Dom 1.7.12 Dos mujeres, una libertad 2. Talita kum, levántate mujer

Una vez que el Archisinagogo y los discípulos de Jesús han visto lo que ha hecho con la hemorroísa pueden acompañarle para curar (resucitar) a la niña enferma. Sólo en este momento retoma Marcos la historia anterior, de un modo abrupto: Vienen los emisarios de su casa y anuncian al padre que su hija ha muerto, pero Jesús le pide que no tema, sino que tenga fe (diciéndole así, en el fondo, lo mismo que decía a sus discípulos en medio de la gran tormenta del mar: Mc 4, 40).
Así aparece el evangelio como experiencia de liberación y vida para la mujer (para las dos mujeres, una mayor-hemorroísa, una menor que parece anoréxica....). Pero la mujer no se puede curar ella sola... Para que se curen tienen que curarse los hombres que la tienen sometida... y de un modo especial el archisinagogo, que parece bueno, pero que no la deja crecer.

Dejar que la mujer sea, que viva en salud, que crezca como ella desee... éste es el tema del evangelio de este domingo, del evangelio de Jesús. Y para que se cumpla esta buena noticia tienen (tenemos) que cambiar muchos archisinagogos, agazapados en palacios episcopales y en curias donde se decide el pensamiento de la iglesia.
Seguimos estando ante una iglesia de archisinagogos... que tienen miedo de que la mujer sea libre y que crezca... Lloran, lloramos, con lágrimas de cocodrilo, por un mal que nosotros mismos (varones eclesiásticos) motivamos..., como sabía Sor Juana Inés. Dejemos que las mujeres vivan, que sean ellas mismas... Después, cuando ellas sean, podremos dialogar con ellas para bien de de todos, para bien de la vida.
Buen fin de semana a todos.
5, 35-40a. La hija del Archisinagogo
Mc 5, 35 Todavía estaba hablando cuando llegaron unos (de casa) del Archisinagogo diciendo: Tu hija ha muerto; no sigas molestando al Maestro. 36 Pero Jesús, que oyó la noticia, dijo al Archisinagogo: No temas. Sólo ten fe. 37 Y no permitió que nadie le acompañara, sino sólo al Roca, a Jacob y Juan, el hermano de Jacob. 38 Y llegaron a casa del Archisinagogo y, al ver el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos, 39 entró y les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto, sino que duerme. 40 Pero ellos se burlaban de él.
La curación de la niña (iniciado en Mc 5, 21-24a) había quedado retrasada por el “toque” de la hemorroisa (cf. 5, 24b-34) y pudiera parecer que ese incidente ha causado su muerte (5, 35), pero el relato de Marcos indica que es todo lo contrario: La curación de la mujer con flujo de sangre nos permite entender la nueva curación de la niña. La hemorroísa llevaba doce años encerrada en su flujo constante e "impuro" de sangre menstrual (5, 25). Doce años de vida infantil ha recorrido la niña (5, 42), hallándose segura y resguardada, en el espacio de máxima pureza de Israel (la casa de un archisinagogo), hasta que, al descubrirse mujer, con el primer ciclo de sangre menstrual, ella “decide” apagarse por dentro (o descubre que se apaga); no tiene sentido madurar en esas circunstancias .
Son muchas las mujeres que han sufrido y sufren al llegar su ciclo: pueden sentir el temor de su propia condición; su cuerpo deseoso de amor y maternidad se descubre amenazado por la ley de unos varones (padres, posibles esposos) que especulan sobre ellas, convirtiéndolas en rica y frágil mercancía. Así se siente objeto de posesión y deseo de unos hombres que no las respetan, ni dejan que vivan en libertad. Así podemos decir que esta niña no se atreve a recorrer la travesía de su nueva feminidad, sintiéndose víctima de su propia condición de mujer en un mundo de varones, bajo las leyes sacrales de su sociedad.
Podemos suponer que hasta entonces había sido feliz, niña en la casa, hija de padres piadosos (sinagogos), resguardada en el mejor ambiente. De pronto, al hacerse mujer, se siente moneda de cambio, objeto de deseos, miedos, amenazas, represiones, y así empieza a sufrir en su cuerpo adolescente, un cuerpo que debía hallarse abierto hacia la vida, un terror de muerte, que sienten de forma especial cierta mujeres marginadas: hemorroísas, leprosas... Por su misma condición de niña “madurada” empieza a recorrer una travesía de muerte .
Ese pasaje nos sitúa en el centro de una crisis familiar y, por ahora, el texto no nos dice nada de la madre (que aparecerá al final, en 5,40), mostrando así que la situación de la niña depende del padre, que es capaz de dirigir una sinagoga (ser jefe de comunidad), pero no puede ofrecer compañía, palabra y ayuda, a su hija. Por eso, el verdadero milagro de Jesús empieza con la conversión del padre, que debe transformarse, a través del testimonio de la hemorroísa, a fin de acoger y educar a la hija para la vida y no para la muerte.
Los enviados de la familia dicen al padre que la niña ha muerto, y le piden que deje en paz a Jesús, a quien definen como Maestro (didaskalos), suponiendo que es capaz de enseñar, pero incapaz de dar vida a los muertos. Pero el Jesús Maestro, que venció la amenaza del viento y el riesgo de muerte del mar (4, 38), librará a la niña; y por eso dice al padre que no tema, sino que crea (5, 36), como había dicho a los discípulos miedosos, en medio de la tormenta (4, 40).En el “milagro” anterior, era la hemorroísa la que había empezado a creer, como le había dicho Jesús: ¡Tu fe te ha salvado! (5, 34). El que ahora ha de creer es el padre, que entra con Jesús en la habitación de la niña “muerta”, acompañado por los tres discípulos de Jesús (5, 37) y por la madre de la misma niña (5, 40), pues el milagro será un acontecimiento de fe compartida, en comunidad.
5, 40b-43. Talita koum. Un silencio que habla
Pero él, echando fuera a todos, tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los que estaban con él, y entró a donde estaba la niña. 41 Y agarrando a la niña de la mano y le dijo: Talitha koum, que significa: Niña, a ti te hablo, levántate.42 Y de pronto la jovencita se levantó y echó a andar, pues tenía doce años; y ellos quedaron inmediatamente fuera de sí, con gran admiración. 43 Y él les insistió mucho en que nadie lo supiera y les dijo que le dieran de comer .
a. Un signo eclesial.
Jesús ha dicho al padre que tenga fe, mandando callar a plañideros y profesionales de la muerte, para entrar en la habitación de la niña, con el padre y la madre y con los tres discípulos citados. Antes sólo parecía importar el padre, pero ahora, una vez que el padre ha hecho la “travesía de la fe” con la hemorroísa, resulta importante la madre.
De la madre y hermanos (sin padre) trataba 3, 31-35; pues bien, la madre aparece aquí (al lado del padre “convertido”) al servicio de la vida de la niña, con Jesús y sus tres compañeros (representantes de la comunidad cristiana). De esa forma, junto al padre (que no actúa ya con poder patriarcalista) tiene que hallarse también la madre, que tiene necesidad de convertirse (como el padre), porque se supone que ha tenido siempre una función positiva en la maduración de la niña/mujer .
-- Jesús toma consigo a tres discípulos (Pedro/Roca, Jacob/Santiago y Juan: 5, 37.40). No van como curiosos, ni están allí de adorno. Son miembros de la comunidad o familia cristiana que ofrece espacio de esperanza y garantía de solidaridad a la niña hecha mujer. Significativamente son varones, pero ahora penetran como humanos (respetuosos, deseosos de vida, no dominadores) en el cuarto de una enferma que se desliza hacia la muerte, está muriendo, por miedo a los hombres. Su presencia convierte este pasaje en sacramento eclesial: superando un tipo de sinagoga judía (donde la niña parece condenada a morir) emerge aquí, con el Archisinagogo y su esposa, una verdadera iglesia humana donde la niña puede hacerse mujer en gozo y compañía .
-- Jesús agarra con fuerza (kratêsas) a la niña y dice ¡talitha koum! niña levántate (5,41). Él sólo puede realizar gesto ahora, cuando se encuentra acompañado por el padre “convertido” y por la madre y los tres discípulos, que forman comunión de humanidad, de iglesia. Para lo que Jesús quiere ahora (y para lo que necesita la niña) no basta un toque suave (como en el caso del leproso: 1, 41), sino una mano que agarre con fuerza y eleve (como elevó a la suegra de Simón: 1, 31), rescatando a la niña del lecho en que había comenzado a quedar, yaciendo para siempre. Es un gesto con palabra y por eso le: ¡Egeire! ¡Levántate-resucita!
− Y de pronto la niña se levantó y comenzó a andar, pues tenía doce años. No basta el “gesto” de Jesús, que le toma de la mano y le dice que se ponga en pie. Es igualmente necesaria la acción de la niña, que escucha la voz del Mesías y cree, que se deja tomar de la mano, poniéndose en pie y caminando. Nadie le había tomado de esa forma, dándole fuerza para vivir. Lo ha hecho Jesús, después de haber “cambiado” a su padre, y de entrado en su habitación de niña con tres hombres, que no están aquí como un adorno del texto, sino que son el mejor testimonio de una humanidad distinta, de una iglesia donde ella puede ser reconocida y crecer, pasando de niña a mujer, siendo, al mismo tiempo, acogida por el padre y por la madre .
‒ Frente al llanto funerario que celebra la muerte (5, 38-40) se eleva Jesús como dador de vida y promesa de pascua, en un camino abierto hacia su resurrección. El verbo que emplea, diciendo a la niña egeire (levántate/resucita) es el mismo que dirá el joven de la pascua, cuando anuncie a las mujeres que Jesús êgerthê, es decir, ha sido levantado/resucitado por Dios (16, 6). Nos hallamos ante un milagro de humanidad, ante un anuncio de resurrección o pascua. El tema de fondo no es un hecho externo (si Jesús “resucitó” de hecho a una niña muerta o semi/muerta), sino una confesión básica de fe y humanidad. El tema es si Jesús tiene el poder de la resurrección, no sólo en la vida del futuro (tras la muerte), sino para esta misma vida, de manera que las hijas de los archisinagogos (y de otros semejantes) puedan vivir.
‒ La niña se levantó, a sus doce años, poniéndose a caminar, en sentido simbólico y real. Parece que se había negado a la vida. Ahora la acepta, y comienza la travesía de su vida adulta, de la mano de Jesús, ante los tres discípulos y los padres. El texto dice expresamente que se puso a caminar “pues tenía doce años”. Eso significa que, si antes no caminaba, era porque en un sentido muy profundo “no quería”, no tenía fuerza, no se sentía animada y respaldada. Ahora puede y debe hacerlo de un modo distinto y maduro, como “mujer de doce años”, porque Jesús le ha tomado de la mano y le ha dicho que se levante. Como he dicho ya, esos doce años evocan el tiempo de su primera menstruación y están vinculados a los doce años de “enfermedad” de la hemorroísa. En el fondo, la enfermedad de las dos mujeres es la misma. Y también es la misma la salud que Jesús les ofrece: la vida en plena humanidad.
− Y (Jesús) dijo que le dieran de comer (5, 43). Todo nos permite suponer que esta petición se dirige a los padres (¡padre y madre!), a quienes Jesús “entrega” de nuevo a la hija, hecha una mujer, como persona libre que ha empezado a caminar y que puede hacerlo por sí misma, sin miedo, en un contexto de apertura a otros hombres (como los tres discípulos). En un sentido, con algo de imaginación, se podría suponer que la niña sufría de anorexia, se negaba a comer (o no podía); ahora podrá hacerlo. Como hemos visto ya, el movimiento de Jesús no es “religión de ayuno”, sino de comida compartida (cf. 2, 18-22). Tampoco esta niña/mujer tiene que ayunar, sino comer para vivir. Además, ese gesto de comer puede y debe entenderse como prueba de que la “resurrección” de la niña es real, que ella no ha vuelto a la vida como un fantasma, sino en carne y hueso .
Éste es un milagro eclesial, algo que Jesús realiza sólo delante de cinco personas. Todos los demás han quedado fuera. Jesús ha “resucitado” a la niña y pide a los suyos que le den de comer, pero a ella no le dice nada. No tiene nada que añadir: no le da consejos, no le acusa o recrimina. Es claro que las cosas (las personas) tienen que cambiar a fin de que ella viva, animada a recorrer un camino de feminidad fecunda, volviéndose cuerpo que confía en los demás y ama la vida. Tienen que cambiar los otros… y ella también tendrá que cambiar, pero Jesús confía en ella, no le dice nada, sino sólo, implícitamente, que se deje alimentar (que acepte la comida y viva).
b. Un mandato de silencio.
A la mujer hemorroísa Jesús le pedía que dijera “toda la verdad” (que tomara la palabra ante la asamblea de la calle), añadiendo después: ¡Vete en paz! ¡Sé tú misma y vive! A la niña renacida, hecha mujer, Jesús le deja que ande por la habitación, sin pedirle nada, limitándose a decir a sus padres que le den de comer, es decir, que le fortalezcan para que pueda ser ella misma, y hacer después lo que ella decida. De esa forma, en el comienzo de la Iglesia, allí donde por vez primera asisten a Jesús Roca-Jacob-Juan, discípulos fundantes de la comunidad, hallamos una escena familiar: lo que importa es conseguir que esta niña viva, que crezca sin miedo, se vuelva persona .
En ese fondo se inscribe la reacción de los presentes, que ha de entenderse en un fondo eclesial. El texto dice que quedaron “fuera de sí”, con una especie de admiración o éxtasis grande (exstasei megale), que debe compararse con el temor y el éxtasis (¡la misma palabra, ekstasis), de las mujeres de la tumba vacía, que escuchan el mensaje de la resurrección de Jesús (16, 8).
En ambos casos nos hallamos ante una “superación” de la muerte. La resurrección de Jesús (Mc 16) se expresa y “anticipa” de esa forma en la resurrección de esta niña (5, 35-43). En ambos casos estamos ante un mismo ékstasis, es decir, una experiencia de ruptura y de admiración sagrada, que va más allá de toda la lógica de este viejo mundo, dominado por la ley y por la muerte. Nos encontramos, sin duda, en un mismo entorno cercano de iglesia, representada por los que rodean a la niña, con los padres y los discípulos de Jesús (mientras los de fuera “celebran” de formas distintas la muerte, con lamentaciones, sin darse cuenta de que ha irrumpido el poder de la vida, para esta niña, para todas las mujeres, para la humanidad en su conjunto).
Desde aquí debe entenderse, en contextos distintos, el motivo del silencio.
(a) En un caso (5, 43) Jesús conmina a los cinco (padre-madre, tres discípulos) que no digan nada, para que nadie conozca lo sucedido, pues la resurrección sólo se entiende desde una perspectiva pascua, dentro de una comunidad creyente, conforme a la más honda “disciplina de arcano”, que sólo puede proclamarse a todos tras la pascua.
(b) Por eso, en el otro caso, en 16, 7, Jesús piden a las mujeres que digan lo que ha pasado, que proclamen la pascua y resurrección de de la vida… aunque ellas guarden silencio, como tendrá que ponerse de relieve en el comentario al final del evangelio. Parece claro que ambos mandatos de silencio pueden relacionarse.
A la mujer de flujo “impuro”, Jesús le he dicho que lo cuente todo, porque su “curación” (su valor como mujer) debe saberse en todas las plazas. Por el contrario, a los testigos de la resurrección de la niña (con hondo sentido simbólico, que sólo se entiende tras la pascua) les pide que callen. La hemorroísa se encuentra en la línea del geraseno (que también debía contar lo que el Señor había hecho con él, en tierra pagana: 5, 19-20). Por el contrario, los testigos del “milagro” de la niña deben callar, pues ella es signo del mismo Jesús, y su milagro sólo se entiende en un trasfondo de pascua.
Lógicamente Jesús manda a los testigos del “milagro” que guarden silencio (5, 43), pues no ha llegado aún la pascua, aunque es evidente que la “resurrección” de la niña no puede silenciarse en plano histórico, porque la ciudad es pequeña y son muchos los que aparecen implicados en el hecho, empezando por los plañideros. Sea como fuere, Marcos no se dice si los “asistentes” callaron o narraron lo sucedido. Pero al final (16, 7), Jesús quiere que todos conozcan y reciban la gracia de la resurrección, porque el mensaje de pascua ha de extenderse como evangelio a todos los seres humanos (cf. 13, 10; 14, 9); se trata de un mensaje que sólo estas mujeres de la tumba vacía, que han pasado de ser plañideras a mensajeras de vida, pueden y deben proclamar, unas mujeres liberadas, como la hemorroisa y la hija del archisinagogo, que son testigos de la nueva libertad y vida de Jesús .
En un relato posterior (Mc 14, 3-9), Jesús dice que en todos los lugares donde se anuncie el evangelio se dirá lo esta mujer ha hecho (la mujer de la unción), “para memoria de ella”. Pues bien, con esa mujer de la unción (y con las mujeres de la tumba vacía de 16, 1-8), han de recordarse estas dos mujeres de Mc 5, 21-34, que han sido resucitadas por Jesús para la vida, pues entre ellas se establece una profunda relación de palabra y silencio.
(a) Una palabra bien dicha. La mujer hemorroísa debe contar y ha contado a todos los que con ella ha pasado, el poder de curación y de vida de Jesús, que no se expresa en una resurrección al “más allá”, sino en una sanación que se expresas en el más acá, par la palabra y la vida (5,33-34). De igual forma ha contado la mujer de la unción, diciendo ante todos el sentido de la muerte y de la pascua de Jesús, de manera que su gesto se anunciara en todo el mundo, como gesto de evangelio (cf. 14, 3-9). Estamos, por tanto, ante un signo de poder creador de las mujeres, portadoras de la Palabra, creadoras de evangelio.
(b) Una palabra madurada en el silencio. Por el contrario, en 5, 43, Jesús dice a los testigos de la resurrección de la niña que no digan nada a nadie, que no expongan el “milagro” ante la curiosidad de la gente, sino que dejen que ella crezca y se haga mujer en un gesto de paz. Es como si Jesús supiera que hay ciertos “misterios” (y entre ellos, la pascua de la vida) que exigen una maduración de silencio para fructificar. En ese contexto puede situarse el silencio de las mujeres de la tumba vacía (16, 7-8), que empiezan huyendo por miedo ante lo desconocido. El encuentro con el Jesús pascual (la tumba vacía) las saca fuera de sí, no dejándoles “decir”. Pero es evidente que, no pudiendo, ellas “han dicho”, pues por ellas se ha extendido el evangelio de la pascua de Jesús, un evangelio centrado en esta niña de 5, 35-43, que ha descubierto que ella no ha nacido para morir, sino para crecer y vivir, en este mundo.
Desde ese fondo podemos entender mejor la relación entre estos pasajes de mujeres (5, 21-43; 14, 3-9; 16, 18), pues en ellos se expresa “toda la verdad”, es decir, la riqueza del evangelio de Jesús. En el caso de la hemorroísa había llegado el momento urgente de contar, ante todos los hombres y mujeres de la plaza (5, 33-24), porque la mujer no puede vivir sometida como ella bajo el yugo (flagelo) ese ese tipo de “enfermedades impuestas por los sacerdotes”. Había llegado, por tanto, el momento de contar y de marcharse, ante todos, con un gesto de libertad conquistada. Hay exigencias que no se pueden callar, hay opresiones que se deben superar desde este mismo momento de la historia, dejando que la mujer cuente su palabra, exponga su historia de opresión en la gran plaza del mundo, por encima de las leyes que se imponen sobre ellas, para provecho de los opresores.
Pero en el caso del archisinagogo nos hallamos ante un “misterio y programa” más hondo de transformación personal (femenina, pero también masculina) que sólo puede iluminarse con la pascua de Jesús. Sólo desde la meta de ese camino de pascua (tal como lo ha expresado la mujer de 14, 3-9) se puede afirmar y se afirma que el hombre (el ser humano, varón y mujer) puede liberarse de la muerte; no es un ser para la opresión y el vacío, sino un ser llamado a la vida, en familia (con el padre y con la madre), en comunidad (con los discípulos de Jesús). Éste es el mensaje, ésta la tarea de las mujeres de la tumba vacía (16, 1-8), un mensaje que les ha dado gran miedo, pero que ellas han tenido que proclamar .