Desafío ecológico, en el borde de la muerte La creación de los animales (Gen 1, 26-31): De la Pandemia (todo enferma) al panzoismo (todo vive)

Crece la pandemia, estallan por doquier las voces sobre el riesgo de muerte del hombre no sólo para el mundo en general (polución, cambio climático), sino  para la vida de los animales.

Con su lenguaje mítico‒simbólico, la Biblia ha planteado de manera audaz y sorprendente el tema, insistiendo en cuatro motivos: (1) Los hombres tienen el deber de cuidar a los animales (Gen 1). (2) Han puesto en riesgo la vida de los animales, pero deben liberarles en el arca de su alianza (Noé: Gen 6‒8). (3) Los profetas anunciaron la reconciliación de hombres y animales  (Is 11). (4) El mundo y los animales sufren esperando la reconciliación de los "hijos de Dios" (Rom 8).

 Hoy desarrollo el primer punto, la creación de hombres y animales (Gen 1; Imagen 1: Rafael, Vaticano)- La pandemia ha planteado de forma aguda el tema de la solidaridad en vida y muerte de hombres y animales (desde los microbios a los elefantes). La Biblia no lo soluciona desde arriba, pero  ayuda a plantearlo, proponiendo una solidaridad más honda y un pacifismo de fondo vegetariano.

La Creación de los animales (Rafael) | La creacion, Arte, Animales

Gen 1, 26-31. El hombre y los animales 

26 Entonces dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga potestad (=domine) sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias, sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra". 27 Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. 28 Los bendijo Dios y les dijo: "Creced y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra".

29 Después dijo Dios: "Mirad, os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, así como todo árbol en que hay fruto y da semilla. De todo esto podréis comer. 30 "Pero a toda bestia de la tierra, a todas las aves de los cielos y a todo lo que tiene vida y se arrastra sobre la tierra, les doy toda planta verde para comer". Y fue así. 31 Y vio Dios todo cuanto había hecho, y era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana del sexto día (Gen 1, 26-31).

Todo es bueno..., pero el hombre es riesgo y bendición del mundo.  La Biblia sabe  ha dicho ya (Gen 1, 1‒25) que la luz es buena, bueno el cielo (bóveda que impide la caída de las aguas destructoras), buena la tierra engendradora de las plantas. Pero en la cumbre de la creación presenta al hombre a quien Dios ha dado una tarea especial que resultará conflictiva, como dice este pasaje y como iré concretando.   

Hombre y animales comparten un mismo nicho ecológico.El hombre forma parte del sexto día de la creación, lo mismo que los vivientes que parecen superiores (fieras del bosque, animales domésticos y reptiles: Gen 1, 23-25). Así habita un mismo día (tiempo) y un mismo suelo (espacio) con un determinado tipo de animales terrestres (los del día 6º). Pero está ligado también con los del día l 5º (cf. Gen 1, 20-23), que son los peces del mar y las aves del aire. 

El mar es de los peces, el aire de las aves. La tierra, en cambio, es propia de los hombres, con los otros animales que la habitan. Pero todos, aves y peces, hombres y animales terrestres, forman parte de un mismo destino de vida en el mundo.

Esta visión de la Biblia entronca al hombre en el lugar y tiempo de los otros vivientes, esto es, de los animales. Nosotros,  occidentales  y modernos, herederos de la ciencia cartesiana y de la ilustración, racionalistas orgullosos, hemos tendido a interpretar a los animales como cosas (Descartes pensó que eran puras máquinas biológicas) a las que podemos manejar, lo mismo que manejamos tornillos o ruedas. Por el contrario, el autor bíblico concede autonomía a los animales de la tierra, poniéndoles sobre el mismo espacio humano, y los divide, de forma sorprendentes: las fieras (que habitan en su propio ámbito de libertad), los seres domésticos (compañeros de los hombres), las serpientes misteriosas que recuerdan los poderes y miedos del subsuelo (como indica la imagen siguiente de W. Blake).

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Hombres y animales tienen una diferencia básica. Hemos destacado el equilibrio estático (sincrónico) de los diversos seres. Pero la Biblia (lo mismo que la ciencia moderna) sabe que el mundo se encuentra en equilibrio dinámico, es como un proceso que culmina (hasta ahora) en los hombres que comparten el espacio terrestre con otros animales, de los que se distinguen mucho. Así podemos decir que la creación del hombre marca un equilibrio de dirección que nos permite entender la tarea de la ecología: Dios ha hecho a los hombres a su imagen, de manera que pueden dominar sobre los animales, para integrarlos en una armonía superior, no para destruirlos.

La ciencia puede afirmar que la vida ha seguido un tipo de proceso, en el cual los hombres ocupan un lugar muy peculiar; pero después puede añadir que ellos son al fin un accidente, seres fortuitos, que han surgido en el despliegue muy complejo de azar y necesidad, para acabar un día, cuando las condiciones cósmicas se vuelvan diferentes. La Biblia, en cambio, se sitúa en una perspectiva antropológica o antrópica: ella supone que el proceso de la creación ha culminado en el ser humano: aquí llega a su verdad, aquí se expresa plenamente lo que Dios ha hecho. El principio de toda ecología es la afirmación de que Dios ha engendrado al hombre en amor para que sea fuente y signo de armonía sobre el mundo y de un modo especial para los animales.

Esta visión antrópica se traduce en la afirmación de que los hombres tienen responsabilidad de sí mismos y del mundo, esto es, de los animales. Los otros seres (plantas y animales) no han recibido una tarea que cumplir. Se limitan a ser y les basta. Están ahí para que Dios que se admire viendo que son buenos. Están ahí para el hombre pueda integrarse en su vida e integrarlos. Así lo indica ya el sentido especial de creación del hombre. Como ha indicado el texto,Dios se para y piensa, como tomando consejo consigo o consultando con los ángeles que forman su corte sagrada. El autor sabe que Dios es uno, pero sabe también que toda verdadera creación es obra dialogada. Por eso empieza en primera persona de plural[1].

Animales en la Biblia - Wikiwand

Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza (1, 26).

El hombre (Adam, en sentido inclusivo: varón y mujer) no se puede entender sencillamente desde aquello que había sido previamente. Es como un elemento del mundo que se trasciende a sí mismo. Esto se expresa, en forma religiosa (no científica), diciendo que es imagen de Dios, un ser muy especial que ha recibido la tarea de vivir y de hacerse a sí mismo, dialogando consigo mismo (es conciencia), es decir, dialogando con su origen y sentido más profundo (con el mismo Dios).

Estas palabras (hagamos al hombre a nuestra imagen; Gen 1, 26) muestran que, habiendo surgido del mundo, el hombre es más que mundo; no le podemos entender partiendo sólo de aquello que existía ya, sino que hemos de verle como presencia creadora (expresión del mismo Dios creador). Sin duda, en un sentido, como sabe o supone la ciencia moderna, el hombre "emerge o se despliega" de la naturaleza cósmica. Pero, al mismo tiempo, es vicario o lugarteniente de Dios, señal y presencia de su vida. Quizá podamos definirle como "Dios mundano", el Infinito que se expresa en lo finito.

Siendo presencia de Dios, el hombre es "infinito". Esta es su grandeza, este su riesgo, como muestra la primera paradoja de la creación. (1) El mundo tiene su propia armonía, pues las cosas eran en sí mismas ya buenas, antes que el hombre surgiera. (2) Todo existe para el hombre, de manera que su despliegue y plenitud es la primera tarea de la historia, En ese sentido podemos añadir que la bondad de las cosas aumenta con el hombre, de forma que ellas son "en gran medida buenas" (1, 31), desplegando potencialidades que antes no tenían.

Y domine sobre peces y aves, cuadrúpedos y reptiles (1, 26),

es decir, sobre los cuatro tipos de animales antes señalados, los del día sexto y los peces y aves del día quinto (cf. Gen 1, 20-25). El relato anterior había distinguido peces y aves (más distantes del hombre, pues su hábitat de mares y aires es distinto) y fieras, animales domésticos y reptiles (que comparten el hábitat del hombre).

De esa forma se unen todos, de manera que los hombres pueden “dominar”, esto es, dirigir a los animales, con un tipo de supremacía o señorío, pero no para matarles, sino para trazar con y para ellos un camino de vida. Este es un mandato que muchos en la actualidad critican, diciendo que al dar a los hombres dominio sobre todos los vivientes, el Dios de la Biblia les ha hecho dictadores (depredadores organizados). Un ejemplo de esa actitud sería la de los occidentales, que hemos conquistado el mundo, exterminando muchas especies animales.

Pues bien, en contra de eso, el "dominio" del que aquí se trata no supone dictadura, sino supremacía racional (espiritual) y capacidad de organización. La Biblia no hace al hombre un déspota que puede utilizar a su capricho la vida de los animales, sino un tipo de rey pacificador, delegado de Dios que debe cuidar su creación, para que pueda existir en armonía, siendo cada uno lo que es.

En este momento primero, la Biblia supone que el hombre, rey pacífico, organiza y vincula bien a los animales. A algunos, más cercanos (ovejas y cabras, asnos, caballos, perros y vacas) los puede domesticar, haciéndose vecino de ellos. A otros (grandes cetáceos y águilas, leones y leopardos), no los puede ni debe domesticar; tiene que dejar que estén ahí, como signo de admiración y de grandeza. Pero ni a unos ni a otros puede matarlos, porque el mundo no es lucha de muerte, sino armonía de vida. Ciertamente, el mundo es grande y el hombre puede parecer minúsculo. Pero Gen 1 le ha visto como lugarteniente de Dios, ejerciendo su dominio bueno sobre el conjunto de las cosas [2].

El texto supone que el hombre debe “dominar” incluso sobre los reptiles.

No parece que con esto se quiera aludir a los métodos y ejemplos de domesticación de serpientes, que se conocían ya por entonces en oriente. Aquí hay algo más profundo: un convencimiento del valor de las mismas serpientes (por otro lado peligrosas, lo mismo que las fieras del campo) para la vida de los hombres. Dominar el mundo no significa destruir o amaestrar a las especies animales, sino desplegar la armonía de todo lo que existe.

El hombre bíblico no es (como en la famosa película de propaganda occidental), un Rey León que impone su paz pretendidamente superior, pero hecha de violencia (que sus portadores llaman positiva) sobre otros animales que parecen sucios (hienas o ratas), sino un rey-amigo, que puede expandir una vida de amistad sobre la tierra, en la línea del Rey-Cordero enamorado de Ap 21-22. En esta utopía caben todos: los animales que parecen superiores y los que se toman como inferiores, sin jerarquía de poder, sin imposición de unos sobre otros. Ella abre un camino realista y exigente de transformación ecológica: quiere una vida en que todos convivan de una manera no destructora sobre el mundo, en gesto de donación mutua, pues cada uno de los seres (desde el aire hasta el agua, desde el trigo hasta la viña) sirve de alimento a los demás, sin tener que ser matados con violencia.

Una visión semejante aparece en otras culturas del entorno, comoGrecia, con Artemisa, Potnia Therôn, Señora de los animales, y con Orfeo, que les amansa con su lira. El hombre es así rey: se eleva sobre los animales, en cuyo espacio habita, no para destruirlos, sino para organizarlos en armonía. Lógicamente, los pueblos del entorno (cananeos y egipcios...) han divinizado algunos animales (toro, cocodrilo...), para mostrar su parentesco con los dioses. En contra de eso, la Biblia es más sobria. Sabe que los animales son signo de Dios, pero añade que sólo el hombre es su imagen y semejanza pacificadora sobre el mundo[3].

Varón y hembra los creó (1, 27).

La serpiente, el animal maldito del Paraíso

Hasta ahora, el humano (en hebreo ha-adam) aparecía, como ser individual y colectivo, en sentido abarcador. Pues bien, Dios mismo hace que surja en él la dualidad sexual, que no es un simple hecho biológico (como parece ser animales), sino un don personal, que tiene valor sagrado, pues se enraíza en el mismo Dios: "a imagen de Elohim (=lo divino) lo creó (al humano) / varón y hembra los creó (a los humanos)". Dios trasciende la dualidad sexual, pero la contiene y fundamenta.

Adam no aparece ya como un abstracto o asexuado, ni como un varón del que deriva la mujer (ni viceversa). Desde el principio de su historia concreta, el ser humano es dualidad personal (no jerarquizada) de sexo y género, una dualidad en la que resuena implícitamente el misterioso plural de Dios que dice "hagamos" (como expresando en la dualidad varón-mujer un fondo de diálogo intradivino). De ese hagamos pregnante de Dios surge el diálogo concreto, compartido, de varones y mujeres. No hay primero varón, ni primero mujer, porque el adam originario, no es ni varón, ni mujer por aislado, sino ambos, en mutua referencia: o hay varón y mujer o no hay nada (ni varón ni mujer ni hombre).

En el origen de toda ecología está el diálogo fundante del varón y mujer en cuanto iguales y complementarios, brotando de un mismo y único "hagamos" de Dios. En contra de algunas visiones occidentales posteriores, de origen helenista o gnóstico, que conceden más autoridad al varón, la Biblia supone que la primera "autoridad" no la tiene un ser aislado (rey, varón, sacerdote), sino la comunión de dos personas. Sólo allí donde este "hagamos" se mantiene, donde varón y mujer colaboran en amor activo se puede hablar de ecología[4].

En este principio hay una palabra dialogal de afirmación: ¡Hagamos! Más allá del deber y pensamiento, del poder y del trabajo está la experiencia de la vida compartida que se funda en un hagamos de Dios, que los hombres y mujeres convierten en un nos hacemos, nos queremos.Para que exista eco-logía (un logos capaz de crear oikos o casa compartida), debemos empezar por el "nosotros". Del misterioso "hagamos" de Dios brotan las diversas formas de comunión interhumana. Ese "nosotros" del varón y la mujer es la primera palabra de la historia, que el Génesis pone en boca de Dios. Ser juntos haciendo juntos, en equilibrio con la naturaleza, culminando la obra creación: este es el misterio "divino" de la vida humana.

Y les bendijo Dios y les dijo: Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla (1, 28).

No se lo dice al varón por dominador, ni a la mujer por materna, sino a los dos. En el principio de la vida y acción humana no existen jerarquías de rango: a los dos a la vez se les manda que crezcan y se multipliquen (atribuyéndoles la fecundidad); y a los dos se les pide que llenen la tierra y la sometan (atribuyéndoles dominio sobre el mundo).

La bendición de Dios se expresa según eso en la acción compartida de la fecundidad y del trabajo. El autor bíblico no ha previsto el posible problema posterior de la superpoblación; no está preocupado por el exceso de fecundidad, sino que tiene otra intención: quiere que el mundo se humanice, que varón y mujer puedan llenar toda la tierra, y no sólo un espacio breve de ella, con la bendición de su vida y su trabajo. De esa forma, siendo fruto de la palabra de Dios, la tierra debe presentarse como signo y expresión de una presencia humana. Lógicamente, el hombre (varón y mujer) ha de ser signo de Dios, fuente de bendición (no destrucción ni maldición) para la tierra.

LA CREACIÓN

La bendición de Dios debía haber pasado por los hombres al conjunto de la tierra; este era el destino que Dios quiso concederles: que fueran mediadores de su obra creadora. Pero de hecho ellos no han sido gozosa armonía de vida, sino transmisores de muerte. Hoy tendemos a percibir el camino del hombre sobre el mundo como despliegue de muerte y no de vida para muchas especies vegetales y animales. Pero la Biblia piensa que al principio no fue así[5].

Hombres y animales, compañeros de comida. La dieta vegetariana (1, 29-30).

La Biblia supone sin cesar que el hombre es, en medida intensa, lo que come. Pues bien, la comida primordial de hombres y animales deberían ser las plantas que dan fruto de un modo espontáneo, sin tener que morir para volverse alimento. Por eso, el hecho de que muchos animales sean carnívoros (alimentándose unos de otros, en proceso de violencia biológica), el hecho de que unos animales vivan matando a los otros es para la Biblia un rasgo derivado y, en el fondo negativo. En el principio no pudo ser así, ni podrá ser al final, como saben los profetas, pues se juntarán lobo y el cordero, alimentándose de hierba sobre el campo (Is 11, 2-9; 65, 25; cf. Ez 34, 25).

La Biblia no ha querido presentar aquí ninguna lección de biología, pues parece que muchos animales (y hombres) han sido desde el principio carnívoros, sino un proyecto de reconciliación final, en un nivel utópico. Pero ella proyecta su "paz utópica" hacia el principio simbólico (mítico) del tiempo, suponiendo que en su origen hombres y animales eran vegetarianos. Al presentar las cosas de esta forma, el autor bíblico eleva la más honda protesta contra la forma de existencia actual de un mundo en el que hombre y animales viven de la muerte (matándose y comiéndose o aprovechándose unos de los otros). Así supone que la violencia de la vida (especialmente la humana) no proviene de Dios, ni forma parte de la realidad originaria, sino que es consecuencia del pecado. Al principio (en su verdad fundante) las cosas eran diferentes, como indica el tipo de comida: "Os entrego como alimento toda hierba que produzca semilla y todo árbol que produzca fruto".

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Conforme a esta visión, el hombre originario debía ser vegetariano: comía tallos o semillas de plantas (de trigo, centeno...) o frutas de los árboles (olivo, palmera, higuera, manzano...). Vivía en paz sobre la tierra, recogiendo lo que ella le ofrecía como madre buena que regala su leche al hijo agradecido para que así crezca, sin tener que morir ella, sino todo lo contrario (el hecho de que el niño mame es bendición para la madre). También la tierra buena ofrecía su alimento a los vivientes de un modo maternal, sin perecer por ello, pues los hombres se limitaban a podar sus tallos o recoger sus frutos sobrantes (cf. Gen 1,11).

 Es evidente que este pasaje no se debe entender en un sentido literalista, como si en un tiempo antiguo (antes de los cambios de la historia humana) leones y panteras, virus y bacterias hubieran sido vegetarianos. La vida que nosotros conocemos ha crecido siempre a expensas de otra vida y muchos animales han sido siempre carnívoros y no han comido sólo productos materiales o vegetales (como agua y sal, yerbas o frutos de árbol). Tampoco el ser humano ha sido jamás vegetariano. La Biblia se sitúa y nos sitúa en un plano distinto (protológico y escatológico), mostrando que la realidad debía haber sido diferente[6].

El desafío ecológico: Creación bíblica y bomba atómica: 52 GS: Amazon.es:  Pikaza Ibarrondo, Xabier: Libros

En este nivel, ella supone que la comida de carne (que implica el sacrificio y derramamiento de sangre de animales) lleva en sí un elemento de violencia: no implica señorío del hombre sobre los animales, sino dictadura; no es un reinado humanizador, sino un esclavizamiento. En ese aspecto, ella está cerca de mitos y símbolos de pueblos antiguos que postulan una edad de oro (no violenta) en el origen de la historia. Avanzando en esa línea, ella aplica ese régimen de paz vegetariana a los animales (leones y panteras, serpientes y lobos de Is 11, 1-9), de manera que todos los vivientes (cuadrúpedos, aves, reptiles) comerán la hierba verde, en paz con la vida de la tierra(Gen 1, 30).

Los mismos grandes animales (excluidos los peces, pues de ellos nada sabe o quiere decir nuestro autor, como tampoco sabe nada de virus o bacterias) aparecen así pacificados. Lobos y corderos, palomas y aguiluchos... vivirían en paz sobre la tierra, comiendo lo que ella produce, de forma espontánea, sin matar por ello. Dentro de ese régimen existe una diferencia significativa. Conforme a esta visión bíblica, los animales comen en general hierba verde, esto es, los tallos de las plantas en estado natural. Por el contrario, los hombres se alimentan de semillas y frutos. El texto no lo dice, pero supone que los hombres pueden cultivar y cultivan esos frutos. Sea como fuere, unos y otros, hombres y animales, se alimentan sólo de aquello que los vegetales producen, sin tener que matarlos.

Vegetarianos nos quiso Dios, en equilibrio de vida con las plantas, no violentos matadores de animales.

https://youtu.be/pk-0Nj5PymE    https://www.youtube.com/watch?v=OOJu1cU1Rmc

De esa manera, animales y hombres viven en fraternidad y abundancia pacífica de vida, como sabe en China el Tao. Tanto los chinos antiguos como los israelitas del Génesis pensaban que hubo (=debió haber) un tiempo feliz, una edad de oro en que los vivientes eran "hermanos". Otros pueblos del entorno mediterráneo han tenido un tipo de “sueño” semejante. Asumido de forma genial por la Biblia y situado en el comienzo de la creación, este sueño eleva su protesta frente al mundo actual, que es un campo de batalla en que se matan humanos y animales, de manera que sólo los más fuertes y/o adaptados perduran.

Históricamente, somos hijos de unos animales y unos hombres que han crecido y pervivido matando y comiendo (en sentido físico o simbólico) a otros animales y hombres. Pero las cosas no fueron, ni tienen que ser de esa manera para siempre. El camino del futuro, la verdadera ecología empezará en el momento en unos seres no tengan que matar a otros y en que todos (y en especial los más débiles) tengan posibilidades de existencia. Un mundo externamente hermoso, pero donde los hombres se maten entre sí, iría en contra de toda ecología humana, pues en su principio hallamos la exigencia de justicia interhumana[7].

A veces se ha supuesto que hombres y animales sólo se pueden pacificar porque transfieren su violencia sobre otros seres (sobre otros animales y hombres). Ese mismo esquema se aplicaría en el comienzo, pues los hombres transferían su violencia sobre las plantas. Pues bien, esa suposición es falsa. Conforme a nuestro texto, hombres y animales debían nutrirse del producto de las plantas, pero sin "matarlas"; comían los frutos sobrantes del árbol, el tallo de la hierba que vuelve a crecer otra vez. Árboles y plantas son signo de una vida sin fin, vida sin muerte, que se va generando a sí misma, apareciendo así como inmortal. También los hombres participarían de algún modo de esa inmortalidad de las plantas, en contra de lo que sucede actualmente, pero de un modo distinto, personal[8].

Aquellos vivientes no tenían que matar..., y sin embargo el texto supone que hombres y animales morían. No mataban por violencia, pero morían por vejez, cumplido el ciclo de la vida. De esa forma, el texto supone que el señorío de los hombres sobre los animales (y de hombres y animales sobre las plantas) no implica violencia. El hombre no se impone sobre el resto de los animales por el miedo o por la muerte, sino todo lo contrario; puede guiarles de una forma ordenada y positiva en el camino de la vida, ofreciéndoles un contexto de humanidad y de sentido, abierto a la alabanza de Dios.

En este contexto se expresa y expande el gozo de Dios que se manifiesta en la bondad del conjunto de la creaturas: "vio Dios que eran en gran medida buenas" (1, 31). Así termina el día sexto, que es el día del hombre que debe realizar su tarea y expresar su equilibrio sobre el mundo… Evidentemente, este pasaje eleva ya su protesta sobre un mundo de violencia de los hombres que pueden destruirse a sí mismo destruyendo la vida de los animales sobre el mundo.

NOTAS

[1] Introducción literaria en R. Alter, L'Arte della Narrativa Biblica, Queriniana, Brescia 1990, 170-178. Cf. C. Westermann, Genesis 1-11, Augsburg P., Minneapolis 1987; ïd., Blessing in the Bible and the Life of the Church, Philadelphia 1978. Sobra la datación de los estratos del Pentateuco cf. A. de Pury (ed.), Le Pentateuque en Question, Labor et Fides, Genève 1989; F. García, Pentateuco, Verbo Divino, Estella 1993. Antropología de base en M. Navarro, Barro y aliento. Exégesis y antropología teológica de Génesis 2-3, Paulinas, Madrid 1993.

[2] La palabra empleada, tanto aquí como en el pasaje correspondiente de 1, 28 (weyirdu) significa adquirir autoridad. Ella evoca el señorío el de un rey que ejerce su soberanía sobre un territorio, no para oprimir a sus habitantes, sino para ofrecerles una vida de armonía, de justicia, de cultura.

[3] El hombre es más que un animal, porque es capaz de dialogar con Dios y de humanizar a los animales, introduciéndoles en el reino bueno de su misma humanidad benefactora. De esa manera, el hombre bíblico asume una función que en otras culturas realizan los dioses civilizadores, masculinos o femeninos. Cf. E. Neumann, La Grande Madre, Astrolabio, Roma 1981, 268-280.

[4] El "hagamos" expresado en el hacer dual de varones y mujeres es el fundamento de la historia, la verdadera casa de lo humano. En el principio de la moralidad no está el "tu debes" de Kant (como imperativo moral), ni el "yo pienso" de Descartes (racionalidad abstracta, separada de la vida). Tampoco se puede situar en el principio la voluntad de poder de Nietzsche (que hace del hombre un titán conquistador). El principio es el "hagamos" de Dios que se traduce en un "seamos y hagamos" de los hombres.

[5] En este contexto debemos afirmar, contra todo ecologismo sin hombres (contra todo purismo de una tierra sin la bendición y el riesgo de unos seres con libertad y pensamiento), que la Biblia es partidaria de una tierra con humanos. La ecología no consiste en la soledad o aislamiento cósmico de la tierra, sino en su despliegue como casa que los hombres pueden estropear, pero que deben mejorar.

[6] Al decir que al principio de la vida no era así (no había esta violencia), Gen 1 anuncia proféticamente un final de reconciliación. En contra de una exégesis tradicional, aquel paraíso no existió nunca al pie de la letra. Pero hay un principio teológico más hondo, un ideal de armonía y paz cósmica que la Biblia mira como meta de la humanidad (de la tierra) reconciliada, que se cumplirá por la resurrección universal.

[7]La ecología de Gen es de tipo utópico (no se ha dado dentro de la historia), pero en sentido profundo ella es realista y exigente, mostrándonos que un tipo de vida que engorda (se alimenta) de muerte de animales es injusta. Quien diga que la Biblia ha sido cruel desde el principio no ha leído su primera página.

[8] La Biblia ha planteado de esa forma un problema clave de la historia, quizá el único problema, vinculado a la mayor perfección y al mayor riesgo de la vida humana. (1) La muerte es una perfección. Los animales superiores y los hombres, que tienen un tipo mayor de individualidad, se mueren, en contra de las plantas menos individualizadas. (2) Pero esto puede llevar a que los hombres y los animales se maten entre sí, para sobrevivir, creando de esa forma una historia de violencia y muerte. Este primer texto de la Biblia no ha querido tratar expresamente de ese tema (lo hará Gen 2-4), pero lo ha presupuesto. Por eso ha colocado en el fondo de la historia, en el origen de la vida, un paraíso natural, un mundo donde todo se produce de manera espontánea, siendo posible que unos vivan de los otros sin matarse.

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