EXPERIENCIAS DE LA PANDEMIA: EVOCACIONES BÍBLICAS (Mercedes Navarro)

Mercedes Navarro Puerto

Mercedes Navarro puerto, Premio Herbert Haag, Zürich, 2017 a la libertad en la Iglesia, es doctora en Psicología y Teología,  profesora de la Universidad Pontificia de Salamanca, miembro de la Asociación Europea de Mujeres para la Investigación Teológica (ESWTR) y  directora general para el área hispana del proyecto editorial "La Biblia y las mujeres", que se edita en Alemán, Ingles, Italiano y Castellano. Conoce por dentro el tema de la pandemia, pues forma parte de una residencia de religiosas, en gran parte ancianas (Mercedarias de la Caridad) donde han fallecido algunas de ellas. 

Ha tenido ocasión de reflexionar sobre el tema desde su especialidad de psicóloga y profesora de Biblia. Esto es lo que ha escrito y le he pedido para los lectores de Religión Digital. Éste trabajo es el mejor que yo conozco, en línea de reflexión bíblica e interpretación psicológica, sobre la experiencia radical de la pandemia, vivida y contada por una experta, testigo excepcional de los hechos que han pasado y siguen pasando en su entorno. Gracias, Mercedes.

 EXPERIENCIAS DE LA PANDEMIA: EVOCACIONES BÍBLICAS (Mercedes Navarro)

Esta pandemia de la Covid19 provoca en cada persona resonancias diversas, muchas de ellas canalizadas de manera imaginativa y creativa. Todas repercuten en la vida de una o de otra manera. Para las personas creyentes las resonancias traen a la memoria y al corazón, también a las acciones, evocaciones de las fuentes de nuestra fe. La experiencia va por delante y desde ella esas evocaciones cobran sentido a la vez que se vuelven pequeñas o grandes luces para la propia vida y la vida de quienes nos rodean[1].

A partir de la experiencia de numerosas personas y de la mía propia, quiero proponer siete evocaciones bíblicas que se encuentran en el fondo aunque, quizás, no siempre visibles ni inmediatamente disponibles. Son las siguientes: la respiración, el caos y el orden, el tiempo y los tiempos, la reconversión de la seguridad, la incertidumbre, el exilio, la cuarentena. 

  1. La respiración

 La experiencia de las víctimas, esto es, de las personas fallecidas y de las que han estado y siguen estando enfermas a causa de la Covid19, es una experiencia corporal, física, de disnea o dificultad para respirar, de una infección que se aloja en los órganos corporales mediante los cuales la vida puede fluir en la dinámica acompasada del inspirar y el espirar el aire. Para todas, la vida fluye con dificultad y en tantos, tantos casos, deja de fluir.

Esta experiencia evoca la imagen que de forma gráfica narra Gn 2, 7, cuando Yhwh Elohîm crea con sus manos al ser humano del lodo de la tierra y le sopla en sus narices el aliento. El ser humano, en ese momento, se convierte en ser vivo. La palabra nesamah, aliento, es el impulso de vida donado por la boca divina a la nariz del ser de barro para convertirlo en viviente.

Este término, nesamah, suele aparecer a la par que ruaj o aire, viento, pero no son idénticos. Que D*s aliente sobre el ser humano tiene un sentido antropológico de fragilidad y eso distingue a este acto de esos otros para los que se usa el término ruaj. Así, para la experiencia del ser humano bíblico, el aliento de vida, el movimiento de la respiración, va unido a su propia conciencia de fragilidad. Es memoria del don de la vida y de su condición finita y limitada. Con la conciencia de la respiración, el ser humano es consciente, a la vez, de la vida y de la muerte y es invitado a recordar el origen divino de su aliento, de su respiración.

Quienes sufren los efectos del virus y quienes lo ven en otras personas, queridas o atendidas, quienes los conocen de oídas y sienten miedo de enfermar, también toman conciencia de la propia fragilidad centrada en la importancia del aliento vital, de la respiración, de este movimiento automático y regular del que la mayor parte del tiempo no nos ocupamos ni nos preocupamos.

Pararnos a sentir la respiración no solo evoca nuestra fragilidad, sino la gratitud por tener vida. Sentir la respiración es sentirnos cuerpo y, por ello, vulnerables. Respirar conscientemente nos recuerda, ahora más que nunca, la finitud y la presencia de la muerte en la vida. Respirar se ha vuelto, además, una actividad corporal mediada por el uso de la mascarilla que, si por un lado protege la salud respiratoria, por otro la limita. La mascarilla se ha vuelto un instrumento polivalente, pero sumamente apreciado. También ella nos recuerda y evoca la vulnerabilidad a la que nos exponemos, incluso cuando el aire ha quedado más purificado que en muchas décadas. 

2. El caos y el orden

Observamos en torno y dentro de nosotras y nosotros alteraciones y caos. Los observamos en el mundo de la naturaleza, pues el lugar que habitamos las personas se ha ido llenando de plantas y animales, quienes, a su vez, reclaman sus lugares expropiados por los seres humanos. Observamos un cierto orden en ese caos con la limpieza del aire y la oxigenación del agua, que recupera (temporalmente) en muchos lugares gran parte de su condición natural.

Sin embargo, la crisis climática sigue su curso de alteración con momentos de caos. También experimentamos profundas alteraciones en nuestra forma de vivir, en nuestras rutinas, en nuestras relaciones, en el acceso a los productos necesarios para el sostenimiento de la vida. Y estas alteraciones conllevan a menudo momentos de caos dentro de los cuales intentamos poner orden. Experimentamos alteraciones corporales y psicológicas si enfermamos, pero también si no lo hacemos.

La enfermedad, dado el desconocimiento con el que la afrontamos, conlleva un caos orgánico en el que los profesionales intentan encontrar un orden para la curación o en caso de no enfermar, para su prevención. Observamos alteraciones en la esfera de la economía y la política que se traducen en pequeñas o grandes situaciones caóticas, dependiendo de lo afectados que nos sintamos. Economistas y políticos intentan generar orden, y no infrecuentemente aumentando el caos, involuntaria o voluntariamente.

Estas experiencias evocan dos momentos bíblicos, distintos y lejanos entre sí, de caos y de emergencia del orden desde dentro del caos. El primero es el de Gn 1,1-2. En este relato de la creación el narrador presenta el caos y en seguida, un viento o ruaj que sobrevolaba ese caos tenebroso. El primer ordenamiento comienza con la palabra creadora de Elohîm que, sin prisas, va dando forma al mundo desde dentro de ese caos rompiendo, antes de nada, su profunda oscuridad.

La Ruaj empujaba el caos en una determinada dirección, la que surge de la palabra que es también acción. La segunda evocación es la escena de Pentecostés (He 2,1-4) en la que el caos toma la forma del miedo, el bloqueo y el encierro. También es el pneuma o Espíritu el que bajo las imágenes de un viento impetuoso de efecto colectivo (llenó toda la estancia) y unas llamas de fuego de efecto individualizado (se posa sobre cada cual) libera el temor, la palabra bloqueada y esa peculiar inmovilidad. El viento y el fuego.

El viento, como fuerza incontrolable y el fuego ya ordenado como lenguas sobre cada quién. Donde había temor, ese viento impulsa el coraje, donde había llanto y luto bloqueando la palabra, el Espíritu (ruaj, pneuma) empuja el anuncio de la buena noticia, y donde había inmovilismo este mismo Espíritu anima el movimiento dinámico, la acción libre y creativa.

En el primer caso del Génesis, el mundo se va configurando de manera ordenada e interconectada. El ser humano macho/hembra forma parte estructural del conjunto, aunque es un salto cualitativo. En la segunda evocación, el grupo de seguimiento de Jesús reinterpreta la propia experiencia y crea una nueva realidad grupal (comunitaria) e individual.

El caos encierra un orden y este emerge dependiendo de la dirección en la que se orienten sus fuerzas o energías. En el caso de esta pandemia el caos es multidimensional, la realidad es sumamente compleja y los ordenamientos que van surgiendo queremos creer que no serán en balde. Podemos contribuir de diversas maneras, tal vez haya que bloquear algunas direcciones, o reorientarlas, empujar unos órdenes ya emergentes y crear otros.

Es una tarea multidimensional y compleja, que nos afecta en todos los niveles, una tarea focalizada en la cotidianidad de una vida digna de ser vivida, una tarea que reclama la contribución individual y grupal, ciudadana, en la que todo cuenta y, como se oye a menudo, es preciso sumar. La emergencia de un nuevo orden a favor de la vida digna, salvo en los saltos cualitativos, depende de toda la ciudadanía y no solo de los sujetos y organismos dirigentes. Todo queda abierto, pero esta apertura es temporalmente limitada y, por ello, apela continuamente a nuestra responsabilidad y también a nuestra imaginación.

 3. El tiempo, los tiempos

La experiencia visible e inmediata de la alteración de la vida, en sus distintos niveles, a causa de la Covid19, es la vivencia de la alteración temporal. El parón al que nos ha obligado el confinamiento ha supuesto una reorganización de los hábitos cotidianos pautados cronológicamente y nos ha empujado a cambiar y reestructurar las rutinas y horarios. El tiempo diario se ha vuelto distinto, maleable, flexible no solo en la medición del reloj, sino sobre todo en la percepción individual y grupal, familiar y social.

Para unas personas se alarga exasperadamente y para otras, en cambio, se acorta. Y, entre los dos extremos, la experiencia es fluctuante dependiendo de un sinfín de factores: el teletrabajo, la atención a los menores y dependientes, las salidas a la compra y el ritual interminable de la desinfección, los ejercicios en los pequeños espacios, la disciplina o la expansión de los momentos de relax y ocio, los juegos, las videoconferencias, los contactos por el móvil, el aburrimiento o la sobrecarga de numerosas mujeres, el sobre esfuerzo de tantos sanitarios y personal de servicios esenciales, la dificultad añadida de la pequeña vivienda y de los recursos escasos…

Esta experiencia hace referencia en el nivel superficial al tiempo cronológico, a la sucesión lineal de minutos, horas y días. Es el tiempo chronos, marcado por la continuidad, por su lógica causal, por un intento de sustitución de lo habitual presencial, por un hábito virtual (quien tenga esta posibilidad), que reordene en lo posible la alteración inevitable del parón en el presente, a la espera de recuperar lo que habíamos dejado en una fecha concreta del calendario. Es el tiempo cuantitativo.

Sin embargo, hay otro tiempo que ha irrumpido en la línea del chronos, muchas veces inadvertido y otras veces sentido como un leve o fuerte shock: es el kairós, la conciencia cualitativa del tiempo, un tempo diferente siempre disponible, pero emergente en situaciones especiales. Puede mostrarse como un instante de lucidez y toma de conciencia, o como un estado que afecta a todo el discurrir del chronos. Es el tiempo cualitativo. El kairós se encuentra escondido en el chronos y aunque puede manifestarse a la conciencia en uno de sus momentos determinados, la mayor parte de las veces reclama un cierto esfuerzo por parte de los sujetos y de los grupos. Hay situaciones privilegiadas para su emergencia, tanto espontánea como descubierta mediante un esfuerzo. Por ejemplo, la situación del confinamiento que obliga a parar, a cambiar las rutinas y reorganizar la vida.

En los libros bíblicos la experiencia del kairós en medio del chronos es habitual. A menudo se trata de experiencias de algunos personajes o del pueblo entero, experiencias que en lenguaje bíblico se denominan de revelación (divina). La irrupción de la divinidad, sea por propia iniciativa, sea mediante el ruego para que intervenga en tiempos de peligro, afecta a la vida. Afecta, tanto si se acepta dicha intervención como si se rechaza. El tiempo cronológico queda marcado por el kairós. Pero, la Biblia, sobre todo, abunda en momentos y situaciones de oportunidad, en la conciencia de esa cualidad del tiempo que permite el cambio, la transformación, la novedad. En el evangelio de Marcos, por ejemplo, el kairós inaugura un presente, un chronos cualitativamente diferente. Jesús comienza su vida pública anunciando esta cualidad del presente cuando dice: “el tiempo (kairós) se ha cumplido. El Reino de D*s está cerca (está ya)”. A menudo, el kairós de los evangelios hace referencia a los tiempos ordinarios, los tiempos de la cosecha, el tiempo de los frutos, las estaciones del año… y en alguna ocasión se focaliza en tiempos especiales de incertidumbre y dificultad (Mc 13).

En estos meses del confinamiento se escuchan a menudo reflexiones que aluden a la oportunidad de cambio que nos brinda la dura experiencia que vivimos. Estas reflexiones de personas muy diferentes entre sí, en numerosos niveles, muestran la presencia consciente del kairós dentro del chronos, la capacidad de percibir lo cualitativo en lo cuantitativo y la toma de conciencia de la propia responsabilidad y la del resto de la ciudadanía en reorientar muchas cosas que reconocemos deben, debemos, cambiar. Sin embargo, el kairós puede desvanecerse si la toma de conciencia es solo puntual, al hilo de los acontecimientos. La oportunidad pasará si en el fondo solo deseamos volver al lugar donde lo dejamos cuando paramos y no dejamos que el tiempo cualitativo impregne el tiempo cuantitativo. No sería la primera vez que nos ocurre en la historia. 

4. La reconversión de la seguridad

Están por las calles de las ciudades, en los puestos de control de carreteras, en los lugares y cumpliendo las funciones para las que fueron creados: los Cuerpos y Fuerzas de seguridad del Estado. Pero la ciudadanía los estamos viendo en otros lugares y con funciones que no son habituales más que en estados de emergencia pública. A menudo, escuchamos enumerar las labores que vienen realizando durante la pandemia en todo el Estado: supervisar instalaciones civiles y sanitarias, proporcionar apoyo y transporte al personal sanitario, desinfectar y limpiar lugares afectados por el virus como son las residencias de mayores, espacios públicos y privados, sitios transitados como las estaciones de trenes, autobuses, aeropuertos, metros… S

abemos que ordenan lo caótico, limpian lo sucio e infectado, acompañan a sujetos y grupos vulnerables, orientan a personas perdidas o desorientadas… además de controlar y sancionar las conductas incívicas. De pronto, cuando se coloca en el centro la protección para la sostenibilidad de la vida de la ciudadanía, lo que parecía primario e importante en estos organismos pasa a segundo plano (el control, la capacidad de sanción y de castigo…) dejando en primera línea tareas asociadas al cuidado. Y descubrimos lo importantes que son, que siempre han sido y observamos que los necesitamos asociados a los otros servicios indispensables de los que ahora tenemos una conciencia aguda y agradecida.

Me han venido a la mente aquellos versos del profeta Isaías 2,2-4 que dicen: “De las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas/ no pelearán las naciones ni se adiestrarán ya para la guerra”. Estas palabras las pronuncia el profeta en un contexto de esperanza y de novedad, pero las dirige a un pueblo que sufre los efectos de una guerra y está bajo la amenaza de una potente nación. La situación de sufrimiento y de miedo necesita una palabra de esperanza y aliento que no se quede en el duro presente, sino que mire más allá y pueda vislumbrar la posibilidad de un mundo distinto.

Sabemos que el gasto en defensa militar de los países, incluido el nuestro, es elevado y desproporcionado a sus objetivos. Estamos experimentando que los entrenamientos y los recursos destinados para posibles guerras pueden encontrar objetivos cercanos más adecuados a los que ser destinados. No son pocas las voces que en estos momentos pedimos que se reduzca sustancialmente el elevado gasto en defensa militar para que, efectivamente, pueda reforzarse el sistema de salud y el educativo, el apoyo significativo a la agricultura y a los servicios esenciales, a la dimensión social de nuestra vida y la dependencia, servicios que en su mayor parte recaen en las mujeres. Y podemos esperar, por qué no, que en este kairós, se pueda reconducir y reorientar la financiación armamentística para seguir ofreciendo al pueblo unos servicios útiles y reconocidos para la consecución de una vida digna sostenible. A la par, no deja de resultar interesante observar que tareas y servicios que, en lo cotidiano, todavía son asignados a las mujeres, sean ejecutados con toda normalidad por estos organismos estatales formados por una mayoría de varones. Ciertamente, podrían llevarlo a cabo civiles, pero estos cuerpos y fuerzas podrían estar a la cabeza de un tipo de seguridad cualitativamente diferente y, según la experiencia de esta pandemia, mucho más eficaz y oportuno.

5. La incertidumbre

Una de las experiencias universales asociadas a esta pandemia es la agudización de la incertidumbre. No toda la población del mundo la vive por igual, ciertamente, pues una parte importante de la humanidad vive ordinariamente en dicho estado. Para unos sectores, la incertidumbre ante el riesgo del contagio y ante las consecuencias de la crisis, se suma a otras incertidumbres endémicas bien por el precario estado de salud, bien por la situación laboral, por poner algún ejemplo. Pero incluso al sector privilegiado alcanza la incertidumbre de no conocer el virus ni la vacuna ni la medicación para tratar la enfermedad. 

De entre los muchos momentos en que los personajes bíblicos viven situaciones de incertidumbre elijo la evocación de Ex 2,4 cuando la madre y la hermana de Moisés terminan lo que les corresponde hacer una vez que deciden salvar la vida del niño. Desobedecen la orden infanticida del faraón y hacen lo que consideran paradójicamente mejor, pues exponen al niño a las aguas del Nilo tomando ciertas medidas de prudencia y considerando la posibilidad de que en ese lugar lo encuentre alguien de la corte egipcia.

En el balance entre el riesgo y la posibilidad, el riesgo adquiere más peso, pues la posibilidad incluye demasiadas variables que tendrían que coincidir: que hubiera una mujer compasiva, que no le importara que el niño fuera hebreo, que quisiera salvarlo, que supiera qué hacer con él… El kairós, esa oportunidad única que puede cambiar el presente y marcar un futuro, está señalado narrativamente por un infinitivo (“y se quedaron a esperar a ver qué pasaba…”) que rompe la cadena del tiempo continuado y lo rompe, lo para, lo deja abierto, incierto, expectante, como aguantando la respiración.

Es un tiempo en el que ha terminado el control sobre los hechos y solo queda esperar y confiar. La espera confiada cualifica el tiempo del pasado inmediato y el presente detenido, pero, sobre todo, da la oportunidad (encauzada) a un futuro posible. Y ese futuro llega para Moisés, y para su madre y su hermana, en la figura de una hija del faraón compasiva y desobediente al decreto infanticida del padre. El kairós, dice la narrativa posterior, cualifica el personaje de Moisés y el futuro del pueblo. Es una oportunidad para la decisión libre y arriesgada de dos mujeres “desobedientes” que promueve y amplía la liberación en un futuro a medio plazo.

Esta evocación es interesante debido a la manera en que se afronta la incertidumbre. Por una parte, las dos mujeres que exponen al niño son activas y diligentes en el cuidado de la vida de un ser frágil y expuesto. También es interesante porque para ello desobedecen al tirano con una desobediencia civil e, incluso, podríamos decir, provocan en la hija del faraón otra desobediencia en el interior del sistema. Y ambas, de una y otra parte, toman decisiones sobre una pequeña vida vulnerable con unos efectos históricos inesperados. A la par, la madre y hermana de Moisés afrontan la incertidumbre con la fe cuando han hecho todo lo que podían hacer hasta más allá de los límites establecidos.

En este tiempo que vivimos viene bien mirar estas actitudes. La mayor parte de la ciudadanía aporta lo que cree que debe y puede hacer frente a la incertidumbre que nos rodea. Y se realiza con la prudencia y las medidas de protección adecuadas pero también necesita la proactividad, para que eso que ha de venir y que no sabemos qué ni cómo será, nos encuentre en disposición, participando como ciudadanas y ciudadanos. Quienes somos creyentes necesitamos esa confianza en D*s cuando ya hemos hecho lo que debemos y lo que podemos. Confianza, cuando cada quién en su medida decide, incluso, traspasar las normas en función de un valor superior como es la vida digna para la mayor parte posible de la humanidad.

 6. El exilio

La experiencia del confinamiento es vivida por un cierto número de personas como una situación de exilio. Pero aunque en este tiempo no abundan las noticias sobre la experiencia de las personas atrapadas entre fronteras y sobre las de los migrantes dentro y fuera de nuestro territorio, su exilio se ha visto afectado por la pandemia. A una situación de desarraigo profunda se suma la incertidumbre por la enfermedad y el contagio con los estragos que podría realizar dadas las condiciones de vida de los sin tierra ni hogar.

Esta vivencia y la experiencia de quienes vivimos en nuestros países son muy diferentes, cada una con su peculiaridad, pues no pueden ser comparadas. No obstante, tienen en común la experiencia de sentirse en tierra de nadie y sentir una forma de soledad difícilmente expresable. Tal vez muchas personas podemos hacernos cierto cargo del horror de estar en campos de refugiados o vagando por el mar sin tener un pueblo o una nación que les acoja, que les trate como a quienes pueden estar enfermos o con capacidad de contagiar o sanos y necesitados de protección. Pero somos conscientes de que no nos acercamos ni de lejos a la situación real.

La otra experiencia, la del exilio interior, es, si cabe, más difícil de captar porque es más sutil y se desarrolla ante nuestra presencia sin apenas signos externos y en medio de este parón y de este tiempo tan extraño. El confinamiento, sin ir más lejos, ha dejado patentes grietas relacionales que a muchas personas, sobre todo mujeres, les ha sorprendido. De pronto, se encuentran ante seres queridos, por ejemplo, enfrentando cosmovisiones diferentes que abren abismos de separación. De pronto, se ve algo que ya no puede dejar de verse y que exige tomar decisiones o realizar actos que conllevan consecuencias dolorosas y, algunas, sin marcha atrás.

De pronto, una persona se encuentra consigo misma y siente por dentro algo que la separa de mucha otra gente. Estas experiencias conllevan una soledad que es propia del exilio, en este caso del exilio interior. Se impone a la conciencia una sensación de tener un pensamiento sin patria, de saber que no va a ser acogido en los lugares que se suponía propios, comunes a los seres más cercanos y supuestamente más afines. Y la persona se siente fuera de lugar. Y siente que no bastan las palabras, porque han cambiado de marco y, por ello, de significado. Este exilio es duro y doloroso y, en ocasiones, ha llegado para quedarse.

Elijo una evocación de la Biblia de entre otras muchas, pues el pueblo de Israel tiene experiencia abundante de ambos tipos de exilio, el exilio del nómada y apátrida, temeroso de no ser acogido y con la sensación de amenaza continua, y el exilio interior de quienes ven con claridad lo que nadie ve, y lo dice porque D*s se lo ha pedido, pero siente el dolor y la soledad de la incomprensión e incluso de la burla, como es el caso de algunos profetas. Pero la evocación elegida no es ni la colectiva, aunque está en relación con ella ni la propia de los profetas, es la experiencia de Agar exiliada en el desierto.

En el cap. 21 del libro del Génesis se cuenta que Sara tiene miedo de que Agar, que había sido esclava y concubina de Abrahán, y es madre de Ismael, hijo de este, aunque no el hijo de la promesa, tome el lugar de Isaac, el hijo prometido de Sara y Abrahán. El temor y la percepción de amenaza de Sara, le llevan a presionar a su marido para que la expulse de su casa. Abrahán, en efecto, expulsa a Agar y a su hijo primogénito, al desierto. Allí, ambos se ven expuestos a la muerte. No tienen hogar ni condiciones para subsistir y Agar se encuentra a sí misma aislada de cualquier otra persona, separada de quienes creía su familia y sin compartir del todo las creencias religiosas del clan. Y en esta situación, el mismo D*s que ya la salvó en otro momento parecido (Ex 16), vuelve a visitarla y no solo la salva a ella y a su hijo, sino que le hace una promesa inaudita de descendencia y convierte el desierto y la promesa en su propia patria. Ella, con su hijo, inaugura una nueva estirpe. Su exilio exterior e interior ha sido el lugar inédito de algo nuevo y propio, que se va a expandir sin medida.

Pienso en Agar, en su experiencia, cuando observo los diferentes exilios. Sé que el exilio de aquellos a los que hemos expulsado y mantenemos como apátridas reclama nuestra acción y un cambio humano y humanista sobre lo intolerable. Y cuesta creer que en ese desierto en el que vive tanta humanidad D*s pueda visitarles. Pero sabemos que eso ha ocurrido y ocurre cada vez que un grupo de personas (ONGs, periodistas, cooperantes, ecologistas, voluntarias…) aparece allí para acompañar, ayudar en la subsistencia, denunciar, presionar por el cambio…aunque no sea suficiente. Y pienso también en la experiencia de Agar cuando observo el exilio interior de tantas personas que en este tiempo de Covid19 se han vuelto más lúcidas y conscientes, más solas y en un momento prolongado de exilio interior. Creo que hay una promesa latente que también puede crear una “nueva estirpe”, un humanismo evolucionado. Y soy realista, porque no se trata de la masa, no son muchos y muchas y la ocasión (el kairós) podría pasar y perderse. Pero también está la evocación evangélica del grano de trigo oculto y podrido en la tierra, que renace en forma de espiga, o la de la levadura que fermenta la masa. Y, pese a todo, quiero confiar.

7 La cuarentena

Una de las experiencias más comunes de este tiempo de pandemia es el de la cuarentena. El concepto no se ajusta a la suma de los días que se guardan hasta que las personas contagiadas dejan de tener el virus o de ser contagiosas. Tampoco se ajusta a la idea más extensa de llamar cuarentena al confinamiento. Más bien, es un modo de hablar de ese tiempo en el que una persona o una nación o muchas naciones se encierran para protegerse y proteger a su vez de una epidemia que en nuestro caso es pandemia. Estar en cuarentena es equivalente a estar entre paréntesis, a romper la continuidad del chronos estableciendo un plazo de espera y con la idea de recuperar la vida ordinaria allí donde la habíamos dejado al abrirse el paréntesis. Puede haber cuarentenas voluntarias, pero no es el caso. La cuarentena de esta pandemia es impuesta y aceptada, por sentido común y por miedo. Y la experiencia que observamos en muchas personas que conocemos o que se expresan por los medios de comunicación y las redes sociales nos lleva a pensar que hay un cambio en marcha con un aumento de la conciencia de que la vida tal como la hemos vivido ya no va volver. Sin embargo, la experiencia también nos dice, más allá de estos signos, que no es en absoluto fácil cambiar la mentalidad y que la mayor parte de la humanidad está deseando volver a la vida de antes, pese a saber que esta pandemia tiene consecuencias muy duras. A pesar de que, de hecho, algunas cosas sí están cambiando porque nos las dan ya cambiadas (por ejemplo, en el trabajo) y otras cambian porque hemos experimentado los efectos dolorosos del virus durante la cuarentena (si hemos enfermado, o hemos perdido personas queridas sin tener la oportunidad de despedirnos; si hemos sufrido mayor violencia de género, si las condiciones de nuestra casa ha convertido la cuarentena en un infierno…).

La Biblia conoce bien la cuarentena, comenzando por la del diluvio (Gn 7 y 8) y llegando hasta la más simbólica de todas, la de los cuarenta años del pueblo pasados en el desierto después atravesar el Mar Rojo, que ocupa la segunda mitad el libro del Éxodo y el de los Números. En la cuarentena del diluvio el tiempo de fuera cesó a causa de la lluvia que arrasó la vida conocida. Fue una cuarentena impuesta por las circunstancias, prevista con la suficiente antelación para preservar la vida animal y la de los humanos. Podríamos decir que la vuelta a la tierra seca se hizo de forma gradual, a medida que Noé se iba cerciorando del descenso de las aguas. La apertura del arca con la repoblación de la tierra fue interpretada en términos de nueva creación.

Sin embargo, la cuarentena que perduró en la conciencia del pueblo fue la del desierto. En ella, el pueblo se encontró consigo mismo, se fue conociendo un poco mejor, experimentó el hambre, la sed, la tentación de volver a la vida antigua, el aburrimiento de la cotidianidad (el maná, “ese pan que no sabe a nada”), la espera interminable de la promesa de una tierra que parecía a veces lejana y otras incluso desaparecía. Fue un tiempo en el que el pueblo que se arriesgó en una aventura imposible para lograr su libertad, sintió con fuerza la tentación de olvidar esa parte de sí mismo, la parte que le estaba dando identidad, con tal de tener seguridades y certezas que el desierto nunca iba a darle. La experiencia del desierto fue sin duda dura, larga, paradigmática, conflictiva. Fue una experiencia de aprendizaje de la costosa y preciada libertad. En ella pereció la generación de los mayores y Moisés no pudo disfrutar de la vista de la nueva tierra. Fue una experiencia de sacrificio. En ella, sin embargo, el pueblo descubrió la presencia compañera de D*s que habitaba, como ellos, en una tienda. Aprendió su propia conciencia de fragilidad, su inconstancia, a la vez que su perseverancia. Aprendió que podía ser fuerte en su flaqueza y que D*s cumple lo que promete. Fue una cuarentena fértil que marcó para siempre su propia historia quedando como símbolo imborrable. En los evangelios sinópticos, se narra el episodio de la cuarentena de Jesús en el desierto. En su caso, una cuarentena voluntaria y preparatoria para su vida pública. En el episodio se cuenta que fue tentado, que equivale a afirmar que se enfrentó con su propia sombra, en un tiempo y un contexto en el que no podía distraerse de sí mismo y en el que se hizo las grandes preguntas humanas.

Después del diluvio la humanidad quedó tocada por la catástrofe. Después de los cuarenta años en el desierto el pueblo pudo habitar en la tierra prometida. Después de la cuarentena del desierto Jesús pudo proclamar la Buena Noticia. Siempre, después. Durante la cuarentena no había garantías de ningún tipo para el futuro, que era incierto y, con frecuencia, temible. No sabemos cómo será nuestro mundo ni nosotros y nosotras después de este confinamiento y al final de esta crisis (tal vez, con otras cuarentenas), pero, mientras, vivirlo en su extrañeza y con sus contradicciones no solo se nos impone sino que se convierte en una oportunidad de oro para nuestra propia evolución, la evolución y el crecimiento individual, relacional y grupal, ciudadano y político, social y económico, ecológico y de justicia e igualdad interhumana.

 Estas experiencias, iluminadas por unas determinadas evocaciones bíblicas, podrían multiplicarse y diversificarse hasta el infinito. Cada experiencia humana es única e irrepetible y cada cual busca interpretarla según sus propios marcos de significado, según la lectura que hace de la realidad, según sus intereses y según sus creencias. Estas siete aquí presentadas, solo pretenden situar la realidad observable de este tiempo crítico de la pandemia a la luz de algunos momentos, personajes y circunstancias de la Biblia. Sin duda, estas y otras experiencias bíblicas son universales y resisten el paso del tiempo, de las generaciones y de las culturas, salvando todas las distancias. 

Madrid, mayo de 2020 

[1] Algunas de mis reflexiones están inspiradas en la lectura de un artículo de Stella Morra (https://www.vaticannews.va/it/osservatoreromano/news/2020-03/realismo-dello-spirito.html) y de Manuel Reyes Mate (https://www.religiondigital.org/opinion/Reyes-Mate-tomarse-serio-salud-deponer-progreso-cuarentena-iglesia-coronavirus-reflexion_0_2223677631.html) y en una conversación con Guadalupe Seijas. Vaya desde aquí mi gratitud.

(cf.  http://www.desveladas.org/b/pido/2020/05/05/experiencias-de-la-pandemiaevocaciones-biblicas/. ) 

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