25.1.16. Conversión o vocación de Pablo: testimonio de unidad para las iglesias

Hoy, 25 de enero, fiesta de la conversión/vocación de Pablo, muchas comunidades celebran el día de oración por la unidad de las iglesias.

Es un buen motivo para recordarle y situar el testimonio de su primera conversión o llamada profética, en un momento clave de la historia del cristianismo primitivo, en el camino que lleva de Jerusalén a Damasco, para abrirse desde allí al mundo entero.

-- Ayer hable de las cuatro conversiones que marcaron los momentos importantes de la vida de Pablo, en fidelidad originaria, en cambio intenso, pues de ellas seguimos viviendo todavía en el camino de la Iglesia.

--Hoy presento su primera conversión cristiana (mesiánica), que estrictamente hablando es una llamada (vocación), en la línea de los grandes profetas de Israel, como Isaías o Jeremías, para arrarla conforme al propio testimonio de Pablo (Gálatas y Filipenses), que no va en contra de los tres relatos del libro de los Hechos (cf. Hch 9, 1-29; 22, 3-21;26, 8-20), aunque se distingue mucho de ellos.


Lo que Pablo vio/vivió, lo que contó y lo que hizo luego es un elemento importante del origen de la Iglesia y de la misma historia de occidente, pues él fue el primero que contó (en unos textos conservados hasta hoy) su "encuentro" con Jesús, e intentó vincular en su evangelio de libertad a todos los hombres de la tierra, no por presión política, sino por convencimiento creyente, es decir, por fe en Dios y por fe de unos en otros.




Es bueno recordarle este día, de un modo sencillo, esencial, como aquí hago, sabiendo que todos tenemos abierto el camino de Damasco.

-- Imagen 1, de estilo ortodoxo, tomada del International Bulletin of Missionary Research(IBMR), Lausanne, donde se habla de una reunión entre ortodoxos y evangélicos, Abril 2014, para tratar de la misión cristiana,
-- Imagen 2. La vocación de Pablo, miniatura de Fra Angelico (1430). Cristo, Alfa y Omega, se le revela a Pablo como salvador y sufriente universal, a las puertas de Damasco.


Os dejo así, con estas dos imágenes, a las puertas de la nueva Ciudad de Jerusalén, sobre la última vuelta del sendero, que lleva a la capital de Siria (hoy terreno de fuertes combates), para abrirnos desde allí a la unidad de todos los cristianos, a la comunión entre en respeto, libertad y amor abierto para todos los hombres
.

No se trata de discutir (aunque a veces sea necesario, como lo fue en tiempos de Pablo), sino de dar testimonio de la fe, unos y otros, ortodoxos, católicos y evangélicos de todas las confesiones. Ciertos contenidos de la práctica eclesial pueden separarnos. El testimonio del encuentro con Jesús nos une a todos.


Cristiano, un hombre o mujer da testimonio de Jesús

Pablo no ha demostrado nunca su verdad, no ha querido hacerlo, ni podría haberlo hecho de quererlo. Pero ha hecho algo mucho más importante, más profundo: ha dado testimonio de su, como encuentro con Jesús resucitado, una conversación personal de Jesús, una llamada a la que él ha respondido con fidelidad.

Pablo es el hombre mejor conocido de la iglesia (y quizá de toda la historia judía y romana, entre el 30 y 70 d. C.).

-- Algunos le toman como un impostor fanático, inventor del cristianismo organizado con una iglesia propia, en línea de poder (en contra de Jesús).

-- Otros le oponen a Pedro y a los representantes de la iglesia jerárquica romana, tomándole como defensor de una libertad evangélica intimista (en la línea de algunos protestantes).

-- Ambas posturas tienen algo de verdad, pero son exageradas y acaban siendo falsas. Así quiero verle aquí como el hombre que encontró a Jesús en el camino (o a las puertas) de Damasco.

Se llamaba Saúl o Saulo, como el primer rey israelita; pero más tarde cambió su nombre o puso un sobrenombre latino «Pablo» (Paulus, el Pequeño) con el que se le conoce.

(1) Fariseo celoso, llamado por Jesús al evangelio.

Lo que dice de sí mismo resulta suficiente para conocer los rasgos principales de su vida. Él no inventó el cristianismo, ni creó la iglesia, sino que asumió el cristianismo de la iglesia helenista, a cuyos partidarios había perseguido, por pensar que destruían la unidad e identidad nacional del judaísmo. Su historia está descrita en Hech 9-28, pero él mismo la ha narrado de un modo bien directo:

«Ya conocéis mi conducta anterior en el judaísmo, cómo perseguía con fuerza a la iglesia de Dios y la asolaba. Y aventajaba en el judaísmo a muchos de los contemporáneos de mi pueblo, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres. Pero cuando Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, quiso revelar en mí a su Hijo, para que lo predicara entre los gentiles... no consulté con nadie el tema... sino que fui a Arabia y volví de nuevo a Damasco. Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro y permanecí con él quince días; pero no vi a ninguno de los demás apóstoles, sino a Santiago» (Gal 1, 13-19)


Nada nos permite afirmar que se hallaba angustiado dentro del judaísmo o que tenía mala conciencia, sino todo lo contrario:

«Yo podría confiar en la carne. Si alguno cree tener de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia de la ley, irreprensible. Pero las cosas que para mí eran ganancia, las he considerado pérdida a causa de Cristo. Y aun más: Considero como pérdida todas las cosas, en comparación con lo incomparable que es conocer a Cristo Jesús mi Señor. Por su causa lo he perdido todo y lo tengo por basura, a fin de ganar a Cristo y ser hallado en él; sin pretender una justicia mía, derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que proviene de Dios por la fe» (Flp 3, 4-9).


No tenía problemas de conciencia, podía haberse mantenido en el judaísmo, cuya «carne» (ley nacional) quería defender. Pero en el fondo de esa seguridad se escondía una inseguridad más grande, que se expresaba en la misma violencia con que perseguía a la iglesia. En ese contexto se inscribe su experiencia de Jesús resucitado, que él presenta en forma de confesión pascual.

(2) Conocimiento de la iglesia, confesión pascual.

Pablo interpreta su encuentro con Jesús en forma de confesión pascual y la sitúa dentro de una lista más de «apariciones de resucitado». Cristo se había aparecido ya a otros (a Pedro, a los doce, a quinientos hermanos, a Santiago, a todos los apóstoles. Pues bien

«al final de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la iglesia de los Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia en mí no ha sido en vano, sino que me he fatigado más que todos ellos, no yo sino la gracia de Dios conmigo. Sea yo, sean ellos, así predicamos, así creemos» (1 Cor 15, 8-11).


Pablo ha interpretado su experiencia de Jesús a la luz de los testigos anteriores (Pedro, los Doce...) y, sobre todo, a la luz de todos los apóstoles entre los que se incluye. No comienza de la nada, sino que se introduce en un camino que ya existía, en un camino donde él también ha encontrado al Cristo, culminando la lista de apariciones anteriores. Nada nos permite suponer que todas fueran iguales: habría en cada caso rasgos distintivos. Pero esos rasgos han pasado aquí a segundo plano; lo que importa es aquello que todas tienen en común: se les aparece Jesús resucitado.

Eso significa que Pablo asume los momentos de la historia pascual precedente. Sabe de algún modo lo que han visto los otros testigos, especialmente «todos los apóstoles», que son, sin duda, los misioneros → helenistas. Conoce lo que dicen (¡se les ha aparecido Jesús!). Sólo de esa forma puede interpretar e interpreta aquello que él ha visto y ha sentido «en el camino de Damasco» (cf. Hech 9). Eso significa que, antes de haberse convertido, él conocía de algún modo la experiencia pascual de los discípulos; sabía que ellos predicaban la presencia y poder de un Jesús resucitado a quien llamaban Cristo universal, culminación del judaísmo. Precisamente por eso les odiaba y perseguía, pensando que su forma de entender al Cristo y su manera de extender el mesianismo a los gentiles destruía las bases y la esencia del pueblo israelita.

(3) El último de los apóstoles.

Odiar es una forma invertida de conocer; perseguir es un modo contrario de amar. Odiando y persiguiendo al Cristo pascual de los primeros cristianos, Pablo estaba mostrando un gran interés por la Pascua. Podemos decir que, en el fondo, Jesús ya le había transformado por dentro. Sin haberle visto, Pablo sabía que Jesús era fuente de unidad y salvación para todos los hombres, superando las fronteras de la nación sagrada de Israel. Precisamente por eso, desde sus principios de judío observante de una ley particular o nacional, les odiaba y perseguía al perseguir a sus apóstoles entre los que se incluye, después que Jesús se le ha aparecido.

Pero Pablo no se siente uno más. Sabe que Jesús le ha encargado una misión y tiene que cumplirla. Por eso se presenta, de manera muy significativa, como el último de todos (1 Cor 15, 8). De esa forma cierra y culmina un proceso pascual que se hallaba todavía en camino. Había empezado en Pedro, se había expresado en los Doce, pero solo ahora se completa y llega a su final, precisamente en Pablo: «Pues quien ha actuado en Pedro, para hacerle apóstol de los judíos ha actuado también en mí, para hacerme apóstol de los gentiles» (Gal 2, 8). Mirada sólo en la línea de Pedro, la pascua podía correr el peligro de cerrarse como una experiencia intrajudía. Pues bien, asumiendo y completando la visión y obra de Pedro, Pablo ha descubierto y expandido el carácter universal del evangelio de Jesús. Por eso cuenta su experiencia, por eso se defiende una y otra vez:

«¿No soy apóstol? ¿no he visto a Jesús, nuestro Señor?» (1 Cor 9, 1). Lógicamente, desde su perspectiva de celoso fariseo, defensor de la identidad legal judía, él debía haber perseguido a la iglesia de Jesús con todo celo, es decir, por fidelidad a la ley judía (Flp 3, 6). Pues bien, el mismo Jesús a quien él perseguía en sus fieles le ha salido al encuentro: «Pero cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelarme a su Hijo para que yo lo anunciara a los paganos...» (Gal 1, 11-17).


Perseguía a los cristianos porque veneraban a un Mesías crucificado (un buen cristo no puede haber muerto de ese modo) y porque tenían un mensaje universal (destruyendo el valor del judaísmo como pueblo aparte, elegido y distinto). Pues bien, en un momento determinado, por un cambio interior muy profundo, Pablo vio que Dios mismo se revela precisamente a través del mismo Cristo que él estaba persiguiendo. Él no quería escuchar lo que ha escuchado y ver lo que ha visto, al menos en un sentido externo. Él había comenzaba queriendo otra cosa, pero Dios le ha mostrado un rostro diferente en Cristo. Ciertamente, influye en su visión todo lo que él sabe de Jesús a través de los cristianos. Pero él está absolutamente convencido de que el mismo Jesús ha salido a su encuentro y le ha llamado.


(4) El Cristo de Pablo.


Es evidente que el Cristo que le llama es el mismo que ha llamado a Pedro y a los otros cristianos a quienes ha perseguido. Pero ahora ese Cristo viene a presentarse para él de un modo muy radical, como su propio Cristo, el Señor de su experiencia resucitada. Por eso se retira, iniciando en «Arabia» (en la actual Siria o Jordania) su nuevo camino. Ha sentido un cambio fuerte, una especie de convulsión interior, que ha transformado todas las coordenadas de la vida. Ha seguido luego un proceso largo de expansión y explicitación en el que ha ido verificando su nueva experiencia, pues

«todas las cosas que eran para mí ganancia (fariseísmo, ley...), las consideré pérdida por Cristo. Ciertamente, las considero todas como pérdida, a causa de la excelencia del conocimiento de Jesucristo, mi Señor, por el cual todas las cosas se me han vuelto pérdida y las considero como estiércol en orden a ganar a Cristo...» (Flp 2, 7-9).

Así ha cambiado su visión de Dios. Pablo había considerado a los cristianos como blasfemos: decían que Dios se manifiesta en un crucificado; añadían que la alianza propia de Israel estaba superada, de manera que la gracia de Dios se extendía a todas las gentes, rompiendo así el cercado de la ley o muro sacral que defendía al judaísmo. Pues bien, en un momento dado, Pablo advierte que esos cristianos tienen razón, que Dios se manifiesta precisamente en Cristo y, así, Dios se le ha manifestado también a él, como el Dios de Jesucristo, trasformando su visión del Mesías: ha descubierto que el Mesías es Hijo de Dios, siendo, al mismo tiempo, un hombre muerto y resucitado (Jesús de Nazaret).

La verdad de Dios y la esperanza israelita ha culminado precisamente en Cristo. Eso significa que la ley de Israel ha terminado (ha cumplido su función). Eso significa, al mismo tiempo, que ese Cristo es Salvador universal: hay que anunciar su misterio a todos los pueblos, para que lo conozcan y lo acepten. Conocer y aceptar a Jesús como Cristo universal, eso es la pascua (cf. Flp 3, 2-11); ser conocido por Jesús, eso es la plenitud de la resurrección. Todos los que creen en Jesús son de esa manera Iglesia. Convertirse a Jesús es principio de unión de todas las iglesias. (Tomado de X. Pikaza, Diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2007)
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