Mi Jesús 1. Nacer judío, nacer del libro

Nacer judìo, una grandeza especial, una tarea
Los judíos nacían en un mundo donde profetas y libros antiguos marcaban la tarea que ellos debían cumplir sobre la tierra. Actualmente nacemos, por regla general, en un entorno donde nadie nos espera y estamos condenados a buscar una identidad que no tenemos, corriendo así el riesgo de morir sin saber quiénes hemos sido. Jesús, en cambio, nació en un pueblo y familia donde muchos habían esperado y preparado su llegada, para decirle quién era y cómo debía portarse, como iremos indicando. El conocimiento del entorno y la identidad judía de Jesús constituyen elementos esenciales de su historia .
Jesús llevaba escrito de antemano su futuro; pero, al mismo tiempo, debía interpretarlo y concretarlo en un camino, a lo largo del cual fue descifrando y desplegando los rasgos personales en la trama de la vida. Todo estaba anunciado en las promesas de Dios (en la Escritura del pueblo); pero todo debía confirmarlo y concretarlo por sí mismo, en su propia historia, dedicada al anuncio del Reino de Dios, al servicio de los pobres. Ésta fue su paradoja: todo parecía escrito en su pasado, pero él tuvo que expresarlo y descifrarlo por sí mismo, en un camino de entrega personal, que le llevó a su muerte. Así nació y vivió Jesús, como un hombre vinculado a las tradiciones más hondas de Israel (en especial la de David). Nació de una promesa, era un esperado, un “destinado”; pero él mismo tuvo que trazar su destino .
Nació sabiendo muchas cosas, por herencia de pueblo y cultura religiosa. Pero su mismo conocimiento le puso ante tareas que podían parecer difíciles, pues los diversos grupos de judíos entendían de maneras distintas las promesas. Algunos pensaban que la estrella de Israel debía convertirse en enseña militar; otros respondían que la guerra final es exclusiva de Dios, de manera que los hombres sólo pueden esperar pasivos; otros se limitaban a sufrir, como hijos de una historia abiertas a las promesas, pero cargada quebrantos. Jesús, por su parte, pensó que todo estaba “escrito en Dios”, pero de manera que él mismo, Jesús, debía escribirlo, cumpliendo de esa forma una tarea de Reino, al servicio de los más pobres .
La identidad del pueblo de la alianza (ser buen judío) le llevaba a ponerse al servicio de aquellos que carecían de identidad (expulsados, oprimidos), dentro de un sistema político (imperio romano), que tendía a imponerse en un plano económico y militar.
(1) Fue judío galileo y quiso mantenerse fiel al mensaje profético de la justicia y servicio a los pobres, pero fue condenado por algunos sacerdotes de Jerusalén, guardianes de un tipo de identidad sagrada del pueblo.
(2) Fue súbdito (¡no ciudadano!) de un Imperio, con pretensiones políticas de universalidad. Ciertamente, no se elevó contra ese imperio por las armas, pero buscó y propuso un tipo distinto de humanidad, siendo ajusticiado por gobernador romano, que le acusó de subversivo .
1. Nacer judío. Hijo de profetas
Nacer judío era entonces (y quizá también ahora) una vocación y un destino, marcado de modo especial por la Escritura, que era norma de vida, historia y profecía, más que simple libro y que así ofrecía a cada niño su identidad y tarea. Ser (hacerse) judío era un proyecto vital, una tradición :
Escucha Israel, Yahvé, tu Dios, es un Dios único. Amarás a Yahvé, tu Dios, Estas palabras que yo te mando estarán en tu corazón. Las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas sentado en casa o andando por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Las atarás a tu mano como señal, y estarán como frontales entre tus ojos. Las escribirás en los postes de tu casa y en las puertas de tus ciudades (Dt 6, 6-9).
Estas son las palabras de Y**H (=Yahvé), Dios que define la identidad israelita, Nombre innombrable, que sólo ellos, llamados y elegidos, conocían, para mantenerlo en secreto. A través de ese Nombre no-nombrado, los judíos transmitían la tarea de su historia, recreándola, de padres a hijos, para cumplirla y ser así lo que debían. El primer sacerdote era el padre de familia y él legaba su identidad socio-religiosa al hijo:
Y después, cuando tu hijo te pregunte: ¿Qué significan los testimonios, leyes y decretos que Yahvé, nuestro Dios, os mandó?, responderás a tu hijo: Éramos esclavos del faraón en Egipto, pero Yahvé nos sacó de Egipto con mano poderosa; hizo en Egipto señales y grandes prodigios contra el faraón y contra toda su familia, ante nuestros propios ojos. Él nos sacó de allá para traernos y darnos la tierra que juró a nuestros padres y nos mandó que pusiéramos por obra todas estas leyes y que temiésemos a Yahvé nuestro Dios, para que nos fuera bien todos los días y para que conservemos la vida, como en el día de hoy… (Dt 6, 20-24. Cf. Ex 13, 13-15) .
Un judío, que nacía de esa forma, en el interior de las tradiciones y esperanzas nacionales, tenía su vida trazada de antemano, como heredero de una historia (Escritura), entendida como documento de familia, que marcaba su propia identidad, diciendo: «tienes que fiel a las promesas». Esa historia se cumplía de un modo especial cuando nacía y crecía el primogénito varón, dedicado a Dios, a quien debía ser ofrecido (¡y rescatado!) en gesto de entrega religiosa, de manera que los padres le educaban de manera consecuente, según la Ley y los profetas (cf. Num 8, 16-17; 18, 15). Lógicamente, la vida de Jesús (ofrecido y rescatado como primogénito: cf. Lc. 2, 7.22-35) debía realizarse según las esperanzas de Israel, fijadas en la Biblia .
El judaísmo se había convertido en pueblo del Libro y para interpretarlo y aplicarlo surgieron los “escribas”, casta de escribientes y comentadores, que se fueron uniendo en escuelas o tendencias de rabinos (los Grandes). En tiempos de Jesús no existía todavía una lectura normativa de los textos, de manera que podía haber judíos que los entendieran de maneras distintas, como harán Juan Bautista y Jesús. Más que un “libro” de escuela, para la mayoría de los judíos, la Escritura era un libro de vida, por eso no era necesario conocer su “letra” desde fuera, sino vivirla .
2. Moisés, Elías y David: la identidad judía
Los judíos nacían en un mundo habitado por figuras venerables: Moisés (Ley), Elías (Profecía), David (Salmos), cuyas vidas seguían abiertas, como pendientes de una culminación, y marcaban especialmente la identidad de los varones. Las mujeres parecían más relegadas al trabajo doméstico, vinculado a la gestación y educación de sus descendientes, y sólo alcanzaban identidad e importancia si lograban ser madres de hijos famosos (volviéndose así gebîras o señoras) .
a. Moisés. Aparece en el Éxodo como liberador y legislador. Había sido salvado de manera milagrosa de las aguas, había visto en la montaña al Invisible, había escuchado el Nombre que no puede nombrarse (Yahvé) y había liberado a los hebreos de Egipto (Éxodo), para ofrecerles la Ley en la Montaña (Sinaí) y conducirles por el desierto a la tierra prometida (cf. Ex 1-21). La historia de ese Moisés, muerto fuera de la tierra y sepultado sin sepultura (Dt 34, 6), seguía viva en la conciencia israelita:
Yahvé, tu Dios, te suscitará un profeta como yo de en medio de ti, de entre tus hermanos. A él escucharéis. Así se cumplirá lo que pediste a tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: «No vuelva yo a oír la voz de Yahvé, mi Dios, ni vuelva yo a ver este gran fuego; no sea que muera». Yahvé me dijo: «Está bien lo que han dicho. Les suscitaré un profeta como tú, de entre sus hermanos. Yo pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mande. Y yo pediré cuentas a todo hombre que no escuche las palabras que él dirá en mi nombre» (Dt 18, 15-19).
Así, cada nuevo profeta era sucesor o, mejor dicho, encarnación de Moisés, lo mismo que los escribas-rabinos del tiempo de Jesús, de los que dice el Evangelio que “se sientan en la cátedra de Moisés” (cf. Mt 23, 2), actualizando su doctrina y recreando su obra, en línea de Ley, al servicio del pueblo. También Jesús ha asumido la herencia de Moisés, pero no como escriba, sino como profeta. Ciertamente, él ha llevado el mismo nombre de Josué, héroe-guerrero, sucesor de Moisés, conquistador de Palestina, pero, en realidad, su modelo fue Moisés liberador (que saca a los hebreos de Egipto) y Moisés maestro (les ofrece la Ley). Ese Moisés se le “muestra” con Elías, en la montaña, para que culmine el “éxodo” en Jerusalén (cf. Lc 9, 30-31; cf. Mc 9, 2-8) .
b. Elías. Unido a Eliseo, su discípulo, aparece como profeta de juicio (ordalía del Carmelo, revelación en el Horeb, monte de Dios: cf. 1 Rey 18-19) y como carismático, capaz de realizar milagros a favor de los enfermos, incluso más allá de las fronteras de Israel. Ciertamente, las historias de Elías y Eliseo (cf. 1 Rey 17-21 y 2 Rey 1-8) contienen otros rasgos de enfrentamiento con los cultos de Baal. Pero en ellas destacan los milagros con enfermos como el hijo de la viuda de Sarepta:
Cayó enfermo el hijo de la mujer… y su enfermedad fue tan grave que se le fue el aliento. Entonces ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo contigo, hombre de Dios? ¿Has venido a mí para traer a la memoria mis iniquidades y hacer morir a mi hijo? Y él le respondió: Dame a tu hijo. Lo tomó de su seno, lo llevó al altillo donde él habitaba y lo acostó sobre su cama… y dijo: ¡Yahvé, Dios mío! ¿Incluso a la viuda en cuya casa me hospedo has afligido, haciendo morir a su hijo? Luego se tendió tres veces sobre el niño… diciendo: ¡Yahvé, Dios mío, te ruego que el aliento de este niño vuelva a su cuerpo! Yahvé escuchó la voz de Elías, y el aliento del niño volvió a su cuerpo, y revivió. Elías tomó al niño, lo bajó del altillo a la casa y lo entregó a su madre… que dijo a Elías: ¡Ahora reconozco que tú eres un hombre de Dios…! (1 Rey 17, 17-24).
Éste es Elías, profeta del juicio y del fuego (como destacará la tradición de Juan Bautista: cf. Mt 3, 9-12), pero también sanador carismático, que resucita al hijo de una viuda extranjera. Su discípulo Eliseo, fiel yahvista, cura la “lepra” de Naamán, general sirio, enemigo oficial de los israelitas (cf. 2 Rey 5). Éstas y otras narraciones sobre Elías y Eliseo circulaban en tiempo de Jesús y alimentaban la imaginación de muchos piadosos. Por eso, les recordaremos no sólo al ocuparnos de Juan Bautista, sino al hablar de los milagros y muerte de Jesús, quien, al parecer, expiró llamando desde la cruz a Elías (cf. Mc 15, 35-36), para que le liberara del suplicio (cf. Mal 3, 23-24; Eclo 48, 1-11), como veremos en cap 9º, 6. 3 .
c. David. Era el tercero de los héroes de Israel, verdadero instaurador del reino de Judá y de Israel, vinculado al templo y de un modo especial los salmos que se le atribuyen (cf. Lc 4, 44; Mt 22, 42-43). La memoria colectiva de Israel había destacado sobre todo dos aspectos de su historia: la conquista de Jerusalén y la esperanza mesiánica:
Entonces el rey, con sus hombres, fue a Jerusalén, contra los jebuseos que habitaban en aquella tierra. Y ellos hablaron a David diciendo: Tú no entrarás acá; pues incluso los ciegos y los cojos te rechazarán… Sin embargo, David tomó la fortaleza de Sión, que es la Ciudad de David. Aquel día dijo David: Todo el que ataque a los jebuseos que suba por el canal… En cuanto a los cojos y a los ciegos, David los aborrece. Por eso se dice: Ni el ciego ni el cojo entrará en la casa. David habitó en la fortaleza, y la llamó Ciudad de David (2 Sam 5, 6-9).
Este relato insiste en el tema de los “ciegos y los cojos”, vinculados de un modo especial a la ciudad (que ellos serían capaces de defender por si solos). Por otra parte, la historia de la ciudad se completa con la construcción del templo, edificado por Salomón (cf. 1 Rey 6-9), pero vinculado en la memoria popular con David, que habría sido su inspirador y organizador (cf. 1 Cron 29). Es normal que Jesús, situándose en la línea de David, quiera venir a su ciudad y templo, para anunciar y promover, esperar e iniciar el Reino mesiánico. Significativamente, vendrán con él los ciegos y cojos, débiles y enfermos, vinculados a la promesa de la ciudad y trono de David (cf. Mt 21, 14).
Yahvé te anuncia que Yahvé te edificará una casa: Cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia (un descendiente) que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. (Él me construirá una casa…). Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente (2 Sam 7, 9-16).
Lo que importa no es la casa o templo material, que construirá Salomón a Dios, sino la “casa” que el mismo Dios construirá para David, un reino mesiánico. Esta promesa ha marcado la historia de los judíos, tras la caída de su reino (el año 587 a. C.), de manera que, una y otra vez, ellos han apelado a David, esperando que Dios cumpla y llegue la promesa. Entre los que apelan a David se encuentra Jesús, que entrará en Jerusalén como portador de una esperanza de reino .