Impuestos y millones (talentos). El dinero en Mateo (b)

1) Impuestos. Mateo rechaza el impuesto religioso: ¡los hijos no tienen que pagar a Dios Padre! De todas formas, en algunas circunstancias, por no escandalizar, por caridad (¡porque es pactista!), admite un impuesto religioso temporal. Por el contrario, en el caso del impuesto político ha dejado el tema abierto, pues el reino de Dios “no anula” la necesidad de acuerdos en los asuntos del César. Desde ese fondo evoca el tema de los “recaudadores” (es decir, de aquellos que viven de los impuestos ajenos)

2) Parábolas. De un modo sorprendente, Mateo incluye tres parábolas sobre el dinero: de los deudores, los trabajadores y los talentos (que son hoy los millones). Ellas despliegan de un modo muy creativo el tema del dinero, dentro de una comunidad que, al parecer, estaba formada por gente de clase media (con ansias de enriquecimiento).
He desarrollado el tema de un modo casi telegráfico, sin citar por completo los textos, ni comentarlos de un modo detallado. El lector interesado sabrá suplir las deficiencias, leerá por sí mismos los textos en su Biblia y sacará las conclusiones, en un tema como éste que resulta esencial para comprender la vida cristiana y la problemática social.
1) LOS DOS IMPUESTOS.
Se habla en Mateo de dos impuestos, uno religioso y otro político. De un modo significativo, Jesús rechaza el impuesto religioso, pero deja un espacio abierto para un posible impuesto político.
a) 17, 24-26. No hay impuesto religioso.
Posiblemente se trata de una “escena ideal” (creada por la iglesia). Llegan los recaudadores del impuesto religioso judío y preguntan a Pedro si Jesús (y los cristianos) paga/n la didracma o impuesto religioso para el templo y los sacerdotes (más o menos el salario de dos días de trabajo al año).
El pasaje y la pregunta incluye una profunda disonancia significativa: Jesús acaba de afirmar que tiene que “dar la vida” y vienen y preguntan si “va a dar el dinero” (recordemos que se trata de un impuesto voluntario, para “judíos” oficiales, como el de la casilla del impuesto religioso hoy en España). Se acercan a Pedro y dicen si va a pagar, si va a poner la X en la casilla. Ésta es, sin duda, una escena parabólica, construida, desde la enseñanza de Jesús, en un tiempo en que los cristianos discutieron sobre la obligación de pagar el impuesto religioso judío (una didracma, medio siclo por año), para mantener el culto del templo. La respuesta de Jesús tiene dos partes:
– Los hijos no pagan... (17, 25-26). Jesús ratifica su enseñanza básica: los creyentes son hijos de Dios y no tienen que pagarle nada. La relación con Dios no se expresa en claves económicas: nada le debemos, nada nos exige. No hay impuesto "religioso", no hay obligaciones sacrales con respecto a Dios. Eso significa que los fieles no deben mantener culto monetario (oneroso) ninguno, pues el único culto cristiano es la vida filial y fraterna. De esa forma cesan todas las obligaciones económicas entendidas en sentido religioso estricto, como si debiéramos y pudiéramos pagarle algo a Dios.
– Para que no se escandalicen... (17, 27). Pero, en un momento determinado, para evitar el escándalo, dentro de comunidades que no son maduras, los creyentes más espirituales pueden ceder, contribuyendo al desarrollo del "culto" religioso. Aquí estamos ante un Jesús no totalmente "cristiano", capaz de ceder, por la paz siempre frágil de una comunidad dividida entre la sacralidad antigua y la nueva libertad evangélica, como sabe en otro contexto Pablo (Rom 14; cf. Hech 15, 28ss).
b) 22, 15-22. Dinero del César. Impuesto político.
Junto al tributo religioso del templo, que todos los “buenos” judíos pagaban sin protestar, aparece el tributo del César, impuesto por la administración romana, de un modo directo (en Judea) o a través de los reyes vasallos (como en Galilea).
– Ese tributo era básicamente social (político), dedicado a la administración del imperio, pero también (como supieron siempre los celotas y muchos fariseos) tenía un rasgo también religioso: el emperador tendía a aparecer y aparecía como signo de Dios sobre la tierra, como vieron más tarde muchos cristianos que le negaron reverencia. Pues bien, esta escena y palabra de Jesús, cuidadosamente elaborada por la tradición sinóptica, marca la reserva teológica cristiana. Por un lado, Jesús dice que hay que dar a Dios lo que es de Dios, y evidentemente a ese nivel no entra el dinero (como indicaba el pasaje anterior). Por otro lado añade que hay que dar al César lo que es del Cesar, en respuesta ambigua (paradójica) que deja abiertas las puertas a la secularización cristiana (es decir, a ver la política como algo “secular”, separado en sí de la religión).
– Jesús no ha caído en la trampa que le han tendido: no ha dicho sí, ni no. Es claro que no ha negado el pago del tributo, separándolo claramente de las cosas del Dios (del reino), situándolo a un nivel de administración política. También es claro que, una vez dicho esto, el verdadero problema empieza: todo es de Dios, como sabe el evangelio, y en ese sentido el César no puede situarse a su nivel. Por otro lado, ese Dios de totalidad (que es Dios de los pobres) deja abierto un camino para que el César pueda realizar las tareas sociales. Jesús es radical en su mensaje, pero no es purista ni en sentido espiritual (como si buscara sólo la oración), ni en sentido político (como si quisiera alzarse contra el César). Su radicalidad puede vincularse y se vincula a la aceptación de un orden social con cierta autonomía, donde tiene sentido el dinero del César. El significativo el hecho de que el mismo Jesús que ha condenado (en nombre de Dios) el dinero del templo no haya condenado, sin más el dinero del César, abriendo así un camino para la creatividad concreta de los hombres y para la independencia de la política, aunque sabiendo siempre que las cosas básicas son las de Dios (y que desde Dios recibe sentido todo el resto de las cosas)
c) Ampliación. Los hombres de los impuestos. Los publicanos
Más que el tema abstracto de los impuestos le interesa al Jesús de Mateo el tema de los “recaudadores de impuestos”, que en Israel recibían en aquel tiempo el nombre de “publicanos” (hombres del telonio u oficina de impuestos). En tiempos de Jesús eran generalmente odiados, porque parecían haber negado su identidad nacional (de pueblo de la alianza, fundado en la fraternidad e igualdad de todos), poniéndose al servicio de un dinero convertido en fuente de opresión. Pues bien, en esta circunstancia, Jesús no discute directamente el sistema económico, de un modo general, sino que busca a las personas (en este caso a los publicanos) para ofrecerles, a ellos también el reino de los cielos. En este contexto se sitúa la escena paradigmática del encuentro de Jesús con Leví, el publicano, que en la versión de Mateo dice así:
En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme." Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: "¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?" Jesús lo oyó y dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. (Mt 9, 9-13).
A partir de aquí debe entenderse la trasformación de los “publicanos” (los hombres que administran el dinero). Significativamente, no se trata de los “reyes”, no de los poderes económicos en cuanto tales, sino de aquellos que han puesto su vida al servicio del dinero. Jesús les busca de un modo especial a ellos.
En este contexto se sitúa el famoso dicho en el que se recoge la tradición de Juan Bautista y su relación con los publicanos y las prostitutas. “ Porque Juan vino a vosotros en el camino de justicia, y no le creísteis; pero los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y aunque vosotros lo visteis, después no cambiasteis de parecer para creerle” (Jn 21, 22). Se trata evidentemente de un amor que es capaz de transformar los dos casos típicos de “venta de los valores” más hondos por dinero. La prostituta tiene que vender su intimidad corporal. El publicano tiene que vender su intimidad económica. Pues bien, el evangelio es capaz de transformarlos a ambos. Hay algo que es más grande que el dinero. Es el amor liberador.
2) LAS TRES PARÁBOLAS DEL DINERO.
Mateo ha desarrollado tres grandes parábolas relacionadas con el “dinero” o sus equivalentes: la de los deudores, la de los trabajadores y la del servicio interhumano. No voy a leer y comentar en detalle las parábolas, supongo que son conocidas. Que los lectores de mi blog las lean, si me parecen y que reflexionen sobre ellas, para entender mejor el sentido que tiene el dinero en Mateo. Mi comentario puede servirles de ayuda.
a) 18, 23-35. Parábola de los deudores: de nuevo el perdón.
El protagonista de la parábola es un rey que llama a juicio a su “siervo ladrón” (un ministro), pero después le perdona la deuda incalculable, porque éste se lo pide, poniendo así la misericordia por encima de la ley. Pues bien, ese ministro sale después a la calle y no quiere perdonar la deuda a un diablo que le debe cinco duros ¿Que hará al rey? ¿Seguirá ofreciendo perdón a quien lo ha recibido sólo para aprovecharse de él y no quiere perdonar después a los que están por debajo de él?
La parábola nos sitúa en el lugar donde se cruzan y fecundan dos lenguajes: la gratuidad fundante del rey, reflejada en el perdón de una suma incalculable de dinero (diez mil talentos) y la justicia inmisericorde del ministro que no quiere perdonar a quien le debe una modesta suma económica (cien denarios). Volvemos así al lenguaje y tema que ya hemos estudiado al hablar del Padrenuestro (6, 12), entendido en claves económica: le decimos a Dios que nos perdone todo (los 10.000 talentos) pues nosotros perdonamos a los otros (los 100 denarios).
Esta parábola (lo mismo que el Padrenuestro) supone que podemos emplear el dinero, siempre que lo pongamos al servicio del amor. Lo que vale ante Dios no es la pobreza como miseria o carencia de bienes económicos, sino el perdón y gratuidad abierto a los demás, no sólo en plano espiritual sino también económico. El evangelio apuesta por una economía convertida en signo de perdón y reconciliación interhumana. Por eso ha tenido que contar esta parábola del perdón en claves monetarias, porque es a ese nivel (antaño como hogaño) donde el perdón resulta más difícil en el mundo.
b) Mt 20, 1-16. Parábola de los trabajadores ¡A todos el mismo denario!
Conforme a la simbología bíblica, un denario es el jornal del día. Por un día ha contratado el amo a unos jornaleros muy de mañana, ajustándose con ellos a un denario. Pero el amo ha vuelto a salir a la plaza, una y otra vez, a lo largo del día, contratando nuevos jornaleros, hasta la hora undécima, cercano ya el fin del trabajo. Evidentemente, los trabajadores han calculado el jornal en términos de salario: recibirá más dinero quién más ha trabajado. Pues bien, con gran escándalo de los sufridos obreros de la mañana, el amo paga a todos el mismo jornal: un denario.
– Salario y gratuidad. En el fondo del relato está el problema del salario y la justicia. Quizá hay también una disputa entre judeocristianos (obreros del día entero) y pagano-cristianos (de la última hora) ¿Es justo que todos reciben lo mismo? En términos de salario no es justo. Pero Jesús, con esta parábola y con toda su conducta, ha superado el nivel de la justicia legal, para situarnos en un plano de pura gratuidad, donde la vida es don para todos.
– Más allá del salario...El denario, que ha empezado siendo un dinero material, viene a convertirse en signo de gratuidad. Es la expresión de don de Dios su gracia soberana, en clave de salvación. Hemos pasado del nivel de la obras de la ley al de la gracia (por utilizar una terminología paulina). Este es el nivel donde se sitúa y cobra su sentido la pobreza/riqueza de la vida religiosa, hecha expresión de gratuidad. Más allá de los cálculos y salarios del mundo, Jesús ha revelado el más hondo principio de la gracia que iguala en amor (en promesa de salvación) a todos los humanos.
c) 25, 14-30. Parábola de los talentos.
Este pasaje forma parte de un largo capítulo (Mt 25) donde el evangelio se resume en tres parábolas. La primera es la parábolas da las diez vírgenes sabias y necias (25, 1-13). La riqueza máxima de las muchachas que esperan al esposo es el aceite de la lámpara: es la fe, las buenas obras. Con ella pueden entrar en las bodas las vírgenes sabias, tras la noche larga de la muerte y de la historia. Pues bien, en contra de ellas, las vírgenes necias han dejado gastar el aceite y no tienen dispuesta la lámpara en la hora de las bodas. Irónicamente se les dice que "vayan a comprar" el aceite, pero llegan tarde, pues éste es un aceite que no puede comprarse en las tiendas. La parábola supone que estas vírgenes necias tienen dinero y que puedan salir en la noche a comprar en el super-mercado del lugar, el mejor aceite de marca... Pero ese aceite así comprado no les vale, ni el dinero sirve para comprar lo que ellas necesitan: el aceite de la luz de Dios.
Dinero para producir: los talentos (25, 14-30). De la luz de la lámpara que Dios ha ofrecido a los hombres y mujeres para que la cuiden pasamos a los talentos que recibe cada uno, para administrarlos, al servicio del amo. Los “talentos” son grandes cantidades de dinero, millones y millones. Ésta parábola de los talentos ( tomada de la tradición del Q, cf. Lc 19, 11-27) pone de relieve la responsabilidad del ser humano ante Dios y ante los otros. La vida que Dios nos ha dado es como un capital (un dinero) que se nos ha confiado y que debemos ponerlo en rendimiento (al servicio del amor y de las buenas obras). El tema de fondo es la responsabilidad de cada uno: su vida entendida como un “capital” que debe rendir para el amo (para el amor). Esta es una parábola valiosa, pero muy dura (¡es una parábola para pensar y decidirse, no una meditación piadosa!). Cerrado en sí, el simbolismo del dinero de la parábola resulta duro, poco abierto a la ternura y a la misericordia de Dios que ha revelado Cristo. Este Dios de los talentos (Dios del dinero) no parece salvador, sino dueño duro de un duro negocio que pasa revista a sus siervos… pero en su fondo hay algo serio: ¡no tengas miedo, no encierres tus talentos, pon lo que tienes y eres, incluso el dinero, al servicio de los demás.
Producir para servicio del prójimo, ese es el tema de la parábola de los talentos, que se completa y culmina en la gran parábola del juicio: Tuve hambre y me distéis de comer, que se puede entender desde la perspectiva del dinero como medio de servicio (dinero para alimentar al hambriento, para vestir al desnudo, para ofrecer trabajo y dignidad del emigrante… (25, 31-46). Las parábolas anteriores culminan y quedan asumidas en esta, que no habla de dinero sino de solidaridad interhumana. Ciertamente no condena la riqueza y posesiones (es bueno tener pan y casa, libertad y salud), sino el utilizarlas para el egoísmo propio, dejando en necesidad (con hambre, sin casa) a los que están viviendo a nuestro lado. Dinero o no dinero es secundario, secundaria también la riqueza en cuanto tal... Lo que importa es la solidaridad: el hecho de que hombres y mujeres puedan ayudarse, alimentarse, acogerse, visitarse... El dinero es medio que puede servir para el encuentro interhumano y en ese aspecto es bueno. Pero también puede convertirse en signo de poder, en expresión de egoísmo de algunos, y en ese aspecto es malo.
Acaba con esto la trama del evangelio. Más allá de las grandes parábolas sobre las vírgenes y los talentos, retraducidas por Mt 25, 31-46 como exigencia de ayuda mutua (dar de comer, acoger/vestir, visitas a los expulsados de la sociedad) no puede haber ya nada. Nos hemos situado en el límite, al final de los tiempos. El tema del dinero queda integrado en la gran tarea de la realización solidaria de la vida.