17.10.18 Ignacio de Antioquía: Trigo de Cristo, pasto de leones

Obispo de Antioquía de Siria, en la primera mitad del siglo II d.C. Fue acusado por cristiano, y trasladado a Roma, sufrió martirio. En el camino hacia la capital del imperio, custodiado por soldados, escribió una serie de cartas a las comunidades cristianas, con las que mantenía contacto, presentándoles su compromiso por Cristo su visión de la Iglesia, que debía unificarse en torno a una "jerarquía" entendida como signo y servicio de amor.

Es la primera (y quizá) la mayor personalidad de la Iglesia antigua, después María de Nazaret y María Magdalena, de Pedro y Pablo, y sigue marcando hasta hoy la experiencia y teología del Martirio, vinculada a la visión de una Iglesia unida, como presencia histórico-social de Jesucristo.

En esa línea él se presenta como trigo de Cristo, hecho pan de Dios, para los hombres, es decir, como eucaristía, siendo, al mismo tiempo,pasto de leones,
pues van a condenarle en Roma a ser comida de fieras en el circo.

Su teología tiene relaciones con la visión del Cuarto Evangelio, pero destaca mucho más el orden jerárquico y el sentido místico de la Iglesia, que viene a presentarse como revelación social (comunitaria) del Dios cristiano. En esa línea, Ignacio vincula misticismo y jerarquía eclesial, iniciando un proceso de concentración místico-monárquica del cristianismo, en clave de entrega de la vida.

Se le puede relacionar con Clemente Romano (autor de 1 Clem). Pero Clemente era un filósofo cósmico y social; por eso, su visión de la jerarquía concordaba con un tipo de sistema imperial. Por el contrario, Ignacio es un místico que en tiempos de gran cambio e institucionalización cristiana ha descubierto y/o potenciado el episcopado monárquico (unido al colegio de presbíteros y al grupo de los diáconos) como medio para superar la disolución gnóstica del evangelio.

En un sentido personal importa más su testimonio de martirio, que puede situarse en la línea del Pablo de Colosenses-Efesios y de 2 Timoteo, pero insistiendo más en el testimonio de la entrega de la vida, en unión con el Cristo muerto por los hombres. Nadie que lea sus cartas permanecerá indiferente ante su aceptación del martirio como signo y presencia de Cristo, principio de una humanidad liberada de la violencia de un poder que mata a los testigos de la vida de Dios, es decir, de la fraternidad humana

Hay investigadores (como Rius Camps) que suponen que Ignacio sólo escribió algunas de las cartas editadas a su nombre (Romanos y partes de Tralianos, Magnesios y Efesios). Las referencias a la necesidad de instaurar una jerarquía triple (obispo, presbíteros, diáconos) procedería de un redactor tardía, que utiliza la autoridad del mártir Ignacio para introducir su nueva visión de la estructura eclesial entre el siglo III y el IV d. C.

Pienso, sin embargo, que las siete cartas (Efesios, Magnesios, Tralianos, Romanos, Filadelfios, Esmirniotas y Policarpo) pueden ser auténticas de la primera mitad del siglo II d. C., aunque la visión de la "jerarquía eclesial" que ellas presentan puede y debe resituarse desde los evangelios y desde la realidad actual de la iglesia.

(Tomado de Diccionario de Pensadores Cristianos, Verbo Divino, Estella 2011, 441-443).


1. Teología de la unidad eclesial.


Ignacio es un místico de Cristo (enamorado de la muerte entendida como signo de amor a Jesús) y un jerarca eclesial (busca la unidad de las iglesias, como instituciones mesiánicas, bajo la presidencia de un obispo, con un colegio de presbíteros y un grupo de diáconos o servidores). Ha recogido tendencias diversas de la teología y vida cristiana: muestra influjos de Pablo, Juan, Mateo y quizá del mismo Lucas y piensa que el mensaje de Jesús corre el riesgo de perderse, a causa de disputas disolventes (gnostizantes); por eso quiere fortalecer la unidad de la iglesia, tanto en plano social (vinculación de los cristianos entre sí), como místico (unión con Jesús). La raíz de su preocupación no es la pureza del mensaje (como en las cartas Pastorales, escritas a nombre de Pablo, que presentan a los presbíteros/obispos como servidores de la Palabra), ni el orden jerárquico y la obediencia legal (como en 1Clem), sino la vinculación con Dios (Cristo), a través de la armonía eclesial; por eso, promueve el surgimiento de una jerarquía entendida como principio sagrado de vinculación cristiana. Desde ese fondo sacraliza el orden y la unidad mística de la Iglesia.

No sabemos si Ignacio describe una estructura episcopal que ya existe (parece estar surgiendo en Antioquía y Esmirna) o si quiere promoverla, pues no existe todavía (como en Roma, donde hay presbiterio pero no un obispo estricto). Lo cierto es que su propuesta (obispo, presbíteros diáconos) ha terminado triunfado en el conjunto de las comunidades. Frente a la invisibilidad gnóstica destaca Ignacio la visibilidad social de la Iglesia, centrada en el obispo. El mensaje de Jesús (liberación de los excluidos del sistema) queda en un segundo plano.

En el centro se sitúa la unidad con el Cristo pascual, expresada en estructuras eclesiales, como muestran los textos que siguen:

a. Estáis tan armonizados con el Obispo, como la iglesia con Jesucristo y Jesucristo con el Padre, a fin de que todo suene al unísono (Ef 5, 1).

b. No os conviene abusar de la poca edad de vuestro obispo, sino, mirando en él la virtud de Dios Padre, tributarle toda reverencia. Así he sabido que vuestros santos presbíteros no tratan de burlarse de su condición juvenil..., sino que, prudentes en Dios, le obedecen o, por mejor decir, no a él sino al Padre de Jesucristo, que es el obispo de todos... (Magn 3, 1). c. Como el Señor no hizo nada sin el Padre, ni por sí, ni por sus apóstoles, así vosotros nada hagáis sin contar con el obispo y los presbíteros (Magn 7, 1).

d. Someteos al obispo y unos a los otros, como Jesucristo al Padre según la carne, y los apóstoles a Cristo y al Padre y al Espíritu, para unidad corporal y espiritual (Magn 13, 2).

e. Respetad todos a los diáconos como a Jesucristo, lo mismo al obispo, que es figura del Padre, y a los presbíteros, sanedrín de Dios y colegio apostólico. Sin estos no hay iglesia (Tral 3, 2).

f. Sean uno con el obispo, los presbíteros y diáconos constituidos según el sentir de Jesucristo, a quienes (Dios) afianzó firmemente, según su propia voluntad, por el Espíritu Santo (Fil, Saludo).

g. Los de Dios y Jesucristo, están con el obispo. Y quienes arrepentidos volvieren a la unidad de la iglesia también serán de Dios... Esforzaos por frecuentar una sola eucaristía, pues una es la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno el cáliz para unirnos con su sangre, uno el altar, como uno el obispo, con los presbíteros y diáconos, consiervos míos... (Fil 3, 24,1).

h. Seguid todos al obispo, como Jesucristo al Padre, y al presbiterio como a los Apóstoles; reverenciad a los diáconos, como al mandato de Dios. Nadie haga algo referente a la iglesia sin el obispo. Sólo es fiable la eucaristía con el obispo o su delegado. Donde está el obispo esté la muchedumbre, donde está Jesucristo está la iglesia universal. Sin el obispo no se puede bautizar… (Esm 8, 1).

Estos textos, escritos hacia el 120/130 d.C. por alguien que se presenta como "obispo de Siria", constituyen la mayor defensa antigua de la unidad episcopal de la iglesia. En su tiempo, la institución del episcopado monárquico era nueva y no había logrado extenderse a todas las comunidades. Significativamente, Ignacio no la puede citar en la carta a Roma, pues esta iglesia sigue dirigida por un colegio de presbíteros/obispos (como supone 1 Clem y Hermas, Pastor). Ya las Cartas Pastorales parecían evocar un tipo de episcopado monárquico, que parece lógico dentro del proceso de institucionalización de las comunidades.

Pero sólo Ignacio lo ha destacado, atribuyendo gran "poder" espiritual y social a la figura de obispo, que se eleva sobre el presbiterio y viene a presentarse como signo de Dios en la comunidad.

2. Teología de la unidad jerárquica.


La aportación mayor de Ignacio no es la unidad de la iglesia en torno al obispo, sino la justificación mística (jerárquica) de su función. Parece que, partiendo de su propia experiencia de deseo martirial (que no aparece en otros textos, como el Apocalipsis), y viendo en la unidad de la iglesia un signo de la unión con Dios, Ignacio se ha sentido obligado a conceder una aureola sacral al obispo. De esa forma ha vinculado la unidad de la iglesia, entendida ya como experiencia divina, y la mediación espiscopal, como forma privilegiada de crearla. Es evidente que ambos aspectos pueden distinguirse: muchos textos básicos del Nuevo Testamento (de Mt, Ef, Jn) habían destacado la unidad eclesial sin apelar a la mediación del obispo y/o de la jerarquía.

Ignacio los ha unido. Desde ese fondo queremos destacar algunas de sus novedades:

a. Institución de los obispos. La institución del episcopado monárquico resulta lógica, pues a medida que la iglesia se amplía van siendo más difíciles de coordinar las funciones de presbíteros y diáconos. Por eso, un obispo (vigilante), sea o no del grupo de presbíteros, tiende a tomar la dirección comunitaria. Al principio puede tratarse de una dirección delegada, temporal... Luego se vuelve permanente. Ni Jesús ni los apóstoles primeros (mucho menos los Doce) pensaron en crear a los obispos, que son una institución posterior (aunque muy importante) de la iglesia, a partir de mediados del siglo II d.C.

b. Fundamentación sagrada. Para establecer la autoridad del obispo (con presbíteros y diáconos) Ignacio no apela a Jesús ni los apóstoles o a la tradición (en contra de 1 Clem), pues no tiene argumentos de historia y evangelio para ello, de manera que podemos suponer que quiere fundar algo nuevo en la iglesia. Él sabe que el episcopado en sí no proviene de Jesús, pero le parece muy importante para expresar su mensaje. Lógicamente, para fundamentarlo utiliza argumentos místicos (trinitarios), que varían de unas cartas a otras. Es posible que Ignacio no tenga todavía una visión precisa de la función del episcopado y por eso puede apelar a distintos símbolos divinos, el más importante de los cuales reza así: como Dios es uno y Padre, así el obispo es uno y padre de la comunidad.

c. Organización. Ignacio relaciona unidad jerárquica y celebración litúrgica. Según el evangelio, Dios se revela en los excluidos del sistema o en la unidad de amor de los creyentes. Ignacio, en cambio, vincula revelación de Dios y autoridad unificadora de la Iglesia. Por eso, a su juicio, más que servidores de la comunidad, los ministros son signos de Dios, jerarquía originaria, dentro de un contexto donde la iglesia viene a presentarse como grupo ya santo, con estabilidad interior, más que como signo de la llamada universal del reino, dirigida en primer lugar a los excluidos del sistema social y religioso del entorno.

Ignacio ha empezado siendo una voz solitaria que, desde su experiencia mística, quiere unificar a cada iglesia en torno a su obispo, pero su propuesta se ha extendido por la cristiandad, de manera que el despliegue del episcopado monárquico no ha sido sólo efecto de una conveniencia eclesial (unificación de la comunidad), sino expresión de una mística de unión y sometimiento. La obediencia se vuelve principio radical cristiano. De esa manera, los que forman unidad aparecen como seguidores de Jesús, sometiéndose al obispo. El camino de liberación de Jesús, abierto a los excluidos del sistema, tiende a convertirse en experiencia de unidad sacral interna de los fieles, en torno al obispo.

Ciertamente, en el fondo de este esquema cristiano sigue influyendo un modelo de comunión de amor entre personas; pero ya no es comunión de diálogo entre todos los hermanos, en amor igualitario y libertad creadora, sino de obediencia mística, de manera que la unidad comunitaria no brota de la ayuda a los excluidos y el amor mutuo de los fieles, como en Marcos o Mateo, sino del sometimiento sacral a la jerarquía. La iglesia tiende a convertirse en un sistema espiritual de salvación, administrado en nombre de Jesús por unos buenos jerarcas, dejando en un segundo plano la experiencia mesiánica de libertad ofrecida a todos los humanos y el diálogo directo entre los fieles. Sobre la raíz del evangelio, que sin duda sigue siendo muy poderosa, tiende a crecer el árbol del sistema sacral cristiano.

Cf. D. Ruiz Bueno, Padres Apostólicos (Madrid 1950);
J. J. Ayán, Ignacio de Antioquía. Cartas (Madrid 1991).
J. P. Martín, El Espíritu Santo en los Orígenes del Cristianismo. Estudio sobre 1 Clemente, Ignacio, II Clemente y Justino mártir (Roma 1971);
J. Rius-Camps, The Four Authentic Letters of Ignatius, the Martyr (Roma 1979);
W. R. Schoedel, Ignatius of Antioch (Philadelphia 1985).
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