Iglesia 2. "Todo-poderosa", renunciando a todo poder

La iglesia de Jesús sólo puede ser todo-poderosa si renuncia de un modo gratuito, por creatividad, a todo tipo de poder económico y religioso, político y social, como sabe el Evangelio, como canta Pablo en Flp 2.

Una iglesia que quiere mantener (defender, exigir, imponer) algo como propio en un nivel de posesión económica o de dominación social o religiosa deja de ser cristina.

La visión de una iglesia jerárquica, centrada en su poder (como madre y maestra que sabe unas cosas que otros no saben) , con bienes y privilegios a su servicio, ha sido normal dentro de una cultura que sacraliza el "buen poder" y defiende un tipo de jerarquía ontológica (neoplatonismo), política (imperio romano) y sapiencial (el buen “magisterio”). Ese tipo de iglesia ha podido hacer muchas cosas "buenas", en un plano político-social, pero ha dejado de ser cristiana.


La visión de una Iglesia como signo del buen poder, y la praxis que deriva de esa visión ha permitido que un tipo de cristianismo se extienda como religión y cultura occidental en espacios y pueblos menos "desarrollados", favoreciendo así la "conversión" muchos pueblos y grupos humanos. Esa es una visión propia de seres y grupos que se sienten superiores a los otros, siendo así capaces de “salvarles” incluso con la fuerza; pero en sí, como tal, no ha sido ni es cristiana.

Pues bien, el tiempo de simbiosis entre cristianismo y poder (y en especial la interpretación del cristianismo como jerarquía religiosa y social) ha terminado, pues así lo exige la visión actual del hombre y, sobre todo, la experiencia radical del evangelio interpretado como principio de creación y comunión gratuita, sin el apoyo de ningún "poder" externo.
Imagen 1: San Miguel de Elexabeitia, Artea (Bizkaia)


El fin de un ciclo de poder cristiano

En la línea anterior podemos afirmar que ha terminado (está terminando) un ciclo de cultura occidental, de origen greco-romano con rasgos cristianos, desde el nuevo contexto de globalización económico-administrativa y, sobre todo, desde la novedad sorprendente del evangelio (como experiencia de libertad y comunión no jerárquica).

Desde ese fondo podemos y debemos destacar los riesgos principales que ha tenido el proceso de jerarquización del cristianismo, en línea de sometimiento sacral y dictadura social:

–Riesgo de sometimiento sacral: neo-arrianismo.

La gran herejía cristiana (el arrianismo) consiste en entender al hombre (a Jesús) como inferior a Dios, interpretando la piedad religiosa como sometimiento. Ese modelo jerárquico ha pervivido en la visión de conjunto de la iglesia, que ha venido a estructurarse como sistema de sacralidad gradual donde unos (maestros y jerarcas) reciben el don y deber de iluminar y guiar desde arriba a los demás, como si el mismo Dios se expresa a través de su autoridad, sancionando un sistema de poder.

En contra de eso, debemos redescubrir la diferencia de Dios (es Infinito), pero una diferencia que no se expresa en forma de superioridad o jerarquía, sino de identificación con el hombre (como se descubre en Jesús). Siendo infinito, Dios puede hacerse y se hace finito en el hombre, especialmente en el hombre necesitado: el huérfano-viuda-extranjero de la experiencia de Israel, los enfermos-posesos-prostitutas-publicanos del camino de Jesús.

De esa manera, desde el Dios infinito que se revela y despliega desde el fondo de la vida de los hombres (no como poder de imposición, sino como principio de liberación) podemos poner de relieve la experiencia esencial de comunión, que supera las gradaciones ontológicas de un tipo de filosofía, con todo intento de superioridad de unos hombres contra otros, y de dominio militar o económico del mundo.

Sólo allí donde Dios rompe el sistema y supera la lógica de sometimiento sacral (donde Dios se revela como opuesto a la mammona económica: Mt 6, 24) se podrá hablar de libertad y comunión igualitaria, con lugar para los pobres y excluidos del sistema. Sólo cuando se supere la lógica de jerarquización sacral acabará el ciclo arriano de la iglesia.

– Riesgo de dictadura social.

La iglesia ha dicho casi siempre que la comunidad es lo primero y que el Espíritu de Cristo se expresa en el amor liberador y el diálogo de todos los creyentes. Pero después ha colocado de hecho a unos hombres especiales por encima de ese diálogo, dándoles palabra especial de inmunidad sagrada, como si supieran de antemano o desde arriba aquello que conviene a los demás, para dirigirles, conforme a un modelo de dictadura sagrada.

Una iglesia que actúa de esa forma afirma con su vida que no acepta la Vida de un Dios que es comunión personal, ni la Verdad como gracia compartida, que no acepta el Diálogo de amor sin imposiciones previas. Esa Iglesia quiere asegurarse bien, asegurando su verdad anterior (superior) e imponiendo desde sí misma (=desde sus jerarcas) una verdad previa que se expresa como dictadura social y/o sacral (¡para bien de los subordinados!). Pues bien, en contra de eso, el evangelio ofrece una comunicación igualitaria y gratuita, donde la misma comunidad dialogal resuelve los problemas, sin instancias exteriores de tipo secreto o jerarcas que sólo deben responder ante Dios o su conciencia, por encima del diálogo comunitario.

Estos son los riesgos, uno sacral, otro social, y van unidos, pues la verdadera sacralidad se expresa en formas de comunión personal, conforme a la experiencia cristiana que vincula amor a Dios y amor al prójimo. La sacralidad cristiana no incluye, según eso, jerarquía, pues se identifica con el don gratuito de Dios, expresado en la vida y pascua de Jesús y expandido como perdón y trasparencia interhumana. Todo es gracia de Dios en la iglesia, todo es presencia y obra del Espíritu de Cristo que se revela en la comunión personal de los creyentes, no en un orden sacral superior, en un sistema o estructura previa. La verdad de la iglesia es, según eso, la misma comunión de palabra y acción de los creyentes, a nivel de encuentro personal y transparencia humana.

El evangelio, poder creador (no jerárquico, sin imposición)

Sólo en este contexto podemos responder a las críticas de Nietzsche, que entendía el cristianismo como platonismo para el pueblo, tanto en plano de sumisión jerárquica como de sometimiento a un Dios más alto a quien debemos obediencia. Ciertamente, Nietzsche incluye elementos que pueden ser y son anticristianos, en su forma de entender a los pequeños y excluidos del sistema y de sacralizar el eterno retorno de la vida, interpretada como voluntad de poder, a partir de los más fuertes (y no como voluntad y experiencia de amor), pero su crítica resulta en otros planos certera o, al menos, importante para entender el cristianismo:

--El evangelio nos permite rechazar una lógica del sometimiento y sacralización del sistema, entendido en línea de un espiritualismo neoplatónico, de un jerarquicismo social… y de una divinización del poder, que se identifica en el fondo con la divinización del dinero. Según eso, Dios no es el todo, ni el evangelio es sumisión a una moral de chandalas o esclavos que deben humillarse. Al contrario, la fe en Dios infinito (sobre todo sistema y gradación jerárquica) libera al humano para la libertad y acción creadora, abriéndole al amor, por encima del sometimiento sacral y del miedo a la muerte.

En esa línea, dando un paso más, y en contra de la acusación de Nietzsche, Jesús no fue un idiota, un sumiso incapaz de rebelarse y decir "no", un esclavo del orden imperante (sacral o social), sino un hombre de gran libertad, que se enfrentó al sistema (altar y trono) de su tiempo, que decía "no" frente al sistema de poder, y que lo hacía acogiendo a los excluidos del sistema de poder, y protestando contra el templo del sistema religioso. Precisamente por negarse al sistema le mataron; pero su mensaje y comunión contemplativa (liberadora) con Dios y con los hombres y mujeres de su entorno abrió un camino de vida (pascua) sobre el mundo.

--El mismo evangelio nos lleva a superar la lógica del juicio, para descubrir el sentido de la vida, más allá del bien y el mal, pero no como voluntad de poder (Nietzsche), sino como voluntad y deseo de amor, como gratuidad liberadora y comunión directa y gozosa entre personas. El sistema de moralidad, que distingue el bien y el mal, sirve en un plano de talión, pero ser vuelve destructor, poniéndose al servicio de un todo sacral manipulado por jerarcas dominantes. Pues bien, sobre ese esquema de talión se ha revelado la gracia creadora de Dios, que libera a los humanos y les pone gratuitamente al servicio de los excluidos.

Más allá del bien y el mal no está el poder, sino la gracia que perdona, la comunión que vincula en igualdad de amor a los humanos. El platonismo ha sido mística (y mítica) del orden, con una jerarquía de valores (y valedores) desde los privilegiados del sistema (los "sabios" y soldados de la República): ha exaltado la misericordia como abajamiento y la condescendencia de los grandes que "se placen" ayudando a los menores Pues bien, en contra de ese platonismo del "buen juicio", se ha elevado Jesús, como testigo de una gracia que no juzga ni se abaja por condescendencia, ni defensa del sistema, sino que simplemente ama de manera creadora .

Según eso, los ministerios cristianos no son defensa del buen orden (mantenimiento de la estructura sacral), ni condescendencia bondadosa de los superiores (a quienes Dios concede autoridad), ni sometimiento leal de los inferiores (a quienes pide obediencia), sino expresión de gracia libertad, creatividad y comunión entre creyentes responsables, todos contemplativos, capaces de escuchar a Dios. Nadie en la iglesia es más que nadie, a no ser el más pequeño, el excluido del sistema (como sabía Jesús), ni nadie es menos: todos son hermanos, no como sistema que marca desde fuera el lugar de cada uno, sino en comunión donde todos tienen y comparten la palabra.
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