Para Macario. De Anselmo de Canterbury a Karl Barth



San Anselmo. El argumento ontológico.
Anselmo de Aosta (1033-1109), monje benedictino y obispo de Canterbury, quiso comprender el contenido de su fe partiendo de ella misma. Para eso empieza orando y sólo luego, desde su misma experiencia de oración, pregunta: ¿de qué forma se puede afirmar en verdad que el Dios a quien los fieles dirigen su plegaria existe realmente? (Proslogio I, en Obras completas, BAC, Madrid 1952, 360-366). Conforme a su visión, Dios está al fondo de todo pensamiento. No hace falta demostrar que hay Dios, porque Dios está antes de toda demostración. Dios es el punto de partida del que venimos, la “idea” (supra-idea) desde la que pensamos, de manera que en todo pensamiento está implícita una experiencia supra-racional, de tigo religioso.
El punto de partida de su discurso intelectual no está por tanto en la razón sino en la misma experiencia religiosa. A partir de aquí resulta clara su respuesta: sólo la oración (sólo la fe) nos ofrece la certeza de que Dios es lo más grande que puede ser pensado (aliquid quo maius nihil cogitari potest). Sólo así, partiendo de la oración cristiana (religiosa) puede afirmarse ¡Dios existe! pues si no existiera dejaría de ser lo más excelso de todo lo pensable. Así interpreta Barth el argumento ontológico, por el que San Anselmo mostraba la existencia de Dios: no busca su existencia partiendo del mundo (plano cosmológico) ni del ser humano (plano antropológico) sino a partir del mismo ser divino que se ha revelado en Cristo y que se expresa en la oración de los creyentes.
El problema está en el punto de partida: ¿por qué tenemos esa idea de Dios? ¿cómo ha surgido? ¿quién la ha introducido en nuestro mundo? Este es el punto de partida de todo el argumento. Como he dicho, quiero interpretar el “argumento” (el descubrimiento divino) de desde la perspectiva de K. Barth. Tanto Anselmo como Barth saben, por un lado, que el humano es un viviente que ha inventado muchos dioses, que son simple proyección de su mente. Pero saben, por otra parte, que el humano es aquel que ha podido recibir y ha recibido una más alta idea de Dios, por revelación del mismo ser divino, conforme a la experiencia y visión del cristianismo. Esto le distingue de todos los restantes animales y vivientes de la tierra.
– Perspectiva de filosofía racionalista. La idea de Dios puede interpretarse como dato meramente racional. Así lo han supuesto grandes pensadores, desde Tomás de Aquino a Kant: que tengamos una idea de Dios no supone que Dios existe en realidad, pues el plano racional y real se distinguen netamente. A ese nivel (y a nivel de las religiones de este mundo) Barth asume la crítica tomista y kantiana: la idea racional de Dios (o su experiencia religiosa) no prueba que él exista.
– Perspectiva de filosofía originario, es decir, de revelación o manifestación de lo divino en el fondo del alma. Aquí sitúa Barth el argumento, reinterpretado en línea creyente (cristiana). El creyente verdadero sabe que su idea de Dios no es un invento, sino don de aquel que es más grande que su propia vida, lo más grande que puede ser pensado. Por eso, quien tenga en sí esa idea y la analice sabrá que ella no es puro invento de su mente, sino don del mismo que ha venido a revelarse a través de ella, demostrando su existencia.
K. Barth. Sólo la fe es argumento de Dios
Karl Barth (1986-1968), teólogo protestante, sabe que los hombres hablan de Dios, piensan en Dios, pero ¿cómo estarán seguros de que existe? Sólo por la fe, fundada en la revelación. Dios mismo se muestra por ella asegurando (probando) su existencia. Para aquellos que se encuentran fuera del círculo de luz de la revelación de Dios no puede hablarse de argumento o camino teológico.
Eso significa que sólo la fe es punto de partida en la demostración de Dios (que no es demostración, sino descubrimiento creyente,más allá de toda razón pura de tipo racional). Sólo quien crea y quien creyendo, por gracia de la revelación de Dios, tenga en su mente la idea de un Ser supremo sabe con certeza que ese ser existe. El creyente descubre en su interior la luz suprema, la idea del Ser que más grande, descubriendo que no es invento suyo. Por eso afirma ¡Dios existe!. No arguye a partir de la razón; no razona partiendo del mundo. Sólo la fe, en virtud de su certeza interna, le ofrece la prueba indestructible de que el Dios que en ella se ha expresado es el Señor id quo maius nihil cogitari potest , el Existente (K. Barth, Fides quaerens intellectum. La preuve de l'existence de Dieu d'après Anselme de Cantorbéry, Neuchâtel 1958, 61ss).
Barth no camina desde la razón hacia la fe, sino al contrario: de la fe hacia la razón. En la base de su argumentación pone la fe acogida por revelación de Dios, no por búsqueda religiosa ni argumentativa de los humanos. Pues bien, cuando el creyente, desde el fondo de su fe, se para y piensa, cuando busca la racionalidad de su actitud, sabe que ella está fundada en un don que ha recibido: Dios mismo es la existencia primigenia y así prueba su existencia al revelarse a los humanos.
El punto de partida de esta prueba teológica no es ninguna convicción racional, más o menos extendida o accesible: no hay desde el mundo camino que conduzca hasta el misterio, no hay razones que desvelen lo divino. Camino y razón han invertirse. El auténtico creyente parte de la fe, del Dios que se revela a sí mismo como Señor, como el Primero. Quien ha escuchado la revelación de Dios y se descubre lleno de esa fe sabrá que Dios existe, tendrá la prueba radical, irrefutable de que aquel en quien confía es más que idea, es la existencia original, fundamentante, el verdadero Ser Divino.
Barth ha negado la capacidad de ascenso racional del ser humano hacia lo divino (y con ella el valor de las religiones) para edificar su visión de Dios sobre la fe que brota de la revelación que se identifica paradójicamente con Cristo (el Dios crucificado). Pero una vez que en fe posee la certeza de que hay Dios (Ser supremo), el creyente retorna a la razón y por ella muestra que el Dios en quien cree es existente (Ibid 69,111, 139).
El razonamiento teológico se inscribe, según eso, dentro de la fe en el Dios que se ha revelado y que nos insta a conocerle. Quien tenga fe está cierto de que no puede afirmarse (Dios no existe! La fe posee ojos que descubren la existencia del misterio. Cuando alguien dice ¡no hay Dios! está cayendo en un paralogismo: aparentemente habla del Dios verdadero de la revelación, pronuncia su palabra, se refiere a su figura; sin embargo, en realidad está aludiendo a un dios o poder diferente.
No hay religiones valiosas (en plano racional), solo la revelación muestra que hay Dios
Sólo puede hablar en realidad de Dios quien le ha visto, el que ha escuchado su palabra, el que ha vivido en fe su fuerza y su presencia: ese conoce a Dios, le ha descubierto como aquel que es lo más grande (quo maius nihil cogitari potest). Si alguien habla de Dios, del Dios de la revelación, sabe que existe y confiesa (demuestra en argumento de fe) su existencia verdadera (Ibid 153-154).
Conforme al lenguaje anselmiano, Barth divide a los humanos en creyentes (han descubierto a Dios como Señor y reconocen por fe su existencia) e in-sensatos, es decir, personas que no tienen la "sensación" de lo religioso, personas que hablan de Dios, pero no saben lo que dicen, porque no han sido "tocados por él", personas que toman su nombre como pura representación creada, ídolo del mundo. La existencia del verdadero Dios sólo se prueba desde la luminosidad interior de la fe. Quien pretenda hacerlo de otro modo, por otro camino, está creando un nuevo ídolo. Sólo a través del testimonio de la fe partiendo de la gracia del Dios que se revela puede demostrarse lo divino.
Este es el argumento de Barth, típico del protestantismo radical que niega el valor salvador de las religiones en cuanto religiones que expresan la búsqueda humana de Dios, para quedarse sólo en la revelación/fe (que puede hallarse al interior de las mismas religiones, de un modo paradójico).
Éstas son las notas del Dios barthiano.
– Barth ha destacado el carácter revelado del conocimiento de Dios. Sólo por la automanifestación del misterio, desde el compromiso iluminado de la fe, tiene sentido hablar de una experiencia de Dios. No le alcanzamos en virtud de nuestra fuerza sino a partir de de su propia palabra reveladora.
– Barth destaca el valor de la persona. Dios no es horizonte de creatividad racional del ser humano, signo de implantación y/o transcendencia, sino algo mucho más grande: es sujeto, libremente creador, capaz de autodonarse. Por eso, su experiencia sólo es posible allí donde el mismo Dios se desvela de manera voluntaria, porque él quiere y no porque nosotros lo queramos.
– Dios es transcendente. Habita más allá de los deseos de dominio de aquellos que pretenden encerrarlo en sus esquemas o razones. Ciertamente, algunos le han buscado por caminos religiosos o racionales, pero no han podido hallarle, pues el verdadero Dios no emerge al final de ningún ascenso humano. Cuando el verdadero Dios emerge cesan y se rompen, quiebran y fracasan los caminos de razón y religión humana y sólo queda en su verdad original la transcendencia: Dios viene porque quiere; ama porque le place; se desvela porque así lo ha decidido... En el lugar donde las razones y búsquedas quiebran puede revelarse en su verdad el ser divino.
– Barth intenta recuperar la racionalidad creyente, específica de Dios. La fe dispone de su propia luz, de tal manera que a partir de ella, desde el interior divino, se puede realizar no sólo el juicio de existencia (argumento anselmiano) sino también el más extenso y más profundo juicio de esencia que, centrado en la analogía de la fe, permite a Barth elaborar una de las construcciones teológicas más geniales de los últimos siglos. Desde la racionalidad interna de la fe Barth puede hablar de la existencia y de la actividad de Dios: de la creación y reconciliación del mundo.
Un tema para la discusión
Muchas veces he discutido y criticado el pensamiento de K. Barth. Pero hoy he querido citarlo, unido al de San Anselmo, cuya memoria celebramos, desde una perspectiva teológica como momento importante de una búsqueda teológica.