Ni varón ni mujer (Gal 3, 28), primera persona de la historia cristiana

He publicado ya dos reflexiones sobre la Inmaculada en perspectiva histórica y social, en diálogo con otras confesiones cristianas. Mi aportación s ha suscitado, como era previsible, reacciones encontrada. Pues bien, para completarla he querido introducir en este nuevo post (que es el de ayer, pero muy modificado) unas precisiones importantes sobre el lugar de María en la historia cristiana:

-- María no es inmaculada como mujer (eterno femenino de Dios), sino como persona, es decir, como ser humano que vive en libertad y plenitud. Por eso hay que resistir a toda tentación de hacerla "diosa".
-- En sentido simbólico, podemos afirmar que ella ha sido la primera "persona" de la historia de la salvación cristiana (en línea católica). En esa línea podemos y debemos destacar su humanidad.

Publiqué hace ya tiempo unas reflexiones de este tipo, en diálogo y oposición a L. Boff en:
-- ¿Unión hipostática de María con el Espíritu Santo?, Marianum 44 (1982) 25-58
-- La madre de Jesús. Introducción a la mariología, Sigueme, Salamanca 1989.

Hoy quiero retomarlas, aprovechando un material de Enquiridion Trinitatis (Secretariado Trinitario, Salamanca 2005, 537-550).


1. La Inmaculada constituye un signo privilegiado de la revelación femenina de Dios (en clave católica, barroca), un tema que sigue ofreciendo un punto de partida fecundo (aunque quizá problemático) para un tipo de reflexión teológica y antropológica. Por eso he querido situarla hoy dentro de una visión de conjunto del despliegue trinitario de Dios, en clave de género.

2. Pero lo que importa de verdad no es que María puede verse como rostro femenino de Dios, sino el hecho de ella aparezca (con Jesús) ante la conciencia de los católicos (desde Lc 1, 26-38) como primera persona plenamente humana de la historia, en diálogo con Dios, en apertura de amor hacia los otros.

Estas reflexiones no serán quizá del agrado de todos, y algunos las verán como puras abstracciones. Pero estoy convencido de que ellas pueden situarse en la línea de una teología fundamental, entendida como "fides quaerens intellectum". Sin duda, ellas deben completarse desde otras perspectivas (en especial desde un estudio de los datos bíblicos y de la tradición de las iglesias). Pero pueden servir de ayuda, tal como están, pues intentan presentar a María ante todo como persona. Buen día a todos.

(Trinidad y fertilidad divina; Padre, Madre, Hijo).

Sobre temática de fondo trinitario he escrito: Los orígenes de Jesús, Sígueme, Salamanca 1976; Dios como Espíritu y Persona. Razón humana y Misterio Trinitario, STrin, Salamanca 1989; Trinidad y comunidad cristiana. El principio social del cristianismo, STrin, Salamanca 1990; El misterio de Dios. De la búsqueda de Dios al Dios cristiano, San Pío X, Madrid 1990; Diccionario Teológico. El Dios cristiano, en colaboración con N. Silanes (eds), S.Trin, Salamanca 1993.


Los antiguos semitas del oriente (Siria y Palestina) entendían de manera divina el proceso anual de la cosecha: el padre-dios del cielo fecunda con sus rayos de sol y con su lluvia a la diosa-madre de la tierra, que concibe y alumbra al hijo-dios de la cosecha. El padre es dios del cielo, conocido por su fuerza engendradora, y lleva el nombre de "El-Allah" o lo divino. La madre es Astarté o Ashera el signo original de la fecundidad, la esposa cósmica del cielo. La divinidad total se ha concebido, por tanto, en forma de pareja capaz de procrear, en gesto de constante unión y alumbramiento. Así nace Baal, el hijo, que es la vida igualmente divina.

Algunos historiadores han supuesto el cristianismo adaptó este mito; de esa forma, su Dios-Padre corresponde al padre de los cielos; Jesucristo, que es Dios-Hijo, expresa al Baal o señor de la cosecha, que nace-muere-renace cada año (resucita); lógicamente, en este esquema, el Espíritu divino se tendría que haber explicitado como Madre-divina originaria o Madre tierra, a través de la virgen María.

En apariencia, el pensamiento griego ha superado ese esquema trinitario de carácter sexual y vitalista: el proceso de la realidad, interpretado de un modo ternario, ya no está simbolizado por la oposición primera (de lo masculino-femenino) y por el surgimiento de la vida (el hijo). De todas formas, allí donde los griegos apelaron otra vez al mito volvieron a emplear el mismo esquema trinitario, como lo hicieron los helenistas de Egipto, retomando la tríada de Osiris, padre celestial, Isis, la gran madre o signo de la sabiduría cósmica, y Horus, que es hijo salvador.

Sobre este fondo vino a desplegarse una línea de especulación judeo-helenista de Alejandría, que puso a Sophia (Isis) junto al Dios trascendente: Sophia sería la esposa primordial de Dios, origen, arquetipo, madre de todo lo que surge y existe sobre el cosmos. A través de la Sophia surge el Logos o primera de las creaturas: es el orden inmanente de las cosas, reflejo de Dios (expresión de su Sophia) y primogénito o centro estructurante de todo lo creado.

Este esquema teologiza y, en algún sentido racionaliza, unas relaciones de carácter dual (esponsal) y genético, interpretándolas en una perspectiva jerárquica y descendente de la realidad: la esposa, Sophia, aparece más como reflejo femenino de Dios Padre que como una persona independiente que se pueda situar frente de él, de igual a igual, en un encuentro primigenio; por su parte, el hijo, Logos, ha roto de algún modo el círculo divino para introducirse de algún modo en la tierra.

(Gnósticos y fieles de la Gran Iglesia).

Los gnósticos entendían a Dios como un proceso masculino-femenino de dualización y unificación, de pérdida y encuentro, de salida y retorno. Lógicamente, en el centro de esa realidad y proceso sitúan una figura femenina, que es complemento o esposa del Dios varón (o diosa primera, superior al mismo varón). Normalmente esta mujer-madre se identifica con el Espíritu Santo y recibe rasgos cercanos a María. De esa forma, la madre de Jesús interpretada en formas simbólicas cambiantes, se inscribe, por lo tanto, en el misterio de la trinidad (o cuaternidad) divina, originaria. En ea línea, los gnósticos cristianos tienden a olvidar la diferencia que hay entre creador y creatura; introducen toda la realidad en el esquema del proceso divino de salida y de retorno; y así pueden concebir a María, la mujer eterna, como un elemento (simbólico y real a la vez) del esquema divino trinitario (o cuaternario).

Los cristianos de la gran iglesia han rechazadola gnosis, en un proceso que empieza con los padres antignósticos (Justino, Ireneo, Tertuliano, Hipólito...) y culmina en los grandes concilios cristológico-trinitarios (Nicea, Éfeso, Calcedonia). Su propuesta tiene dos grandes implicaciones mariológicas: expulsan a María de la trinidad; la interpretan como persona histórica. La solución gnóstica representaba lo fácil, aquello que está en la línea de la proyección sagrada de las realidades de este mundo... Lo difícil no era divinizar a la madre-virgen del Mesías, introduciéndola en la trinidad originaria. Lo difícil es humanizarla... De todas formas, la respuesta de la Gran Iglesia pudo llevar consigo un riesgo: convertir a Dios en puro ser masculino, olvidar su trascendencia (está más allá de lo masculino o femenino) o negar su elemento femenino.

Muchos teólogos actuales que como F. K. Mayr (cf. bibliografía final) piensan que Dios es trascendente, divino por sí mismo, sin el mundo. Pero añaden que él ha creado al hombre "a su imagen y semejanza, como varón-mujer" (cf. Gén 1, 27). Por eso debe tener rasgos masculinos y femeninos. Eso lo ha olvidado gran parte de la tradición del cristianismo occidental, que ha interpretado la realidad de Dios en términos exclusivamente masculinos. En contra de esa tradición dominante, debemos recuperar lo femenino de Dios, descubriendo así que Dios se muestra no sólo como Padre, sino, al mismo tiempo, como Madre: es ámbito de comunión personal, potencia de amor en que se arraiga nuestra historia. En esta perspectiva ha de trazarse nuevamente el signo trinitario, como misterio de paternidad-maternidad-filiación. La Trinidad no es un problema que se deba resolver por medio de razones y argumentos: es misterio de la intimidad de Dios en que vivimos y crecemos.

(Carl Gustav Jung. Trinidad y feminidad).

En esta línea suele citarse la aportación de Jung, psicólogo e intérprete de la historia de la cultura. A su juicio, la energía psíquica o divina se explicita y vuelve consciente por medio del hombre; a través de un proceso cultural y religioso que le va llevando hacia su propia plenitud. Pues bien, en este proceso de autodesvelamiento divino (humano) ha jugado un papel muy importante el esquema trinitario, no sólo en sus modos más antiguos, de tipo cultural (padre-madre-hijo), sino en su forma más elaborada y perfecta, identificando a la Virgen Inmaculada y Asunta al Cielo con el Espíritu Santo. Pues bien, Jung encuentra aquí un rasgo muy significativo: la Trinidad cristiana ofrece dos
En esa clave, la Virgen sería la cuarta persona de la Trinidad, incluida en el mismo despliegue de Dios. Este proceso de elevación divina de una cuarta figura sagrada puede interpretarse en Jung de varios modos.

De esa manera, el dogma de la asunción de María constituiría, en plano psicológico, la elevación divina de la madre de Jesús, presentada como signo de la divinidad-materna o de la humanidad culminada.

En esa última línea se sitúa el dogma de las "nupcias finales" de Dios que se reconcilia con todo: asume y transforma en sí lo malo, acoge en su seno a la creatura, despliega sus dos rasgos principales (el masculino y femenino). María se desvelaría, según esto como piedra clave de esta reconciliación universal, como un elemento de la trinidad o cuaternidad divina... como la mujer inmaculada (divina) junto al varón redentor que es Cristo.

Pues bien, en contra de esa ampliación trinitaria (con una Trinidad que incluye en su seno a la Virgen María), los cristianos que siguen confesando en su forma actual el dogma de la Trinidad (con los credos oficiales de la iglesia) se encontrarían todavía en un momento de crisis, pues donde el Espíritu aparece desligado de este mundo y la misma dualidad de Padre-Hijo no ha encontrado su descanso.

(¿Vuelta al paganismo? La novedad cristiana).

Jung quiere ampliar la Trinidad, introduciendo en ella un último elemento de equilibrio intradivino que la convierte en cuaternidad. Con todas las cautelas necesarias, pienso que se trata de una repaganización del cristianismo, que puede situarse en la línea del famoso cuadrado (das Geviert) de M. Heidegger. Aquí como allí lo divino incluye la totalidad (cielo y tierra, hombres y dioses; Padre y Madre, Espíritu y mundo). Se disuelve al fin el proceso de la historia como creatividad y como lugar de surgimiento de individuos libres; queda la totalidad sagrada de lo eterno, permanente, como proceso ya realizado donde el esquema ternario de las viejas religiones del proceso vital viene superado por un nuevo y más alto paganismo de la cuaternidad donde todo está incluido.

Pues bien, en contra de eso juzgo que resulta absolutamente necesario mantener el esquema trinitario de la revelación cristiana, que pone de relieve la trascendencia de Dios sobre la historia, resaltando, al mismo tiempo, la realidad de la historia que se funda en la revelación de Dios.

Precisamente dentro de esa historia humana hallamos a María, la madre de Jesús. Por eso, ella no puede interpretarse como elemento intradivino de la cuaternidad sacral, ella es, más bien, una persona humana que, por gracia de Dios y por fidelidad propia, viene a introducirse (como creatura) dentro del mismo despliegue histórico de la Trinidad trascendente.

(1) Jesús-Hijo existe de algún modo sin María, en su nivel de eternidad intradivina en relación de amor hacia Dios Padre, en la unidad del mismo Espíritu.

(2) Dios ha querido que Jesús Hijo realice su misma filiación eterna y trinitaria dentro de la historia, por medio de María. No es una segunda filiación; no es un nuevo Hijo de Dios el que ahora nace. El mismo Hijo divino, siempre eterno, nace ahora y por siempre de María. Esto significa que María, siendo una mujer de nuestra historia, pertenece a la realización histórica (económica) de la misma filiación eterna (inmanente) del Hijo de Dios. Esto es precisamente lo difícil, es lo misterioso.


Fácil sería decir que María es eterna, divina y, como tal, madre del mismo Hijo de Dios, por siempre eterno. Fácil sería afirmar que ella es la madre del Cristo temporal, como las otras madres de la tierra. Lo difícil, plenamente paradójico, es aquello que ahora confesamos con la iglesia: Dios Padre expresa y realiza históricamente, por medio de María, su paternidad eterna; su propio Hijo eterno, intradivino, comienza a nacer en la historia y nace para siempre por medio de María, de manera que el Espíritu de la paternidad-filiación, que eternamente vincula al Padre con el Hijo, empieza a vincularles ahora, en el tiempo de la historia, por medio de María.

Esto significa que la Trinidad económica es la misma Trinidad inmanente, es decir, el mismo Dios eterno como proceso de amor, encuentro primigenio y fundante de personas (Padre con el Hijo en el Espíritu). Pero lo es de un modo nuevo: introduciendo a Jesús y a su madre dentro de la historia.

(María: Trinidad económica e inmanente).

Pues bien, la posibilidad de realización económica de la Trinidad inmanente se llama María. Ella pertenece al despliegue temporal de la Trinidad eterna. Esto implica, a mi entender, tres grandes consecuencias que condensaremos de un modo sencillo.

(1) Dios es trascendente con respecto a los procesos vitales, psicológicos del mundo. Por eso, su misterio de vida no se puede explicar como la vida fundante (padre-madre-hijo) que nosotros proyectamos hacia el plano más íntimo del cosmos, en contra de la perspectiva religiosa ya indicada. Tampoco le podemos entender como principio y meta de cuaternidad sagrada en la que todo vendría a consistir, según otros autores. Siendo trascendente al mundo, Dios es inmanente en si mismo: tiene vida interna, sin necesidad de desplegarse o realizarse en el proceso cósmico. Por eso, en sí mismo, Dios no es madre ni padre en sentido masculino o femenino.

(2) Dios es personal, es comunión de personas en su misma vida eterna. Las posturas anteriores tienden a entender la personalidad de Dios en relación al mundo, en el proceso de despliegue y repliegue de este cosmos. Pues bien, desde el momento en que nosotros descubrimos la autonomía de Dios como viviente, nos vemos invitados (casi obligados) a expresar su personalidad intradivina en forma de plenitud de amor o encuentro entre personas. Éste es un corolario que deriva tanto del análisis de Dios (su autonomía interna) como del modo de entender las creaturas (que aparecen como no divinas).

(3) María es creatura y es persona. Es creatura, pues deriva del Dios que es trascendente; ella existe, en cuanto tal, fuera del misterio. Es persona en la medida en que, surgiendo de Dios y dependiendo de Dios, viene a mantenerse en pie, puede sostenerse a sí misma y decidir sobre el sentido de su vida, en relación de diálogo y amor con lo divino (con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). Sólo llega a ser persona aquella creatura que, asumiendo su propia dependencia, se realiza, sin embargo, de manera libre, dialogando en forma responsable con las personas trinitarias... En esa línea, para acentuar su realidad personal, algunos cristianos parecen que han interpretado a María como Divina: Revelación personal del eterno femenino.

(Dios personal, María persona).

Dios es personal en sí, no necesita de los hombres o del mundo para serlo. Es personal como diálogo de ofrenda y acogida, de llamada y de respuesta en comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu. Ese Dios trinitario, realizando en sí la totalidad del ser, no es excluyente ni egoísta. Todo lo contrario: quiere que en su propia plenitud haya lugar para otros seres que participen de su propio encuentro de amor (o felicidad), surgiendo así como personas.

Pues bien, la primera creatura que se eleva y se realiza plenamente como persona (humana) al interior de ese misterio trinitario, en referencia al Padre, Hijo y Espíritu Santo es María.

En esta perspectiva hemos de decir que Adán no es todavía plenamente persona, ni lo es Eva, ni un tipo de humanidad que viviría sólo en clave de esperanza (cf. Gal 3-4).

En esa línea, el dogma de la Inmaculada serviría para mostrar que el primero de todos los seres humanos que se hace plenamente persona, que decide su ser y se realiza en libertad dentro de la historia, en diálogo con Dios (según Lc 1, 26-38), ha sido María, la madre de Jesús. ((Así lo ha dicho de un modo velado el mismo K. Barth en su reflexión sobre el Adviento)

María es la primera que entra en relación directa con el Padre, participando humanamente en su paternidad divina, es la primera que ha vivido en comunión con el Hijo; es la primera que se deja iluminar por el Espíritu.

Cristo es persona por ser Hijo de Dios en nuestra historia; no es, por tanto, una persona humana, un nuevo sujeto, un individuo autónomo y distinto que se eleva frente al Padre, el Hijo y el Espíritu. Es el mismo amor-persona del Hijo de Dios que se vuelve humanidad, que se hace historia, para realizar entre nosotros su misterio eterno. María, en cambio, es persona porque, siendo una mujer de nuestra historia, creatura, vive en diálogo de amor y libertad con el misterio trinitario. Por la tradición teológica sabemos que el ser de la persona consiste precisamente en la capacidad de relación.

Pues bien, María es persona (estrictamente hablando, es la primera persona de la humanidad) porque ella ha mantenido un diálogo de amor-ser con cada una de las personas trinitarias, haciendo así posible que también nosotros lo tengamos (a través de la encarnación del Hijo de Dios, que es su hijo). Esto nos sitúa más allá de todos los procesos vitales (ternarios) de este cosmos, más allá de todos los posibles equilibrios (de cuaternidad) de nuestra mente. Esto nos lleva al centro de la historia, precisamente hasta el lugar en donde Dios ha decidido fundar y establecer su humanidad definitiva, a partir del nacimiento y de la cruz de Jesucristo, el Hijo. Pues bien, precisamente allí encontramos a María, como la primera persona de la historia.

La primera persona de la Trinidad se llama Padre, por ser fuente de amor de donde brota el Hijo, en el Espíritu.

Desde Jesús, Hijo encarnado, como primera persona de los hombres, brota su madre, que es María; ella, siendo humanidad creada, creatura libre, ha mantenido un diálogo de amor definitivo con el Padre y el Hijo en el Espíritu, de esa forma ha abierto para todos los hombres (incluido Adán y Eva) el camino de la vida personal, es decir, la posibilidad de salvación definitiva.

(Conclusión: María Inmaculada ¿feminidad trinitaria?)

Al dialogar de esa manera con Dios Padre, María aparece en su concreción como "mujer", pero aquello que le define no es ni el ser varón, ni el ser mujer... sino el ser "persona".

Ante Cristo ya no vale ni el ser varón, ni el ser mujer,
ni el ser judío ni el ser gentil,
ni el ser esclavo ni el ser libre...
Lo que vale es sólo el ser nueva creatura, es decir, "persona",
en el sentido radical cristiano,
en libertad, en decisión, en diálogo con Dios
y servicio a los demás.
Así decimos que María es Persona.


María empieza siendo "madre-mujer", pero al final de su recorrido, como ha puesto de relieve Lucas (no es bienaventurada por haber sido vientre y pechos, sino por haber creído...), pero, al final, ella no se define ya como mujer, sino como persona que dialoga, como nuevo ser humano liberado en la Pascua (ante la cruz de Jesús, con el discípulo amado, según Jn 19, 25-27; formando parte de la comunidad, Hch 1, 13-4). María es lo que es por aquello que ha logrado ser, por don de Dios y por escucha humana, en un camino de realización (de actividad y acogida) que le relaciona con Dios y con los otros. Ésta es, a mi juicio, la línea que recoge mejor la novedad de la Escritura.

Ciertamente, en un plano, varón y mujer son distintos, pero, llegando hasta la hondura del creyente, al nivel de bautizado, se supera la antigua diferencia: varones y mujeres pueden vivir y convivir como cristianos, es decir, hombres mesiánicos. Podrán casarse y asumir la dualidad sexual como señal del gran misterio de la vida; pero ya no se verán el uno como activo, el otro receptivo; ya no instaurarán por eso diferencias sociales.

Al llegar hasta la hondura de su ser no se definen más como varón o mujer, sino como personas capaces de creer y realizar su vida en libertad.

Pienso que en esta perspectiva de la nueva creación en Cristo, donde ya no existen varones ni mujeres debe situarse el ministerio de la iglesia y la visión de María en su apertura hacia el misterio trinitario.

-- Ella no es la Mujer Sagrada, como creatura (pasiva-receptiva) o divinidad (eterno femenino), que acoge en silencio la voz de un Dios trinitario básicamente interpretado en forma masculina (Padre-Hijo).
-- Ella no es tampoco el Espiritu-mujer, relacionado en forma de complementariedad frente al Hijo-varón. Esos simbolismos, que pueden admitirse en plano inicial como camino de maduración de una humanidad todavía esclavizada por los elementos de este mundo (cf Gál 4,3), deben superarse cuando llega el nivel de lo mesiánico, es decir, el surgimiento radical de la persona en su apertura al misterio trinitario.
-- María es para los católicos la "primera persona" de la nueva humanidad (en sentido simbólico); es el signo de la humanidad liberada, que realiza el camino de la salvación y que lo canta en el Magnificat (Lc 1)

Conclusión. María en la Trinidad, María persona.

Padre, Hijo y Espíritu Santo no se pueden definir en términos sexuales de varón ni de mujer, aunque el simbolismo de la historia haya fijado (temporalmente) los nombres masculinos para el Padre y para el Hijo. Ellos se definen como encuentro de amor pleno donde cada uno da todo su ser y recibe el ser del otro, de una forma que supera la unión de padre-madre-hijo de la historia.

Ciertamente, el Hijo de Dios se ha encarnado en forma masculina, es decir, como varón, por exigencias de la situación social de aquel momento. Pero ese Jesús, que es varón, no se define ya como varón contra (frente a) la mujer, sino como persona radical de Hijo de Dios en forma humana. Por eso, en la hondura de su amor y de su entrega quedan identificados e igualados varones y mujeres, como ya hemos indicado.

En este aspecto, debemos afirmar que Jesús, en cuanto salvador, siendo varón, y buen varón no es simplemente "aner" (macho), sino "anthropos", ser humano : él realiza su amor de tal manera que desborda el viejo plano de los sexos en cuanto opuestos y carente), en actitud de generosidad paciente y creadora que se abre salvadoramente a todos los humanos.

-- Por eso Jesús no ha buscado una mujer que complemente femeninamente su redención masculina. En ese aspecto no necesita ni siquiera de María. Jesús resucitado se halla, según eso, en aquella culminación donde ya "no existe varón ni mujer" (Gal 3, 28).

-- María, en cambio, ha empezado siendo madre, en el sentido antiguo (de mujer), pero ha culminado su camino siendo persona en sentido pleno, de manera que podemos definirla (simbólicamente) como primera persona de la nueva humanidad, como ya hemos indicado previamente; en este sentido, ella no se define ya ni como mujer ni como varón, sino como creyente en la profundidad de su apertura trinitaria… aunque algunos la han interpretado como Espíritu Santo, persona inmaculada, revelación de Dios en forma femenina.


(cf. también «Trinidad», Diccionario de Mariología, Paulinas, Madrid 1988, 1903-1921

Bibliografía:

Desde diversas perspectivas, cf.
D. L. GELPI, The Divine Mother: A Trinitarian Theology of the Holy Spirit, Washington 1984. E. JOHNSON, La que es. El misterio de Dios en el discurso teológico feminista, Herder, Barcelona 2002;
S. MCFAGUE, Modelos de Dios. Teología para una era ecológica y nuclear, Sal Terrae, Santander 1994. Cf. también cf.
L. ARMENDÁRIZ, L., El Padre materno, EstEcl 58 (1983), 249-275;
E. MOLTMANN WENDEL y J. MOLTMANN, Hablar de Dios como mujer y como hombre, PPC, Madrid 1994; S. DEL CURA ELENA, Dios Padre/Madre. Significado e implicaciones de las imágenes masculinas y femeninas de Dios, Estudios Trinitarios 26 (1992), 117-154.
M. DALY, Beyond God the Father, Beacon Press, Boston, 1973;
E. SCHÜSSLER FIORENZA, Cristología feminista crítica: Jesús, hijo de Miriam, profeta de la sabiduría, Trotta, Madrid 2000.
R. RADFORD RUETHER, Mujer nueva, Tierra nueva, Aurora, Buenos Aires 1977;
A. LOADES (ed.), Teología feminista, Desclée de Brouwer, Bilbao 1997;
M. NAVARRO, Maria, la mujer, Publicaciones Claretianas, Madrid 1987; «Mujer, feminismo», DTDC, 943-947; Íd., (ed.), Diez mujeres escriben teología, Verbo Divino, Estella 1993.

En clave hermenéutica:

B. CASTILLA CORTÁZAR, «La Trinidad como familia. Analogía humana de las procesiones divinas» Annales Theologici 10 (1996) 381-346.
I. GÓMEZ ACEBO, Dios también es madre, Paulinas, Madrid 1994;
R. GIBELLINI, La sfida del femminismo alla teologia, Queriniana, Brescia 1980;
M. T. PORCILE SANTISO, La mujer, espacio de salvación, Clavería, México 1993 (=Claretianas, Madrid 1995);
S. TUNC, También las mujeres seguían a Jesús, Sal Terrae, Santander 1999.

En perspectiva de religiones:
J. J. BACHOFEN, Mitología arcaica y derecho materno, Anthropos, Barcelona 2001;
S. BENKO,, The Virgin Goddess. Studies in the Pagan and Christian Roots of Mariology, STR 49, Leiden 1993;
X. PIKAZA, Hombre y mujer en las religiones, Verbo Divino, Estella 1996.

Visión tradicional, pero bien documentada, en línea trinitaria,
J. BURGGRAF, ¿Dios es nuestra Madre? y el concepto de la Teología Feminista, en http://www.encuentra.com/includes/documento.php?IdDoc=2155&IdSec=401; ¿Dios es nuestra Madre?, en http://www.arvo.net/includes/documento.php?IdDoc=2155&IdSec=401.

Desde una perspectiva mariana:
M. C. BINGEMER e I. GEBARA, Maria, mãe de Deus e mãe dos pobres, Vozes, Petrópolis 1987; M. WARNER, Tu sola entre las mujeres. El mito y el culto de la Virgen Maria, Taurus, Madrid, 1991;
G. K. KALTENBRUNNER., Its der Heilige Geist weibiblich?, en "Una Sancta" 32 (1977) 273-280. A. MARANANCHE, A., L'Esprit et la femme, Seuil, París 1974.

La obra más completa sobre el tema, donde puede encontrarse una visión panorámica de las diversas perspectivas es la de I. DE LA POTTERIE, X. PIKAZA y J. LOSADA (eds.), Mariología fundamental. María en el misterio de Dios, STrin, Salamanca 1995.
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