“Exorcista” voluntario o jerarca instituido. Secularidad o sacralidad (Escorial 17.7.25)

    He presentado el curso, promocionado por la Univ. María Cristina y el Ceu-San Pablo hace dos días en RD y FB. Hoy condenso el texto base de mi ponencia que trata del exorcista libre de Mc 9, 38-42, con los problemas de fondo que  plantea: Se

cularidad liberadora (exorcista no comunitario) o sacralidad jerárquica (Juan Zebedeo?

¿Qué significan actualmente las posesiones diabólicas? ¿Cómo liberarse de ellas: Necesitamos una nueva y antigua secularidad liberadora? ¿Tiene la iglesia actual capacidad de realizar exorcismos reales desde su institución como  sacralidad jerárquica?   

¿Qué decir de Mt 12, 43-45 y 23, 18 donde se afirma que sería mejor no hacer exorcismos ni echar demonios pues la “curación” es peor que la enfermedad). Vera el lector que siga que no tengo respuestas contundentes. Pero el tema merece la pena. Lo he tomado de Comentario Marcos, Historia de Jesús y de Revista Bíblica Español, exorcismo de Jesús

Pikaza: "El Nuevo Testamento pone al principio a Mateo, como si fuera ...

Texto

 38Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros». 

39Jesús respondió: «No se lo impidáis, porque quien hace algo poderoso (δύναμιν, dynamin) en mi nombre (ἐπὶ τῷ ὀνόματί μου) no puede luego hablar mal de mí. 40El que no está contra nosotros está a favor nuestro (Mc 9, 38-40).

 Juan parece representante de una iglesia bien establecida (con su estructura interna) y actúa en nombre de ella (se lo hemos impedido: ekôlyomen). Conforme al conjunto del evangelio de Marcos (cf. Pikaza, Evangelio de Marcos, Verbo Divino, Estella 2012), este Zebedeo es, con su hermano Jacobo/Santiago zebedeo, jefe de un grupo de seguidores de Jesús que no han entendido bien (o no han querido aceptar) la enseñanza anterior de su maestro, que no está empeñado en crear una iglesia cerrada, sino en extender la δύναμιν de Dios (su dinamismo, su presencia) sobre el mundo.

Estos zebedeos forman parte de aquellos discípulos de Jesús que, a lo largo del evangelio de Marcos, quieren ocupar los primeros puestos, a la derecha e izquierda de Jesús (Mc 10, 35-45). Estos son los que querían dominar y controlar el movimiento de Jesús que les había dado el poder de expandir la buena obra de Dios expulsando demonios y curando a los enfermos (Mc 6, 6b-13; cf. 3, 14-15). Es normal que se organicen, para cumplir mejor su tarea.  

Conforme al evangelio de Marcos, un problema del cristianismo consiste en que alguno del grupo de  Juan han querido convertirse en portavoces (controladores únicos) de la primera iglesia oficial. Humanamente hablando, en clave social, hay que darles razón. Es como si hubieran inscrito en un registro religioso este nombre, de forma que sólo ellos poseen el derecho de llamarse los del Cristo, Χριστοῦ  (cf. Mc 9, 41). Lógicamente, ellos reaccionan con violencia, oponiéndose al exorcista ajeno (¡se los hemos impedido: ekôlyomen auton!), iniciando así un camino de imposición que se ha vuelto normal en algunos trechos de historia cristiana.

Estos cristianos de Juan quieren mantener la exclusiva de Jesús, quizá por identidad y egoísmo (¡este camino es nuestro!), pero quizá también por mantener la pureza del nombre de Jesús y por autoafirmación de grupo (¡sólo nosotros lo hacemos bien!). ¿¡No tendrán razón? ¿Para qué sirve una Iglesia o comunidad mesiánica si hay otros que apelan a Jesús y curan a los posesos (realizan su función) fuera de ella? Pero Jesús no forma parte del grupo de los cristianos de Juan. Por eso acaba de pedirles que acojan a los niños en su nombre (Mc 9, 37); por eso les dice ahora que acepten (=que no se opongan) a los de fuera, si emplean el nombre de Jesús para obras buenas.

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Juan es  jefe del grupo Zebedeo y  necesita que la iglesia de Jesús sea una estructura bien deinida con una identidad propia (como otros tipos de judaísmo), con poder sobre los bienes mesiánicos. Históricamente, este Juan ha sido (tras la muerte de Jesús) un hombre importante de la Iglesia de Jerusalén, compañero de Pedro, como supone Hch 3-4 y Gal 2, 9, un hombre de autoridad, que quiere imponer (extender) su poder no sólo en Samaria (cf. Hech 8, 14), sino también en Galilea, donde también le encontramos (probablemente), para «controlar» el despliegue de los exorcismos de Jesús. Santiago/Jacobo, hermano de Jesús, con Cefas/Pedro y  Juan (Ἰάκωβος καὶ Κηφᾶς καὶ Ἰωάνης) forman el triunvirato,  las tres “columnas”, que sostienen, (parecen quieren/ sostener (οἱ δοκοῦντες στῦλοι εἶναι) la iglesia universal desde Jerusalén

El exorcista “no comunitario”(que no forma parte de la comunidad de Juan) podría formar parte de los nazoreos de Galilea, donde han existido grupos de “cristianos” libres, personas que apelan a Jesús, pero no se integran dentro del modelo eclesial de Juan (o de Pedro y los Doce de Jerusalén)… O quizá mejor, este exorcista no comunitario de Jerusalén es el mismo Pablo que va al “concilio” para que acepten su ministerio.  Los que son como este exorcista saben que Jesús había sido profeta y sabio, sanador y amigo de marginados, gran exorcista. En esa línea, las comunidades galileas (y la comunidad de Pablo) no empezaron siendo instituciones organizadas o unificadas desde arriba, como los esenios de Qumrán; no forman un rabinato de buenos escribas, ni una sociedad de creyentes con un “dogma” común, sino un movimiento de exorcistas, a quienes aquí parecen oponerse otros «cristianos» de Jerusalén (de la línea de Jacobo Juan y de Pedro) que quisieron aparecer como portadores de un carisma que ellos deben controlan

 Lógicamente, en el momento en que Juan (el grupo zebedeo) ha querido organizarse de un modo exclusivo, con un mando unificado, han podido surgir y han surgido conflictos de competencia entre un tipo de “iglesia oficial” y asociaciones de personas que apelan a Jesús pero no forman parte de la comunidad oficial (zebedea) de sus discípulos. Así lo indica este relato, que refleja disputas eclesiales, centrándolas en Juan, que intenta controlar a los exorcistas galileos, como se dice que hizo en Samaria, al querer controlar y completar con Pedro la misión samaritana de un evangelista llamado Felipe, del que se ha conservado como apócrifo un evangelio llamado de Tomás, que la iglesia no ha recibido en el canon oficial, (cf. Hch 8, 14).

La pregunta de fondo no es saber la disputa que había entre Jesús y el Diablo (como en Mc 3, 22-30), sino la de saber «quién puede asumir y realizar la tarea mesiánica de Jesús»: si sólo los representantes de la iglesia establecida (de Juan Zebedeo ) o también los exorcistas libres, que siguen actuando en nombre de Jesús, en Galilea,  o los que empiezan a actuar como Pablo y Bernabé desde Antioquía, sin formar parte de esa iglesia oficial (zebedea), como está suponiendo este pasaje y como sabemos  por la historia de los diversos grupos cristianos en la segunda mitad del siglo I dC[1].

Es evidente que Juan actúa como autoridad eclesial, como representante de los discípulos centrales de Jerusalén (así le presenta el mismo Pablo en Gal cuando habla de las “columnas de la iglesia de Jerusalén” (Pedro, Juan y Santiago el pariente de Jesús, no el Zebedeo: Gal 2 9). Según Pablo, Pedro, Juan y Santiago forman el triunvirato, las tres columnas oficiales de la iglesia de Jerusalén  

          ¿Cómo y con quiénes lo ha hecho? ¿Quiénes son aquellos a quienes Juan y su grupo han impedido con su  fuerza (ekolyomen) que aquel hombre siga realizando exorcismos en nombre de Jesús? El texto no lo dice, pero es claro que los de Juan han empleado algún tipo de violencia física o moral (verbal) y han conseguido lo que pretendían: ¡Se lo hemos impedido!  os hallamos ante una de las primeras persecuciones intra-eclesiales (cuya existencia aparece clara en las disputas a las que alude Pablo en Gálatas).

9, 39-40. Apertura eclesial. Jesús dice no se lo impidáis

 Según Marcos, Jesús no ha creado un grupo de control religioso, ni quiere el triunfo de "su" iglesia en cuanto tal, en clave de poder, sino que es profeta de una gracia abierta a todos, no rabino de escuela cerrada, ni nombre sagrado de un grupo de iniciados que desean adquirir notoriedad con gestos milagrosos. Precisamente para defender sus exorcismos, él ha rechazado a sus familiares de Nazaret y a los escribas de Jerusalén (Mc 3, 20-35), condenando más tarde a Pedro como Satanás eclesial, cuando intentaba oponerse a su camino de entrega de la vida a favor de todos los hombres (8, 33). Ahora, a fin de ratificar el carácter universal de los exorcismos, debe condenar el deseo de imposición de Juan y de aquellos que quieren adueñarse de su nombre y tarea, para controlar de esa manera a los demás[2]:

a: Principio general: ¡No se lo impidáis! (Μὴ κωλύετε αὐτόν 9, 39a). Jesús rechaza así a los que han querido acallar por ley (o por fuerza) al “exorcista” ajeno. De esa forma eleva su programa de Reino por encima del control zebedeo y abre un camino de evangelio (iglesia) más allá de la cerca que quieren imponerle. Ciertamente, este Jesús de Marcos quiere que los partidarios de Pedro y de Juan retomen el camino de la Iglesia en Galilea, donde el joven de la pascua les pide que vayan (cf. 16, 7-8); pero si quieren hacerlo (volver a Galilea) han de aceptar como cristianos (seguidores de Jesús) a otros exorcistas y grupos mesiánicos.

Resultaría fascinante conocer mejor quiénes eran esos exorcistas no zebedeos  y quizá no  marcanos, pues parece que Marcos no se identifica tampoco con ellos (los mira como extraños), aunque quiere que tengan libertad para apelar al nombre de Jesús al realizar sus exorcismos. Me inclinaría a pensar que pueden estar en la línea de la comunidad Q, una comunidad cristiana no integrada en el grupo de Marcos, pero tampoco rechazada por él. De todas formas, se trata de un tema difícil de resolver analizando  el documento Q (cf. Lc 11, 23; Mt 12, 30), como seguiré indicando [3]. Pero como vengo indicando, este exorcista no comunitario podría ser Pablo, que no forma parte de la comunidad zebedea o petrina (ni de la comunidad de Jacobo, hermano de Jesús, hombre clave de la iglesia de Jerusalén)[4].

  PROFUNDIZACIÓN. JESÚS  SANADOR

Revistas – ABE – Asociación Bíblica Española

    Fue amigo de todos y, en especial, de los pobres y excluidos. Actuó de un modo directo, por sí mismo, sin subordinados a quienes mandar desde arriba. Pero tuvo «amigos» con quienes compartió su tarea; entre ellos estaban los Doce (a quienes llamó y pidió que le acompañaran como signo del nuevo Israel) y otros colaboradores cercanos, varones y mujeres, como el Discípulo Amado y María Magdalena, Simón Pedro y los hijos de Zebedeo (Juan y Santiago). Así le recordó Flavio Josefo, historiador judío:

 Por aquellas fechas vivió Jesús, un hombre sabio... Fue autor de hechos extraordinarios y maestro de gentes que gustaban de alcanzar la verdad. Y fueron numerosos los judíos e igualmente numerosos los griegos que ganó para su causa. Este es (=a este le llaman) el Cristo. Y aunque Pilato lo condenó a morir en la cruz, por denuncia presentada por las autoridades de nuestro pueblo, las gentes que le habían amado anteriormente tampoco dejaron de hacerlo después... Y hasta el día de hoy no ha desaparecido la raza de los cristianos, así llamados en honor de él[5]

      Josefo advirtió que el rasgo distintivo de Jesús, en aquel tiempo crucial de la pre-guerra judía del 67‒70 d.C., no fue la posesión de unas dotes políticas mejores, ni la creación de nuevas estructuras sociales, en la línea de las que crearon o quisieron crear otros (celotas, escribas, fariseos...), sino algo previo, más universal, más valioso: Tuvo amigos que le siguieron amando tras la muerte, descubriendo que él había “resucitado” en ellos, haciéndoles así revivir en un sentido muy profundo.

De esa forma, al recibir y acoger en su movimiento a personas que le amaban (y se amaban), rompió los esquemas militares, escolares religiosos de otros grupos, ofreciendo y promoviendo un proyecto mesiánico de amistad donde cabían de un modo especial enfermos y excluidos, niños y mujeres, un proyecto que pervivió, porque sus discípulos supieron y saben que Jesús estaba con ellos. No necesitó dinero ni ejército, pero tuvo amigos y amigas a quienes amó y por los que murió.

    Sólo en ese fondo de amor, entendido en forma de gratuidad que se expresa en la vida entendida como experiencia de comunicación, se puede entender a Jesús, profeta marginal de Galilea, en contacto directo con los excluidos (enfermos y locos, impuros y niños), dentro de una sociedad dominada por un imperio implacable (cuyo César se proclamaba rey divino), mientras parecía que el Dios nacional judío, secuestrado por los jerarcas del templo de Jerusalén, callaba. Como defensor de los pobres, rodeado por un grupo de amigos, subió a Jerusalén, “ciudad de Dios”y de su templo (cf. Mt 5, 35), para culminar su mensaje y presentar su causa ante el Gran Sanedrín, integrado por ancianos-senadores y escribas.

Vino como hijo de David y heredero de su trono, sin más distintivo que ser amigo de los hombres y mujeres de su entorno, en especial de los pobres y excluidos. No llevaba soldados, ni armas, pero los sacerdotes, que habían secuestrado al Dios del Templo, tuvieron miedo y le acusaron ante Poncio Pilato, representante del Imperio y pensaron que condenándole a muerte acallarían su voz y destruirían su utopía mesiánica, que era peligrosa por universal e igualitaria (contraria a los privilegios del Templo). Le condenaron y murió, dejando a los suyos su propia vida como herencia, simbolizada en el pan y el vino compartido.

Murió por el “delito” de haber iniciado y anunciado (preparado) un Reino universal, pues el amor es sanador universal y peligroso para el sistema del templo y del imperio, que terminan centrándose en sí mismos y no están al servicio de la vida concreta de los hombres. El Sumo Sacerdote y el Gobernador romano le condenaron y murió crucificado, junto a dos proscritos, bandidos sociales o «terroristas» políticos, quizá del grupo de sus seguidores, aunque no de los que después se tomarán como “oficiales”[6].       

Muchos en su entorno le tomaron como ·mago en el sentido radical de la palabra, sanador de la mente, esto es, de la vida humana en su totalidad. Ese fue el “milagro” de su vida, entendido en forma de exorcismo, es decir, como expulsión de lo demoníaco que actúa como poder dominador de nuestra mente, de nuestra vida.

El exorcismo libera al hombre del poder que le tiene dominado, subyugado, de forma que no es “libre” (dueño de sí mismo). Jesús quiere, simplemente, que los hombres y mujeres sean lo simplemente lo que son, sencillamente humanos, es decir, seres superiores, pero no en poder externo o en riqueza material, sino en humanidad, sin estar dominados por el deseo (epithimia), que se expresa en forma de dominación sexual (adulterio), vital (asesinato) y económico (robo ), cf Οὐ μοιχεύσεις, Οὐ φονεύσεις, Οὐ κλέψεις, Rom 13, 9. En ese sentido fue un “sanador” o terapeuta, un médico de personas, en el sentido radical de la palabas; todo su mensaje se centra en el único mandamiento, que consiste en amar al prójimo como a uno mismo (Ἀγαπήσεις τὸν πλησίον σου ὡς σεαυτόν, Rom 13, 9; cf. Mc 12, 31 par).

En el centro de su vida se sitúan, de esa forma, sus "transformaciones”, entendidos por sus seguidores como un compromiso a favor de la vida y libertad de los oprimidos, como signo del Reino de Dios, es decir, de la hondura divina de la vida humana. Esos milagros (sanaciones o exorcismos) le arraigan en el contexto galileo (israelita), entre los oprimidos y excluidos, a quienes quiso acompañar y ayudar con su proyecto y compromiso, anunciando y encendiendo en ellos la llama del Reino, que se identifica con la presencia de Dios Padre que da vida a los hombres (que ellos vivan), en forma de terapia integral, al servicio de pobres y enfermos, por encima de la religión oficial del templo y de una “ley” que sanciona el orden del poder imperial.

 El judaísmo de su tiempo era una hermandad social, vinculada a la estructura sagrada del grupo, fundada en vínculos jerárquicos de ley religiosa, económica y social, expresada en un tipo de buen patriarcado. Más que religión en sentido moderno (como cultivo privado de una interioridad sagrada), el judaísmo era una estructura de sacralización familiar y social, y de esa forma, al lado de las normas de comida, resultaban esenciales las de matrimonio y organización social.

En ese contexto, en el primer tercio del I d.C., en un momento clave de cambio personal y social, con el paso de una economía familiar de subsistencia a otra de mercantilización agrícola y clientelismo social), Jesús apareció y actuó como impulsor de un movimiento mesiánico de comunicación, esto es, de familia abierta a todos, desde los pobres y marginados de la sociedad. Eso implicaba una “ruptura” respecto del esquema familiar antiguo, con la creación de un nuevo arquetipo de comunicación, fundado en la experiencia de Dios Padre de todos, que marcó de raíz su propuesta de Reino.

‒ Esos milagros/exorcismos de Jesús no son demostrativos en un plano de ciencia o de ordenamiento social. Toda apologética que quiera insistir en ese aspecto, apelando a un tipo de ciencia o de técnica resulta equivocada, pues la ciencia en cuanto tal no puede conocer milagros. Los “milagros” no demuestran en un plano de ciencia, y sin embargo ellos abren un camino, por encima de toda ciencia (¡sin negarla ni excluirla!), hacia un nivel superior gratuidad, de eficacia vital, que desborda todo aquello que puede demostrarse, suscitando de esa forma admiración y asombro. Por principio, ellos no prueban nada (si lo hicieran no sería milagros), pero abren un camino y muestran, más allá del sistema de causas y efectos, la presencia y acción de un poder de amor que desborda y fundamenta nuestra vida.

‒ El “milagro de los milagros” (el gran exorcismo de Jesús) no es un cambio externo, sino el despliegue de la fe, un ensanchamiento radical en la conciencia y vida de los hombres. Lo nuevo de Jesús es que los pobres y enfermos “crean”, que tengan fe en sí mismos y en la vida, que asuman su responsabilidad y caminen, no por imposición ni bajo el mando de otros, sino por gratuidad, en comunión con los demás. Los milagros son “fe en movimiento”, una ventana abierta hacia el futuro de la vida interpretado como libertad y salvación para enfermos y angustiados. La novedad más significativa de Jesús fue el hecho de que a su lado, por su palabra, los pobres y enfermos, en el borde de la posesión diabólica, no se cerraran en sí mismos, sino que confiaran en el Poder de la vida, descubriendo y mostrando de esa forma la capacidad creadora de la vida. Esto es lo que muestran misteriosamente los gestos carismáticos de Jesús a favor de enfermos y posesos.

El Exorcista, la película que refundó el horror

‒ Los milagros/exorcismos son comunicación en gratuidad, no expresión de una magia dominadora, ni de una ciencia impositiva, que actúan según propias leyes programadas, poderosas. Por eso, los milagros no son algo que los hombres hacen, de manera que uno pueda decir a otro “yo te he curado”, sino que ellos acontecen, se despliegan, surgen… allí donde hay personas que confían en los demás, confiando en sí mismas.  No son consecuencia de un poder que puede manejarse (como quiere Simón Mago: Hch 8, 4-25), sino revelación de la vida que existe y se despliega en la vida de cada uno, empezando por los pobres.  Como impulsor y/o transmisor de esa fe actúa Jesús. No viene a controlar a nadie por ley, como hacen los escribas, ni a imponerle un tipo de sacrificio, como los sacerdotes, sino a decirle a cada uno “vive”, existe por ti mismo, en comunión con los demás[7]. 

Milagro es, según eso, la misma vida humana, entendida como don, como regalo y tarea que desborda los esquemas y leyes de un sistema político o sacral. Milagro es el descubrimiento de la presencia de Dios (del poder de la Vida) en la propia vida. Milagro es ser persona… Cada vida humana es milagro de libertad, de comunión, de supervivencia. En esa línea, como buen “psico‒terapeuta” Jesús no ha venido a curar a los enfermos desde fuera, imponiéndose así por encima de ellos, sino a decirles que se curen ellos mismos que crean, que vivan en liberad. Por eso, él no acude a ningún tipo de ley religiosa o social, ni cura por medio de amenazas, sino apelando a la fe de cada uno, a su deseo de vivir, a la gracia de la vida, que podemos llamar “Dios”[8].   

Una vida marcada por el deseo de sanar, que los hombres vivan

Todo nos permite suponer que Jesús, un artesano de la construcción (cf. Mc 6, 3‒4), había sentido la llamada del juicio final de Dios y fue donde Juan Bautista, para arrepentirse (para preparar la llegada del juicio final). Pero en ese contexto, quizá en la misma “ceremonia” del Bautismo como anticipo de la muerte (cf. Mt 1, 9‒11), descubrió de otra manera la presencia de Dios y su llamada poniéndose al servicio de la “vida” (de la curación) de los enfermos.

No podemos precisar de una manera psicológica el proceso de maduración humana y religiosa que experimentó, desde el primer latido consciente de su infan­cia hasta el momento en que ha venido a presentarse como legado de Dios o portador de su verdad. Pero sabemos que, en un momento dado, tras su encuentro con Juan Bautista, él empezó a presentarse y actuar como representante (portador) de la palabra y mensaje de Dios como salud, en Galilea, vinculando la llegada del Reino de Dios con la curación de los enfermos, no con el cumplimiento de leyes sacrales, ni con penitencias o sacrificios de templo, ni con un tipo de guerra santa y victoria sobre los enemigos de Dios

En esa línea, él descubrió y mostró con su vida la relación más honda que había entre la curación de los enfermos y la llegada del Reino de Dios. Así vino a presentarse y actuar como “terapeuta” del Reino de Dios, vinculando la llegada (implantación) del Reino de Dios y la curación de los enfermos, no por un tipo de obras suyas, sino por la fe de los mismos enfermos, es decir, sino con la transformación integral de los enfermos, vinculando de manera inseparable lo que hoy solemos llamar el cuerpo y el alma, que no son dos substancias separadas, como pudo pensar Descartes, sino dos aspectos o momentos de la misma realidad humana.

No fue médico del cuerpo, en el sentido posterior de la palabra (como si el cuerpo fuera un tipo de máquina independiente del alma o mente humana); tampoco fue médico de almas, en la línea de un espiritualismo posterior que desprecia o deja a un lado el cuerpo. Fue médico o terapeuta de personas, en línea de fe, es decir, de confianza básica en la vida, un terapeuta lógicamente discutido, pues no estaba al servicio del templo de Jerusalén, ni de la ley establecida de los escribas, ni del poder de Roma o de las autoridades políticas de Galilea.

‒ Fue terapeuta discutido y algunos le tomaron como un mago ambiguo, capaz de promover un tipo de “salud” en algunos enfermos, o de impulsar un movimiento de pobres y excluidos sociales, pero en una línea “asocial”, contraria a los principio del orden social imperante de los sacerdotes y escribas (y de los mismos romanos). Por eso es normal que le condenen como un “mago” satánico, alguien que cura a los locos y enfermos con poderes dudosos y con resultados aún más dudosos, rompiendo en nombre de Dios el buen orden de la sociedad establecida.

‒ Otros, en cambio, le vieron como un hombre de Dios, profeta poderoso en obras o palabras,  dotado del Espíritu, para anunciar el reino de su vida y de su gracia sobre el mundo, en la línea de Elías y otros profetas antiguos a quienes la tradición de las Escrituras veneraba como santos. Jesús era para ellos un testigo y portador del poder de Dios, por encima de los rabinos y sacerdotes oficiales del templo de Jesús. El tema de fondo era la “definición” de la salud y del orden social; el tema era sí la frágil paz económica, social, religiosa y militar de Galilea y de Jerusalén en aquel momento podía soportar la presencia e influjo mayoritario de hombres como Jesús.

 Fue, según eso, un profeta y terapeuta discutido. Conforme a la visión socio‒religiosa de muchos judíos de aquel tiempo (un tipo de sacerdotes y rabinos), la propuesta de “salud” (de curación) de Jesús iba en contra de la identidad social del judaísmo. Con su forma de curar, es decir, de promover la vida y libertad, la salud e independencia de los pobres y marginados de Galilea, Jesús ponía en riesgo el orden social del “judaísmo” en cuanto tal. Ciertamente, todos aceptaban un tipo de curaciones de Jesús; pero, en conjunto, algunos judíos pensaron que la salud que Jesús proponía iba en contra de los intereses del judaísmo, en un momento de difícil equilibrio político‒religioso como el que mantenían rabinos y sacerdotes de Israel, unos con otros, y todos con los romanos.

Se trata, pues, de distinguir entre la buena religión y un tipo de magia satánica, entre la salud del conjunto social y la curación de algunos marginados peligrosos. Ciertamente, Jesús curaba a algunos enfermos‒pobres, impulsándoles a creer y a vivir en libertad, sin dejarse dominar por un tipo de autoridad religiosa establecida (propia del templo o de algunos rabinos). Eso significa que la salud que promovía Jesús era en el fondo “peligroso”, en el sentido de que (hablando con un lenguaje popular) dejaba “muchos diablos sueltos”.

El tema de fondo era el mismo del libro de Job, a quien sus “tres amigos” exigían que se sometiera al orden social. También los sacerdotes y algunos rabinos del entorno de Jesús preferían que un tipo de enfermos (posesos) y pobres fueran sumidos bajo el buen orden político‒social y religioso que, a su juicio, venía ratificado por la “ley” israelita. Unos enfermos y pobres sometidos son preferibles a nos curados y pobres “liberados”, capaces de pensar y de obrar por sí mismos. Por eso acusan de Jesús de rechazar el orden social y rebelarse con su magia contra el poder de Dios:

‒ Dicen que es un mago satánico contrario al orden social sacralizado por la autoridad socio‒religiosa de Jerusalén (y de Roma). Su “pecado” consiste precisamente en “curar” los pobres y enfermos, es decir, en invitarles a vivir en libertad y en salud, aunque ello pueda parecer peligroso para un tipo de “élite” político‒religiosa dominante en aquel tiempo.

‒ Ellos piensan que la curación de Jesús es peligrosa porque ensancha la mente y corazón de enfermos y pobres, para que piensen por sí mismos, sin someterse a un tipo de orden socio‒religioso establecido. Parece un “pecado” insignificante: ¿Qué mal puede causar la curación de unos pocos enfermos? Pero, en realidad, es un pecado muy grande: Lo que Jesús hace curando a los enfermos (y resucitando simbólicamente a Lázaro) va en contra del orden religioso establecido, como dice Caifás en Jn 11, 47‒53).

Nosotros, que vivimos en un mundo mecanicista (biologista) tendemos a pensar que aquellas fueron curaciones puramente mentales, propias de una conciencia que se engaña a sí mismo. Pues bien, en contra de esa, las curaciones de Jesús fueron integrales, del espíritu, de la mente e incluso del cuerpo, y por eso sus enemigos le acusaron y condenaron a muerte, porque vieron que su conducta era “subversiva”, porque iba en contra del orden establecido de sacerdotes y soldados que necesitan dominar sobre un mundo (sobre una humanidad) de sometidos. Olvidamos a veces que los hombres, en cuanto tales, somos ante todo conciencia: Somos lo que creemos ser de verdad. No somos lo que tenemos fuera, en plano de dinero o posesiones (que pueden acabar esclavizándonos), sino aquellos que “creemos ser”, en un tipo de conciencia radical, no mentirosa, como seres capaces de conocernos, de amarnos, de sentirnos, en comunión de vida con los demás.  

     Era como he dicho un tiempo de gran “locura social”, como vienen diciendo los historiadores. Las antiguas concepciones de la vida se mezclaban y cambiaban mutuamente, mientras parecía acabar el viejo orden social. Triunfaba por un lado un tipo de optimismo racio­nal (racionalista) unido a la experiencia de la nueva paz roma­na; pero en otros contextos esa “pax romana” se entendía como expresión del triunfo diabólico de los poderes más perversos que habían aparecido y se extendía por el mundo. Filósofos, santo­nes, magos, charlatanes re­corrían los caminos, ofreciendo soluciones nuevas y expe­riencias al parecer más profundas de la vida. Comen­zaba a extenderse un tipo de "culto de misterio”: una liturgia de identificación vital con el gran Dios que muere y renace por (con) los hombres. Se extendía, al mismo tiempo, el gran deseo de una salvación racio­nal, de tipo gnóstico: muchos buscaban la unión con lo divino a través del conocimiento.

En medio de eso, muchos hombres y mujeres de Galilea vivían angustiados sobre todo por el hambre, la inseguridad social, el derrumbamiento de los ideales antiguos de la vida.  Galilea, la tierra de Jesús, había sido durante siglos (desde el VII a.C.), una especie de “campo mixto” donde las antiguas tradiciones de Israel se habían mezclado con visiones religiosas prevenientes de Asiria, Babilonia y Siria. Hacía sólo un siglo que había sido “reconquistada” por los judíos “asmoneos” (macabeos) de Jerusalén, por el rey Alejandro Janeo (hacia el 104/103 a.C.), sino repoblada por “colonos” judíos, empeñados en rejudaizar la tierra. Pero los “sueños” mesiánicos de los colonos judíos no habían logrado imponerse; no se habían cumplido las esperanzas proféticas del Israel antiguo, y la mayoría de la población estaba sometida a un intenso sufrimiento, sobre un mundo amenazado por la violencia y el hambre, por enfermedades del alma y del cuerpo (que en el fondo eran las mismas).

En aquella situación (con un 40% de la población al borde de la locura) se extendían entre el pueblo doctrinas y proyectos sociales diversos: Deseos de alzamiento militar, bandidaje social, con una masa de población desarraigada, en manos de magos de diverso tipo, de hechiceros y embaucadores. En una situación de pre‒guerra económica y social, política, psicológica y religiosa como aquella, pudieron surgir personas clarividentes, capaces de empalmar con las raíces más honda de la locura, pero también de la salvación humana, como muestro miles de papiros conservados y encontrados en Egipto, pero extendidos por todo el oriente[9].  

Jesús terapeuta, no jerarca religioso

 En esa línea, en un primer acercamiento al evangelio de Marcos, Jesús aparece como alguien que va “expulsando” demonios con prisa y decisión, a veces con rabia, como si luchara contra personajes invisibles, de tipo mágico, poderes que otros no logramos ver como él veía, ni combatir como él hacía,   Es lógico que muchos exegetas e intérpretes hayan tendido a silenciar este elemento de su vida, que parece haberse vuelto secundario en el cristianismo posterior de tipo más racional.

Muchos hubieran querido que las cosas fueran distintas, pues piensan que Jesús era un hombre bueno, pero se equivocaba de enemigo, viendo demonios donde sólo hay problemas de relación y maduración humana. Pero es posible que los equivocados seamos nosotros, que no sabemos descubrir el fondo humano” de los demonios, ni la posibilidad de una “curación”, empezando por los eslabones más débiles de la cadena, por métodos que no sean químicos (por medicinas), sino básicamente psicológicos y sociales, cambiando las formas de vida y las condiciones sociales de los enfermos.  Las terapias de Jesús no van en contra de la medicina actual (siglo XXI), que realiza una función indispensable  en el plano neurológico y psíquico, pero aportan un elemento esencial para la curación humana del tipo de enfermos que, en tiempos de Jesús, tendían a llamarse “posesos”.

 Jesús no ha trazado teorías sobre posesiones y exorcismo, sino que ha “conocido” a los endemoniados (ha compartido su disociación y su dolencia, y ha sabido hacer que vivan, que encuentren compañía, y que en algunos casos puedan curarse al menos parcialmente, pues así lo exige el hecho de que son hijos de Dios. Los exorcismos constituyen quizá el lugar y momento donde la experiencia de Jesús se relaciona de un modo más hondo con la sociedad de su tiempo, empobrecida, amenaza por principios de disociación o ruptura neurológica, psicológica y/o social. Jesús no ha sido un solitario, sino que ha creado un grupo de exorcistas, capaces de penetrar por la palabra, de un modo positivo, en la vida de otros hombres y mujeres, para recrear por dentro esa vida, en conocimiento personal, en comunión de amor con ellos

Exorcismo Magno - Jose Antonio Fortea | PDF | María, madre de Jesús ...

Exorcismos de Qumrán, vamos a la guerra

Los exorcismos de Jesús  nos sitúan ante un problema de humanidad, esto es, de identidad personal y de comunicación, vinculación de palabra/amor, de fe/confianza de unos hombres con otros. En ese contexto podemos evocar el relato del “endemoniado de la sinagoga” (Mc 1, 21-26), con el que comienzan las obras de Jesús según Marcos. Parece que, en un nivel, ese relato alude a una disputa entre comunidades cristianas y sinagogas judías más “tradicionales” (legales), que serían lugares donde habita lo diabólico. Sin embargo, en su fondo, conserva una experiencia propia de Jesús, pues, a su entender, algunas las sinagogas judías (jerosolimitanas), tal como empezaban a funcionar en algunos lugares de Galilea, eran incapaces de liberar a los pobres (endemoniados). Precisamente por eso, Jesús comenzó su tarea de Reino, introduciéndose en la problemática de esas sinagogas.

Como es lógico, debemos situar a Jesús en el contexto de otros “exorcistas”, como los esenios de Qumrán que interpretaban su proyecto desde la  lucha contra los poderes sociales que oprimieron y oprimen a Israel, como muestra el Rollo de la Guerra (1QM: Milhama) y ratifica la Regla de la Comunidad donde se manda: «amar a todos los hijos de la luz y odiar a todos los hijos de las tinieblas» (cf. 1QS 3-4).Según eso, para los esenios, verdadero exorcismo era una lucha, dirigida por sacerdotes, que marcan y sancionan los enfrentamientos militares desde una perspectiva teológica y angélica donde el mismo Dios, con ejércitos celestes, vendrá en ayuda de los suyos para destruir desde arriba a los perversos. Por eso no pueden combatir en esa lucha impuros, enfermos o manchados, según principios de la guerra santa israelita.

La Gran Batalla (el exorcismo radical) será una lucha de “hombres de valor” (jueces, oficiales, jefes de millares y centenas), sin que puedan alistarse «contaminados, paralíticos, ciegos, sordos, mudos... porque los ángeles de la santidad están entre ellos» (Regla de la Congregación, 1QSa 2, 1-9; cf. Rollo del Templo, 1QT 45). Sólo en la asamblea pura, sin enfermos y manchados, surgirá el Mesías, Hijo de Dios (1QSa 2, 12-22)[10] que será, al mismo tiempo, gran sacerdote, fuerte guerrero y exorcista supremo.

- Exorcismos de Jesús. En contra los esenios,, Jesús ha penetrado en la problemática personal de los impuros, para compartir con ellos el mensaje de Dios y para ofrecerles el Reino (es decir, para crear espacios de Reino). Ciertamente, también Jesús entiende el exorcismo como lucha, pero  desde abajo, empezando por los más pobres, sin batalla militar externa, al servicio de los oprimidos y excluidos. El exorcismo es batalla a favor de la vida, es la misma vida como guerra (=espada) a favor de la humanidad, esto es, de la existencia humana como expresión y expansión divina de la vida, en comunión que supera la muerte, en muerte que se abre a una más honda expresión de presencia.

 Lógicamente, los exorcismos de Jesús pueden resultan escandalosos, contrarios a las normas de pureza de su tiempo (que tienden a separar lo limpio de lo manchado, lo impuro de lo puro). En contra de una separación defendida por muchos en su tiempo, Jesús quiere penetrar y penetra en el mundo de lo impuro, en los lugares de mayor disociación humana, para que hombres y mujeres puedan compartir la vida en dialogo de esperanza, curando a los enfermos, es decir, ganando la batalla de la salud. Por eso, su autoridad ha sido discutida y rechazada por grupos de judíos (¿judeocristianos?) que ponían su institución de orden social y religioso por encima de la curación y libertad de los endemoniados, tal como Jesús la está practicando.

Problemática actual. El tema actual es muy complejo, y no ha recibido, que yo sepa, una respuesta clara, que pueda ser  aceptada por todos. Puede condensarse en cuatro temas:

-El tema está en distinguir y vincular el aspecto neurológico y psicológico, personal y social, ético y religioso.  El tema sigue siendo el de distinguir enfermedad y pecado ¿quién tiene la culpa? El tema es saber si los  “endemoniados” tienen cabida en la sociedad de “normales”, si la puedan transformar, transformándose todos en comunión de palabra/amor o si los endemoniados van a contaminar y destruir la comunión de ley de los justos. En este contexto pueden plantearse diversos problemas, qué llegan hasta nuestro tiempo.

- Qué aportamos a los posesos… y que nos aportan ellos. Qué sociedad y espacio de vida les ofrecemos y qué dimensiones de vida nos ofrecen  ellos, de manera que podamos ser y vivir en unos espacios distintos de humanidad, pero ayudándonos mutuamente. ¿Qué sociedad, que cultura, qué economía formamos… ¿A quiénes destruimos con nuestra cultura de poder, quiénes podrían curarnos y a quieres podemos curar nosotros, no sólo utilizando  para ello fármacos, sino con formas nuevas de relación interhumana?

- ¿Cuáles son las locuras-posesiones más corrientes de la actualidad? Unas pueden estar socialmente reconocidas y aceptadas, mientras otras están demonizadas y no aceptadas por la sociedad. En esta línea resulta importante reconocer  la relación que puede haber entre los dos “demonios” más importantes de la tradición de los evangelios que son Mamón y Belzebú, los dos demonios contra los que Jesús se opone de manera más concreta: Mammon, el demonio/ídolo del dinero; Belzebú, el ídolo demonio de la destrucción psicológica?

En este contexto se sitúa el juicio de “los escribas que vienen de Jerusalén”, vinculados, según Mc 3, 20-35, con los parientes de Jesús, que condenan a Jesús, diciendo: «Tiene a Belcebú y con el poder del Príncipe de los demonios expulsa a los demonios» (Mc 3, 22; cf. Mt 12 22-32; Lc 11, 14-23; 12, 10). Esos escribas piensan que, curando a los posesos y acogiendo a los marginados, tal como él lo hace, Jesús pone en riesgo la sacralidad de Israel, que, según ellos, sólo puede mantenerse expulsando o encerrando a posesos e impuros. Este demonio Belzebú está vinculado a una estructura familiar de poder, de dominio de los poderes superiores sobre los que parecen desajustados, los que rompen la estructura social dominante.

- Los escribas que vienen a Galilea desde Jerusalén condenan a Jesús como endemoniado, y lo hacen   como representantes de una ley sagrada (de puros judíos que distinguen el buen y mal pensamiento, lo que puede pensarse y lo que no puede pensarse…)  y así garantizan el orden legal del conjunto de la sociedad (dominada por judíos legales que se defienden a sí mismos edificando, en torno al buen pueblo, un muro de seguridad según Ley y dejando en la cárcel exterior de su locura o pecado, a los posesos. Por eso, acusan a Jesús diciendo que, bajo capa de bien (ayudando externamente a unos posesos), él arruina al pueblo entero con sus exorcismos y destruye la unidad sagrada  la casa buena de Dios), entregando al conjunto de Israel en manos del Diablo. 

Los escribas de Jerusalén quieren curar a Jesús casándole

 El demonio de Jesús es un demonio de “ruptura” respecto de la buena familia israelita. El demonio es acoger en su grupo a cojos-mancos-ciegos, a excluidos sociales (leprosos, psicológicamente enfermos…), haciéndolo por sí mismo, rompiendo (negando) el control sagrado del templo de Jerusalén (Cf. Mc 2, 44-46; Leproso que no va a comunicar su curación a los sacerdotes) … En contra de las normas del templo,  Jesús, en cambio,  realiza sus exorcismos sin ponerse bajo el control del templo, sin cumplir las normas de seguridad que instauran los escribas, y no por olvido o descuido, sino porque así lo exige su mensaje de Reino, para abrir un nuevo camino de humanidad. Desde ese fondo dice:

Nadie puede entrar en la casa del Fuerte (iskhyros) y saquear sus bienes

a menos que primero ate al  Fuerte. Y entonces saqueará su casa (Mc 3, 27).

Si yo expulso a los demonios con el Espíritu Dios (Lc 11,20 «dedo») de Dios

el Reino de Dios ha llegado a vosotros» (Mt 12, 28)[11].

 Los escribas le acusan diciendo que actúa al servicio del poder de Beelzebul, destruyendo así la casa entera de la vida. Jesús responde que actúa con el  aliento/espíritu de Dios, que quiere construir una comunión en la que caben todos. Los escribas, en cambio, contestan diciendo que con su forma de acoger a los posesos está destruyendo al pueblo entero.

Es evidente que los escribas y Jesús habitan en espacios religiosos y sociales diferentes. Los escribas “ven” a Satanás en un lugar (allí donde se “rompe” su ley). Jesús le ve en otro distinto, allí donde los pobres se encuentran expulsados y oprimidos. Eso significa que, según Jesús, el bien de los pobres importa más que el cumplimiento de un tipo de Ley judía (y romana)[12].  

Temas abiertos.

A diferencia de los enviados “oficiales” de Mc 6 par (Mt 10, Lc 9 y 10, el exorcista de Mc 9, 38-40) un voluntario que no se somete a la autoridad zebedea o petrina de la iglesia, pero que quiere actuar en nombre Jesús, asumir un poco a lo libre su tarea sanadora

Comparar con Hech 19, 13… Exorcistas judíos que no son cristianos pero que apelan a Jesús para hacer exorcismos… y no  logran realizarlos bien y son poseídos por malos espíritus… Estos judíos de Jesús se vuelven locos… no pudiendo hacer bien los exorcismos

Pablo en un principio…actúa de manera independiente, en misión de Arabia durante dos años… sólo después de salir de Damasco… se vincula con Pedro….

Mujeres del grupo de Jesús… Quizá al principio independientes de Pedro… En Hechos 1, 13-14 están ya unidas con Pedro y los Doce y con Parientes de Jesús…

Grupos gnósticos del siglo II.   Independientes de la gran iglesia…

La Gran Iglesia, la Katholike… se va constituyendo en siglo II (obispos y Escritura?

A lo largo de los siglos: Iglesias independientes…

Estos exorcistas no comunitarios son varoes o mujeres… ¿Curas a los posesos o los dejan peor de lo que estaban

Son autoridad carismática… en la línea de los posibles grupos sinodales del Papa Francisco

¿Son un grupo de vida religiosa?  ¿por qué se han hecho formas de vida religiosa de todo tipo…. Pero no de exorcistas…? Opus Dei? ¿Comunión y liberación?

Eremitas y cenobitas…

¿Asociaciones de médico/ psicólogos. Grupos carismáticos actuales y exorcistas…  

Mons Milingo (1971-1972) (¿cómo tocaba hacía exorcismos?....¿Cómo curaba?

Javier Garrido Goitia, Franciscano (+2024)… Yo lo he tomado siempre como un exorcista fuerte, pero quizá poco comunitario…Curaba con la palabra, “tocaba” como Jesús, en contacto personal… Le han acosado de manipular, condenado por la Rota España.

Conclusión. Casamiento para “domar” al exorcista Jesús.  Dos preguntas

¿Qué aporta Jesús a posibles carismáticos actuales? ¿Cristianos sin iglesia? ¿Qué significaría cristianos sí, pero esta iglesia no? ¿Qué aporta la iglesia a los carismáticos actuales? ¿Qué aportarían nuevos carismáticos a la iglesia?

¿En qué sentido se puede hablar de nuevos carismáticos sin mucha iglesia?

¿Grupos de oración como los Amigos del silencio

NOTAS

[1] Cf. E. Käsemann, La llamada de la libertad, Sígueme, Salamanca 1974, 72.

[2]   Este pasaje nos sitúa ante el primer riesgo de imposición eclesial: los cristianos zebedeos han empezado a emplear violencia, para introducir en su grupo a los demás o acallarles, en nombre de Jesús. Pues bien, en virtud de la misma dinámica evangélica, el Jesús de Marcos se lo ha impedido, diciendo que su iglesia no es monopolio de algunos, sino grupo de gratuidad, no exclusivo (no celoso ni envidioso), al servicio de los endemoniados y expulsados de la sociedad. El exorcismo es un "sacramento" difícilmente controlable en clave de institución, tanto en plano judío (3, 21-30), como en plano eclesial (9, 38-40), de manera que puede aparecer y aparece como amenaza para quienes quieren crear un grupo de "control" (sean judíos, paganos o cristianos).

[3] Sobre el espacio en que se mueve la "iglesia" de Marcos, cf.  Ch. M. Tuckett, Q and the history of Early Christianity, Clark,  Edinburgh 1996, 355-450). Cf. R. Bauckham, For Whom Were Gospels Written?, en Id. (ed.), The Gospels for All Christians: Rethinking the Gospel Audiences, Eerdmans, Grand Rapids 1997, 9-49.

[4] Cf. X. Pikaza, Compañeros y amigos de Jesús. La Iglesia antes de Pablo, Sal Terrae, Santander 2023.

[5] F. Josefo, Antigüedades Judías XVIII, 3. 3 (XVIII, 63), Akal, Madrid 2002, II, 1089. A. Vázquez, «Psicología de Jesús»: Diccionario de Jesús de Nazaret, M. Carmelo, Burgos 2001, 1048-1073.

[6]Esta es la visión final de J. P. Meier, «Del profeta como Elías al mesías real davídico», en D. Donnelly (ed.), Jesús. Un coloquio en Tierra Santa, Verbo Divino, Estella 2004, 63-111.

[7]Por eso se han opuesto a los “milagros” de Jesús los escribas de la ley, partidarios del orden que sacral que ellos controlan, dispuestos a expulsar y/o dominar (no a acoger/curar) a los distintos, impuros y enfermos. El milagro de Jesús consiste, precisamente, en acoger a esos impuros, apelando para ello a la gracia, es decir, al don humilde, gozoso, universal, del Dios Padre, diciéndoles a ellos, a los mismos enfermos y pobres, que crean, que confían, que caminen, dándoles la mano para ello (no para dominarles).

[8]Los milagros son lo más natural, en el sentido fuerte de ese término, siendo a la vezsobre-naturales. No son la irrupción de una fuerza que se impone con violencia (destrucciones cósmicas, armas militares o dinero), sino don puro, el regalo más débil y más poderoso (nunca impositivo) de alguien que se entrega (comunica) a sí mismo, a fin de que otros sean.  (1) En ese sentido, mirada desde su hondura, la vida humana como tal es un “milagro”. No nacemos de los poderes cósmicos, ni de leyes del sistema, sino del amor gratuito y la compasión cercana. Así lo ha mostrado Jesús, comunicando humanidad a los enfermos y diciéndoles que vivan, en amor, sobre toda violencia, que sean ellos mismos.  (2) Los milagros son comunicación radical: expresan la certeza de que ha llegado el Reino, de manera que hombres y mujeres pueden comunicarse en gratuidad, unos con otros, superando los tabúes exclusivistas y los poderes de una ley que impone el orden condenando y rechazando a los que parecen ilegales.  Este es el principio y meta de todos los milagros, la comunicación “divina” de la vida, en libertad, para el amor.

[9]Como he dicho, existía en oriente un tipo de magia egipcia, conocida desde antiguo por sus libros y papiros. Había también una magia persa, influida por su dualismo y su demonolo­gía, una magia helenista, judía…Resulta muy significa­tivo el hecho de que, superando fronteras confesiona­les, los magos del paganismo se sirvieran de nombres y prácticas judías para realizar sus curaciones, sus encantamientos y exorcismos.

[10] Para situar a Jesús entre los sanadores y exorcistas de su tiempo, cf. S. Freyne, The Charismatic, en J. J. Collins (ed.), Ideal Figures in Ancient Judaism. Profiles and Paradigms, (SBLSCS 12), Chico CA 1980, 223-258; W. S. Green, Palestinian Holy Men: Charismatic Leadership and Rabbinic TraditionANRW 2/19 (1979) 614–47; M. Smith, Jesús el mago, Barcelona 1988; G. H. Twelftree, Jesus the Exorcist. A Contribution to the Study of the Historical Jesus, Tübingen 1993; J. Vázquez, Los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas,Verbo Divino Estella 2000.

[11]    Cf. H. Schlier, Mächte  und Gewalten nach dem Neuen Testament, en  Besinnung auf das NT, Herder, Freiburg  1964; C. K. Barret, The Holy Spirit in the Gospel Tradition,SPCK, London 1970. 

[12]   Esta visión de Jesús puede entenderse desde la perspectiva apocalíptica de Ap 12, donde se supone que Satán, que había dominado desde el cielo la historia de los hombres, ha sido expulsado, arrojado a la tierra. Lc 10, 18 nos sitúa en una perspectiva semejante: Satanás ha perdido su poder, ha caído del cielo, es un “Diablo” derrotado, de manera que los pobres y expulsados galileos pueden esperar salvación.

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