ES 6. Gran Padre: símbolos patriarcales

Se trata de un símbolo religioso y personal, no de un concepto de filosofía, ni mucho menos de un dato de la ciencia. Pero es, con el de signo de la Madre (¡Gran Madre!), un emblema resistente, una parábola originaria, que nos permite evocar elementos valiosos de la realidad.
Se suele decir que es menos natural que el signo de la madre: sus aspectos biológicos quedan en segundo plano; triunfan y se imponen los de tipo cultural, más vinculados a ley y autoridad. Pero, al final, ese signo paterno de Dios ha terminado mostrándose de hecho como principio de dictadura social y religiosa... (y me temo que algunos tertulianos de este blog no han superado aún los rasgos más duros de su figura tonante, Zeus de todas las razones, padre-macho, engendrador de dioses y hombres...).
Se dice que este Dios Padre es más griego (Zeus) que cristiano... pero sus rasgos aparecen en muchos países (de la India al viejo México...) y son utilizados como cobertura social y sacral por muchas religiones instituidas
Se dice además que este signo ha dominado en la cultura religiosa y social desde hace algunos milenios, y que sigue dominando todavía. Por eso quiero presentarlo, como objeto de reflexión, vinculado a la educación sexual (ES) y sobre todo a la educación en el amor (EA). Todos, pero en especial las mujeres (¡sin necesidad de que sean feministas!) conocen ya los valores y los riesgos de este signo, que sigue dominando en las grandes instituciones religiosas, incluida esta que algunos en mi blog llaman ICAR.
Del buen entendimiento y de la recreación (¿y superación?) al menos metódica de este signo depende no sólo el futuro de la ICAR, sino de la misma Iglesia Católica Romana. Los buenos entendedores (entre los que no se encuentran algunos comentaristas de este blog) sabrán que este signo este en el fondo de muchas cosas, incluida la pendiente de cierta pederastia. Buen lunes a todos.
Principio
Las religiones dominantes han destacado, tras el tiempo-eje, la figura del padre por encima de la madre y algunos suponen que ha sido ventajoso. Pero ello ha implicado una represión de lo femenino, en un plano biológico y social.
(1) Plano biológico. Las culturas patriarcales entienden a la mujer como receptáculo (ánfora, útero) del semen del varón, que ella debe acoger y cuidar cuando nace. El varón es forma, la mujer, materia; uno siembra y crea; la otra madura y educa. Al principio se pudo pensar que sólo la madre genera. El patriarcalismo ha invertido ese supuesto, afirmando que sólo engendra (= tiene semen) el varón. Hoy sabemos que varón y mujer influyen de un modo genético y personal.
(2) Plano social. La humanidad se ha organizado de un modo patriarcal, dominada por varones, que han dirigido y protegido a sus mujeres, para bien propio y cuidado de sus hijos: ellas aseguran el despliegue de la vida, ellos la organizan en agresividad y ley, imposición y guerra. En ese fondo se entienden los dioses paternos, que justifican ideológicamente el poder y superioridad del varón, responsable y gestor de la cultura. La diosa madre podía someternos a la fuerza de la vida, porque ella nos la daba. Por el contrario, los dioses padres nos han sometido bajo el dictado de su violencia. De todas formas, el varón ha estado y sigue estando amenazado, pues nunca se ha sentido seguro de la fidelidad de su mujer (mujeres) o de la legitimidad de sus hijos. Por eso tiende a someter y controlar por ley a las mujeres.
Varón y mujer podrían haber dialogado en igualdad, pero en su conjunto, la cultura ha sido patriarcal: el varón envidioso, la mujer dominada. Los autores de las genealogías de la Biblia, igual que los filósofos de Grecia (Platón, Aristóteles), suponían que el varón es superior a la mujer, pero todo nos permite suponer que no estaban convencidos de ello, pues han empleado un tipo de violencia para demostrarlo48. En principio, por lactancia y primera educación, niños y niñas suelen crecer bajo el cuidado de madres-mujeres, aprendiendo de ellas lenguaje y normas sociales. Luego se dividen.
(1) Las hijas siguen con las madres, para repetir el cielo vital y convertirse en madres. Para dar hijos al padre-esposo, la mujer ha de estar subordinada y ha de ser virgen al casarse, para que el marido (que castiga con muerte el adulterio de su esposa) se considere dueño de su prole. La ley del adulterio no condena el placer de la mujer, sino que protege el dominio de los varones. Se ha dicho (S. Freud) que la mujer se siente inferior por carecer de pene. Pienso, en cambio, que el varón ha tenido un complejo más fuerte, pues no ha estado seguro de sí (de su paternidad) y ha debido asegurarla con violencia.
(2) Los hijos, en cambio, son arrancados del entorno materno, para hacerse guerreros y padres, capaces de organizar y dominar (proteger) por ley y poder social a las mujeres, proyectando ideológicamente esa visión en un Padre superior, como veremos.
Signos paternos
•Padre natural. Hemos dicho que la mujer-madre pertenece al mundo, forma parte de la naturaleza. También el padre pertenece a la naturaleza, aunque a veces haya querido olvidarlo, convirtiendo la paternidad en un elemento sólo cultural o ideológico. La recuperación del carácter «natural» del padre constituye una de las tareas más importantes de nuestra cultura.
•Padre patriarca violento. En un momento determinado, en las grandes culturas patriarcales, el padre se elevó y tomó rasgos divinos en un nivel de fantasía religiosa y de acción social, apareciendo como omnipotente (puede todo) y violento (oprime a los hijos que deben matarle para ser libres). Este tipo de Padre proviene de la ilusión ambivalente del deseo: por un lado le necesitamos, como poder superior; por otro, debemos rechazarle para ser independientes. Y,al mismo tiempo, este tipo de Padre se ha impuesto en la vida social y religiosa de los hombres. Por eso, si queremos ser libres renemos que superar su figura y su influjo en la vida social y religiosa.
Padre símbolo amoroso y humano, padre bueno (con la esposa y los hijos). La "muerte" religosa y social de ese padre patriarcal no es para negar al padre, sino para desacubrir y desarrollar su verdadero valor paterno. La muerte del fantasma no es muerte del padre como tal, ni del Dios divino, sino de un patriarcalismo impositivo.
Sólo allí donde se supera la figura del padre patriarca que oprime a mujeres e hijos, puede elevarse el símbolo paterno, como imagen valiosa de humanidad. Este símbolo (vinculado al de la madre) ha troquelado intensamente nuestra historia, al menos hasta el fin de la modernidad. Estoy convencido de que el problema más urgente de nuestra cultura pos-moderna es recrear la figura personal del padre y de la madre en cuanto amantes y dadores de una vida compartida (dentro de una sociedad pacificada). Cf. W. MILLER, Biblical Faith and Fathering. Why we call God AFather@, Paulist, New York 1990; P. RICOEUR, ALa paternitè: du fantasme au symbole@, en ID.,Le conflit des interprétations, Seuil, Paris 1969, 258-473; G. SCHRENK, Patêr, TWNT V, pp. 951ss; A. TORRES-QUEIRUGA, Creo en Dios Padre, Sal Terrae, Santander 1986.
Padre, figura de fe, principio de ley
Parece que la mujer conoce su identidad y cumple su función, de un modo más natural, sin evasiones o violencias. El varón, en cambio, no sabe de antemano quién es, ni cómo ha de portarse, sino que ha de aprenderlo, haciéndose persona. Por eso, los hombres, en general, encuentran más problemas para vivir que las mujeres (aunque parezcan estar en un plano superior). Por otra parte, su función paterna es más difícil de precisar.
(1) El padre es figura de fe. Sabemos quién es la madre de un modo directo: por parto, lactancia y educación. Por el contrario, la identidad del padre (a no ser utilizando análisis biológicos recientes: ADN) sólo se conoce por el testimonio de la madre.
(2) El padre muestra la necesidad de un tipo de ley (junto con la madre). Ciertamente, también la madre ofrece ley al hijo, pero ella está más vinculada al amor. El padre, en cambio, tiende a imponerse por ley, apelando incluso a la violencia para organizar la vida de los hijos y de la familia.
(3) El padre suele ofrecer una promesa de futuro, más que una experiencia de presente. No vive en el ahora y aquí del amor, como tiende a vivir más la madre, sino en el futuro de aquello que aún no existe y que se debe organizar para sus hijos. De esa forma corre el riesgo de evadirse (y de evadirles) de la realidad actual... pero ayuda a crecer (siempre que se mantenga en unidad de amor y palabra con la madre).
Estos rasgos son, sin duda, problemáticos y deben matizarse, no sólo desde la antropología, sino desde el evangelio y la experiencia de una iglesia que espera las bodas del Cordero, donde no hay padre ni madre separados, sino un Dios que vincula en comunión de amor enamorado a todos (Ap 21, 1-4).
Dios Padre en las religiones antiguas:
Esta riqueza y riesgo del símbolo del padre aparece en muchas religiones antiguas:
1. Padre viejo, Dios consorte. Suele empezar siendo esposo subordinado de la Gran Reina Madre, recibiendo de ella su poder y soberanía, como en Mesopotamia, donde Apsu (dios de aguas dulces) está bajo Tiamat, y en Grecia, donde Gea-Tierra se impone sobre Urano-Cielo, al que hace su esposo. Por otra parte, como sucede entre los cananeos pre-israelitas, el dios masculino tiene un rasgo más animal (toro) a diferencia de la diosa más humanizada, Ashera, que es madre de sus hijos. No basta el Dios Esposo, Padre viejo, dominado por la madre.
Para que reine de verdad y pueda situarse en lo alto del panteón, debe surgir un nuevo Dios, un Hijo fuerte, que vence a los poderes de la naturaleza sacral (caos). R. GRAVES, La diosa blanca, Alianza, Madrid 1978, ha elaborado una historia de la decadencia divina de lo femenino, desde el antiguo matriarcado, con la supremacía de la gran Diosa, pasando por una etapa de convivencia entre diosas y dioses, hasta el triunfo del Dios patriarcal.
2. Padre destronado, Hijo violento. Este mito expresa una experiencia muy extendida: De un padre envidioso hemos nacido, violentamente debemos lograr nuestra autonomía, con métodos de fuerza, con astucia guerrera. Lógicamente, para ser humanos, tuvimos que conquistar la vida, con esfuerzo y riesgo, enfrentándonos y matando a nuestro primer padre animalesco. Hemos ocupado su lugar, así vivimos sobre el mundo, en tragedia sin fin, de vida y muerte... PUES BIEN, en este esquema, el hijo que mata al madre (Zeus a Cronos...) se hace nuevamente padre violento e impositivo (Zeus es pater de dioses y hombres)
Hesíodo (Teogonía) cuenta dos veces el parricidio: Cronos-Tiempo castró a su padre Urano que impedía que la Tierra diera a luz; Zeus, nuevo Dios olímpico, ha vencido y dominado a Cronos, para que los nuevos dioses, puedan ser eternos. En esa línea Freud añade que para destruir su opresión y madurar en libertad, los primeros humanos mataron al padre opresor, como he señalado en El Señor de los ejércitos. Historia y teología de la guerra, PPC, Madrid 1997.FREUD aplica este esquema a la religión original (Totem y Tabú) y a la israelita (Moisés y el Monoteísmo): los dioses patriarcales (en especial el judío) evocan un asesinato primero y una represión, que avala el poder de los triunfadores (Marduk, Baal y Hadad, Indra y Zeus, Júpiter y Wotán...).
La historia y los hechos de los dioses patriarcales
Muchas religiones esconden y transmiten el recuerdo de un asesinato primero, una violencia original. Lógicamente, para que los hijos asesinos puedan vivir en orden, sin matarse unos a otros, ellos deben elevar a un dios que les domina desde arriba. En ese contexto, de un modo normal, diversas culturas han creado dioses patriarcales con rasgos del Padre asesinado. De esa forma pueden vivir en cierta paz, pero dejan sin resolver el tema de fondo, porque el fantasma del asesinado retorna y se impone en la mente y conducta de los asesinos, como indicaremos:
1. Los dioses patriarcales han matado o sustituido a la Madre (o a los generadores anteriores). Más que padres en sentido personal y engendrador, esos dioses son guerreros impositivos. Más que procreadores, que dan vida, ellos la organizan de un modo impositivo. En este fondo, la divinidad se vincula con la guerra, el orden con el triunfo del más fuerte, la sacralidad con la victoria de los superiores.
2. Llueven sobre la tierra femenina. Habitan arriba, en la atmósfera, y actúan por el poderoso Rayo (cetro de realeza, signo de tormenta) y por el agua, fecundando la tierra. Antes, lo masculino y lo femenino parecían compensados. Ahora predomina lo masculino, ratificando una estructura jerárquica de sexos: el cielo arriba, la tierra abajo, bien subordinada.
3. Sementales y guerreros. La imagen del varón que posee y fecunda a la mujer se vincula al semen-semilla que fecunda la tierra, para que surjan las plantas, en gesto de connotaciones pacíficas. Pero esa misma imagen, centrada en la figura del varón excitado (violento), que penetra en la mujer, se asimila al guerrero conquistando unaa ciudad, que es como tierra donde el padre-varón introduce su simiente.
4. Dominan por la fuerza bruta... y en ese sentido siguen siendo irracionales, frente al poder de la sabiduría femenina, que se expande y ordena el mundo por su razón (como sagen Prov y Eclo)
5. Son animales fuertes. Suelen vincularse a los sementales y depredadores más duros: águila y macho cabrío, oso, caballo o león y, especialmente, entre los indoeuropeos y semitas, al toro o bisonte, que en muchos mitos y ritos es signo central de sacralidad. Son dioses fuertes, cercanos a la inconsciencia animal y a la excitación sexual que lo arrasa todo, como signo de una vida que se adueña de nosotros y se expresa especialmente a través de los machos principales, portadores de semen, guías del rebaño.
6. Reyes venerados. La realeza divina va unida a la conquista militar (victoria sobre los enemigos) y al matrimonio sagrado con la diosa. El rey conquista el reino, ella queda subordinada. De esta forma se diviniza un tipo de poder dominador: más que dar la vida importa organizarla con violencia. Por eso, el Dios que ha destruido a los pretendidos monstruos se eleva sobre los restantes dioses, como patrono de la guerra, protector de soldados. Lógicamente, el rey de la tierra será signo de Dios.
7. Violador divino, la santa arbitrariedad. Más que la posible quietud del monarca sabio-eterno, domina aquí la furia sagrada de un Dios-Rey que actúa de manera irracional (= supra-racional), imponiendo por doquier su pavor sobre la Esposa-Madre y sus hijos. Este Dios patriarca es libre y actúa como macho (=varón) que puede desear y violar impunemente (divinamente) a las hembras, divinas y humanas. Así se expresa la violencia del Dios sexual, que sólo conoce y obedece sus normas de guerrerro.
Este esquema patriarcal (y matriarcal), criticado no sólo por los profetas de Israel y por muchos filósofos de Grecia, sino por otras culturas tras el tiempo-eje (en Persia, India y China), ha seguido influyendo hasta nuestro tiempo, pero recreado en un contexto de palabra: de ella nacemos y por eso, a partir de ella, planteamos la realidad de lo divino
Ampliación erudita:
Sobre el poder como principio de la realidad. Cf. HERÁCLITO, Fragmentos 80 y 53. Para una formulación bíblica, cf. P. BEAUCHAMP Y D. VASSE, La violencia en la Biblia, CF 76, EVD, Estella 1992; G. BARBAGLIO, Dios )violento?, EVD, Estella 1992. Estudio social en N. K. GOTTWALD, The Tribes of Yahweh, SCM, London 1980.
En este contexto podemos evocar el confucionismo chino, que organiza la realidad sacralizando el orden familiar cósmico. El confucionismo se ha organizado de forma genealógica y familiar, cercana a cierto judaísmo, sancionando el orden jerárquico, pero no conoce a un Dios trascendente, por encima de la dualidad polar (padres e hijos, esposos y esposas). Además, su divinidad no ama, ni puede revelarse de forma personal, ni acoger a los humanos, como hará el Padre Dios de Israel. El Dios confuciano o taósta es Todo, pero no Persona-Padre. Ciertamente, en un sentido general, las grandes religiones de la modernidad han surgido criticando la violencia patriarcal de los dioses antiguos. Pero el patriarcalismo ha conservado su influjo hasta la actualidad, de manera que sus dioses (vinculados a una creación violenta y a un dominio legal y militar de tipo masculino) han seguido influyendo en la imaginación y vida de muchos creyentes modernos. Lo divino se vincula con el cielo, polo paterno y masculino, representado por el emperador y los antepasados, que expresan la unidad del conjunto cósmico.
El culto a esos antepasados es una garantía del orden y estabilidad social, como indica. M. DOUGLAS, Cómo piensan las instituciones, Alianza, Madrid 1996, pp. 59-63, 79-84). Visión general del tema en C. ELORDUY, El humanismo político oriental, BAC, Madrid 1976; ID., Lao Tse / Chuang Tzu. Dos grandes maestros del Taoísmo, Nacional, Madrid 1977; L. WIEGER, Taoïsme. Les Pères du Système Taoiste, Belles Letres, Paris 1950; M. GRANET, La religion des Chinois, Paris 1951. H. STEININGER, «Taoísmo», en J. BLEEKER Y G. WIDENGREN (eds.), Historia Religionum. Manual de historia de las religiones II, Cristiandad, Madrid 1973.