¿Budismo viril sin consuelo y consuelo cristiano femenino?
La cuatro verdades del budismo (Sermón de Benarés de Buda)
La experiencia original del nuevo movimiento está contenida en el famoso sermón de Benarés donde se ofrecen las verdades esenciales de la vida humana, eso que pudiéramos llamar la ortodoxia fundante del budismo. Esas verdades principales no se refieren a la esencia de Dios; tampoco tratan de su revelación para los hombres. Tratan sólo del sufrimiento humano:
1. Primera verdad:todo es sufrimiento . La experiencia originaria no es el placer, sino el desplacer. La vida no sigue brotando y cambiando en el mundo por gozo, por la alegría de ser y expandirse, en un tipo de juego emocionante de ternura y armonía, sino que se expande, más bien, por dolor, como si llevara dentro de sí un cáncer que fuera destruyéndolo todo. Bajo la apariencia mentirosa de pequeños gozos, los hombres y mujeres de la tierra nos hallamos realmente poseídos, dominados, por un tipo de dolor omnipresente, del que no podemos liberarnos por nosotros mismos. Dolor es nacer y morir, enfermarse y envejecer, sin lograr nunca aquello que de verdad queremos. En este contexto se puede seguir afirmando que la misma dualidad sexual con lo que implica de separación y de deseo es sufrimiento. Para Buda no existen diferencias: hombres y mujeres, brahmanes o parias intocables, todos se encuentran sometidos a un mismo dolor originario. Esta percepción fundante de la vida como sufrimiento, sin un Dios superior en quien podamos confiar, sin una salida que podamos hallar por nosotros mismos, es el principio de la experiencia budista. Esta es la grandeza, para algunos heroica del budista: mirar de frente al dolor que somos y no tenerle miedo.
2.Segunda verdad: el sufrimiento es deseo. La causa del dolor, que nos perturba y enajena, es el mismo deseo de vivir y de tener, que nos mantiene encadenados a la rueda del samsara, con su ciclo de reencarnaciones. De un modo consecuente, las grandes culturas, han puesto de relieve el valor del deseo, que ellas identifican en el fondo con el mismo ser humano. Suele decirse que los hombres somos deseantes, seres que esperan a alguno que puede responder a sus preguntas o sanarles, seres que disfrutan consiguiendo aquello que les falta, en un plano corporal o espiritual, material o social. Pues bien, Buda ha descubierto que la sed del deseo es implacable y que no puede saciarse jamás. Es ella, la sed de deseo, la que nos mantiene en tensión dolorosa, pues nos impulsa a buscar aquellos que no tenemos ni podemos alcanzar nunca. Eso significa que el deseo tiene un carácter sufriente y destructor, que podemos definir como ambición y envidia mentirosa: queremos ser distintos, conquistar por la fuerza algo que creemos que nos falta o vemos en los otros, pero nunca logramos conseguirlo. En otras palabras, nunca podremos ser lo que queremos; nunca nos podremos liberar a través de los deseos (cumplidos o no), pues en el fondo de ellos se esconde siempre el dolor y la muerte. Sólo allí donde el deseo cesa podrá la vida ser Vida, esto es Nirvana, plena Nada de aquello que tenemos y nos tiene sometidos.
3. Tercera verdad: superación del deseo, anulación del sufrimiento. Eso significa que en la forma actual de nuestra vida somos un camino equivocado: pensamos que la felicidad está en lograr algo que tienen los demás, aunque sea necesario enfrentarse con ellos para conseguirlo. Sobre esa base iniciamos una larga batalla de deseos, que enfrenta a todos y destruye a cada uno. Pues bien, para vencer ese dolor insuperable solo hay sólo camino: superar los deseos. Sólo así podremos aceptar sin más lo que somos, en pura afirmación, sin enfrentamiento alguno, ni con los demás, ni con uno mismo. Algunos han dicho que este es un gesto de puro voluntarismo: un deseo contradictorio e inútil de superar los deseos. Pues bien, conforme a la más honda paradoja religiosa (que nos introduce en un nivel de gratuidad aquí no se puede hablar de un deseo de superar los deseos, pues ello nos seguiría atando a la misma trama de los deseos. El iluminado ya no desea nada, ni siquiera superar los deseos. Sólo de esa forma, más allá de todo lo que puedo desear o dejar de desear, viene a expresarse la Luz superior. Eso significa que la Vida iluminada empieza más allá de las leyes del deseo, que nos siguen atando al círculo de acción y reacción, de eterno retorno de los deseos de la vida antigua.
4. Cuarta verdad: liberación. Este es el camino del hombre iluminado, que no actúa ya según las leyes y principios del deseo, sino en pura libertad interior. Por eso, en principio, ese camino no puede ser estructurado. A pesar de ello, Buda lo ha organizado y codificado de algún modo a través de los consejos que ha ido ofreciendo a sus seguidores: lo que importa es respetar la vida (no violencia) y dominar los sentidos (superando las pasiones del mundo), suscitando así un estado de bondad, compasión, alegría, solidaridad etc.
El budismo es por tanto un consuelo sin consuelo. La libertad está en no buscar libertad, la verdad está en no buscar la verdad. La compasión y la solidaridad brotan allí donde no se busca compasión ni se consuela a nadie. En este contexto, no se puede hablar de un San Manuel Bueno y Mártir que consuela a las pobres gentes de los pueblos del entorno del lago. No, no se puede consolar a nadie, cada uno tiene que aceptar el sufrimiento de la vida, sin desear nada, ni siquiera consuelo.
2. Religión sin consuelo, no apta para “mujeres”. Lectura de M. Weber
No novela de Unamuno (san Manuel Bueno) es (parece) una novela de hombres para consolar a las mujeres (en especial a la narradora). Pues bien, en contra de eso, el verdadero budismo sería una religión “no apta para mujeres”. Partiendo de ciertos estereotipos dominantes sobre la masculino y femenino se ha podido afirmar que el budismo es religión o movimiento claramente masculino. Así lo ha señalado, con su agudeza habitual, el mismo M. Weber:
Se podría suponer un rasgo "femenino" en el papel que desempeña el sentimiento amoroso en esta descripción de la condición del arhat (del éxtasis contemplativo del budismo). Pero sería un error. El logro de la iluminación es una acción del espíritu y exige la fuerza de una pura contemplación "desinteresada" sobre la base del pensamiento racional. En cambio, la mujer, al menos para la doctrina budista tardía, no sólo es un ser irracional, incapaz de alcanzar la más alta fuerza espiritual (y la tentación especí¬fica para quienes se esfuerzan por obtener la iluminación), sino sobre todo un ser que no es capaz de alcanzar aquella mística disposición amorosa carente de objeto que caracteriza psicológicamente la condición del arhat (Ensayos sobe sociología de la religión,Taurus, Madrid 1987, II, 225).
Ciertas doctrinas budistas posteriores han pensado con frecuencia que la mujer en cuanto tal es incapaz de llegar a la contemplación pura, al amor desinteresado: es decir, al estado de la mente que contempla sin objeto (en el vacío total), al amor que ama sin buscar la cosa o realidad amada.
En esa línea Max Weber supone que debemos aceptar como valiosos los principios y estructuras mentales de una sociedad racional que se empeña en superar los "restos" míticos y sentimentales de un mundo antiguo que estaría dominado por la magia.
Religión femenina: consuelo. Habría existido un mundo especialmente femenino: dirigido por el sentimiento, fundado en una especie de "participación mística" amorosa que vincula miseriosa e irracionalmente los acontecimientos, los hombres y las cosas. Ese sería el mundo de la religión, el mundo del consuelo de un Dios que no existe, sólo para mujeres.
Budismo: verdad masculina, sin consuelo. Por el contrario, el mundo moderno se ha vuelto totalmente masculino: en esta nueva línea "moderna" se mueve el racionalismo desnudo de los budistas, lo mismo que la ciencia occidental cuando supera todo sentimiento. Por eso, Buda y el budismo no se podrían entender en clave femenina:
Este (Buda) condena el orgullo y la infatuación mundanas. Pero no en favor de una edificante humillación de uno mismo o de un sentimiento de amor al prójimo en el sentido cristiano, sino a favor de una claridad viril sobre el sentido de la vida y de la capacidad de sacar de ello, con "honestidad in¬telectual",las debidas consecuencias (M.Weber, O.c. 225; cf 226).
Conforme a esta visión, la humillación personal y el amor concreto hacia los otros serían femeninos (propios de un cristianismo abierto hacia la fraternidad sentimental y ala relación caritativa y cariñosa los hombres). Lo masculino, en cambio, sería la claridad viril, una especie superior de compasión universal constituida por la fría y estoica impasibilidad del sabio. Más aún, lo femenino vendría vinculado al amor sensible, a la afectividad compasiva, al camino de las lágrimas (en clave emocional). Masculino, en cambio, sería el descubrimiento racional de las leyes que rigen el destino de la vida y la aceptación impasible de esas leyes.
Preguntas
¿Es cierta esta visión del budismo que ofrece M. Weber?
¿Es cierta esta visión de lo femenino como sensibilidad engañosa?