Jesús, poeta y profeta 5. Parábola bella, parábola extraña

Me han preguntado cómo puedo ofrecer cada mañana una pequeña aportación. Simplemente, porque llevo tiempo dedicado al tema y porque tengo un “disco-duro” cargado de recuerdos moldeables. La reflexión de hoy sigue tomada de mi libro (Hijo de Hombre, Tirant, Valencia 2007) y de un trabajo sobe Cristianismo y Poesía. La he adaptado ahora, a la vista del libro de Benedicto XVI que dedica un capítulo al Mensaje de las Parábolas (págs 223-260), un capítulo “clásico”, dialogando con los exegetas de finales del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX (Jülicher, Dodd, Jeremias). Asumiendo como base lo que dicen esos tres inmensos exegetas y lo que ha recogido hermosamente el Papa, en la segunda mitad del siglo XX, algunos,partiendo de una crítica literaria más precisa, hemos puesto también de relieve el aspecto estético y performatvo (inter-activo) de las parábolas de Jesús.

El mensaje de las parábolas

Al Papa le interesa, como es natural, el mensaje de las parábolas, quiere “entenderlas correctamente” (pág 223). Ese es un intento que sigue siendo necesario. Pero “entender” una obra de arte no es lo mismo que comprender un discurso y en esa línea quiero añadir lo que sigue, indicando que las parábolas son inseparables del arte de Jesus, del arte de su propia vida, en diálogo interactivo con sus oyentes. Ellos son, con él, los creadores de las parábolas.
Como vengo indicando, el arte griego parece más vinculado a la imagen del poeta y al icono-estatua, que expresa el valor eterno y permanente de aquello que se eleva como ideal definitivo (universal) para la vida humana. Por el contrario, el arte israelita estaba más cerca de la palabra del profeta que se expresa a sí mismo cuando anuncia la presencia de Dios para los hombres.
En esa línea israelita situamos el arte de Jesús, que se expresa en la belleza creadora de sus parábolas-palabras, que sólo tienen realidad en la medida en que se dicen y se acogen, abriendo un espacio de comunicación que no se puede objetivar como estatua o templo, leyes o sacrificio, pues sólo existen (son bellas) en su proceso de auto-despliegue, como la carne o vida humana. Las parábolas expresan la belleza suprema que nunca se puede fijar en un esquema general, por encima del tiempo, sino una belleza que existe y actúa solamente n la medida en que se dice y escucha, en que se acoge y transforma a los oyentes.

Palabra mesiánica,palabra inquietante.

Una palabra que tiene realidad en la medida en que se siembra y 'muere', abriendo un espacio de vida para otras personas. Desde ese fondo ha de entenderse la belleza suprema de Jesús, hombre de palabra, a quien han llamado iluso o peligroso y nosotros llamaremos poeta.

− Un iluso. Algunos le tomaron como ingenuo, poeta fracasado. Contaba cuentos que carecen de entidad o peso, historia que se pierden, pues las lleva el viento. Era uno más en la lista de tejedores de palabras de ilusión que, por un momento, pueden alumbrar un poco el mundo, pero que pronto acaban. Pero después vino la noche de la cruz, tiempo de realismo y de poderes fácticos; a Jesús le mataron y quedó todo como estaba. Con ilusos como él no se podía trasformar el mundo.

− Peligroso. Otros añaden que era loco, pero loco rebelde, contrario al orden social establecido. En esa línea añaden que Jesús manejaba bien las palabras, pero que lo hacía de una forma demagógica, como poeta de una revolución anti-sacral que resultaba peligrosa para el judaísmo eterno de la ley, del pueblo fiel a las promesas nacionales. Muchos afirmaban que no se pueden decir públicamente las cosas que él decía en una sociedad bien asentada en los valores de la religión oficial y la política. Por eso, fue necesario condenarle a muerte: era reo de delitos de palabra, más peligroso que los manchados de sangre.

− Poeta y profeta de Dios. Otros, en fin, han confesado que Jesús era un poeta mesiánico, portador de las palabras más hondas de Dios, que él presentaba en forma de parábolas, que no quieren expresar lo eterno en un plano de ideas (como intentaban los griegos), sino que sitúan a los hombres ante la urgencia del tiempo de Dios. Por eso decimos que era poeta-profeta: evocaba y creaba un mundo de belleza al servicio de la transformación gozosa y fuerte de los hombres y mujeres, empezando por los más pobres.

Muchos esperaban por entonces la venida de Dios, en formas distintas: como Mesías rey, como Hijo del Hombre celestial, como Juez sobre los jueces de este mundo... Pues bien, los cristianos afirman que Dios ha venido por medio de Jesús, que ha sido y sigue siendo Mesías, porque es Poeta-Profeta, sembrador de palabras que alumbran y engendran la vida (cf. Jn 1, 14). Las estatuas están fabricadas (existen desde fuera, carecen de autonomía); los hombres, en cambio, se engendran, de forma que adquieren valor personal, autonomía. En ese aspecto más profundo, Jesús ha sido artista de personas, creador de vida humana.

Su palabra son los hombres y mujeres

La “obra” de Jesús son los hombres y mujeres que le escuchan, recibiendo su semilla, para existir así de forma verdadera. Los cristianos confiesan, según eso, que el creador de la nueva humanidad ha sido un poeta-profeta que siembra de parte de Dios (desde sí mismo) la más honda semilla de humanidad. El evangelio de Juan (Jn 1, 1-4) confiesa con Gen 1 que Dios ha creado todo lo que existe sembrando su Palabra, para que los hombres puedan asumirla y dejarse transformar por ella. En ese mismo fondo ha interpretado Mc 4 el mensaje de Jesús, su obra como poeta-profeta de la palabra. Le han preguntado ¿quién eres, qué haces? Jesús responde:

Salió el sembrador a sembrar. Y sucedió que al sembrar cayó semilla en el camino, y vinieron los pájaros y la comieron. Otra parte de semilla cayó sobre un terreno pedregoso que no tenía tierra suficiente; y brotó pronto, porque la tierra era poco profunda; y cuando salió el sol quemó las plantas, que por no tener buenas raíces se secaron. Otra parte cayó entre espinas; y crecieron las espinas y ahogaron la semilla y no dio fruto. Otra parte cayó en tierra buena y dio fruto…El sembrador siembra la palabra (Mc 4, 3-4.14).


Esta parábola es muy precisa, ni una palabra de más, ni una menos; ningún adorno o comentario moralizante…Austeramente describe Jesús lo que sucede a la semilla, empleando las experiencias normales de la agricultura de su tiempo, un ejemplo concreto del trabajo de los campos, de manera que todos los oyentes pueden entenderlo. Todo es normal, prosa concreta, sin atisbo de poesía erudita (que sería propia de una corte de reyes, de palacio de nobles, de una escuela de sabios). Todo es normal, de tal forma que todos, especialmente los hombres y mujeres del campo, pueden entenderlo.

Esta es una “literatura para hablar”, no para escribir, una metáfora que sólo se entiende allí donde se escucha teniendo en cuenta los matices del que habla, la actitud de los oyentes. De pronto todos se descubren inmersos en ella, como si estuvieran construyendo juntos la parábola, buscando su sentido. Si la escuchamos de esa forma descubrimos descubriremos que ella es paradójica, de forma que desafía todas las convenciones sociales, poniendo en movimiento nuestra vida, pues ella habla de nosotros, de lo que somos y hacemos. Así aparece como extraña, siendo transparente, como una llamada a nuestra propia creatividad.

La verdad de las parábolas

La parábola es extraña, paradoja. Un buen sembrador suele sembrar sólo en buena tierra y no 'desperdicia' grano ninguno entre las piedras y las zarzas. Éste, en cambio, parece empeñarse en sembrar sobre suelos que ni están preparados, ni pueden prepararse, pues no son apropiados para la semilla (camino, pedregal, zarzal). Es evidente que, en clave de lógica económica, está desperdiciando semilla. Pues bien, si miramos la escena desde otra perspectiva, descubrimos la lógica más alta de este sembrador de Reino en toda tierra. No podemos definir de antemano lo que es buena y mala tierra, ni poner coto a la palabra, pues es ella la que viene a mostrarse creadora, trasformando el suelo de los hombres con su fuerza.

- La parábola evoca la fuerza y belleza de Dios, que dice su palabra por medio Jesús y lo hace de un modo desbordante, expandiendo la buena semilla en todas las tierras del mundo. El científico, hombre de sistema, que busca eficacia y calcula, piensa de antemano y escoge la tierra más fértil y buena; sabe donde están las espinas y piedras; por eso no malgasta la semilla. Pero Jesús, sembrador de parábolas del Reino, sabe que hay una lógica más alta, la del poeta creador, que introduce su semilla de palabra en toda tierra. Esta es la lógica de la gratuidad y la abundancia, que se expresa en el gesto generoso del buen sembrador de palabra de Reino.

La parábola es verdad dialogada, de manera que los mismos oyentes han de entrar en ella y entenderla (interpretarla) con su vida. En eso se distingue de una estatua, que está hecha, realidad objetiva, y de un discurso o libro de teoría, que dice por sí mismo lo que dice, de manera que el lector ha de acogerlo de un modo pasivo. En contra de eso, las parábolas no han sido terminadas por Jesús, ni pueden entenderse en actitud pasiva, sino que abren un espacio para que el oyente se introduzca de manera creadora en ellas.

Las parábolas son literatura inter-activa: autor y oyente (o lector) colaboran, ofreciendo juntos la respuesta. Jesús inicia un camino que él no puede recorrer a solas, pues deben recorrerlo con él sus oyentes, interpretando la palabra.
Volver arriba