Jesús, un hombre llamado Iglesia

Con este título (De Jesús a la Iglesia) he publicado un largo comentario del Evangelio de Mateo, pues, en contra de lo que se dice (Jesús anunció en reino, pero vino la iglesia), debemos afirmar:

a. Jesús creó un grupo de seguidores y amigos, con los que recorrió los caminos de Galilea. No fue un hombre sólo, pensando por aislado en montañas y cuevas, sino de caminos, en compañía de hombres y mujeres, hablando, escuchando, compartiendo...buscando con ellos (desde abajo) caminos de Reino.

Ciertamente, habló del Reino que viene, y prometió su llegada... pero en el camino encontró gente, se juntó con gente, de manera que creando (=se le fueron juntando) grupos de Reino, es decir, de humanidad renovada, de esperanza y de transformación social. Por eso, en el momento de su muerte, de manera dolorosa y agradecida, sus discípulos supieron que tenían mucho en común, una herencia inmensa de así lo exploraron, creando la comunidad que supieron que él quería haber creado.

En esa línea, iglesia o comunidad de seguidores de Jesús... no nació en un momento, sino en varios, a golpe de ensayos y recuerdos compartir..., pues, en contra de lo que otros quisieron, Jesús no dejó todo atado y bien atado, sino abierto a la creatividad del Espíritu de Dios y de sus amigos... Murió sin haber acabado su proyecto, pero en el mejor momento (¡en otro sentido en el peor!), y sus discípulos supieron (sintieron) que era su deber acabarla, pues el mismo Jesús les animaba (era su alma, era fuente de su nueva vida...)

Triunfó de esa manera tras su muerte... o mejor dicho por haber muerto de esa forma. Otros otros quieren viviendo, se imponen mandando, y piensan que crean dominando... Jesús, en cambio, se dejó matar por fidelidad a su tarea y así murió... dejando abierto en manos de Dios y de sus seguidores todo su futuro.

Sus discípulos rehicieron su vida, es decir su obra, en su nombre, por él... De manera extraña, algunos que se llaman investigadores han sacado la conclusión de que no pudo existir, que fue sólo un mito condensado en forma de historia evangélica: Un faraón judaizado, un héroe griego incardinado en Galilea, la avatara palestina de un Dios indio…. Pero eso significa no valorar lo que había sucedido, lo que estaba sucediendo tras su muerte, como un fuego que él dejó encendido en varios frentes, en grupos que se reunieron en su nombre como Iglesia

En esa línea, tras veinte siglos su vida real resulta más sorprendente y rica que todas las fantasías posibles,
que todos los dogmas religiosos entendidos en forma "ontológica". Queda él, Jesús, sorprendente en su obra, que es la obra de sus seguidores.

De esa forma, él sigue siendo un rabino judío de Galilea, ajusticiado en Jerusalén en la Pascua de Primavera del 30 d. C., llamado Jesús (=Dios Salva), como Josué/Jesús, un antiguo conquistador judío, pero su nombre auténtico es Iglesia. Un rabino, un ajusticiado mayor que toda su doctrina. un hombre que se hace Vida en la vida de sus seguidores.

Desde ese fondo podemos recordar su historia: La Historia de un hombre llamado Iglesia, aquel que convoca y reune en nombre de Dios, desde los más pobres, desde los excluidos de todos los sistemas .

Unos datos


Debió nacer el 6 a. C., porque un tal Dionisio (470–544), apellidado Exiguo (por su poca perspicacia), que fijó la fecha de su nacimiento, erró por seis años y llamó año 1 al que debía ser el 6 d. C. La trayectoria “oficial” de su vida ha estado modelada y manejada por teólogos y sacerdotes cristianos, pero en los dos siglos, empezando en Alemania y siguiendo en Francia, Inglaterra, Estados Unidos, miles y miles de historiadores neutrales han fijado al detalle su figura. No hay en el mundo personaje más estudiado, y aunque se publican cada año cientos de libros sobre su vida, unos divulgativos, otros muy científicos, escritos por especialistas cristianos o no cristianos, él sigue ante nosotros un enigma.

Enigma conocido, hombre de Iglesia, esto es, de comunidad. Cuando más se le conoce más preguntas plantea. Unos le llaman rebelde fracasado, otros anarquista, vidente o profeta ejemplar, hijo de Dios, mago sanador, alquimista oculto, poeta, amante o gnóstico asesinado… La mayoría le tiene como bueno y añaden que su influjo a través de la Iglesia o fuera de ella ha sido positivo, aunque otros contestan que la Iglesia ha manipulado su figura para mal…

No conocemos el día de su nacimiento, pues la Navidad (25 de Diciembre, solsticio de invierno en el hemisferio norte) es una armonización simbólica de la liturgia cristiana (Jesús = Sol naciente…). Su vida parece sencilla, pero resulta enigmática. Era un hombre de pueblo (artesano), sin formación especializada, pero se sintió enviado por Dios, como los antiguos profetas de Israel, y así comenzó a proclamar la llegada de Reino Divino, lo que implicaba el fin y cumplimiento de todos los restantes reinos, incluido el de Roma. Con ese convencimiento inició una marcha mesiánica en Galilea, pero fue rechazado en Jerusalén por los sacerdotes judíos y ajusticiado por el gobernador romano.

Fue y sigue siendo un hombre de muchos testimonios. Como es normal, su historia ha sido recogida en la memoria y en los textos de sus seguidores, que formaron la Iglesia Cristiana, que estuvo siempre interesada en recordar su vida, empezando por las cartas de San Pablo (49‒57 d.C.), y siguiendo por los evangelios de Mateo y Marcos, Lucas y Juan (70‒100 d.C.). Esos evangelios son biografías religiosas, es decir, confesionales, para uso de la Iglesia, pero insisten en su historia, recogiendo los recuerdos de su vida, las causas de su muerte.

En esa línea, a Jesús se le recuerda como Iglesia

Como es normal, panegiristas y devotos posteriores tienden a sacralizar la historia de sus “héroes”, que al fin pierden casi su identidad humana. Con Jesús pasó, al menos parcialmente, lo contrario: Los que primero escribieron su vida exaltaron mucho figura, olvidando casi su base humana (como San Pablo); los que vinieron después, es decir, los cuatro evangelistas tuvieron que esforzarse por recuperar su historia para que no se perdiera, pues pensaron que sólo siendo un hombre podía ser modelo y “salvador”.

Los historiadores judíos y romanos del siglo I d. C. apenas le citaron, pensando que no merecía la pena recordarle, porque su figura les parecía marginal, sin importancia, en la trama de su tiempo. Pero Flavio Josefo estuvo más atento y en su libro sobre las Antigüedades Judía (Ant), habló de Santiago (“hermano de Jesús, llamado el Cristo”) a quien los sacerdotes judíos asesinaron el 63 d. C., y también de Juan Bautista y de Jesús a quien presenta como un sabio profeta, perseguido por los sacerdotes y ajusticiado por el Gobernador romano (Ant. XVIII, 63-4).

Los romanos de principios del II d. C. (Tácito, Suetonio o Plinio el Joven) transmitieron le recuerdan como un revoltoso, ajusticiado por la autoridad romana, pero su figura les sigue pareciendo carente de importancia. Es evidente que se equivocaron. Buscaban la Gran Historia, los acontecimientos triunfales del Imperio, y no vieron que en Jesús, un personaje en apariencia marginal, vendría a ser más importante que césares de Roma. Suele suceder: Tenemos la gran noticia, pero no sabemos valorarla.

Pues bien, la noticia de Jesús fue la iglesia, es decir, los grupos de sus seguidores, gozosos de seguir su camino, pues tenían la experiencia de que él estaba vivo. No era un hombre del pasado, su recuerdo eran ellos mismos, Jesús hecho comunidad de creyentes, experiencia de resurrección compartida.

Algo semejante sucede en nuestro tiempo: Algunos han dicho que las fuentes de la historia de Jesús están ya secas y que sólo quedan huellas folklóricas y desdibujadas de su paso por la arena de la playa. Pero otros piensan que ella sigue más viva que nunca: A. Schweitzer, premio Nobel de la Paz, ha buscado su rostro en la niebla mañanera del Mar de Galilea; R. Bultmann, el mayor exegeta del siglo XX, sigue escuchando su voz como Palabra de humanidad; L. Tolstoy le venera como el gran Anarquista y Profeta de la Paz; F. Dostoievski estuvo impresionado por su testimonio; y F. Nietzsche, a quien muchos consideran el mayor anticristiano, perdió su “conciencia racional” mientras quería unir a Jesús con Dionisio, Dios griego de la vida.

Fue un hombre especial, en una era de grandes contrastes.

No fue un hombre oscuro de provincia extraña (Galilea, Judea), inmerso en una nebulosa mágica, sino que vivió en un contexto de grandes personajes. Fue vecino y, en algún sentido, continuador de Judas Galileo, líder militar, fundador de los celosos de Dios que se alzó contra el dominio de Roma (6 d. C). Compartió algunos principios religiosos con los “monjes” esenios de la orilla del Mar Muerto (Qumrán), que anunciaban la llegada del juicio de Dios.

Vino tras Hilel (30 a.C.‒ 10 d.C.), inspirador del nuevo judaísmo nacional rabínico, que es aún el gran maestro de los judíos actuales… Fue sabio como Filón de Alejandría (20 aC‒50 dC), que quiso vincular el judaísmo con la sabiduría universal de Grecia, pero Jesús lo hizo en una línea más vital, más popular, empezando desde abajo (en la calle y en los campos), no desde la altura académica y científica.

Vino y actuó en el tiempo justo, en los años en que se estaba incubando en Palestina la revolución que culminaría en la guerra del 67-70 d. C. incitada y acaudillada por un friso de personajes fascinantes que Flavio Josefo ha comentado en sus libros, que culminan con la impresionante masacre (caída) de Masada, el 73 d. C. No nació en un mundo oscuro ni fue el único que habló de Dios y de su Reino, sino que vivió en un tiempo y una tierra, llena de profetas y pretendientes mesiánicos, enfrentados de modo directo o indirecto con el César Augusto o Tiberio (o con Calígula, Claudio, Nerón…) que se decían representantes de Dios.

Parece que nació en Nazaret de Galilea, aunque su familia pudo provenir de Belén de Judá, patria de David y foco de promesas mesiánicas, en un tiempo de gran conflicto social, cuando la tierra estaba pasando de una agricultura de subsistencia a una economía comercial centralizada. Su madre se llamaba María, y su padre José, y tenía por lo menos seis hermanos (cf. Mc 6, 1-6). Para destacar el carácter providencial de su nacimiento, dos evangelios (Mateo y Lucas) dicen que fue concebido por obra el Espíritu Santo y que nació de una virgen, pero éste es un dato espiritual, no biológico.

Su familia parece haber sido religiosa, y Lucas (2, 41-52) supone que sus padres iban a orar cada año al templo de Jerusalén, donde Jesús habría quedado por un tiempo con los rabinos. Pero el evangelio de Marcos (6, 3) le presenta como artesano/trabajador, en un contexto de crisis social. Más que un intelectual de libro (como otros rabinos de su entorno) fue “obrero de lance”, campesino sin campo, artesano a merced de la oferta y demanda, en tiempos hambre y “locura” política, propensos a un alzamiento que vendría poco después (66-67 d. C.). Pero un día (hacia el 26 d. C.) dejó su trabajo para hacerse mensajero del Reino de Dios (es decir, de su venida), en un camino donde pueden distinguirse menos tres momentos:

‒ Con Juan Bautista, profeta de penitencia. Siendo ya un hombre maduro (con más de treinta años), vino a la zona del Jordán para hacerse discípulo (y colaborador) del Bautista. No conocemos su vida privada, pero no debía estar casado, pues los textos hablan mucho (bien y mal) de sus familiares (madre, hermanos…), pero no de su mujer e hijos (como habrían hecho, sin los hubiera tenido). Pensó como Juan que el mundo estaba perdido, y que los hombres debían hacer penitencia (convertirse), esperando el juicio de Dios.

‒ Mensajero del Reino en Galilea. Pero el juicio no llegó, y movido por una experiencia personal (cf. Mc 1, 9-11), quizá tras la muerte de Juan (asesinado por el rey Antipas), comenzó a proclamar la llegada del Reino de Dios en las aldeas y pueblos de Galilea, enseñando, curando, animando y acogiendo a los expulsados del sistema, para crear con ellos una “sociedad alternativa”, una humanidad utópica, pero muy real, donde todos pudiera ser hermanos, compartiendo tierra, comida y familia.

‒ Jerusalén, compromiso mesiánico. Pero, tras un tiempo descubrió que los galileos, en general, no aceptaban su proyecto, ni creían en sus signos, ni se preparaban para la llegada de Dios. Pues bien, tampoco entonces se retiró a la vida privada, sino que reaccionó de forma activa y decidió subir directamente a Jerusalén (cf. Mc 8, 27 ss), para instaurar allí el Reino de Dios, “purificando” el templo y provocando a las autoridades.

Subió a Jerusalén con un grupo de amigos y seguidores, que seguían dialogando con él, discutiendo, compartiendo... y otras veces criticando. De esa forma descubrieron que él era más que todas sus palabras, más que todas sus promesas... Él era la verdad, la nueva experiencia de Dios. Todo lo demás pasaba, podía dejarse a un lado. Por eso, tas su muerte, quedó él mismo, su recuerdo hecho resurrección, hecho Iglesia.

Silencio y muerte.

Llegó como pretendiente regio, a una ciudad vigilada por sacerdotes judíos y soldados romanos. No vino para morir, sino para instaurar la Soberanía de Dios. Pero, en un sentido externo, fracasó, pues los sacerdotes no le aceptaron ni le siguió el conjunto del pueblo. Viendo que no le recibían, tras despedirse de sus más íntimos en una última cena y prometiéndoles que tomarían la próxima copa en el Reino de Dios, Jesús fue con ellos a un huerto del Monte de los Olivos, por donde, según la esperanza judía, debía venir Dios.

Pero Dios no vino (externamente), y Jesús fue apresado, sin oponer resistencia militar, traicionado por un discípulo (Judas) y abandonado por otros (Pedro, los Doce). Los sacerdotes le entregaron a Pilato, y Pilato, gobernador de Roma, le condenó a muerte acusándole de no pagar tributos, de revolver al pueblo y de querer hacerse rey (cf. Lc 23, 2). Gritó mientras moría “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”, pero Dios tampoco vino (externamente). Le enterraron los delegados de Sanedrín judío (con permiso de Roma), pues el día siguiente era Pascua y no podía haber cadáveres colgados en la calle.

“Dios” puede hablar de nuevo, es decir, ha hablado por Jesús, y así lo sienten sus seguidores, reunidos como Iglesia.

Muchos pensaron que todo había terminado. Había sido un hermoso sueño (cf. Lc 24, 19-21), y Jesús un hombre bueno, de bellos ideales, pero la rueda implacable del mundo le aplastó y sólo quedó la nostalgia de su recuerdo. Pues bien algunos de sus discípulos dijeron a los pocos días muerte que él estaba vivo de un modo más alto, pues le habían visto, más real que antes, resucitado, en la Gloria de Dios, y que ellos debían seguir su obra, creando su “iglesia” que, de maneras diversas, ha seguido existiendo hasta el día de hoy (2012).

Así empezó, partiendo de Jesús, la gran aventura de la Iglesia, fundada por sus discípulos que “le vieron” (=dijeron haberle visto) tras su muerte, y que siguieron proclamando su mensaje. Acabó la historia de Jesús, surgió la Iglesia, desde diversos centros, con Magdalena y Pedro, con los helenistas y Santiago (el hermano de Jesús), con Pablo… y otros misioneros. Más que una Iglesia hubo iglesias que nacieron casi al mismo tiempo como llamas de fuego en un mismo gran bosque. Jesús no fundó directamente la Iglesia, pero podemos decir que dejó preparados varios “focos de incendio”: Pedro y los Doce esperando que Jesús volviera pronto en Jerusalén; las mujeres amigas, dispuestas a recuperar su amor de otra manera; los discípulos de Galilea, reinterpretando su vida; Santiago y los parientes de Jesús, recuperando su pasado; los judíos helenistas, con Pablo, deseosos de llevar el mensaje y proyecto de Jesús a todo el mundo…

Murió Jesús y, por su forma de morir (sin cumplir lo prometido) prendió en varios lugares el fuego de su Iglesia, centrado en la afirmación de que él (Jesús) había resucitado. Si Jesús resucitó “de hecho” (y la Iglesia es “cosa de Dios”) o si las iglesias nacieron por factores meramente humanos (aunque apelado a Jesús) es algo que no puede decidirse científicamente. Comprensible y razonable es la opinión de los que dicen que Jesús no resucitó, que no es Hijo de Dios (aunque pudo ser un hombre bueno), y que sus discípulos, por tanto, no fueron más que unos ilusos. Razonable y respetable, en plano de fe, es la opinión de los que afirman que Jesús resucitó, comprometiéndose a retomar su proyecto, creando así la nueva historia de la Iglesia.

Excurso. Jesús ante el judaísmo y el islam

‒ Los judíos apelan a Moisés, figura histórico/simbólica del XIV-XII aC, y le veneran como fundador de Israel y depositario de la revelación eterna. Más que profeta fue caudillo, liberador de los hebreos y legislador definitivo de Israel. Mirando así a Moisés, algunos judíos han visto a Jesús como impostor (y piensan que es bueno criticar a los cristianos), pero la mayoría le veneran hoy como un profeta, incluso como el mayor de los judíos, aunque añaden que fracasó, pues el Reino que él anunciaba no ha llegado y los cristianos (nosrim: Nazoreos) crearon en su nombre una religión distinta, que conserva buenos elementos judíos, pero mezclados con otros que vienen del paganismo.

‒ Los musulmanes apelan a Muhammad como fundador del Islam, profeta de la Pacificación universal (470-632 d. C.), que recogió elementos buenos de Moisés y de Jesús (Isa), pero tuvo que purificarlos de sus errores, pues recibió la revelación definitiva (Corán), y vencó a los enemigos de Dios (tras retirarse, Hégira: 622 dC, y volver triunfante a la Meca), instaurando la Umma o Comunidad de los Sometidos a Dios (630 d. C.). Los musulmanes veneran a Jesús, como hijo de María Virgen y el mayor de los profetas antiguos, un hombre sometido a Dios, pero añaden que sólo Muhammad completó y culminó la profecía, restaurando la verdad del mensaje de Jesús, que no fue Hijo de Dios en sentido físico, ni Segunda Persona de la Trinidad, sino un buen musulmán.

Excurso 2. Unas fechas esenciales:

‒ 30 d.C. Jerusalén. Pedro y los Doce. Muere Jesús y sus seguidores que han ido a Jerusalén para “recibir” la llegada del Reino de Dios, tras un tiempo de vacilación, se mantienen a la espera. Afirman que Jesús resucitado les acompaña y que el Reino comenzará en Jerusalén.
‒ 30 d. C. Unas mujeres, también seguidoras de Jesús, afirman que el Reino de Jesús no puede venir en Jerusalén, donde le han matado, pues su tumba está vacía (en sentido simbólico o real). Hay que retomar el mensaje del Reino en Galilea.
‒ 32-33 d.C. Santiago y otros hermanos de Jesús (con su madre, María), partiendo del mensaje y experiencia de Jesús, inician una reforma interior del judaísmo, en clave de mayor fidelidad a la ley.
‒ 32-33 d. C. Unos cristianos helenistas (y luego San Pablo) inician una interpretación universal del mensaje y vida Jesús, poniendo de relieve su carácter mesiánico (divino) y entendiendo la muerte de Jesús como salvadora.
‒ 49/50 d. C. Concilio de Jerusalén. Las diversas tendencias cristianas se reúnen y resuelven ciertos problemas de comidas y ritos. Se confirman, al menos, dos tendencias cristianas, una más judía y otra más abierta a los gentiles.
‒ 70-100 d. C. División y unidad de los cristianos. Las diversas tendencias se consolidan, en torno a varios elementos centrales (muerte y resurrección de Jesús, salvación universal…), y nace la Gran Iglesia. Fuera de ella quedan los gnósticos (que no aceptan la encarnación) y los judaizantes puros (que no admiten en la Iglesia a los gentiles).
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