Jezabel de Tiatira, la “prostituta” Iglesia (Ap 2, 22-23)

Presenté ayer, en general, la visión de la Iglesia de Ap 2-3. Algunos (Juanito, Xabier…) me han pedido que precise la función de Jezabel.

El texto empieza diciéndonos con sorpresa que la Prostituta de Roma no se encuentra simplemente fuera, sino que ella se expresa y actúa también dentro de la iglesia, a través de una de una profetisa comunitaria, a la que el texto llama la Mujer Jezabel, la prostituta. Frente a la iglesia perseguida, que mantiene el testimonio de Jesús (y se convierte luego en Novia del Cordero) se eleva Jezabel de Tiatira .

Así habla Jesús, Hijo de Dios (2, 18) a la Iglesia de Tiatira:

[Profetisa]
Permites a la mujer Jezabel, que se dice profetisa,
enseñar y engañar a mis siervos para que se prostituyan y coman idolocitos.
[Prostituta]
Le he dado tiempo para que se convierta,
pero no quiere convertirse de su prostitución.
Pues bien, voy a arrojarla en el lecho
[Adúltera]
y a quienes adulteran con ella (les arrojaré) en una gran tribulación,
a menos que se conviertan de sus obras (malas).
[Madre]
Y a sus hijos, los heriré de muerte... (Ap 2, 20-23).


((Debo recordar que Ap 2, 14 presenta a un tal Balaam, que es varón también con nombre denigrante, con el mismo "pecado" y función de Jezabel, para mostrar así que este es un problema masculino y femenino. Aquí destaco el aspecto femenino del símbolo de Jezabel. Analizo el contexto y sentido de esta acusación en Apocalipsis 61-73, poniendo de relieve los aspectos espirituales y materiales del tema. Cf. M. Navarro, "Jezabel (Ap 2, 18-29). Un conflicto eclesial": Reseña Bíblica 27 (2000) 21-30)).

Se trata de una persona concreta, a la que enfáticamente dicen la mujer (tên gynaika: 2, 20), sin nombre propio, pero a la que Juan (profeta autor del Ap) insulta presentándola como Jezabel, nombre despreciativo de una reina fenicia perversa que fomentó la idolatría en Israel (cf. 1Rey 21 y 1Rey 2). Ella actúa como profetisa y es evidente una mujer que goza de mucha autoridad, pues Juan ha querido cambiarla y no ha podido.

Es persona de importancia: pertenece al estamento dirigente o jerarquía (si vale esta palabra), de la iglesia y son muchos los que aceptan su "doctrina", que Juan concibe como un riesgo para la comunidad: ella no es esposa fiel que conserva el amor de Jesús, ni madre buena, que educa a sus hijos en la resistencia cristiana, sino prostituta, que vende su amor por unos idolocitos y adúltera, pactando con Roma, enseñando esa misma doctrina (moikheuein: cf. 2, 22-23) a sus hijos o partidarios.

Debía mantener la fidelidad, pero ha preferido el engaño, apartando a la Iglesia de Dios y de Cristo (su esposo), para que siga la economía y política social, humana y religiosa de Roma. Comer idolocitos significa promover un orden injusto, simbolizado en el comida (carne ofrecida a los dioses). Adulterar supone someterse por provecho al orden social y sagrado del imperio, como base de convivencia cívica.


-- Jezabel desacraliza el imperio:
toma su estructura social y economía como un elemento neutral, que no implica ningún tipo de veneración religiosa. Al mismo tiempo, ella espiritualiza el evangelio: lo entiende como expresión de una religión interior, que no colisiona con la estructura económica y social de Roma. De esa forma interpreta y aplica el "dar al César lo del César y a Dios lo que es de Dios": acepta el orden económico y social del imperio, como realidad que sólo afectaría a la experiencia externa de la vida; el evangelio vendría a situarse, según eso, en un nivel de fidelidad interna.

-- Juan profeta entiende el mensaje de Jesús como un modo integral de vivir, que se expresa en la misma política económica y social. A su juicio, la estructura de conjunto de Roma constituye una forma de "religión idolátrica": el pan y la carne de su imperio son "idolocitos" manchados, pues han sido ofrecidos a los dioses del poder y la injusticia; por su parte, la fidelidad al orden imperial es un "adulterio", pues se opone al amor gratuito de Cristo. La misma Roma como sistema es contraria a la fidelidad del evangelio. Eso significa que los fieles de la iglesia deben rechazar el orden económico y social de ese sistema, "huyendo al desierto", como hijo la Madre mesiánica (cf. 12, 6.14), para crear de esa forma una alternativa de fidelidad humana y gratuidad, fuera de las estructuras del imperio.

((No sabemos cómo ha terminado la disputa. Es posible que los "hijos" (discípulos) de Jezabel hayan terminado siendo gnósticos (¿montanistas?); la iglesia oficial ha dado la razón a Juan, pero ha cambiado su doctrina, terminando por pactar de algún modo con Roma, como quería Jezabel. De todas formas, ignoramos el verdadero argumento de Jezabel, a quien sólo conocemos por la crítica de Juan, mientras que el Ap ha sido incluido en el canon de la Biblia y de esa forma puede y debe seguir iluminando el camino cristiano)).

Esta mujer-profetisa constituye según Juan un riesgo para la iglesia: ella no quiere vivir en el destierro, como la Madre perseguida; piensa que es posible y conveniente un pacto con Roma, de manera que la experiencia de Jesús se convierte en una religión aceptada dentro del imperio. Ella asume de esa forma el orden básico de la Ciudad, sus comidas (que Juan llama idolocitos), sus fidelidades sociales (que Juan llama adulterio), planteando con ello el tema central de lo que sigue, el motivo básico de la mariología y de la historia posterior de la iglesia. Podemos suponer que ella tiene parte de razón (como la tienen casi todas las herejías cristianas). Pero llevada al extremo su postura supondría destruir el evangelio:

-- La iglesia de Jezabel acabaría siendo una secta intimista, de tipo gnóstico o sacral, centrada en las "profundidades divinas del alma" (que Juan interpreta como "honduras de Satanás": 2, 24). La vida exterior (economía, política) podría así quedar en manos del sistema, es decir, de la autoridad reconocida del imperio; la religión y el amor en cuanto experiencia y camino de salvación serían una realidad básicamente interior, independiente del orden social y las comidas.

-- Esta iglesia de Jezabel sería de tipo existencial intimista... Ni el Dragón tendría existencia exterior, ni la Mujer debería haber había huido físicamente al destierro, puesto que es una expresión de la hondura sagrada de nuestra existencia en la que Dios mismo se expresa, haciéndonos capaces de dar a luz al Cristo. El evangelio sería, según eso, independiente del compromiso social y de la historia, de manera que los cristianos podrían ser fieles a Jesús aceptando en un nivel externo la economía y fidelidad social de Roma.

Pues bien, en contra de eso, Juan profeta defiende una iglesia distinta, que se opone al orden social y económico de Roma. Ciertamente, el Apocalipsis no quiere que la iglesia se eleve como otro imperio en contra del que existe, en un nivel económico-político, pero piensa que ella debe rechazar el sistema de Roma, pues se funda sobre base de engaño y de muerte: en la prepotencia de los poderosos y la expulsión de los inocentes, en la imposición de los ricos y el engaño de los pretendidos sabios. Juan profeta no defiende un alzamiento militar (como los celotas judíos de la guerra del 67-70 d. de C.), pero tampoco un pacto de interioridad, sino un gesto firme de resistencia social y huída al desierto. Desde ese fondo se entiende su visión y condena de la Prostituta Roma (Ap 17-18) de lo que trataré mañana.

((El problema no se define y resuelve todavía aquí, sino que ha de entenderse desde el conjunto del gran drama: debemos pasar de la Madre (Ap 12: nivel más biológico) a la Novia (Ap 21: nivel de encuentro personal y pura fe): la meta de la mariología está en la esponsalidad escatológica, expresada en la Novia del Cordero y en las bodas. En el camino que va de un nivel a otro hallamos la crisis que definen nuestros textos, con el riesgo de Jezabel y la tarea de la Madre y los hijos perseguidos en la iglesia)).
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