Una sociedad sin comercio y mercado opresor Comerciantes y mercaderes no entrarán en el Reino (EvTomás 64)

Alternativa evangélica al comercio y mercado

Comerciantes y mercaderes no entrarán en el Reino (EvTom 64)

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    Éste es uno de los dichos más inquietantes de la tradición de Jesús,  al final de la parábola de los invitados a la cena (Lc 14, 16-24),   ratificada y reformulada de un modo más expreso y universal  por el Evangelio de Tomás 64.

Esta parábola proviene directamente de Jesús, con su visión sobre el comercio-mercado y la invitación al reino (cf. J. Meier, Un Judío Marginal V, Verbo Divino, Estella 2017). La mayoría de las parábolas de los evangelios (por hermosas que sean) son a su juicio composiciones moralistas o edificantes, posteriores, de la Iglesia. Ésta, en cambio, es propia de Jesús de Jesús, sin duda alguna, y nos lleva a la raíz de su evangelio. 

La parábola es simple. Un hombre prepara un banquete y dice a sus siervos que vayan y avisen a los invitados… Pero los primeros invitados, que tres se excusan por motivos importantes: Uno ha comprado un campo y debe trabajarlo, otro unas yuntas de bueyes y debe probarles, otro se ha casado y... Los tres se excusan y no van.

 (Estas tres razones provienen de la famosa ley militar de Dt  20, 5‒7 donde se excluye de la guerra a los que han comprado un campo o unos bienes y a los que se han casado, como indicaré más adelante). 

Los invitados no van… y el hombre que les ha invitado envía a sus siervos rogándoles que busquen por todos los lugares y caminos a otros invitados, para crear una sociedad alternativa, “pues ninguno de aquellos que se han negado entrarán en la cena”. En ese contexto, introduce Ev.Tomás 64 una sentencia inquietante, que en el fondo dice lo mismo que el final de Lucas: “comerciantes y mercaderes” no entrarán en la casa del Padre (es decir, en el Reino). Dos son los temas centrales de esta parábola:

  1. Una sociedad de puro comercio‒mercado se destruye a sí misma, es decir, rechaza la invitación del banquete de la vida, entendido como experiencia de gozo y comunión para todos.
  2. Dios quiere crear una sociedad alternativa, sin comercio‒mercado, una sociedad de producción y reparto directo de bienes, sin la mediación destructora del comercio‒mercado, es decir, del capital.

 Entendida así, esta parábola nos sitúa en el centro del mensaje de Jesús y de los problemas de la vida humana, tal como se centran en el famoso dicho de Jesús sobre el Dinero absolutizado (¡no podéis servir a Dios y a Mammón!, Mt 6, 24; Lc 16, 13). Estas palabras  (la de Mammón y Dios,  y la de los comerciantes‒mercadores que no pueden entrar en el Reino) as van no solamente en contra de un tipo de cultura  comercial y financiera (mercantil) como la nuestra, sino de la misma Iglesia cristiana, que ha podido dedicarse a cosas muy espirituales, pero ha olvidado el mensaje central de Jesús.

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Como imágenes he puesto mis dos libros sobre el tema, con el libro de J. P. Meier (tomo V) sobre las parábolas, donde desarrolla críticamente este motivo. Divido el tema en tres momentos: (a) Ley judía: matar a los cananeos‒comerciantes (AT). (b) Jesús y los comerciantes, visión general. (c) La parábola de los comerciantes‒mercaderes y el reino de Jesús.

 Buen día a todos los amigos del blog, con el deseo de que la Iglesia actual empiece a leer de verdad esta parábola, con el trasfondo judío (ley de matar a los cananeos), la aportación de Jesús y el desarrollo de los evangelios de Lucas y Tomàs.

(A) LEY JUDÍA: MATAR A LOS CANANEOS‒COMERCIANTES (AT)

Una de las tradiciones más duras del AT es aquella en que se manda a los “hebreos” que “maten” a los cananeos‒comerciantes de la tierra de Israel (que van en contra de su forma de vida), porque ellos, como los vecinos fenicios no viven del “trabajo” de la tierra y del intercambio gratuito de bienes, sino del comercio organizado.   Sólo en esa perspectiva se entiende la ley judía del herrem o anatema (=rechazo o condena radical) de los cananeos, que viven del comercio y la usura, como mercaderes, dueños de un dinero que esclaviza a los pobras agricultores y pastores (cf. Ex 23, 23-24; 34,10-11; Dt 20, 16-18; Jc 2,1-5…).

Ese herrem (destrucción) de los “cananeos” no se puede tomar como exterminio de la población en cuanto tal, sino como destrucción de sus instituciones económicas (fundadas en un dinero de compra‒venta mercantil, que esclaviza a los pobres agricultores y pastores judíos)… pues los judíos antiguos de la Biblia pensaban pues sólo rechazando el poder económico‒político (mercantil) de los comerciantes, dueños del dinero, se puede crear (o mantener) una sociedad igualitaria y fraterna como la que ellos habían tenido en la estepa, y querían mantener en Palestina. 

En el principio, la Biblia no rechaza a los cananeos por su “religión” (eso lo hará solo en un momento posterior, desde una perspectiva de fundamentalismo sagrado, tras el exilio, en línea deuteronomista…). En principio, la Biblia rechaza a los “cananeos” por ser comerciantes y mercaderes, lo mismo que los fenicios (cuya riqueza se fundaba en la venta de tejidos de púrpura, pues eso significa fenicio y cananeo), que vivían del comercio, como mercantes y mercaderes, regulando y dirigiendo los mercados de oriente.

Los cananeos/fenicios eran en esa línea los representantes de un sistema económico de comercio‒mercado, que se funda en el dinero y esclaviza a los agricultores y pastores pobres. Para que pudiera surgir una comunión igualitaria de personas, los nuevos israelitas tuvieron la certeza de que debían destruir los signos de poder económico y sagrado (dioses)  de los cananeo‒fenicios, que vivían del comercio‒mercado, no del trabajo de la tierra y del pastores,  enriqueciéndose a base del trabajo de los agricultores‒fenicios (y de préstamos monetarios a terratenientes y reinos).

En contra de un ideal capitalista de acumulación de dinero y de comercio como  medio de enriquecimiento de unas élites urbanas sobre unos campesinos/pastores sometidos, la Biblia presenta a los primeros judíos como federación de agricultores y pastores libres, en contacto directo con la tierra, repartida por igual (a suertes) entre las familias, como ha descrito Josué 12-20, sin ciudades superiores, dominando sobre el campo, sin un templo central (dirigiendo desde arriba la religión del pueblo), sin un “capital” separado de la producción agrícola y del intercambio igualitario de bienes, sin mercados superiores, ni usura:             

Según eso, la controversia de la Biblia en contra de los cananeos y el mandato de “destruir todas sus figuras de piedra y sus imágenes fundidas” (Num 33, 51-52) no se dirigía simplemente en contra de un grupo de gente, sino en contra una mentalidad vinculada al materialismo del mercado. Cuando los israelitas se iban aproximando a la tierra de Canaán, Yahvé les dijo: “No contaminéis la tierra en la que vivís, la tierra en medio de la cual yo habito; porque yo soy un Dios que habita en medio de los israelitas” (Num 35, 34). Es como si Yahvé pusiera a los israelitas en guardia ante el poder de seducción de los lugares de mercado, rechazando todo tipo de sincretismo utilitarista, que llevara a la vinculación de Yahvé con los dioses del comercio (Dt 20, 16-18)[1].

            En este contexto, la palabra cananeo significa un pueblo rico y opresor, de comerciantes de púrpura, que fundan su vida en el “Dios del mercado y del dinero”, en oposición al Dios de gratuidad y comunión de los primeros hebreos. Según eso, los israelitas no han luchar contra los cananeos como personas, sino contra su sistema de comercio y dinero que lleva a la opresión de los pobres, a partir de la experiencia de Yahvé, Dios de comunión y libertad. En esa línea, los profetas antiguos dirán que los comerciantes‒cananeos no pueden formar parte de la comunidad de Israel.

(B) JESÚS Y LOS COMERCIANTES. VISIÓN GENERAL

Era un campesino obligado a vender su trabajo para así vivir y/o mantener a su familia, y, de esa forma, cuando él hable de “pobreza” y llame bienaventurados a los ptôjoi (mendigos), Jesús evocará su situación de marginado económico, que conoce por dentro y comparte la suma pobreza de las gentes de su entorno. No es un marginal por rareza u opción sacral, sino un marginado real que se enfrenta a los poderes causantes de la marginación y los rechaza, para superarlos de raíz, como iré indicando (y como había proclamado el Magníficat).

 No fue pensador de tiempo libre, ocupado en pequeñas mejoras, sino profeta en un mundo de opresión, decidido a proclamar e iniciar el camino del Reino, entre hombres y mujeres de un mercado de trabajo sin trabajo (cf. Mt 20, 1-16). Su mensaje no fue un lujo espiritual desconectado de la vida, sino una propuesta de transformación para la vida en un contexto de muerte, en el que resonaba la amenaza del Gen 2-3: El día en que comáis del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal moriréis... 

Los poderosos de su tiempo (dueños del poder y del dinero: romanos invasores y judíos colaboradores…) estaban comiendo de ese fruto (que Jesús condensará como Mammón: Mt 6, 24), mientras que el grueso de la población se hallaba amenazada por el hambre, la exclusión, la enfermedad… Esto es lo que él aprendió, trabajando quizá por un tiempo al servicio del rey Antipas, en sus nuevas capitales (Séforis, junto a Nazaret; o Tiberíades, sobre el lago), o de otros propietarios ricos. Ciertamente, pudo tener más movilidad y más conocimiento que un agricultor asentado en (atado a) su tierra, pero conoció la vida desde “el otro lado”, desde la pobreza, y a partir de ella (no desde los ricos, señores del pensamiento y del dinero) quiso cambiar la vida de los hombres y mujeres de su pueblo, en un gesto y camino abierto a todos los pobres del mundo[2].

Los artesanos de Galilea eran como hebreos en Egipto, sin seguridad material o social, pues habían perdido o estaban perdiendo la “herencia de Dios” (tierra). No tenían patrimonio (vinculado al patriarcado), ni tierras para herencia, pues carecían de herencia y de casa (estructura familiar). Desde ese fondo, planeó y desarrolló Jesús su propuesta de Reino, en línea de comunión e intercambio gratuito de bienes, en contra de los mercados que se estaban extendiendo por Palestina y por todo el oriente, con el empobrecimiento de las masas de trabajadores (pequeños agricultores, pastores, pescadores)[3].

 Como he destacado ya, los agricultores y pastores del principio de Israel habían formando una agricultura de comunicación y fraternidad, con intercambio directo de bienes, en contra de los comerciantes‒mercaderes cananeo‒fenicios. Pues bien, en tiempo de Jesús viene a darse la misma oposición:

‒ Los mercaderescomo “clase” dependían del trabajo productor de agricultores, pastores y obreros, pero de tal forma lo controlaban que acabaron haciéndose dueños de sus beneficios. Frente al trabajo que produce bienes, surge y se desarrolla el dinero del mercado, de manera que el valor primario no es ya la persona o familia, ni las relaciones personales, sino el Capital Mammón, dios objetivado como diablo (cf. Mt 6, 24).

‒ Los mercaderes ricos, con los “reyes” o funcionarios superiores y los sacerdotes (que sacralizan de algún modo ese dinero), se hacen árbitros de la sociedad, dirigiendo el proceso real de producción y distribución de bienes. Así se relacionan con un dinero que, por un lado “pertenece al César” (cf. Mc 12, 16-17), pero que, por otro (¿al mismo tiempo?), tiende a convertirse en Mammón sobre el mismo César (Mt 6, 24).

No parece que Jesús haya sido un purista anti‒monetario y quizá no ha condenado directamente a los comerciantes‒mercaderes (como hará EvTom 64), pero ha querido poner el comercio y dinero al servicio de la vida (de los pobres), de un modo gratuito (por comunicación directa), iniciando un cambio intenso, no una simple reforma, sino de superación radical de un sistema monetario opresores[4].

El ideal de Jesús era una sociedad igualitaria (no comercial‒mercantil, no imperial), de agricultores, pastores (y pescadores), compartiendo bienes y trabajos… en un momento en que de hecho gran parte de los agricultores se habían ido vuelto campesinos sometidos, marginados, pobres, enfermos, al servicio de la estructura político-monetaria del Imperio (Roma), en un proceso que culminaba en aquel tiempo en Galilea [5]. 

PARÁBOLA DE LOS COMERCIANTES Y MERCADERES (LC 14, 16-24; EVTOM 64)

             Esta parábola entiende el Reino como banquete de bodas que Dios ha querido preparar y ofrecer gratuitamente a los hombres, pero ellos le han rechazado, para ocuparse de sus asuntos y afanes particulares. El tema parece originario del Q (cf. Mt 22, 1-10), pero hay grandes diferencias entre Lucas (texto más antiguo) y Mateo (más elaborado). Por su parte, EvTom ofrece un valioso paralelo, con elementos quizá antiguos y un final sorprendente (“comerciantes y mercaderes no entrarán en los lugares de mi Padre”), que reformula el tema de manera extrema, pero muy significativa. Aquí voy a presentar sólo las versiones de Lucas (que parece la más antigua) y la de Tomás (que es quizá la más significativa). Los que quieran conocer la versión de Mt 22, 1‒10 podrán acudir fácilmente a mi comentario (Verbo Divino, Estella 1017) 

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Lc 14, 16-24: 16.

Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos;17 a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: Venid, que ya está todo preparado.18 Pero todos a una empe­zaron a excusarse.  

El primero le dijo: “He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses.”

19 Y otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses.

20 Otro dijo: Me he casado, y por eso no puedo ir. 

21 Regresó el siervo y se lo contó a su señor.

Entonces, airado el dueño de la casa, dijo a su siervo: Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos. 

22 Dijo el siervo: “Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio.”23 Dijo el señor al siervo: Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa.

24 Porque os digo que ninguno de aquellos in­vitados probará mi cena

EvTom 64:

Jesús ha dicho: Una persona tenía huéspedes. Y cuando había preparado el banquete, envió a su esclavo para convidar a los huéspedes.  

Fue al primero, le dice: Te convida mi amo. Respondió: Tengo unos negocios con unos mercaderes, vienen a mí por la tarde, iré para colocar mis órdenes con ellos, ruego ser excusado del banquete. 

Fue a otro, le dice: Mi amo te ha con­vidado. Le respondió: He comprado una casa y me exigen por un día, no tendré tiempo libre. 

Vino a otro, le dice: Mi amo te con­vida. Le respondió: Mi compañero va a casarse y tengo que preparar el un  festín, no podré venir, ruego ser excu­sado del banquete.

Fue a otro, le dice: Mi amo te con­vida. Le respondió: He comprado una finca, voy a cobrar el alquiler, no podré venir, ruego ser excusado.  Vino el esclavo, dijo a su amo: Los que has convidado al banquete se han excusado a sí mis­mos.  

Dijo el amo a su esclavo: Sal a los caminos, trae a quienesquiera que encuentres, para que cenen. Y él ha dicho: Comerciantes y mercaderes no entrarán en los  lugares de mi Padre[6]. 

  1. La versión de Lucas

contiene un recuerdo original de Jesús, que puede y debe situarse en el contexto de su misión, quizá en su ascenso a Jerusalén, tras haber culminado (¿con fracaso?) su mensaje en Galilea. Así lo ha destacado Lucas, que entiende esta parábola desde la perspectiva general de la llamada de Jesús, sin referencia al rechazo de los sacerdotes y escribas, y al juicio sobre Jerusalén (que ha introducido Mateo), manteniendo así el carácter más simbólico del texto, con los tres trabajos y riquezas que se oponen al “seguimiento” del Reino: compra de un campo (tierra), de bueyes (trabajo agrícola) y matrimonio (me he casado).

Significativamente, esas tres ocupaciones o riquezas son las que dispensan al israelita de alistarse en la guerra (cf. Dt 20 5-7; 24, 5). No se trata pues de trabajos secundarios, sino de aquellos que marcan la vida del hombre (y que tienen más valor que la guerra en defensa del pueblo). Pues bien, a pesar de ello, los que han sido llamados al banquete, aunque estuvieran exento de la guerra, ha de dejarlo todo en un segundo plano (tierra, trabajo, matrimonio), para acoger la riqueza de Dios que es el Reino, desde el que reciben su sentido las otras riquezas, que pueden comprarse con dinero (tierra, campos) o que sólo pueden entenderse desde la riqueza suprema del Reino (matrimonio). 

Entendida así, esta parábola, tal como ha sido expuesta de manera armónica por Lucas (tres escusas, dos envíos…), tiene un hondo carácter económico y debe entenderse en un sentido “material”, no para negar el valor del dinero-economía, sino para reinterpretarlo al servicio del Reino.  

La versión de Tomas 64 ofrece un hondo contenido parabólico y conserva (pone de relieve, aumenta) las razones del rechazo de los invitados, que no son tres sino cuatro, como signo de totalidad de un mundo que se niega a recibir el Reino de Dios: 

(1) Uno se niega porque han llegado mercadores, y tiene que tratar con ellos de negocios.

(2) Otro no va porque ha comprado una casa.

(3) El tercero porque tiene que preparar la boda de un amigo, no la suya, quizá porque en un contexto semi-gnóstico no se puede hablar de bodas propias.

(4) El cuarto porque tiene una finca arrendada y debe cobrar su renta.

Ciertamente, son excusas comprensibles, pues derivan de ocupaciones importantes: negocios, casa propia, boda de amigos, rentas económica…, pero impiden que los invitados acudan al banquete. Unas excusas o razones semejantes aparecen en otros lugares del mensaje de Jesús y de la primera iglesia, como pueden verse en el motivo de las “malas” tierra que impiden que crezca la semilla del Reino, a partir de Mc 4, 15-19 (dureza de la tierra, persecuciones, preocupaciones del mundo, deseo de dinero), pero aquí han recibido quizá un sentido simbólico intimista. Pues bien, de manera sorprendente, al final del pasaje, Ev Tom 64 introduce un “logion” que puede formar parte de una tradición antigua: 

Comerciantes y mercaderes no entrarán en los lugares de mi Padre.

Es sentencia (no entrarán en el Reino: en los “lugares de mi Padre”, cf. Jn 14, 2”) aparece en varios lugares del Nuevo Testamento, aplicada a diversos tipos de personas, y el mismo final de Lc 14, 24 dice que “ninguno de aquellos in­vitados probará mi cena”, refiriéndose en concreto a los citados: el que ha comprado un campo o unos bueyes o se ha casado. Pero EvTom reinterpreta ese final de un modo restrictivo (no alude a los que se casan o asisten a la boda de otros, ni tampoco a los reciben dinero de una renta) y al mismo tiempo expansivo: se refiere a todos los que negocian con dinero (no sólo a los que compran una casa o unas yuntas de bueyes), llamándoles comerciantes (los que compran: agorastai) y mercaderes (emporoi)[7].

La parábola trata así de personas que compran (agorastai, hombres de mercado, que adquieren y tienen bienes: casas, fincas) y de peronas viven del comercio (emporoi: mercaderes), como el anthropos emporos, comerciante en ricas margaritas de Mt 13, 45. Tanto esa parábola de Mateo, como la anterior (Mt 13, 44: tesoro escondido en el campo) proclaman la exigencia de “venderlo todo” (=quedarse sin dinero), para comprar de esa manera el campo del tesoro o la misma margarita, superando de esa forma un tipo de economía (vender todo) para iniciar una economía de Reino.

Pues bien, en esa línea, pero avanzando hasta el final, EvTomás habla de hombres que compran y negocian con dinero, añadiendo que no entrarán en el lugar del Padre (el Reino), mostrando así la necesidad de un intenso cambio personal y económico. No se trata de portarse mejor o peor, de un modo más o menos leal, en el comercio, sino de superar toda economía dinero (de compras, de negocios). En esa línea, de un modo absoluto, EvTom 64 afirma que los que venden o negocian no entrarán en el Reino (=casa de mi Padre).

 Ciertamente, esa palabra (EvTom 64) ha de entenderse también de un modo social, pues se aplica en un primer momento a los compradores y comerciantes, que viven “al servicio del dinero”, en la línea de Mammón, y no de Dios. En esa línea, al condenar a los comerciantes y vendedores de (por) dinero, Ev. Tomás podría aceptar (por inversión) un proyecto de fondo semejante al de Mc 10, 28-31, donde se dice que los seguidores de Jesús comparten bienes y lazos familiares en la línea del ciento por uno. Pero, en conjunto, EvTom ha optado por una superación radical de una economía de campos-casas-familia, situándose en un plano superior de renuncia a los bienes… o de economía de comunión directa y libre de bienes (superando y rechazando el modelo económico de comercio monetario y de mercado libre).   

 Esta parábola de EvTom ha entenderse por tanto, en el fondo, de un modo no social: Para entrar en el Reino habría que superar todas las ocupaciones exteriores, con casas-campos de trabajo, con familia extensa (de madres, hermanos, hijos…), iniciando una búsqueda de transformación interior, de iluminación o “matrimonio místico” con la divinidad (tema del tálamo o matrimonio interior con Dios, elaborado especialmente por la gnosis). En ese contexto, los compradores y comerciantes a los que condena este dicho serían no sólo los dedicados por oficio a la compra-venta de bienes materiales sino todos los que, de un modo u otro se ocupan de bienes y tareas “materiales” que les impiden entrar en el plano interior de la vida, que es el lugar de Dios. 

No se trata de dejarlo todo, no se trata de “no tener” (o de no trabar), sino de superar el trabajo como medio de enriquecimiento personal y de superar (rechazar) el modelo de intercambio monetario (comercio) y de enriquecimiento mercantil (mercaderes, emporios de dinero, según el sentido estricto de la palabra.  Ciertamente, en la línea de Mc 10, 28-31, este Jesús puede aceptar y acepta un trabajo al servicio de la producción y la comunicación (con el ciento por uno en bienes y familia: hermanos, madres, hijos…).

  No se trata, por tanto, de dejar el campo, los buenos, la familia, sino de cambiar su sentido, poniéndolo todo y poniéndose de un modo personal y familiar al servicio del Reino, que es la gratuidad, superando el sistema de comercio y mercado al servicio del enriquecimiento de algunos.  

En esa línea, EvTomás 64 va en la línea de Mt 6, 24: No podéis servir a Dios y al dinero… Evidentemente,  en la línea de Jesús, este evangelio acepta el valor del trabajo… pero de un trabajo al servicio de una producción compartida por todos, sin que pueda ser capitalizada por comerciantes y mercaderes, en la línea de un tipo de capitalismo y de mercado como el actual.

Según EvTom 64, comerciantes y vendedores forman parte de una sociedad que es pecadora, no sólo porque busca el lucro, por la administración y manejo del dinero, expulsando y oprimiendo a los pobres, sino también y sobre todo porque “olvida su sentido más hondo”, el origen y salvación divina de la vida y la comunión igualitaria entre todos los hombres. En contra de eso, el Reino del Padre (es decir, la Iglesia) es por principio una sociedad sin interés material, donde lo que importa no es comprar y vender (enriquecerse), sino trabajar para vivir todos, compartiendo lo producido, y cultivando el aspecto más hondo y verdadero de la vida (que es el valor de lo contemplativo, de la gratuidad, en la línea de todo el evangelio de Tomás). 

[1] Cf. D. G. Groody, Globalización, espiritualidad y justicia, Verbo Divino, Estella 2009, 96-97, con citas de M. F. Unger,  Canaan, Canaanites, en The New Unger’ Bible Dictionary, Moody P., Chicago 1988, 202 y M. Astour, The Origin of the Term ‘Canaan”,’ Phoenician’ and ‘Purple, JNES 24 (1965) 346-350. De un modo especial, cf. N. Gottwald, The Tribes. He desarrollado el tema en Diccionario de la Biblia,  Verbo Divino, Estella 2015.

[2] Cf. G. Vermes, Jesús el judío, Muchnik, Barcelona 1979, 25-26. El trabajo en la casa-campo propio arraiga al hombre en una tierra y una historia, que la Escritura de Israel ha vinculado a Dios. Pues bien, Jesús no aparece en el evangelio como propietario, sino como hombre sin heredad, entre otros desheredados.

[3] Jesús debió trabajar como artesano, por diversos lugares de Galilea, a partir de su “mayoría de edad” (12-13 años), y así conoció de modo directo a los que le daban trabajo, con otros “artesanos” u obreros sin tierra. En ese contexto, él se fijó sobre todo en la gran masa de enfermos, pobres y expulsados de aquella sociedad que se integraba en el gran mundo romano. Por eso, cuando más tarde recorra Galilea como predicador itinerante del Reino encontrará las tierras y pueblos que había conocido ya como artesano itinerante. Cf. J. D. Crossan, El nacimientodel cristianismo, Santander 2004,170-173; Id. y J. L. Reed, Jesús desenterrado, Barcelona 2003; D. E. Oakman, The Archaeology of First-Century Galilee and the Social Interpretation of the Historical Jesus, en E. H. Lovering (ed.), Society of Biblical Literature 1994 Seminar Papers, Scholars, Atlanta 1994, 220-251; K. H. Ostmeyer, Armenhaus und Räuberhöhle?: Galiläa zur Zeit Jesu, ZNWKAK 96 (2005) 147-170; J. L. Reed, El Jesús de Galilea. Aportaciones desde la arqueología, Salamanca 2006; E. W. Stegemann y W. Stegemann, Historia social del cristianismo primitivo, Estella 2001.

[4]En línea de reforma se movían muchos escribas, que querían mejorar la economía y que lo hacían de un modo cuidadoso, dentro del sistema, pero sin condenar radicalmente sus injusticias. A diferencia de ellos, Jesús ha sido profeta del trabajo directo y la comunicación gratuita, retomando los principios de la tradición israelita. No ha rechazado el dinero (como signo de relación), sino un tipo de sociedad que lo convierte en principio de poder sobre los pobres.

[5] Conforme a este proceso, los artesanos del tiempo de Jesús eran agricultores que habían perdido su autonomía laboral y económica, de manera que trabajaban y producían al servicio de una estructura social clasista, presidida por comerciantes, ciudades y/o reyes, que sin producir los bienes de consumo los controlan. Estos artesanos campesinos (agricultores proletarizados) constituyen el ejemplo más significativo de la sociedad de clases de aquel tiempo.

[6] He destacado la importancia histórico-teológica de esta “parábola” en El Evangelio. Vida y Pascua de Jesús, Sígueme, Salamanca 1990, 63-67. Sobre su sentido, con referencia especial a la historia de Jesús y a la interpretación de EvTom, cf. J. P. Meier, Un judío marginal. V. Parábolas, Verbo Divino, Estella 2017, 281-307. Cf. también: F. Beatrice, Il significato di Ev. Thom64 perla critica letteraria della parabola del banchetto (Mt 22, 1-14/ Lc 14, 15-24), en. J. Dupont (ed.), Laparabola degli invitati al banchetto. Dagli evangelisti a Gesù, Paideia, Brescia  1978; M. Pesce,Ricostruzione dell'archetipo letterario comune a Matt. 22,1–10 e Lc. 14,15–24,” en J. Dupont, o.c., 167–236; J. D. M. Derrett, The Parable of the Great Supper, en Law in the New Testament, Darton, London 1970, 126-55; J. Dupont, La parabole des invitésau festin dans le ministère de Jésus, TSRT 14 (1978) 279-329; J. F. Hahn, Das Gleichnis von der Einladung zum Festmahl, en FS G. Stählin, Wuppertal 1970. 51-82; A. Vögtle,Die Einladung zum großen Gastmahl und zum königlichen Hochzeitsmahl, en Das Evangelium und die Evangelien, KBANT, Patmos, Düsseldorf 1971, 171-218.

[7] Para el trasfondo griego de EvTom, cf. R. Kasser, L’Évangile selon Thomas, Labor et Fides, Genève 1961 90. Para situar el tema de la parábola en el conjunto de los evangelios, cf. J. S. Kloppenborg, Q parallers, Polebridge, Sonoma CA 1988. El tema de entrar o no entrar en el Reino aparece en el NT desde 1 Cor 6, 9-10 (no entrarán los injustos…), pasando por Ef 5, 5 (los fornicarios, avaros…), hasta Ap 25, 15 (los perros, hechiceros…). En un contexto simbólicamente semejante, Mt 18, 3 par dice que para entrar en el Reino hay que “hacerse niños”, en sentido más social (niño como necesitado) o más gnóstico (niño como inocente). Cf. R. Trevijano, Estudios sobre el Evangelio de Tomás, Ciudad Nueva, Madrid 1997, 179-194.

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