Despues de la tormenta: Repensar el cristianismo (Fernando)

Presentación
He publicado en este blog un par te textos sobre la "posible" condena de la teología de J. Sobrino, poniendo de relieve los aspectos eclesiales y dogmáticos del tema. Ahora, después que la condena ha quedado en "notificación", entre las respuestas y comentarios que han ido apareciendo en este blog, quiero destacar las de Fernando, amigo y conocido de todos, publicó el día 10 de este mes de marzo. Fernando es teólogo, pero es casi más filósofo y analista de las religiones. Lo que él dice me parece básico para entender el problema que está en el fondo de la discusión sobre a J. Sobrino.
Nos hallamos ante un tema clave de la teología y de la experiencia eclesial. Está en juego mucho de lo que parece, incluso más de lo que dice la Notificación del Vaticano. La respuesta del Magisterio refleja la hondura del problema, aunque para muchos no sea la definitiva, ni la más adecuada en ese momento. Para seguir pensando, en profundidad, ofrezco la propuesta dialogante y cristiana, muy cristiana y muy calcedonense, de Fernando. Gracia. Suyo es todo lo que sigue.
Un pensador habla del Concilio
Yo no soy especialista en cristología, y por tanto sólo hablo de lo que percibo. No voy a entrar en discutir si la cristología de Sobrino merece o no reprensión y condena, dado que no la conozco tanto como para adjudicar censura o aplauso. En eso ni soy tan sabio ni tan temerario. Pero cosas que aquí se han comentado sobre «doctrinas erróneas», «tradición», «cosas criticables», etc. me ha hecho pensar. Y Xabier de paso introduce las formulaciones de Calcedonia achacándoles ese lastre helenista, circunstancial por tanto, que impiden avanzar en posteriores desarrollos. Para él, el discurso de Sobrino va en esta línea, pero se ha visto no refrendado por Roma.
¿Un sello de catolicidad?
¿Podría entonces decirse de estos nuevos discursos cristológicos que son una «cristología no católica»? Creo que ninguno de los aquí presentes, ni siquiera aquellos que habitan junto a las orillas del Tíber, pueden alegremente colocar el sello de no catolicidad a alguien que intenta explicar, a lo mejor de forma novedosa y/o dudosa, no lo sé, cosas que son patrimonio de la Iglesia pero que abarcan más de lo que la propia Iglesia es. Ser no-católico es ciertamente sencillo definirlo, pues muchos por nacimiento o por voluntad ni son ni quieren serlo, y es suficiente entonces negar dicha identidad. Ahora bien, ser católico en positivo no basta sólo con aplicar el sello de obediencia a Roma, pues se puede ser obediente al Papa y proceder de modo a-católico, es decir, sectariamente, y discutir a Pedro y saber ser católico y apóstol en plenitud, como hizo Pablo en Antioquia, según Ga 2,11-14.
Pero no quiero enredarme en esta consideración. Entiendo que estamos en un momento interesante aunque complejo, que a muchos les hace recelar, y que afecta directamente a la consideración de los principios dogmáticos cristianos. ¿Puede decirse algo de Jesús como Cristo, más allá de los planteamientos tradicionales o, por el contrario, lo que se ha afirmado es un límite que no puede traspasarse con riesgo de perderse en la herejía? Estos son términos graves, no lo dudo, y por lo mismo pueden ser usados de forma poco juiciosa.
Éfeso y Calcedonia
La teología como ciencia es falible, pero siendo falible habla de los tiempos en los que una sociedad religiosa le bastaba guardar simplemente lo heredado, como sucedía antaño, pero también de aquellos otros tiempos en los que este simple «guardar» debe plantearse con inteligencia, como creo que sucede ahora.
Temo que en las conciencias religiosas de muchos, este «guardar» teológico se está limitando a simple repetir, cuando precisamente aquellos que formularon todas las bases dogmáticas de la cristiandad, incluida Calcedonia (aunque más en periodos previos), se arriesgaron a ir más allá de lo que su entorno teológico les proporcionaba. Leyendo el voto o fórmula calcedoniense del 451, ya que Xabier lo ha mentado, se dice generalmente que sus palabras traslucen una idea de límite que no es posible superar. Ese concilio advirtió que nadie debía profesar otra fe distinta ni escribirla ni enseñarla ni «componerla» (syntithénai), y es obvio que tenía como misión poner barreras a las terribles tensiones teológicas que hubo en su tiempo, como fue el famoso sínodo de Efeso del 449, también conocido como el «Latrocinio de Efeso», donde hubo incluso uso de armas.
Calcedonia habla, como todos sabemos, de un singular, Cristo, singular universalizable al que se le confiesa doble naturaleza, divina y humana, consustancial a ambas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. Su unión, dice el concilio, no suprime la diferencia de ambas naturalezas sino que ambas confluyen en una sola identidad o constitución (prósopon) y en una sola capacidad de acción (hypóstasis) o «persona». Detrás de todo esto, ¿qué hay? Lo que otras muchas religiones dijeron, pienso yo, pero con sus propios mecanismos teológicos: que lo que predicamos de eso que llamamos Dios «ESTÁ» inserto, ensamblado, arraigado en la realidad.
Teología y religión precalceonense
Pre-calcedoniense es el modo cómo el paganismo vio a las divinidades “insertadas” e “insertantes” en la estructura del mundo, eso sí, como genealogías, procedencias, emanaciones, relaciones y pugnas, que explican el universo como orden y tensión, sin confusión pero con trabazón más o menos sistemática. Pre-calcedoniense es el modo cómo el mundo judío representa a Yahvéh apelando a su propia condición de Dios que «ESTÁ» comprometido, volcado, prendado (Dt 7,2) inseparablemente de ese Israel que jura (acepta) y proclama (confiesa) que es el Dios verdadero y el Dios fiel, su doble naturaleza [judía]. Pre-calcedoniense, en suma, (de modo puramente lingüístico) es lo que dice el mismo Jesús del perdón, de la misericordia, de la justicia, pues el Padre «ESTÁ» perdonando, inscrito, preocupado, produciendo, cuando el hombre perdona (Mt 6,14-15), con el riesgo obvio que ello conlleva, pues en la cascada de las recepciones que se hace en nombre de Jesús (Mc 9,37), su misma trabazón diferenciada pero concluyente puede quebrarse por voluntad propia: si no recibes al hombre, en Mc un niño, no recibes a Jesús ni recibes a Aquel que lo envía. Tremendo y novedoso para su tiempo.
Todo esto está muy bien, y cada sociedad ha comprendido el «ESTAR» de Dios de forma, repito, que puede ser encajada en clave terminológica calcedoniense. Guardemos por tanto esto. Pero Calcedonia no basta si sólo nos quedamos con la simple consideración de sus términos, muy helenistas sin lugar a dudas, como dice Xabier, pero que quieren, quién sabe si torpemente, descubrir que el «ESTAR» de Dios desde Jesús va mucho más allá que la solución equilibrada de las propiedades de cada naturaleza. Si sólo viéramos esto y nada más que esto, guardaríamos ese mensaje sin inteligencia. ¡Sería permanecer en la contabilidad de las palabras y no a donde éstas pretenden llegar!
Un cristianismo calcínense. El estar de Dios con el hombre
¿Y cuál es, según creo, este punto de llegada? Probablemente los límites de Calcedonia, como otras tantas fórmulas antiguas, sólo sirvieron para predicar, contando con sus circunstancias históricas, lo que mínimamente podía decirse de ese singular Jesús reconocido y confesado como “Cristo”, perfectamente ensamblado en lo que llamamos Dios. ¿Pero nada más? Me arriesgo a afirmar que conservando lo que dice Calcedonia, se puede dar un paso más, eso sí, con la intuición e inteligencia que el mismo Jesús parece desplegar ante todo lo que le rodea, lo que constituye lo verdaderamente cristiano y “católico”, sin menoscabo de que se le considere más o menos inteligente por confesarle Dios. Jesús en los evangelios dice que sí, que Dios «ESTÁ» en los bienaventurados y en los pequeños, que se le «DESCUBRE» en las parábolas y en los milagros, que se le «LLAMA» en la oración, etc., y en él mismo, como la Iglesia va comprendiendo en asomos teológicos a lo largo del NT y sobre todo después.
Pienso que las nuevas teologías, de existir, van a tener que plantearse algo realmente radical y que se atisba en la propia predicación de Jesús: y es que el «ESTAR» del Dios con el hombre y del hombre con Dios, como decía Calcedonia, supera los límites terminológicos de esta fórmula para decir que todos, de alguna manera, «ESTAMOS» con diferencias y uniones, con todos los demás y con el mismo Dios, para unir, enlazar, acercar, y no separar, condenar o menospreciar en Jesús. Y ello sirve, pienso, para desvelar el entronque válido de la confesión en Jesús para tiempos en los que se profesan fes distintas, se escriben de muchas maneras, se componen, sienten y enseñan a los demás unos mismos barruntos sobre el «ESTAR» de Dios que no están filtrados por los capítulos teológicos de los viejos o nuevos concilios cristianos.
Termino. Superar no es obviar; superar no es cegarse ante lo primero que a uno se le ocurre; superar es saber que ya no basta con afirmar de ése que se llama «Jesús» tal o cual cosa. Ahora toca algo más importante: que hay tal vez, haciendo un pequeño paralelismo con Mt 13,32, muchas “aves del cielo”, muchos hombres y mujeres, que quieren venir y anidar en sus ramas, de forma extraña, imprevisible, casi precaria, y que tal vez los suyos “no les recibieron”. Si hay fidelidad a Calcedonia, hay fidelidad a este espíritu. Si hay un entendimiento profundo de Calcedonia con el fin de superar sus límites terminológicos, uno se expone al riesgo de que recibir es transmitir al mismo Jesús sin partir, dividir, confundir, separar, suprimir, lo que a mi entender casi nadie sabemos hacer.