Jesús: un lenguaje, una vida de fe (Gonzalo Haya)

Los evangelios de que la liturgia católica ha leído los domingos pasados (7 y 14 de octubre) han tratado de la fe, como he puesto de relieve en los blogs correspondientes a esos domingos. El primero trataba del justo que vive de la fe (¡fe que mueve montañas!) y el segundo de la fe que cura (¡tu fe te ha salvado! dice Jesús al leproso). Pues bien, ese tema de la fe ha suscitado algunos jugosos y profundos comentarios. El primero está formado por dos notas que me ha enviado nuestro colaborador, Gonzalo Haya, a quien agradezco, una vez más, la atención con que sigue este blog y las reflexiones con que lo enriquece. Esas dos notas podrían y deberían publicarse por separado. Pero he querido unirlas, preparando así el tema del próximo domingo, que también trata de la fe. Todo lo que sigue es de Gonzalo. En honor a mi amigo Gonzalo, he querido añadir al final, en su original inglés, la referencia de la TFFPS sobre su obra ya clásica, sobre el Espíritu Santo. La encontraréis fácilmente buscando "Gonzalo Haya Imágenes". Felicidades, Gonzalo.

El lenguaje de Jesús


Jesús dijo “si tuvierais confianza –suele traducirse como fe- tan pequeña como un grano de mostaza, le diríais a ese monte que se moviera más allá y se movería. Nada os sería imposible.”. Sin duda Jesús exageraba; pero ¿puede alguien garantizarnos lo que quería decir? Ciertamente que tenemos poca confianza, pero ¿qué confianza deseaba Jesús?

Cuando dijo lo de los ricos y el ojo de la aguja ¿qué quería decir? Los discípulos se impresionaron y preguntaron “entonces ¿quién podrá salvarse?”. La respuesta de Jesús complica más la interpretación del mensaje: “para Dios no hay nada imposible”. ¿Se salvan o no se salvan los ricos? ¿quiénes son los ricos? Y si no está claro ¿para que pone una comparación tan exagerada?

Más comprometido aún. En la parábola del juicio final se expresa con dureza: “apartaos de mí, malditos, id al fuego perenne preparado para el diablo y sus ángeles”. ¿Exageraba? ¿Nos imaginamos al Padre del hijo pródigo pronunciando esta frase? ¿También podemos decir que “para Dios no hay nada imposible”?.

El lenguaje de Jesús no es un lenguaje jurídico. Demasiado sabía él que el medir el diezmo de la menta y del comino sólo lleva al fariseísmo, a pretender justificarse –defenderse- ante Dios.

Tampoco es un lenguaje conceptual, de términos precisos. Si alguien quisiera hacer una tesis doctoral para precisar el pensamiento de Jesús se vería en grandes apuros. ¿Retribuirá Dios conforme a los méritos de cada uno? ¿Hasta el ciento por uno en esta vida? Entonces ¿por qué paga a los obreros de última hora lo mismo que a los que trabajaron todo el día?

No basta la inteligencia para comprender su lenguaje: “por esa razón les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender”.

El lenguaje de Jesús es emocional. No hace teología; orienta, motiva, trata de hacer aflorar en nosotros la Ley inscrita en el corazón, la imagen y semejanza impresa desde la creación. No es la inteligencia sino la limpieza de corazón la que comprende las palabras de Jesús.

Por ser emocional, cada pasaje destaca el sentimiento que embarga a Jesús en ese momento. Las emociones pueden contradecirse sin romper la coherencia de la persona; los conceptos no.

Se admira ante la confianza –suele traducirse por fe- de la mujer que padecía flujo de sangre y exclama que no ha encontrado en todo Israel una confianza tan grande. ¿Realmente está haciendo una comparación? ¿Mayor confianza que la de los grandes profetas? ¿Mayor confianza que la de su Madre?

Creo que no está comparando; sólo está empleando una expresión ponderativa. Cuando habla del hijo pródigo, Jesús está ponderando el amor del Padre. Cuando habla del rico Epulón, está ponderando la necesidad de la compasión.

Nosotros aislamos cada pasaje y queremos sacar consecuencias lógicas universales; Jesús no pretendía codificar una doctrina; pretendía despertar nuestra confianza y nuestra solidaridad.

¿Creía Jesús en la existencia de un castigo eterno? ¿Solamente se valió de las expresiones de los profetas para suscitar al menos el egoísmo de nuestra salvación? ¿Era solamente lenguaje pedagógico?

Estas preguntas no nacen de la imagen de Dios que llevamos dentro, no nacen del amor, no nacen de la confianza en el Padre. Nacen de nuestro deseo de llegar al final con un certificado de buena conducta, que Dios mismo tenga que respetar.

El lenguaje de Jesús no se comprende, puede resultar contradictorio, si tratamos de reducirlo a conceptos y a derechos adquiridos. Se comprende -hasta donde necesitamos comprender- con inteligencia emocional.

Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.

¿Fe o Confianza?

“Yo no creería en el evangelio, si la iglesia no me obligara a ello”, decía san Agustín (citado por L. Bouyer: Diccionario de Teología: Canon, p. 131).

Muchos dirían lo contrario: yo no creería en la iglesia si el evangelio no me lo dijera.

¿Creemos en el evangelio porque nos lo propone la iglesia? De hecho creemos en el evangelio de Marcos y no en el de Tomás. Fides ex audito; la fe entra por la predicación, decía san Pablo. Pero ¿por qué creemos en la iglesia y en la predicación? Por el evangelio de Jesús ¿Se da un círculo vicioso?

Yo diría que ni es la iglesia la que me lleva a creer en el evangelio, ni el evangelio a creer en la iglesia; es la conciencia la que me induce a confiar en el evangelio y -en la medida que sea- en la iglesia. Confiar más que creer.

Creer se refiere a conceptos, se mueve en el terreno de la lógica, contrapone verdadero y falso, y puede quedarse ahí sin bajar a los sentimientos ni a la acción. Confiar se refiere a la adhesión a una persona, pertenece a la inteligencia emocional, mucho más rica de matices, y está ligado a los sentimientos y a la acción. Desconfío de la transmisión del mensaje de Jesús en los términos de la lógica griega.

Los términos griegos “pistis” y “pisteuo” pueden significar fe o confianza. Suelen traducirse por fe, pero en los evangelios tienen más sentido como confianza. Es en las epístolas, ya helenizantes, cuando toma un sentido más conceptual. Jesús no reconoce en el centurión romano una “fe” mayor que en todo Israel; no se trata de creencias. Lo que pondera es su confianza en él. La mentalidad semita es más emocional y hasta el “conocer” tiene sentido carnal.

La conciencia es la que me impulsa a confiar en el evangelio. Su lenguaje no es “verdadero o falso” sino “bueno o malo”. Este es el lenguaje espontáneo de la gente sencilla, a la que se dirigía el mensaje de Jesús. La conciencia, con un conocimiento emocional, comprueba la semejanza o la disparidad entre dos percepciones: por una parte la huella que imprimió en ella Dios creador, y, por otra, la imagen de Dios que se manifiesta en Jesús, en la iglesia o en todo hombre de buena voluntad.

Al menos yo siento en mi conciencia que la imagen y semejanza de Dios –que borrosamente conservo- coincide con la imagen de Jesús, como mi huella digital coincide con la de mi pasaporte. “Sé de quién me he fiado”, decía san Pablo.

¿Coincide esa imagen y semejanza de Dios con la imagen de la iglesia? Con muchos ejemplos y sentimientos que me ha transmitido la iglesia, sí; con otras muchas explicaciones e instituciones, no.

Haya-Prats Translation Underway

In July TFFPS (The Fondation for Pentecostal Scholarship) obtained the rights to translate and publish Dr. Gonzalo Haya-Prats’ doctoral dissertation “El Espiritu Santo en los Hechos de los Apostoles” (“The Holy Spirit in the Acts of the Apostles”). The dissertation, completed at the Pontifical Gregorian University of Rome in 1967 and translated into French in 1975 (L’Esprit force de l’église), was originally written in Spanish but was never translated into English.

L’Esprit has been widely referenced in doctoral dissertations and academic works that are considered by many to be the most significant contributions to pneumatological literature related to Pentecostal theology in the 20th century. R. P. Menzies’s Empowered for Witness: The Spirit in Luke-Acts (Sheffield Academic Press, 1991), a revised iteration of his doctoral dissertation (University of Aberdeen), references Haya-Prats’ work on nineteen pages, more than any other work with the exceptions of J. Dunn, I. Marshall, E. Schweizer, and M. Turner (a total of 248 scholars are referenced in the index).

Max Turner, in Power from on High: The Spirit in Israel’s Restoration and Witness in Luke-Acts (Sheffield Academic Press, 1996), discusses Haya-Prats’ work on forty pages; only the work of Menzies, Dunn, and Marshall receive greater attention (approximately 522 scholars are referenced in the index).

Matthias Wenk’s Community-Forming Power: The Socio-Ethical Role of the Holy Spirit in Luke-Acts (Sheffield Academic Press, 2000) also references Haya-Prats’ work extensively.
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