Dom 25.08.13 ¿Serán pocos los que se salven? Hacerse universales

a) Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos"; y él os replicará: "No sé quiénes sois."
b) Entonces comenzaréis a decir. "Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas." Pero él os replicará: "No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados."
c) Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos."
Éste es el evangelio, que quiero presentar brevemente… para detenerme después en la universalidad mesiánica del judaísmo y del cristianismo. Buen domingo a todos.
Breve comentario del evangelio
He dividido el texto en tres partes, que corresponden a tres temas:
a) Hay una puerta estrecha…precisamente para nosotros, los que llevamos siglos de cristianismo organizado y que, a veces, hemos confundido el evangelio con nuestras propias ideas y egoísmos de grupo (Jesús habla para algunos “judíos instalados” de entonces; el texto se puede aplicar a muchos cristianos instalados de ahora). Es como si la puerta del mensaje se nos cerrara precisamente a nosotros, los privilegiados de siempre.
b) Hemos comido contigo… No sé quiénes sois. Nos creemos privilegiados, comensales de Dios. Jesús nos respondo que no confiemos en eso, no nos confiemos por creer que somos privilegiados, dueños del evangelio. Nos hemos creído dueños del evangelio, nos hemos creído salvadores, nosotros, occidentales, de la gran Iglesia, del mundo civilizado, de la gran cultura.
c) Pero se abre una puerta anchísima: Vendrán de oriente y occidente. Cuando pensamos que todo está perdido, cuando el mismo Cristo del evangelio nos dice que tengamos cuidado… descubrimos que se abre una puerta ancha… Es la puerta de una misión distinta, de una experiencia en la que no habíamos caído. Esta puerta abierta expresa el misterio creador de Dios, que no se somete a nuestros esquemas, a nuestros modelos de Iglesia. Ésta es la puerta del evangelio.
1. AMPLIACIÓN A. JUDAÍSMO Y UNIVERSALIDAD
1. Politeísmo y monoteísmo. La religión de Israel es una religión particular, de un determinado pueblo. Pero, al mismo tiempo, ha querido ser y sigue siendo una religión universal: ofrece un mensaje de Presencia de Dios y de esperanza al conjunto de la humanidad. En ese sentido, los judíos son un pueblo especial, pero con vocación universal: Dios les ha hecho testigos y portadores de una revelación que se abre al conjunto de la humanidad; así quieren mantenerse separados, para ofrecer un fermento de esperanza a todos los hombres. Esta vocación de universalidad judía está vinculada a su visión del monoteísmo, es decir, a la unidad de Dios, que, siendo de ellos, Dios de Israel, es Señor de todos los pueblos.
Los dioses enfrentados del politeísmo parecen que reflejan una disputa por la posesión del espacio vital, en plano familiar y cósmico, político y social. Se ha dicho que el politeísmo expresa un signo de mayor tolerancia, pues deja a cada uno que escoja su propia forma de pensar y de vivir, pues hay lugar para todos. Pero en el fondo del politeísmo puede expresarse la lucha de poderes, con la victoria del más fuerte, que impone su forma de ser y su supremacía sobre los otros. El politeísmo puede ser un signo de la pluralidad violenta, dentro de un mundo sagrado que se concibe de acuerdo con las leyes del mercado: cada Dios tendría que encontrar su espacio vital en lucha contra los otros dioses. Tiene semejanzas con un mundo postmoderno en el que combaten las diversas ideologías, por vencer en la gran batalla de la vida. Estos son los dioses del mercado, en el que cada uno ofrece su propia mercancía, su forma de presencia, su medio de hacerse creíble y de conseguir devotos sobre el mundo. En el fondo, los dioses del politeísmo no son trascendentes; ellos expresan los diversos poderes cósmicos y vitales que se mantienen en lucha entre sí, porque unos se limitan con otros, pues ninguno es realmente infinito.
En contra de eso, el Dios monoteísta es universal: signo de la unidad y comunión de todos los hombres. Sin duda alguna, en un nivel externo, el monoteísmo bíblico se ha podido elaborar por adición, es decir, por identificación de Dioses antes separados (Yahvé y Él, Él Elyon y Él Shadai, Baal Berit y Sebaot) que han podido vincularse y se han vinculado para formar un único Dios, que toma el nombre básico de Yahvé. Pero eso no ha sido suficiente para suscitar el monoteísmo israelita, que nace de una experiencia distinta: la experiencia de la radical trascendencia de Dios, que no puede confundirse con nada del mundo. El monoteísmo y universalismo israelita nace de la experiencia del poder radical y universal del Dios Yahvé. Los dioses particulares ofrecen espacios de seguridad particular donde sus fieles pueden resguardarse, conforme a las diversas prácticas religiosas o experiencias legales. Por el contrario, el Dios de Israel no ofrece a los suyos ningún espacio concreto en el que sentirse seguros, sino que les abre a la visión universal de la historia, de la unión de todos los hombres del mundo.
El Dios monoteísta tiene que ser, por principio, universal, esto es, abierto a todos los humanos, a quienes ofrece un lugar en su vida infinita, acogiendo de un modo especial y paradójico (es decir, por contraste), en un espacio de amor más elevado, a los que en este mundo se encuentran expulsados del sistema (es decir, a los pobres y, más en concreto, a los pobres israelitas). En este contexto se plantea nuestro tema (universalidad). Los griegos, y sus sucesores escolásticos medievales, lo han planteado desde una perspectiva de conceptos, en una línea que acaba estando vinculada al conocimiento. Por el contrario, la tradición israelita lo ha vinculado con el dolor y el amor del ser humano (Job, Cantar de los Cantares); ella nos sitúa, desde Dios, ante la exigencia de crear una forma de comunicación que vincule a todos los hombres.
Israel: universalismo teológico, monoteísmo social. El descubrimiento de la unidad y universalidad de Dios viene a traducirse en la experiencia de unidad de todos los hombres. En principio, el Dios único y universal abre un espacio de vida para todos los humanos: es infinito, no está limitado por nada ni por nadie. Por eso puede ofrecer a todos un espacio de vida o existencia autónoma. Aquí se implica un riesgo y una tarea.
(a) Riesgo monoteísta. Se da allí donde una visión de Dios se exprese de un molo impositivo, negando así su potencial de trascendencia, como si fuera un esquema fijo que puede imponerse a todos a la fuerza. Al hacer eso, se confunde el monoteísmo de Dios con un tipo de monolatría particular.
(b) Tarea monoteísta. Consiste en expresar de forma concreta, en un modelo social abierto a todos, la riqueza del Dios infinito. Eso es lo que ha realizado Jesús, siguiendo las indicaciones de la tradición israelita. La universalidad del monoteísmo israelita no es de tipo teórico (en plano racional), ni se sitúa en el nivel del puro conocimiento. Tampoco empieza siendo universalidad política, expresado en forma de imperio mundial, como sistema de poder que se impone sobre todos los pueblos, sino que tiene un carácter testimonial y profético.
La universalidad de Dios no es algo que se consigue desde el triunfo de la propia idea o de la propia política sobre los demás, sino a través de la acogida y salvación de los exilados y derrotados, de los expulsados y oprimidos. El Dios Israelita quiere ser universal desde los pobres. Sólo de esa forma, la religión israelita, siendo particular (de un pueblo especial), quiere ser religión universal: ofrece el testimonio de la esperanza y salvación de Dios para todos los hombres. Por eso, el Dios de Israel es, al mismo tiempo, Dios de todos los pueblos, como lo muestra el símbolo de Sión, ciudad donde cabe, al fin de los tiempo, la totalidad de los hombres. Israel ha desarrollado la esperanza de que todos los hombres se unirán en su plenitud, de forma mesiánica, en Jerusalén, donde se aguarda la llegada de las naciones. Esa es una esperanza profética, vinculada a la → peregrinación escatológica (todos a Sión) y a la reconciliación pacífica de los pueblos (cf. Is 2, 2-4).
Esta universalidad sólo puede conseguirse a través de una experiencia de transformación en amor. Israel vendrá a mostrarse al fin como pueblo maestro, que no enseña a crear armas mejores a otros pueblos, para así ganar la guerra, sino a romperlas y fundirlas todas en Sión, superando de esa forma toda guerra. Israel ofrecerá de esa manera su enseñanza, sin ser más que otros pueblos, triunfará sin imponerse. No enseñará normas de separación nacional a los que distintos, sino que ofrecerá para todos unos espacios y normas de encuentro universal. En este contexto se sitúa el símbolo de Sión como signo y principio de universalidad, con sus elementos cósmicos, legales y apocalípticos: (a). Elemento cósmico. La más honda profecía de Israel expresa el mito de la reconciliación universal (Is 11: lobo y cordero se unirán), vinculada a la 'ley mesiánica', que permitirá superar en Jerusalén toda violencia. De esa forma se encarna en Jerusalén el mito de la reconciliación de los vivientes, asumiendo rasgos que aparecen en el fondo de Gen 1-2. (b) Transformación humana. El cambio cósmico se expresa en la transformación de los corazones de los hombres (Is 2, 2-4: de Sión saldrá la Ley, de las espadas forjarán arados). (c) Transformación escatológica. La historia humana, envuelta por los siglos en enfrentamientos y discordias, viene a convertirse en hogar de reconciliación, como muestran los diversos mitos de la reconciliación final de los → apocalípticos.
AMPLIACIÓN B. UNIVERSALIDAD CRISTIANA, CATOLICISMO
El cristianismo es una religión universal asumiendo de un modo mesiánico los principios del judaísmo. Jesús anuncia que ha llegado el fin de los tiempos, es decir, el tiempo de la salvación y comunión (fraternidad) entre todos los hombres y mujeres, entre todos los pueblos del mundo. Los principios de la universalidad cristiana siguen siendo la gracia de Dios (Dios que ama a todos) y la elección de los pobres, como mediadores de universalidad.
1. Universalidad y gratuidad.
Jesús se ha situado en el lugar donde → Juan Bautista proclamaba el fin del mundo viejo (cf. Mt 3, 7-12). Ciertamente, como todos los judíos piadosos, Juan y otros profetas hablaban de la gracia peculiar de Dios que había suscitado al pueblo en el origen de la historia. Pero ahora, por urgencia de la alianza («pongo ante ti lo bueno y malo, vida y muerte») y respondiendo a las categorías del → talión, Dios no tenía más remedio que venir con su justicia y sancionar al fin los males de la historia. La mentalidad de un pacto legal (talión) está determinada por las obras: di¬vide y distingue a los hombres de acuerdo a su conducta. En esa línea, desde la visión apocalíptica de Juan Bautista, se llega a un final insostenible: todo está perdido, no hay salida para el hombre. Pues bien, sobre un fracaso ya ratificado, ha proclamado Jesús la nueva acción creadora de Dios que perdona y vincula en amor a todos los hombres. Sobre el fracaso de un tipo de Israel que divide a los hombres por ley en buenos y perversos, Jesús pone en marcha un evangelio de nueva creación, de amor universal, por el que se cumple la esperanza de los profetas, de manera que puede recrearse el espíritu de la creación primera (de Gen 1) donde todos los hombres y mujeres de la tierra estaban vinculados desde el poder de la palabra de Dios.
El evangelio no es teoría sobre Dios, un modo más piadoso de entender sus atributos inmortales, sino fuerza creadora (cf. Rom 1, 16), que se anuncia y se realiza en la misma vida humana. Jesús pone a los hombres ante aquel nuevo comienzo en el que Dios ha decidido revelarse ya del todo y los humanos pueden encontrar su vida y rea¬lizarse en fraternidad universal. Un esquema de progreso idealista nos haría inter¬pretar la historia en forma de despliegue lineal: como un avance que va de lo imperfecto a lo perfecto. Desde el Antiguo Testamento a Cristo habría un desarrollo ascendente, en camino de espiritualidad siempre más honda. La misma diacronía progresiva de la historia bíblica vendría a mostrarse salvadora. Pues bien, en contra de eso el evangelio sigue aquí un esquema de contraste y salto.
La estructura de las obras (buenos y malos; talión y justicia) conduce a la muerte. Pues bien, sobre el fracaso de ese esquema, que partía de una forma de vida moralista, viene a desvelarse el rostro verdadero de Dios Padre, como fuente de amor universal, que vincula gratuitamente a todos los hombres. Dios no es Padre por debilidad, sino por energía creadora. No perdona por impotencia (porque todo da lo mismo) sino por super-abundancia de amor: asume nuestro propio camino de flaqueza y quiere recrearnos, de un modo gratuito, precisamente allí donde nosotros co¬rríamos el riesgo de «enfrentarnos para siempre, es decir, de destruimos, Dios nos vincula en amor. Por eso, la verdadera universalidad es gracia. En contra de eso, una forma de universalidad satánica (como la de las bestias de Dan 7 o Ap 13) terminaría destruyendo a los hombres. .
2. Universalismo y mediación de los pobres.
Un tipo de judaísmo ha destacado la importancia de la mediación nacional: los judíos han sido elegidos para trasmitir la salvación entre los hombres, como de manera ejemplar ha recordado Rom 2, 19-20, al decir que ellos se toman como «guías de los ciegos (gentiles), luz de los que están en las tinieblas, pedagogos de los insensatos, maestros de los simples...». Lógicamente, en esa línea, Cristo debería haber fortalecido la vida y enseñanza de los fieles de Israel, para hacerlos portadores de la salvación de Dios (como árbol bueno) para el resto de los pueblos. Pues bien, en contra de eso. Jesús no ha pretendido dar gloria a su pueblo: no le importa el triunfo y la pureza religiosa de los fieles (los judíos); no es nacionalista en ese plano. No ha querido crear una comunidad o pueblo (una iglesia) de gentes más valiosas que los demás. Conforme a su visión, los hombres no se escinden ya en judíos y gentiles. Por eso no hace falta convertir a los judíos a fin de que ellos sean luego guías, pe¬dagogos o maestros de los otros. Le interesan todos aquellos que se encuentran marginados, en pobreza, enfermedad o llanto. De esa for¬ma, al centrarse en los pobres. Jesús rompe los esquemas del nacio¬nalismo judío de su tiempo; de esa forma se hace universalista, de un modo gratuito, por encima de todas las filantropías egoístas.
Jesús no dice nunca que los pecadores, pobres o tullidos sean más perfectos o tengan méritos más grandes para hacerse así merecedores de la gracia. ¡Nada de eso! Ellos tampoco podían exigir la salvación o presentarse como justos. El evangelio no es sentencia judicial que ratifica la bondad de algunos hombres (bueno o malos) sobre otros, sino gracia que precede a todas las acciones: afirmación fundante del amor que Dios ofrece precisamente allí donde los hombres se en¬cuentran más perdidos (en enfermedad, pecado o muerte). No se trata, por tanto, de inversión de lugar o grupo humano. No es tampoco precedencia judicial de pecadores sobre justos o de pobres sobre ricos, porque entonces seguiríamos regidos por las leyes del mismo talión donde ha cambiado solo el orden de factores del conjunto. Lo que cesa y termina es el principio mismo del talión como justicia pactual, conmutativa. Dios no quiere a los hombres para premiarles o pedirles después alguna cosa, sino simplemente porque es bueno: es padre y goza dando vida en abundancia. De esa forma surge la universalidad que proviene de la gracia, desde los más pobres.
Dios se expresa según eso como agapé: amor activo que crea vida donde no hay vida y que suscita el bien de los necesitados. Solo allí donde se rompe el talión de la justicia puramente legalista, allí donde el amor supera la barrera de los méritos y normas judiciales, puede hablarse de los pobres como signo y lugar de la presencia universal de Dios a través de los pobres. No es que los pobres sean más, no es que ellos valgan por encima de los otros. La grandeza de su mediación consiste precisamente en que ellos trascienden toda forma de ley contractual. Ellos no pueden imponerse por contrato (por armas), pero Dios les ama simplemente porque están necesitados, en gesto de elección y entrega que desborda los esquemas de talión de la historia anterior. De esa forma se vinculan la gracia creadora más intensa de Dios (que ama porque quiere) y la pobreza de los hombres que, no siendo ni pudiendo exigir nada, se descubren amados, liberados, trasformados de un modo gratuito. Precisamente, en la pequeñez de esos hombres rechazados por todos los sistemas sociales, religiosos y morales de la tierra, podemos descubrir la trascendencia de Dios como principio de amor gratuito, fundando así la verdadera universalidad mesiánica. Solo así, los pobres pueden presentarse como mediadores de la salvación mesiánica: por ellos se expresa la palabra de llamada uni¬versal del Cristo, en gesto abierto a todos los hombres de la tierra.
3. Universalidad mesiánica.
Normalmente, muchos judíos dividían el mundo en dos grupos: por un lado ellos, por otro los gentiles. Por eso, el Mesías debía dirigirse primero a los judíos, para trasformarlos como pueblo; solo después, cuando ellos alcanzaran su grandeza mesiánica, podrían extenderla (de su misma plenitud y centro) a los restantes pueblos de la tierra. Pues bien, Jesús ha roto ese modelo. No ha rechazado teóricamente los valores de Israel; no ha condenado externamente su estructura (dejando a un lado el gesto sobre el templo). Lo que hace es más significativo: ha extendido el reino a pecadores y expulsados, iniciando así el camino mesiánico precisamente con aquellos que se hallaban más alejados del centro israelita que formaban sacerdotes, fariseos, esenios, etc. Aquí se funda la nueva categoría mesiánica de la universalidad. Suele decirse que la democracia «nivela» a los ciudadanos desde abajo, igualándoles en algo que es poco valioso: un hombre un voto, todas las ideas son iguales, etc. De ordinario, los sistemas unifican en clave de ideología: nos hacen ciudadanos, dicen que tenemos un alma se¬mejante, dejando que subsistan luego en la vida o realidad concreta todas las posibles diferencias. En contra de eso, Jesús poner como principio de universalidad el amor de Dios, vivido desde los pobres.
(a) Principio de universalidad es el amor que Dios ofrece como Padre a todos. Teóricamente lo había señalado el libro de la Sabiduría: «Amas a todos los seres y no aborreces nada» (Sab 11, 24). Pero luego, ese mismo libro, aferrándose al talión, no lograba explicitar las consecuencias de ese «principio de imparcialidad divina» (no hay en Dios acepción de personas; cf. Rom 2, 11) y acababa separando a judíos y gentiles (egipcios) en el Éxodo (cf. Sab 16-19). Por otra parte, el amor universal de Dios se vuelve contradictorio si no logra iluminar el sufrimiento y pobreza de los hombres. Job ya había superado los esquemas moralistas: no se puede sostener que el justo goza y el perverso sufre en esta vida. Buscar una respuesta apelando al más allá (justicia tras la muerte) puede ayudarnos a en¬tender mejor el tema (como sabía Kant, cuando postulaba un tipo de inmortalidad), pero termina abandonando el mundo en manos de la pura lucha interhumana, a merced de la injusticia.
(b) La universalidad es una tarea En ese contexto nos sitúa el relato del buen samaritano: lo que importa no es mirar al prójimo por fuera sino hacerme prójimo de aquel que está necesitado (cf. Lc 10, 25-37). La universalidad solo es posible si los hombres ponen lo que son y pueden al servicio de los pobres (cf. Mt 25, 31-46).
En esta perspectiva no se demoniza a nadie (a nadie se le excluye). Tampoco se destaca la ventaja de unos sobre otros. Los pequeños (pobres, expulsados...) valen porque Dios les ama y porque asumen su evangelio de esperanza y búsqueda del Reino. Aquellos que se toman como grandes (libres, sanos, propietarios) valen igualmente porque Dios les ama y porque pueden servir con lo que tienen a los otros. Ésta es la inversión mesiánica. Jesús anuncia el Reino y lo comienza a realizar en actitud de gracia desde la pobreza de los hombres. Para los pequeños, el Reino es ante todo un don: ellos han sido llamado por gracia Para los grandes (los que tienen casa y bienes, salud-tiempo, libertad y afecto) el Reino se revela como urgencia de ayuda a los que están necesitados. Por eso, tampoco los ricos quedan excluidos; no han sido rechazados de la gracia, pero deben realizar un nuevo y más profundo acto de fe: ver a Dios en los pe¬queños, descubriendo su presencia creadora al interior de la misma existencia amenazada. Solo así se expresa y se recorre un camino universal. Desde los pobres, en gracia creadora y superando el riesgo de imposición de un sistema dominante, puede buscarse con Jesús la unión final de todos hombres. El proyecto de Jesús lleva, por tanto, a la comunicación universal. Los pobres son cimientos y base de «edificio», piedra angular para el conjunto. Tampoco quedan excluidos los ricos: han de entrar en comunión mesiánica apoyándose en los pobres.
4. Conclusión.
La salvación o plenitud mesiánica no está en aquello que logramos por la ciencia, por moral o medios militares sino que es un don mesiánico del Padre: es perdón para los pecadores, salud para los enfermos, etc. Las obras de la ley introducían la escisión, haciendo a unos fuertes, a otros débiles, a unos perfectos y a otros impotentes. La fe, en cambio, nos vincula porque todos, débiles y fuertes, judíos y gentiles, sanos y enfermos, podemos acoger el mismo don de gracia de Dios Padre. En esta línea desaparece Israel como nación exclusivista. Ha cumplido ya su profecía y debe retirarse: «Si el grano de trigo no muere...»; «solo el que pierde su vida la gana para la vida eterna» (Jn 12, 24; Mt 16, 25 par). Desaparece el antiguo Israel cuando ha cumplido su misión, de manera que los judíos deben asociarse a todos los perdidos de la tierra, iniciando así el camino del nuevo mesianismo. Sólo así puede surgir el verdadero Israel, como cumplimiento de las profecías y esperanzas, a través de Jesucristo, que es Mesías universal del amor de Dios.
a. Podemos amar a los demás porque hemos sido amados. Antes de «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (cf. Mc 12, 25-34 par), escuchamos la palabra «Dios te ama»; ella nos hace capaces de amar a los demás, incluidos los enemigos (cf. Mt 5, 38-48 par). La gracia mesiánica trasforma nuestra vida: somos imagen de Dios (cf. Gen 1, 26) y por eso se nos dice: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Dios es Padre, también nosotros nos hacemos «padres»; dejamos de portarnos como jueces o competidores de los otros (cf. Mt 7, 1). Las restantes leyes cesan; cesan los principios nacionales, las discriminaciones religiosas. Los creyentes (amados de Dios Padre) son mediadores mesiánicos, trasmisores de un amor que han recibido. Sólo así, por amor, pueden abrir un camino universal de comunicación humana.
b. Los que se tienen por fuertes, deben acoger en hermandad a los débiles. Jesús, profeta del amor universal, pole¬mizó de un modo intenso con los representantes religiosos del pueblo israelita (escribas, sacerdotes). Les acusó porque, basándose en alianza y templo, se negaban a acoger en hermandad a los pequeños, peca¬dores, etc. La misma gracia abierta hacia los pobres se vuelve así exigencia de cambio y conversión para los ricos (sanos, sabios), viniendo a presentarse de esa forma como conflictiva. Por parte de Jesús, ese conflicto es fue sangriento, pero acabó siendo duro y doloroso, de tal forma que los criticados por Jesús respondieron con dureza y acudieron a la sangre, condenándole a muerte. El amor es gratuito, pero no indiferente. Es promesa de vida para los pobres, pero al mismo tiempo es urgencia de cambio para aquellos que oprimen a los otros. Jesús les critica también porque les ama y quiere convertirles: llora sobre Jerusalén, como profeta históricamente fracasado que siente la ruina de aquellos que no quieren aceptarle (Lc 19, 41-43; cf. Mt 23). Para cumplir su mensaje y tarea de amor universal, Jesús tuvo que enfrentarse con los portadores y partidarios de un particularismo judío (o romano). Le mataron los particularistas, pero su mensaje y camino de amor universal perdura.