Lumen Fidei: La fe que abre camino de vida

La fe,camino de vida (cf. tema de los magos, num. 35), marca el motivo de esta encíclica del Papa Francisco, publicada el pasado 5.7.13 y escrita básicamente por su predecesor Benedicto XVI. Ese mismo día publiqué en mi blog un breve comentario donde me atreví a decir que era una encíclica “corta”.

Pasados tres días, con algo más de calma, quiero recordar los valores del texto, como queriendo “alargar su cortedad”, añadiendo algo que, a mi juicio, le falta (o que queda velado en ella), no para quitarle valor, sino para aumentarlo, desde una perspectiva básicamente bíblica y actual. Lo haré en forma esquemática, fijando de manera evocadora puntos que me, a mi juicio, faltan en el texto, para que así puede crecer su valor.

Escribo, como he dicho, partiendo de la Biblia y de la situación actual del hombre. Pienso que estamos en un momento básico de la vida cristiana, de manera que tenemos que pasar de un esquema intelectual a un esquema vital:

-- Esta encíclica sigue el esquema intelectual de la Fides Quaerens Intellectum (fe que busca comprensión en la línea de S. Anselmo). Es un buen camino, necesario... Pero no es el camino propio de la fe del AT y de Jesús, que no busca comprensión (como en Grecia), sino vida.

-- En el fondo de este encíclica hay que descubrir y desarrollar el más hondo concepto de la Emuna (fides) aperiens viam vitae, de la fe que abre y recorre un camino de vida (Fides quaerens/volens vitam). No estamos ante un problema básico de conocer, sino de vivir (el conocer sin vida es ideología). En este camino de vida que es la fe judía y cristiana se abre un camino de vida para los hombres, en este tiempo duro de opresiones, como era el tiempo de Jesús.


Otros pueden tener otras perspectivas, en la línea de la encíclica, escrita para “teológicamente” para ilustrados cultos. Pero pienso que la mía ayuda a iluminar el texto, no para rechazarlo, sino para completarlo.

1. INTRODUCCIÓN. EL HOMBRE VIVE DE LA FE

1. Ésta es una encíclica “académica” escrita por un Maestro en Teología, un especialista, que escribe para colegas profesores, con aire más bien defensivo (queriendo exponer y defender un tipo tradicional de interpretación de la fe). Lo hace muy bien, consigue su objetivo. Lo hace muy bien, y su texto podrá ser comentado en universidades y centros de estudio ilustrados (del área occidental), pero la mayoría de los lectores y oyentes normales tendrán dificultad en comprenderlo, sobre todo si no forma parte de nuestra cultura “ilustrada”.

2. Es una encíclica que parece más interesada en un tipo de “verdad” (comprensión de la fe) que en su fuerza transformanta. Parece que la fe de la que se trata es una fe para “intelectuales”, en línea de apertura al conocimiento verdadero, y en esa línea tiene párrafos y páginas que son magistrales. Nada hay en ese plano para criticar, sino mucho para aprender, dentro de un plano filosófico, en la línea de un pensamiento griego y de una iglesia occidental convertida casi en “sistema que administra e interpreta” el depósito de la fe. Pienso que el expapa Benedicto XVI nos ha dejado aquí su última lección magistral. Es evidente que como exprofesor de teología se lo debo agradecer, y conmigo se lo agradecerán miles de estudiantes y curiosos.

3. Es una encíclica que sigue en la línea de aquella extraordinaria de Juan Pablo II, titulada Fides et Ratio (Fe y razón, año 1998), que me pareció en su tiempo escrita por el entonces Card. J. Ratzinger, Prefecto de la C. de la d. de la Fe. Es uno de los mejores textos que yo conozco sobre la dignidad y usos de la razón, y lo sigo utilizando como libro de mesilla. Pero tenía y tiene, a mi juicio, algunas limitaciones. (a) Definía muy bien la razón helenista y moderna, pero no analizaba el sentido de la fe bíblica (la emuna israelita frente a la sofia griega), ni su identidad profunda. (b) La fe bíblica no se mide por la “ratio” (capacidad de entender y demostrar), sino ante todo por su capacidad activa, de transformar a las personas y de obrar, de hacer que vivan. (c) Defendía un tipo de “ontología del ser” que me parecía muy valiosa, pero que quizá no debía proponerse como modelo en unos tiempos como los nuestros: ni todas la culturas, ni todos en la cultura occidental aceptamos ya la ontología del ser.

4. Lo mismo pasa en esta nueva encíclica (Lumen Fidei)… Habla de la luz más alta de un tipo de “conocimiento” creyente, que se va modelando en la historia de Israel, pero corre, a mi juicio, el riesgo de no llegar a la raíz de esa fe. Ciertamente, la encíclica dice muchas cosas (y muy buenas) sobre la fe, en línea de narración histórica y de conocimiento más alto y de verdad más honda; tiene, además, páginas muy buenas de análisis bíblico… (sobre Abraham, Moisés…).Pero pienso que no llega a las raíces de aquello que para la Biblia y par la primera Iglesia es la fe, que es conocimiento, pero conocimiento que llega a los hebreos oprimidos, convirtiéndose en principio de libertad y de liberación, es decir, de transformación personal y social (tanto en Abraham como en Moisés).

2. MATIZACIONES FUNDAMENTALES. ISRAEL Y JESÚS

1. Plano humano. La encíclica parte de un concepto limitado de fe, entendida en un sentido más teológico y cognoscitivo, pero con menos base antropológica (en sentido personal y comunitario, psicológico y cultural, económico y político…). Parece que la encíclica ha olvidado que el hombre vive de la fe (para confiar y actuar, para liberarse de aquello que le aliena y enajena), para que para conocer en sentido intelectual. El hombre en su raíz no es fáber (productor), ni ser pensante… El hombre en su raíz (varón y/o mujer) es un animal de fe

La fe es confianza originaria no sólo en lo divino (en la Realidad sagrada), sino en la misma vida (en los padres, en los hermanos….). En esa línea decimos que la misma vida está fundada en un gesto concreto, previo a todo pensamiento discursivo: en la relación del niño con la madre (como sabe Is 7). El calor afectivo de la madre o quien haga sus veces genera una confianza que suscita y fundamenta la vida del hombre como respuesta a la vida (palabra) recibida. Esa confianza no es solo la base de su salud psíquica y moral, sino el principio y sentido de la existencia humana. Los animales pueden vivir sin creer (por pura biología); el hombre sólo puede vivir por fe. En ese sentido, la fe está vinculada a la vida (a la convivencia, a la justicia) más que al conocimiento puro.

2. Plano israelita. La encíclica estudia muchos elementos de la fe Israel (AT), pero pienso que no llega a la raíz del tema. Cita a M. BUBER (1978-1965), pero en un texto marginal, no en su libro sobre los dos tipos de fe (Zwei Glaubensweisen, Darmstadt 1950). Según buber, la fe israelita (y musulmana) sería confianza personal en Dios y expresión de arraigo y justicia social, mientras que la fe cristiana se habría convertido en “aceptación” de una serie de dogmas (independientes de la vida); no sería creer a una persona (vincularse en confianza a otras personas), sino aceptar unas verdades, en línea de conocimiento.

Pues bien, en contra de esa acusación de M. Buber, la fe cristiana sigue siendo la misma fe israelita, pero ratificada por Jesús (vivida en él y con él) y expresada en la experiencia pascual de la Iglesia. Con la tradición israelita, el cristiano sabe que el «vive de la fe» (cf. Hab 1,4; 2, 4). En esa línea, Is 7, 9 identifica la fe con la “subsistencia” humana, pero no en sentido ontológico (intemporal), sino en sentido personal, social e histórico: Sin fe en el Dios de la vida, sin fe en la convivencia (en medio de la guerra) los hombres y los pueblos se destruyen.

Eso significa que el hombre individual y social vive de “emuna”, es decir, de confianza y fidelidad. Si los hombres no confían entre sí, si no confían en el “don de la vida” (si no creen en Yahvé como el gran “creyente”, el hombre de fe) se destruyen a sí mismos, como Isaías descubre en medio de la guerra siro-efraimita que está sacudiendo a los pueblos de oriente. La fe no es creer en un plano intelectual en algo que no se ve, sino acoger y desplegar el sentido de la vida como don (regalo) que se acoge y se comparte. En ese sentido, vivir es creer: Si los hombres y los pueblos no confían en Dios (y desde Dios unos en otros) se destruyen de raíz, se “matan unos a otros” y se suicidan todos.

3. Jesús, el creyente. Éste es, a mi juicio, el tema central que la Encíclica no ha desarrollado plenamente. La tradición cristiana recuerda a Jesús como un creyente, más aún, como el creyente por antonomasia. Un cierto tipo de tradición dogmática (que ha querido ver a Jesús como un Dios que lo sabe todo, un Dios sin fe…, en visión beatífica) ha corrido el riesgo de destruir esta experiencia, destruyendo así lo mejor del cristianismo, que es la fe de Jesús, en sus diversos sentidos:

a) Jesús ha creído en Dios como Padre… En medio de un mundo donde Dios parecía esconderse, mundo de injusticia, amenazado por el hambre y la enfermedad, por el riesgo de la violencia pura o el legalismo sacral del templo de Jerusalén, Jesús le ha descubierto y confesado al Dios Abba, Padre. Esta fe de Jesús en Dios, su Padre (¡Padre universal!), es la raíz y garantía de nuestra fe… Jesús ha sido en todo como nosotros; más aún, él ha vivido inmerso en una situación gravísima de violencia y riesgo; pero desde esa situación él ha “apostado” por Dios; eso significa que ha creído, ha confiado en Dios, se ha vinculado a los pobres y excluidos, en su nombre ha proclamado el Reino.

b) La fe de Jesús ha sido y sigue siendo una protesta ética y profética. Ha sido una protesta contra la injusticia y opresión de enfermos, pobres y excluidos, una especie de “apuesta” a favor de la vida, un tipo de “postulado”: Se ha arriesgado por Dios, es decir, por la vida de los hombres y mujeres, ha creído. De esa forma ha vivido como testigo y portador de la fe en el Dios de la Vida, en el Reino de los Cielos… Creer significa para él comprometerse al servicio del reino, anunciando y preparando su llegada, no con palabras sólo, sino de un modo especial con su vida. Esta fe de Jesús es el Dios que es fiel (el Dios que cree en los hombres) le impulsado a lo largo de su misión. Ésta es la fe que él ha irradiado, creyendo en el Dios de la fe (no de la pura razón imperial o sacral), creando un movimiento de “creyentes” de comprometidos por el reino.

c) La fe Jesús es una “fe sanadora”, y así se expresa ante todo en forma de “salud” humana. Lo que llamamos “milagros” no son gestos que van en contra de la razón, sino signos del poder creador de la fe, que no consiste en aceptar verdades separadas (que no vemos), sino en acoger el poder de la vida de Dios, confiando en el Dios que acoge, animal y cura. En el principio de la fe cristiana están los gestos y palabra de Jesús que dice a los enfermos y a los pobres “tu fe te ha curado”, “tu fe te ha salvado”. Ésta es la “luz de la fe”, que esta encíclica apenas ha puesto de relieve. Ésta es una fe “sobrenatural”, siendo totalmente natural (es decir, estando totalmente inserta en la vida, en medio de unas condiciones de expulsión, de hambre, de injusticia. “¿Tú crees? ¡Toma la camilla y anda! Ésta es la fe que salva, dando fuerzas a los hombres y mujeres, curando, concedienco dignidad a los pobres etc.

d) La fe es para Jesús “arriesgar la vida al servicio del Reino”, a favor de los pobres, en gesto de testimonio personal. Ciertamente, él cree en Dios (¡primer mandamiento!), y cree, al mismo tiempo, en el prójimo (¡segundo mandamiento!). Por eso, su fe su traduce en un gesto de entrega al servicio de la voluntad de Dios (del Reino) para bien de los pobres… Así le han visto los evangelios, como “encarnación de la fe” (fe encarnada). Sólo de esa forma ha podido arriesgar la vida al servicio de los demás, no por sacrificio (¡por pagar alguna deuda al Dios celoso!), sino por dinámica interior de vida. Esta es la fe del que sabe que el don de la vida (la vida de los demás) vale más que la propia muerte.

e) Jesús ha mantenido la fe en Dios y en su Reino…. en medio del fracaso. Así decimos que él ha creído hasta en (sobre todo en) la muerte. Ha confesado su fe en el Reino (en el Dios de la vida) ante aquello que le han condenado a muerte… Así se ha mantenido en la cruz, y ha muerto preguntando a Dios (¡Dios mío, Dios mío…), como creyente probado, dolorido, asumiendo la suerte de los pobres, de los condenados, de las víctimas concretas de la historia. Su fe es una fe en la historia (en la vida concreta de este mundo), siendo una fe que se abre rompiendo el duro cofre de una historia de opresión, como llamada al Dios de la vida. La suya no es una fe teórica de intelectual, ni una pura fe de falso místico, separado de la pasión y dolor del mundo… Ha sido fe desde su compromiso por el Reino, en medio de la condena a muerte.


4. LA FE DE LA PRIMERA IGLESIA

a) La fe cristiana nace de un “choque” de vida, ante la visión del crucificado (es decir, de aquel que ha sido crucificado precisamente porque creía en Dios y obraba en consecuencia). No es la fe en el Dios que existe sin más (como el posible Ser de los seres), sino la confianza de aquellos que siguen el camino de Jesús, descubriendo que Dios ha acogido su vida, le ha resucitado de entre los muertos (ha invertido su condena), ratificando su camino. De esa forma, creyendo como Jesús (aceptando su camino de fe), los cristianos empiezan a creer “en Jesús”, a quien ven como el “pionero” de la fe, como aquel que ha abierto con su propia vida un camino de fe para todos los hombres, no en contra de nadie, sino a favor de todos.

c) La primera Iglesia ha creído en el Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos… En ese sentido, la fe cristiana es una inmensa protesta en contra de los que han matado a Jesús, siendo al mismo tiempo una apuesta a favor de la causa de Jesús, de su camino de Reino. Éste es el centro, éste el contenido básico de la fe cristiana, que sigue siendo la misma fe de Israel, la misma fe de Jesús, pero con un rasgo nuevo: Los creyentes creen de un modo especial en el Dios que ha resucitado ya a Jesús de entre los muertos, porque así lo vive, así lo experimentan… porque así lo deciden, por fidelidad a Jesús, cuya causa quieren seguir… Los cristianos empiezan a creer en el Dios que actuaba de forma creadora y nueva a través del mensaje y de la vida de Jesús, en el Dios que le ha resucitado. Por eso, creer como Jesús (con su misma fe histórica) viene a expresarse como “creen en Jesús”, retomando su camino de Reino, con los expulsados y pobres de la historia. Esto es algo que la encíclica ha dicho muy bien, pero, a mi juicio, sin asumir (sin poner de relieve) todo el camino creyente, histórico de Jesús.

c) San Pablo, un hombre de fe. El representante más conocido de la fe de la Iglesia cristiana es san Pablo, que se sitúa en la misma línea de Jesús (en la línea de Isaías), poniendo de relieve la nueva experiencia cristiana de la fe de Jesús, entendida como don (regalo) de la vida, en gesto radical de amor. La fe de Jesús, la fe que se expresa en la vida y mensaje, y en la muerte y resurrección de Jesús es el signo y garantía de salvación para todos los hombres. Esta fe no se opone a las obras, sino sólo a un tipo de unas obras externas, que podrían petrificarse en forma de sistema religioso de ley separada y de templo (Gal 3, 11; Rom 1, 17. Cf. Hebr 10, 38). Ésta es la fe en Jesús crucificado como testigo de Jesús, como garantía de salvación para los expulsados y pecadores, la fe que se hace “obra de vida”.

d) Ciertamente, tanto Pablo como Juan han puesto de relieve los aspectos “cognoscitivos” de la fe de (en) Jesús. Más aún, los primeros cristianos (que no querían anunciar un nuevo sistema filosófico, sino que daban testimonio de un tipo de vida creyente) han abierto un camino de conocimiento más alto, el conocimiento de fe (de confianza en la vida, de comunión de amor con los expulsados), por encima del orden del conocimiento ontológico de Grecia. Ciertamente, los cristianos han pactado con Grecia, han querido ofrecer su experiencia de en términos de conocimiento…, pero sin perder en carácter propio de la fe como experiencia de confianza básica y de compromiso (de apuesta) a favor de la justicia.

5. MIS DESEOS SOBRE LA ENCÍCLICA

1. Me gustaría que la encíclica hubiera destacado la experiencia de Jesús como “hombre de fe”, de fe en Dios que se expresa en forma de fe en los hombres y de compromiso activo por el Reino. Si no apela al Jesús histórico con más fuerza, si nove a Jesús como el pionero y “causante” de la fe, todo el resto del cristianismo corre el riesgo de volverse ideología. En esa línea, la misma fe es compromiso por el Reino, en línea de confianza activa, tal como se expresa en los “milagros”, es decir en los gestos concretos de fidelidad transformadora al servicio de los demás. Jesús es hombre de fe porque cree en los demás, y en el Dios de la vida (del Reino), actuando por fe (en fe) al servicio del reino.

2. En contra de lo que parece decir la encíclica no hay una “verdad exterior” (más alta) a la que se puede llegar por la fe, sino que la misma fe es la verdad… Los animales no “creen”, ni creen las “computadores”. Los hombres, en cambio, viven por fe… de manera que si dejan de creer unos en otros (y dejan de creer en el don de la vida) terminan destruyéndose a sí mismos. Éste es el mensaje de Isaías (que me da la impresión de que la Encíclica no ha comprendido). Más allá de la fe no hay nada, la fe es lo más alto… de manera que si dejamos de creer unos en otros terminaremos matándonos y muriendo…

3. El problema de la fe es por tanto un problema de subsistencia… Si dejamos de creer unos en otros terminaremos matándonos, en suicidio personal o en gran homicidio universal… Si dejamos de creer en el don de la vida (en el Dios del Reino: es decir, de la humanidad reconciliada), y si esa fe no se convierte en gesto activo, en conocimiento de amor, de servicio a los demás (como en el caso de Jesús) terminaremos destruyendo toda vida verdaderamente humana en el planeta. Pienso que la encíclica no ha captado la gravedad del momento en que estamos, el riesgo ruptura humana (no religiosa en sentido sacralista) de la falta de fe.

4. Me da la impresión de que la encíclica pone la fe al servicio de un tipo de “comprensión doctrinal”, en línea intelectual. Pues bien, la fe bíblica no está al servicio de nada, sino que es ella misma lo que vale, en línea de confianza activa, en plano de iluminación práctica, es decir, de compromiso creador, En esa línea no me resulta clara la interpretación de la fe pascual que hace la encíclica (que no consiste en negar o superar la fe histórica de Jesús que es compromiso por el Reino, sino de ratificarla). Tampoco me resulta clara la interpretación de Pablo, con su visión de la fe, que no se opone a la “obra” de la fe, sino a un tipo de “obras de la ley”. La fe paulina no es rechazo de la “acción”, sino una acción intensa, al servicio de la vida, en gratuidad universal.
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