judeo‒)cristianismo son dos experiencias éticas fundamentales de la historia humana, desde el siglo V a.C. hasta la actualidad. Es su base hay cuatro elementos: (1)) la superación del karma (esto es, de un talión: ¡ojo por ojo!); (2) la trascendencia del deseo entendido en línea egoísta, con un “yo inflado”, que pone a los demás a mi servicio; (3) la globalidad de la compasión, como solidaridad abierta a todos, desde el dolor y el amor; (4) la superación del miedo a la muerte.
2.- En las sociedades secularizadas hay un auge del budismo, mientras decae la práctica cristiana. ¿A qué crees que se debe este hecho?
‒ Hay un auge budista y me alegro, pero a veces se trata de un budismo light. Hay un decaimiento de la práctica cristiana, pero se trata a veces también de una práctica light, en línea de sacramentalismo, no de evangelio. Lo que importa es un budismo fuerte y un cristianismo fuerte. (1) El mejor aliado de cristianismo es un budismo budismo y, viceversa, el mejor aliado de budismo es un buen cristianismo, llegando en ambas línea a las raíces de la experiencia e iluminación humana. (2) Ciertamente, hay diferencias, es muy bueno que las haya, y así deben aceptarse, con respeto, con deseo (no egoísta) de aprender unos de otros y con otros, no para que gane una religión, sino que se iluminen ambas en conocimiento, gratuidad y compasión.
3.- Los obispos españoles han criticado una espiritualidad como respuesta a la ‘demanda’ creciente de bienestar emocional”. Y hablan concretamente de la meditación zen, que les parece incompatible con “la auténtica oración cristiana”. ¿Hay motivos para preocuparse?
‒ En un sentido superficial podría haberlos, pero no en sentido profundo, en la línea que estoy diciendo. (1) Una espiritualidad (zen o no) entendida como respuesta a la demanda de bienestar emocional no sería budista, sino un mal ejercicio de auto‒ayuda light, que “ciega” el misterio de la vida. (2) Una oración que tiene miedo a budismo no puede llamarse cristiana, no proviene de la raíz evangelio. (3) En esa base o raíz del evangelio está la experiencia radical de la gratuidad, como don de Aquel a quien nos atrevemos a llamar “padre”, con gozo y temblor, como “música callada y soledad sonora”, en el camino que lleva a la pura gratuidad, más allá del deseo, en puro y pleno amor, en comunicación de intimidad y en ejercicio intenso de solidaridad.
4.- ¿En qué se parecen zen y la mística carmelitana?
‒ En mil cosas. (a) Nos hacen quitar la careta, para descubrirnos personas, en pura relación de trasparencia, sin auto‒defensas, sin intentos de someter a los demás, sin deseo, ni miedo… (b) Nos introducen en la luz de la Vida, a quien los cristianos llamamos Amado, sin imponer ese lenguaje a los budistas. (c) En ese contexto, los budistas pueden hablar de karuna, compasión piadosa, y los cristianos de enamoramiento, “de amada en el amado transformada”, sin forzar las palabras, sin absolutizar conceptos. (d) Los budistas quizá quedar cortos, sin dar a la compasión un carácter de persona (como el Cristo)… Los cristianos, en cambio, podemos pasarnos, empeñándonos en un Cristo externo, sin serlo nosotros. Por eso es muy bueno que dialoguemos unos con otros.
5.- ¿Practicaría hoy Santa Teresa de Jesús la mediación zen?
‒ Quizá menos, pero insistiría en la humanidad de la experiencia de Cristo. Juan de la Cruz tendría menos prevenciones, insistiendo en el amor sobre la muerte, como he puesto de relieve en Ejercicio de Amor (San Pablo 2018). Pero eso habrá que matizarlo, y de ello hablaremos en el simposio del verano.

- PRINCIPIO
La ética budista no se puede interpretar de un modo material, como cumplimiento de preceptos bien organizados que se miden y regulan en forma de sistema social. Tampoco es ética formal, en la que sólo cuenta la intención, sino de trascendencia: nos lleva más allá de toda ley y pensamiento al lugar donde descubrimos que nuestros deseos son dolor y nuestra creaciones una idolatría, como tela de mentiras donde acabamos prendidos. Pues bien, más allá de esa dimensión, donde todo es mentira, el budista descubre otro Ser y otra Vida que es Nada siendo libertad y verdad para los hombres, sobre todo obrar, toda acción, todo deseo del mundo.
En sentido estricto, el verdadero budista ha dejado de existir para el mundo de los deseos. Ha muerto a sus representaciones e ilusiones; nada quiere, no hace nada. Y, sin embargo, en otra dimensión, el auténtico budista actúa de forma separada, liberada, gozosa. No puede apelar a verdades hechas, ni a sistemas sacrales, ni a poderes sociales. No puede imponer su religión, pues ello iría en contra de su experiencia más honda, pero puede y debe expresarla con su vida y ejemplo. Ciertamente, hay divisiones (monjes y laicos, Theravada, Gran Vehículo, Zen), pero todos los budistas saben que el único testimonio de su religión son ellos mismos. El budista sólo puede apelar al testimonio de su vida separada, liberada, iluminada.
- Vida separada. El budista ha descubierto la vanidad del mundo en que dominan los deseos y sabe trascenderlo en lo interior e incluso abandonarlo en lo exterior. El monje, budista consecuente, deja casa y campos, abandona posesiones y familia, cede los negocios de la tierra, superando de esa forma los trabajos y lugares que le atan a la rueda del deseo donde gira y gira para siempre la existencia de este mundo. En este aspecto, el auténtico budista ha muerto a los valores (desvalores) de la humanidad antigua. Desde una perspectiva cristiana, pudiéramos decir que asume aquello que la iglesia primitiva llamaba situación escatológica. Pero hay una diferencia. Los cristianos dicen que se ha cumplido el tiempo y ha llegado el Reino, porque el mismo Dios ha querido revelarse por su Cristo. Los budistas no pueden apelar a Dios, ni creen en un Cristo; no pueden afirmar que ha llegado el fin del tiempo, sino que han descubierto, dentro de sí mismos, la finitud y caducidad de todo tiempo, abriéndose de esa forma a lo Nirvana, lo no nacido, nunca muerto.
- Vida liberada. La renuncia y superación anterior ha sido posible porque el hombre separado ha descubierto otro nivel de vida superior, que no ha nacido ni muere, que no sufre ni desea, más allá de las necesidades cósmicas. Todo lo que nace en este mundo proviene del deseo y se encuentra sujeto a la exigencia de nuevos deseos que alimentan su irrealidad, que producen dolor y desembocan en la muerte. El iluminado se separa y libera ya por dentro del ciclo de los nacimientos y las muertes y así puede vivir desde ahora en un nivel de verdad o luz que permanece. De esa forma existe, liberado de todo porque nada desea. Por eso puede abrir su compasión hacia todos los vivientes, sabiendo que se encuentran sometidos a la ley de la apariencia. Por eso puede y debe superar toda forma de agresión, de violencia y engaño, acentuando la confianza interior, el autocontrol, la vida sencilla, el dominio de la mente etc.
- Vida iluminada. El iluminado vive gozoso porque ha descubierto la vanidad de todas las cosas y no deja que ninguna le ate. Este es el gozo del que controla la mente, no por métodos activos de meditación o ascética, ni a través de unas técnicas de interiorización psicológica. El control budista surge paradójicamente del rechazo de los deseos y de la renuncia a todo control, como iluminación superior, que capacita al hombre para despertar ya desde ahora en la otra dimensión de la existencia. Estamos de nuevo ante la paradoja antes evocada: sólo se consigue de verdad aquello que en un momento dado no se quiere ni siquiera conseguir; entonces, cuando no se quiere nada, uno puede descubrirse dueño de todo, iluminado por la luz, gozoso. Al otro lado de aquello que somos y tenemos, cuando ya no somos ni tenemos nada, no venimos a caer en manos de un tipo de angustia o desesperación (como han dicho diversos pensadores de occidente, de Schopenhauer a Heidegger), sino que despertamos a la Tierra Pura del gozo. En el fondo de aquello que a veces se ha visto como terror sagrado emerge la paz y el regalo del hombre liberado.
Estrictamente hablando, el budismo ha comenzado siendo una experiencia de escogidos, una especie de aristocracia espiritual, propia de algunos que, viviendo aún en medio de un mundo dominado por los viejos principios del mundo (deseos, acciones, empresas), han descubierto el otro lado de la realidad y quieren comportarse de manera liberada. Por eso es imposible que el budismo consecuente se extienda sobre todos los hombres y mujeres y se imponga como religión de masas. Para seguir viviendo en este mundo, la humanidad en cuanto tal necesita procrear y educar a los hijos, trabajar, producir y alimentarse. Por eso, mientras quiera mantener la actual forma de vida, el conjunto de la población no será jamás budista, al menos de manera consecuente.
En ese sentido, el budismo radical es una religión de minorías, lo mismo que ha sido para minorías el monacato de occidente. Pero hay una diferencia, tanto Jesús como Mahoma han fundado movimientos religiosos abiertos a todos los hombres y mujeres de su entorno y sólo en un segundo momento han podido surgir dentro de comunidades grupos especiales de anacoretas, monjes o sufíes que han querido separarse del resto de la población para cultivar de una manera más intensa su experiencia. Buda, en cambio, ha empezado suscitando una especie de orden monástica: un grupo de personas especiales que quieran ser testigos y garantes de su iluminación sobre la tierra. No quiere una religión para todos (un tipo de Reino de Dios en la tierra), sino grupos de testigos especiales dentro de una humanidad que, en su conjunto, no puede asumir del todo su mensaje. Desde ese fondo deben distinguirse dos tipos de personas.
Budistas o iluminados en sentido pleno los son sólo aquellos monjes que han dejado todo (casa y familia, trabajo y deseos del mundo) para mostrarse ya sobre este mundo como testigos del nirvana, superando el dolor del nacimiento y de la muerte. Estos viven ya como si no vivieran, como testigos muy concretos de la otra dimensión. Por eso, no interfieren en la vida de este mundo: ni desean ni compiten ni luchan por lograr cosa ninguna. A nadie les puede estorbar su existencia.
Laicos amigos o simpatizantes. En la forma actual del mundo, los monjes separados (que no trabajan para conseguir bienes de consumo) sólo pueden mantener su testimonio y mantenerse si encuentran personas (simpatizantes o amigos) que les regalan comida y les ofrecen algún tipo de alojamiento en los lugares peligrosos, fríos o inclementes. Sin esta ayuda de seglares, la vida actual de los monjes (que no siembran ni trabajan, que no cosechan ni almacenan bienes) resultaría inviable.
El budismo es pues un movimiento religioso a dos niveles. 1. Implica el desprendimiento radical de los monjes (varones y mujeres) que ofrecen desde ahora un testimonio su liberación. 2. Exige el compromiso de simpatizantes seglares, que comparten de algún modo el camino de los monjes, solidarizándose con ellos en línea de experiencia básica, pero que viven todavía conforme a la exigencia de este mundo (se casan, tienen casa, trabajan y producen). Esta situación expresa la dualidad paradójica del mundo actual. Los monjes ofrecen a los laicos el testimonio de la otra dimensión (esto es, del Nirvana). Por su parte, los laicos recuerdan a los monjes que ellos viven todavía en este mundo, que aún no han superado externamente el nivel de la comida y del sueño, la exigencia del vestido y del refugio en tiempos de inclemencia.
Max Weber
Por eso, nadie puede tener envidia a un budista estricto, porque, si quiere, él mismo se puede hacer budista estricto, si supera la envidia y se descubre capaz de vivir más allá de todos los deseos. Ser budista no da ninguna ventaja sobre nadie, ni poder en el mundo, sino simplemente una experiencia de libertad y una actitud de radical desprendimiento. No todos pueden ser obispos, ni atletas, ni ricos, ni jefes de estado, ni brahmanes. . . , pues esos cargos o castas implican un tipo de honor de nacimiento o de esfuerzo. Por el contrario, todos pueden ser budistas, pues el verdadero budismo no es una conquista sino un desprendimiento, no es una posesión, sino una renuncia a las posesión. A pesara de eso, como he señalado ya, algunos analistas han destacado el elitismo del budista, pues su desprendimiento no estaría al alcance de todos, sino que exigiría una actitud “varonil” de renuncia, que sería muy difícil para otros, y en especial para las mujeres:
(Se podría suponer que la mujer es más capaz de alcanzar el éxtasis contemplativo del budismo). Pero sería un error. El logro de la iluminación es una acción del espíritu y exige la fuerza de una pura contemplación "desinteresada" sobre la base del pensamiento racional. En cambio, la mujer, al menos para la doctrina budista tardía, no sólo es un ser irracional, incapaz de alcanzar la más alta fuerza espiritual (y la tentación específica para quienes se esfuerzan por obtener la iluminación), sino sobre todo un ser que no es capaz de alcanzar aquella mística disposición amorosa carente de objeto que caracteriza psicológicamente la condición del arhat (Max Weber, Ensayos, 225).
Arhat es la negación del deseo, el amor universal, una contemplación que no tiende hacia ningún objeto. M. Weber suponía que esa actitud no pueden alcanzarla las mujeres, más centradas en objetos concretos y deseos particulares, al servicio de la vida. Para ello se funda en el testimonio de algunos budistas tardíos. Pues bien, en contra de eso, Buda y sus compañeros más antiguos supusieron que el camino de la iluminación está abierto para todos, varones y mujeres, brahmanes y parias, hindúes y no hindúes.
Budismo, camino humano. Max Weber suponía que el mundo antiguo, dominado por la magia, era en su principio femenino: estaba dirigido por el sentimiento, en forma de "participación mística" amorosa que vincula a todos los vivientes. El racionalismo moderno es, en cambio, masculino (sin sentimientos), lo mismo que claridad viril de los budistas, alejada de todo amor y sensibilidad. En contra de eso, el budismo no es masculino ni femenino, sino que sitúa a los hombres y mujeres ante una experiencia radical de iluminación, por encima de la división entre los sexos. Es muy posible que el racionalismo moderno sea “masculino” (en un nivel externo), lo mismo que un tipo de meditación budista. Pero el budismo en sí no es una ciencia o técnica de meditación, sino una vida liberada, igual para varones que mujeres.