Via Crucis del Papa 1. Potestad Suprema, Primado

Pienso que esa labor de destrucción del Papado es fundamental. Pero añado que es casi innecesaria, pues en gran parte el papado se encuentra ya “destruido” en su entraña (no en forma externa). Estamos ante una labor de de-construcción: aceptar y acelerar la destrucción para construir de forma nuevo un posible papado que sea cristiano. Esta labor era ya urgente, para más que nunca ahora que J. M. Bergoglio, nuevo Papa ha tomado el nombre de Francisco, a quien Dios le dio la tarea de reconstruir la Iglesia destruida.
En esa línea empezaré evocando los dos “dogmas” principales sobre el Papado, recogidos en el Vaticano II, para pasar después a los diversos “poderes” del Vaticano.
Quiero que nos acompañen estos días las imágenes del Via-Crucis Latinoamericano de A. Pérez Esquivel, cristiano de Argentina y Premio Nobel de la Paz que conoce bien al Papa Francisco. Éste es el Via-Crucis de Francisco Papa, así se ilustra el “primado” de Jesús, primero en dar la vida,condenado a muerte.
UN PRIMADO CRISTIANO
La Iglesia Católica Romana ha estado obsesionada por el Poder, por un Poder Perfecto, para regir la Iglesia, para extender el mensaje de Jesús al mundo entero, retomando en línea cristiana un ideal que no es cristiano, sino del Imperio romano. Esa obsesión tiene una lógica, pero es una lógica de locura de autoridad, en la línea del orden sagrado (templo de Jerusalén, que Jesús condenó), de la ley que asegura la vida (un tipo de fariseísmo que Jesús no aceptó y que Pablo rechazó).
En días pasado he presentado en este blog algunos momentos de ese despliegue del Papado, que quiere asumir con pleno derecho (¡bendito sea Dios!) la memoria y camino de Pedro, entre los hermanos cristianos. Esa memoria es sagrada en las iglesias, y pienso que debe mantenerse. Pero, de hecho, el papado, en sentido concreto y moderno, ha sido invento de los reyes francos, del imperio carolingio (siglo VIII) y de los emperadores del Sacro Imperio Germánico (siglo XI-XII).
Esa locura del papado (la locura no es una mentira seca, sino una verdad desgajada de otras verdades, dislocada y absolutizada, neuróticamente) ha culminado en el Concilio Vaticano I y el Código de Derecho Canónico, con unas afirmaciones sorprendentes que, a primera vista parecen totalmente contrarias al evangelio. Empiezo por el Vaticano I (1869-1870), un Concilio de la Iglesia Romana, no de todas las iglesias, que define así, en su forma externa, el primado-potestad papal:
Si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene sólo deber de inspección y dirección, pero no plena y suprema potestad de jurisdicción sobre la iglesia universal, no sólo en las materias que pertenecen a la fe y costumbres, sino también en las de régimen y disciplina de la Iglesia difundida por todo el orbe, o que tiene la parte principal, pero no toda la plenitud de esta suprema potestad; o que esta potestad suya no es ordinaria e inmediata, tanto sobre todas y cada una de las iglesias, como sobre todos y cada uno de los pastores y de los fieles, sea anatema (Denz-H., 3064).
Por su parte, el Código de Derecho Canónico, vigente en la actualidad (desde 1093), define así la potestad del Papa:
Canon 331. El Obispo de la Iglesia Romana, en quien permanece la función que el Señor encomendó singularmente a Pedro, primero entre los Apóstoles, y que había de transmitirse a sus sucesores, es cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra; el cual, por tanto, tiene, en virtud de su función, potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente.
Sentido Jurídico y sacral
El Concilio y el Código definen y determinan la autoridad del Papa, a quien reconoce «plena y supremo potestad de jurisdicción», un poder ordinario e inmediato sobre toda la iglesia (potestas ordinaria et immediata in tota Ecclesia). Esa visión de la potestad del Papa había sido utilizada desde la reforma gregoriana del siglo XI, en especial por Inocencio III y Bonifacio VIII, pero en aquel tiempo se tendía a pensar que se trataba de una potestad política (sobre la sociedad civil), mientras que ahora sabemos que sólo se ejerce in universam Ecclesiam, en la iglesia en cuanto comunidad cristiana, según el evangelio.
El papa tiene según eso la “plenitud de la potestad”, la potestad suprema… De esa manera se le sitúa en clave de poder jurídico. Tomadas en sentido externo, esas palabras (potestad y jurisdicción) provienen de una de práctica jurídico/política fundada en el imperio romano y el feudalismo germano, que parece y es contraria al evangelio, pero que ha cumplido una función en la historia política y sacral de Europa y del mundo. Han sido los signos de los tiempos, el "peaje" que ha debido pagar el papado para ajustarse a una realidad no cristiana.
Pero el tiempo de la potestad jurídica y sacral del Papa ha terminado
El camino imperial de la iglesia ha terminado y que los papas (y otros jerarcas) carecen de autoridad feudal (y social, en el sentido político). Por eso, las palabras del Vaticano I y las del CIC (Código) han de interpretarse desde el mensaje y vida de Jesús, desde la entrega de su vida, es decir, desde su opción por los pobres y los expulsados, a favor del Reino. En ese sentido, la “potestad” del Papa se sitúa en la línea de la no-potestad político-imperial (frente a Roma) y en la línea de la no potestad sacral (frente a los sacerdotes).
El poder cristiano no es mandar sobre los demás, no es potestad de jurisdicción, sino capacidad de entrega de la vida a favor de los demás. En el fondo, Vaticano I CIC afirman (se atreven a afirmar) que el obispo de Roma asume ese poder del evangelio, se declara dispuesto a dar la vida por los demás, como Jesús, sin contar para ello con ningún poder económico, político o militar.
El primado cristiano es servicio en pequeñez, desde abajo... Pocos temas hay que hayan sido más desarrollados en el NT que el del primado (sobre todo en Mc 9-10, retomando el mensaje de Jesús y toda la experiencia y enseñanza de Pablo). "El primero entre vosotros sea el último...". El Primado está en negar todo primado; el primado es el servicio, desde abajo, con y entre los pobres (los que no asumen poder político-militar). El Papa se atreve a asumir ese "Primado", con y como Jesús, entre todos los cristianos.
Potestad evangélica, en la iglesia y con la iglesia
Eso significa que la jurisdicción y potestad del Papa debe entenderse y ejercerse desde la autoridad y misión del evangelio (cf. Mt 28, 16-20): “Se me ha dado toda potestad… Id, pues, extended la buena nueva…”. Ésta es la potestad de extender la fraternidad (hacer a todos discípulos-hermanos) desde el amor que se expande generosamente, sin poder alguno.
Ésta es la potestad de Jesús, Ésta tiene que ser la del Papa. Por eso, cuando se afirma que posee la plena y suprema potestad de jurisdicción sobre la iglesia universal, se está diciendo que no tiene poder ninguno en línea de jerarquía ontológica, sacerdocio judío, política romana o autoridad feudal.
Conforme al mensaje de Jesús, siendo cristiano, el Papa sólo tiene poder para entregarse gratuitamente, con los pobres y expulsados del mundo, al servicio del reino (cf. Jn 10, 18): no puede mandar como los ricos, sacerdotes y soldados (con medios coactivos), pues el evangelio sólo le ha dado el poder de la gracia al servicio de los pobres (igual que a otros cristianos).
El texto del Concilio no dice que el Papa tenga potestad sobre (super) sino dentro (in) de la iglesia, apareciendo así como representante de una comunidad que renuncia a todo poder y violencia para dominar a los demás. Eso significa que, estrictamente hablando, el Papa no tiene (¡no puede tener!) más potestad que otros cristianos, pues a todos ha dirigido Jesús las palabras esenciales sobre el poder mesiánico (cf. Mc 9, 33-37 y 10, 35-45 par).
Ni la iglesia ni el Papa pueden tener autoridad o poder de salvación contra el evangelio, fuera de la gracia que se expresa en el servicio a los pobres. En esa línea, cuando el texto dice que tiene autoridad plena y suprema está afirmando que puede llegar hasta el límite en su gesto eclesial de servir a todos, sin imponerse sobre nadie, siendo así portavoz y ejemplo de los pobres. Sólo dejando el lenguaje canónico (de la reforma gregoriana del siglo XI) y volviendo al evangelio se entienden de manera cristiana las proposiciones del Vaticano I.
No se trata de cambiar el Vaticano I o el CIC, sino de leerlo desde el evangelio
En un sentido no-evangélico, las palabras del Vaticano I y del CIC son una gigantomaquia infantil, una locura neurótica de deseo de poder... Sólo un loco puede afirmar que tiene todo ese poder que dice el Concilio y el Código...
Pero leídas desde el evangelio esas palabras del primado y de la Suma Potestad son una confesión admirable de fe..... Son la confesión, desde dentro de la Iglesia, de que un hombre quiere ser cristiano, se compromete a ser cristiano, se compromete a renunciar a todo poder, dando la vida por los demás, en el centro de los hermanos.
El poder de la iglesia, representado por el Papa, se funda en la palabra de Dios, de manera que es poder de amor, para ofrecer y compartir fraternidad, en la línea de Mt 28, 16-20, sin privilegio, imposición o ventaja que sería contraria al evangelio.
Éste es el «derecho» del Papa, ésta su autoridad: ser signo de entrega de la vida y comunión fraterna, vinculando de esa forma a los hermanos, no a través de un poder más alto (del que otros carecen), sino de la renuncia a todo poder. Un Papa que pretendiera tener más potestad que los "simples" creyentes, un Papa que quisiera situarse por encima de los pobres (y no a su servicio) dejaría de ser cristiano
Sólo ahora, después que los papas han perdido un poder político inmediato que habían venido ejerciendo a lo largo de casi 1.500 años, tenemos distancia suficiente para entender el tema en clave de evangelio. Sólo ahora que no poseen jurisdicción ni potestad fundada sobre esquemas imperiales (romanos), jerárquicos (platónicos) o sacerdotales (judaísmo del templo), los papas pueden presentarse, en la iglesia (con ella), como portadores de una autoridad plena y suprema, porque no buscan, ni imponen nada para sí.
Esta es la paradoja del Vaticano I: precisamente allí donde parece que las palabras del Concilio sancionan y ratifican el poder mundano de la iglesia, en claves canónicas e impositivas (y en un plano lo hacen), leídas desde el evangelio, ellas nos invitan a entender la autoridad del Papa y de los obispos en claves de no-poder, es decir, de puro amor, invirtiendo la lógica del constantinismo imperial.
Recrear el camino del Vaticano I. El Poder del No-poder.
Muchos «padres» del Vaticano I no podían sospechar las implicaciones de su propuesta, pues seguían ligados al modelo constantiniano… y a los modelos de autoridad absoluta del siglo XVIII (reyes absolutos)…. y de los poderes absolutos del entorno social. Frente al deseo de los poderes político-militares que quieren hacerse absoluto, la Iglesia descubre que el único poder absoluto es el amor que se entrega, es la renuncia al poder…
Externamente hablando, los padres del Concilio Vaticano I estaban montados sobre la ola del poder y ‒en contra del poder político militar o económico‒ dijeron que el poder supremo era el poder del amor de Jesús que entrega la vida por los demás… añadiendo que ese es un poder concreto, que está en la Iglesia y que puede reflejarse en el papado.
Potestad del Papa, potestad de la Iglesia.
Ese poder de amor del Papa es el mismo poder de Jesús. No es un poder de mandar, ni de ordena jurídicamente nada, sino el reconocimiento del poder del amor, de la potestad suprema que consiste en dar la vida por los demás (¡ése es el poder de Dios, ése es poder de Jesús, ese ha de ser el poder del Papa en la iglesia, si es cristiano!).
El Papa no tiene un poder distinto, sino el Poder de la Iglesia (in Ecclesia…), el poder de animar en el amor, de dar la vida por los demás. Sólo ahora, pasados varios lustros, al comienzo de una nueva etapa católica, podemos interpretar sus palabras en sentido cristiano. Ciertamente, el Concilio declaró que la autoridad papal no depende de la aprobación anterior o posterior de los concilios, sino del mismo Jesús (Denz-H., num. 3063).
Papa y Concilio, Papa y cristiano
Esta afirmación, que parece contraria a la visión sinodal de las iglesias de oriente y de algunas propuestas del concilio de Constanza, es ambigua, porque Papa y Concilio no pueden oponerse, pues de hacerlo hicieran perderían su raíz cristiana. Pero, al mismo tiempo, ella resulta esencial, porque destaca la autoridad de la gracia, frente a la posible imposición de unos pocos, que serían más dignos (conciliarismo), o del conjunto del pueblo (más fuerte).
La iglesia no es olig-arquía (mandato de algunos mejores), ni demo-cracia (poder o imposición de una mayoría), pues su autoridad no proviene de una «arjé» (primado: cf. Mc 10, 42) o de un «kratos» (poder), sino que es siempre y directamente «gracia», tanto en el Papa como en el Concilio, una gracia que se encuentra vinculada por principio a todos los pobres y creyentes. Por eso debemos añadir que ella no es tampoco mon-arquía (mando de uno solo).
La distinción que el Vaticano I establece entre el Papa y el Concilio sólo se puede entender en un contexto donde se piensa que el Papa recibe de Cristo un poder de gracia (entrega de sí mismo), mientras que el Concilio por sí mismo sólo tendría un poder de dominación, que se define y ejerce por voto y triunfo de la mayoría. Pero podemos y debemos superar esa contraposición, como ha hecho al menos implícitamente el Vaticano II, pues también los concilios (y el conjunto del pueblo cristiano) pueden y deben ser signos de Gracia, mientras que el Papa podría convertirse en portador de dictadura anticristiana.
Ni el Papa ni el Concilio importan por sí mismos, sino la gracia del Dios de Jesús entendida como principio de comunión y solidaridad, empezando por los pobres, a través de la iglesia. Como han mostrado las controversias posteriores a Nicea y Calcedonia (en los años 325 y 451), el sentido de un Concilio sólo puede comprenderse teniendo en cuenta su recepción, en línea de evangelio. En ese aspecto, el sentido del Vaticano I depende de la forma en que se acojan sus formulaciones, como aquí intentamos mostrar.
Papa y Concilio (Papa y cristianos, Papa entre los cristianos)
De esa forma, en contra de una lectura literalista del Vaticano I, podemos afirmar que la autoridad de la Iglesia (Papa, concilios y pueblo cristiano) es «plena, suprema, inmediata», siempre que sea cristiana, es decir, que renuncie a toda superioridad e imposición, mando y jer-arquía (sea en línea de mon-arquía o de olig-arquía), porque es la autoridad de los pobres, a quienes pertenece el evangelio, es decir, el futuro de la vida; es la «potestad de la pobreza», es la unidad de los excluidos y rechazados, a los que Cristo ha llamado, porque son hijos de Dios para formar una familia donde todos son hermanos, hermanas y madres, sin que haya un padre humano (patriarcalista) por por arriba (Mc 3, 31-35; Mt 23, 9).
Si un Papa pretendiera ser más que el resto de los fieles no sería cristiano. Muchos afirman actualmente que Cristo es Hijo de Dios, pero de tal forma que todos los somos con él, pues él no ha reservado nada para sí. De manera concordante, podemos añadir que el Papa tiene «potestad plena, suprema e inmediata» siempre que la comparta con todos los hombres, dentro de la iglesia, en una historia de gracia donde el supremo poder pertenece a los pobres y a aquellos que les sirven. Si alguien atribuyera al Papa un poder que no puede atribuirse a los restantes cristianos (a los hombres), empezando por los pobres, le haría mayor que Cristo, impidiéndole ser cristiano.
Aplicamos al Papa un modelo que suele aplicarse a los «dogmas» católicos marianos, pues cuando se afirma que María es Inmaculada y Asunta al cielo se está diciendo de ella algo que corresponde a todo el pueblo cristiano.
Conclusión. El Papa tiene la potestad suprema. Comienza el Via-Crucis.
Pero esa potestad “suprema”, que es poder del amor, la tienen todos los cristianos: Tienen el poder de dar la vida, de vivir en gratuidad, de regalar lo que son… Como signo de ese poder de cada uno de los cristianos y de todas las iglesias puede mostrarse el Papa, que no tiene una autoridad distinta, sino que es signo de la autoridad de todos.
En ese sentido he presentado como primer signo de la autoridad del Papa la imagen de Jesús condenado a muerte por las autoridades sacrales y políticas del tiempo (Sacerdotes de Jerusalén, Soldados de Roma…), conforme a la visión de Pérez Esquivel, cristiano y Premio Nobel de la Paz, de Argentina, tierra del Papa Francisco.
Bibliografía
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