Muerte y resurrección 3. Dom 3º de Pascua: Todos en Jerusalén

En las dos postales anterior he presentado el principio de la experiencia pascual  en Lc 24 (mujeres de la tumba), para detenerme después en la huida y el retorno desde Emaús. A la caída del día vuelven y se reúnen todos en Jerusalen.

    Éste es el principio de la Iglesia: Las mujeres de la tumba, los dos de Emaús, los Doce de Jerusalén. Así indica la lectura de esta Domino 3 de Pascua. Volver a Jerusalén, todos los grupos cristianos, para reiniciar desde allí la misión de la Iglesia en el siglo XXI. Éste es para Lucas el sello y tarea de la Pascua.

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El relato pascual de Lucas 24ha comenzado muy de mañana con las mujeres en el sepulcro (24, 1), ha continuado con los fugitivos (24, 13), que llegan a Emaús a la caída de la tarde (24, 29), para descubrir allí a Jesús en el pan compartido, ha culminado en la gran noche final del domingo de pascua, con todos los discípulos reunidos (24, 36), para abrirse después (¿cerrada ya la noche, en la madrugada del siguiente día?) con la ascensión desde el Monte de los Olivos (24, 50-53)[1].

Los once/los doce

Conforme a Hech 1, 12-13, el grupo fundante de la iglesia (reunido tras la Ascensión) está formado por los Once (citados por su nombre), por las mujeres y los parientes de Jesús, con María, su madre. Podemos fijarnos un momento en los Doce (=Once). Normalmente, este grupo debería haberse destruido tras la muerte de Jesús, como sabe Gamaliel (cf. Hech 5, 33-42): volvería cada uno a casa, tornaría a sus labores y familia, olvidando así el proyecto de Jesús como ilusión fracasada.

Pues bien, la tradición evangélica sabe que el recuerdo Jesús (su pascua) ha reunido a sus discípulos, de manera que ellos aparecen como testigos de aquello que él mismo ha realizado a lo largo de su vida, desde el momento en que empezó a pregonar su mensaje hasta su muerte; de un modo especial serán testigos de su pascua (cf. Hech 1, 22)[2]. En ese transfondo ha de entenderse eso que pudiéramos llamar la paradoja de los Doce, que situamos en contexto de misión pascual. 

Por un lado, los Doce parecen esenciales en el principio de la iglesia, como signo de la misión de Jesús al conjunto de las tribus de Israel. Sin embargo, si exceptuamos 1Cor 15, 5 (se apareció a los Doce) y el texto citado de Hech 1, 15-26 (Pedro restablece el grupo en cuanto tal), el NT nunca los presenta como testigos colegiados de la resurrección de Jesús, a no ser en perspectiva escatológica (Mt 19, 28 par).

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 – Por otro lado, la tradición (tanto Mc 16, 7-8, como Mc 28, 16-20 y Lc 24) supone que los Doce en cuanto tales han desaparecido o han sido superados. En su lugar quedan, como veremos, los Once y los otros (cf. Lc 24, 9.33). Ciertamente, la tradición sabe que Pedro ha cumplido una función importante en el grupo de los primeros discípulos (cf. Lc 22, 32: rogaré por ti y tu, cuando te conviertas, fortalece a hermanos; cf. también 1 Cor 15, 5; Mc 16, 6). Pero de la función de los Doce en cuanto tales no se dice nada en los textos más antiguos (a no ser el citado de 1 Cor 15).

Pienso que este dato debe precisarse, para interpretar mejor la función de los personajes esenciales de Lc 24, ahora que vamos a evocar el texto de la gran experiencia eclesial (24, 36-52), que sigue siendo base de toda la fe cristianos posterior. Para ellos realizaremos un breve recorrido a través de algunos textos convergentes del Nuevo Testamento, culminando en el nuestro.

Este recorrido nos permitirá valorar las diversas formulaciones pascuales de la iglesia. Nos separamos un instante de Lc 24, pero lo hacemos para poder interpretar mejor su texto, en ejercicio de comparación textual que nos permite comprender quizá mejor el relato de Lucas. Prescindimos de 1 Cor 15, donde son importantes Pedro y los Doce, en clave testimonial y jurídica (como garantía fundante de la iglesia), para centrarnos en la tradición de los evangelios.

 – Mc. El joven de la pascua encarga a las mujeres que vayan y comuniquen su palabra a los discípulos de Jesús y a Pedro (16,7). No les envía a los Doce en cuanto tales. El final canónico tardío de Mc dice que Jesús se apareció a los Once (16,14), confiándose el encargo de la misión universal. Parece suponerse que el grupo de los Doce se ha roto con la pérdida de Judas y no ha vuelto a restablecerse: ya no es necesario tras la pascua. En su lugar están los Once que no pueden presentarse como signo de Israel sino como expresión concreta de una iglesia abierta en forma misionera a todo el cosmos (Mc 16, 15).

 – Mt. Mantiene la línea de Mc: el Ángel del Señor pide a las mujeres de la tumba para que vayan y convoquen a los discípulos de Jesús en Galilea (28, 7). Ellas lo hacen, pero en la montaña del envío universal ya no aparecen Doce sino Once (28,16). Es evidente que el grupo de Doce (simbólicamente valioso dentro de un esquema israelita) ha quedado superado. Los Once de la nueva y definitiva Montaña de Galilea ya no son representantes de las tribus de Israel, sino enviados de la pascua cristiana para todas las naciones. No tan tampoco expresión de una posible jerarquía separada del resto de los creyentes, sino como signo y compendio de todos los discípulos; por eso tienen la función de extender el discipulado, esto es, de reunir a todos los pueblos de la tierra desde la palabra y presencia del Señor resucitado.

MONASTERIO DE SANTO DOMINGO DE SILOS -BURGOS- -A.Garcia Omedes

– Jn: No está interesado en los Once (y menos el de los Doce), dentro del ámbito de pascua. Jesús se aparece a un grupo de discípulo, entre los cuales se incluyen sin duda mujeres (20, 19-23). Después se dice que Tomás, uno de los Doce, no estaba presente en el lugar de la aparición (20, 24), pero con ello no se quiere afirmar que estuvieran los Doce en cuanto tales, cosa excluida por la misma composición de la escena. El título uno de los Doce es tradicional, y alude a la historia pre-pascual de Tomás, igual que en el caso de Judas (cf Mc 14, 10.20.43; Lc 22, 3; Jn 6, 71). La experiencia pascual de Jn 20 está abierta al conjunto de la iglesia, no a los Doce u Once en cuanto tales. Por su parte, el nuevo fin de Jn (Jn 21, 1-14) convoca a siete discípulos de Jesús, no a los Doce.

 Desde ese fondo puede interpretarse mejor nuestra escena: la gran aparición de Lc 24, 36-49 tiene como destinatarios a los Once y a todos los restantes (24,9), es decir, a los Once con aquellos que les acompañan (24,33), entre los cuales se incluyen de un modo especial las mujeres de la tumba vacía y los fugitivos de Emaús. Como hemos dicho ya, Hech 1, 13-14 incluirá en el grupo de la a las mujeres y parientes, con la madre de Jesús. Sólo más tarde, para expresar el sentido de la misión pascual intra-judía, Pedro restablecerá el grupo de Doce en (Hech 1, 15-26), en gesto de valor más simbólico que histórico, gesto que, dentro de la dinámica de Hechos, parece fracasado: los doce no han logrado su cometido (no han logrado convertir a los judíos, reunificando las tribus de Israel); el camino pascual de la iglesia se ha expandido y abierto hacia todas las naciones de la tierra en una línea diferente, a través de la acción de los siete helenistas (Hech 6-7) y Pablo, a quienes se unirán de algún modo el mismo Pedro

Como decimos, los Doce no han sido importantes para el desarrollo eclesial, según Hech, aunque Lucas ha debido recordar su re-institución pascual. Parece claro que, en un momento dado, los Doce han aparecido en la iglesia de Jerusalén como testigos colegiados de la pascua. Sólo si ha sido así ha podido recordarlos Pablo en 1 Cor, apelando a su testimonio eclesial. Pero en esta visión de Lc 24 ellos no juegan ningún papel. Lo destinatarios de la experiencia pascual plena son los diversos grupos de la iglesia más antigua [3].

            Las reflexiones anteriores sirven para encuadrar mejor la aparición fundante de Jesús en Lc 24, 36-49 (o a la escena completa de Lc 25, 36-52), que es paralela a la de Jn 20, 19-29 (y en otra perspectiva a la de Mt 28, 16-20). En este momento básico, no aparecen ya los Doce, como grupo que Jesús ha querido formar, simbolizando el triunfo del Israel escatológico. Ese grupo parece roto (no son Doce, sino Once) y por otra parte se ha expandido (en la comunidad hay mujeres y otros discípulos de Jesús con sus hermanos y su madre).

Por eso, la experiencia de Lc 24, 36-42 no puede quedar reducida a los Doce, en cuanto representantes de Israel o cabeza y jerárquico de la iglesia posterior, sino que ella se abre a toda la comunidad, es decir, al conjunto de los discípulos, entre los cuales se encuentran incluidos los Once. Eso significa que, en contra de lo que a veces se ha pensado, no existe una experiencia pascual de la “jerarquía” en cuanto tal, que recibe el poder de Jesús, para después ofrecerlo a los restantes discípulos, sino una pascua de toda la iglesia entera, expresada y resumida en el grupo de personas reunidas, que reciben a los fugitivos que vuelven de Emaús, diciendo gozosos:

En este bajorrelieve se representa el episodio del encuen… | Flickr

 ¡Ha resucitado el Señor de verdad

y se ha aparecido a Simón! (24, 34).

 En este grupo, donde los Once están acompañados por las mujeres de 24, 1-11 (a quienes al fin han creído), por los fugitivos de 24, 13-35 (a quienes escuchan su testimonio) y por los otros compañeros (Lc 24, 9.33), se realiza la experiencia completa de la pascua.

Pascua de la iglesia entera (Lc 24, 36-49). Momentos básicos

 Lucas ha querido exponer aquí la fiesta y nacimiento de todos los cristianos, introduciéndonos en el día de gozo donde se inicia todo el proceso posterior de la historia de la iglesia. Hemos fijado de un modo general sus componentes. Ahora podemos venir al texto, para leerlo cuidadosamente y para comentar después sus motivos principales.

[Un espíritu]        Estaban hablando de estas cosas, cuando él (=Jesús) se presentó entre ellos y les dijo:– La paz con vosotros.Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo:

¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón?Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo.Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo.Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies.

[Comida]   Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo:– ¿Tenéis aquí algo de comer?

 Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.

[Escritura]     Después les dijo: – Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí.

[Misión]   Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo:– Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas.Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos del Poder desde lo alto (Lc 24, 36-49).

 Esta aparición completa y culmina lo que hemos visto al tratar de las mujeres en la tumba y de los fugitivos de Emaús, entendiendo la pascua como experiencia del conjunto de la iglesia. Jesús viene a mostrarse ahora en el mismo centro de la iglesia inicial, ofreciendo el testimonio fundante de su vida. En contra de lo que parece suponer Hech 1,3 (¡Jesús se habría aparecido muchas veces!), nuestro pasaje supone que Jesús se ha mostrado sólo una vez y para siempre. Estos son los signos principales de su presencia, estos los elementos fundantes de la iglesia que se funda en ella:

 – Jesús parece un fantasma (24, 36-37). Viene y dice la paz sea con vosotros, conforme al saludo normal entre judíos, pero algunos que le miran sienten miedo, pensando que es un espíritu, es decir, un fantasma (cf 24, 37). Es muy posible que se trate de una acusación que los no creyentes del entorno dirían a los cristianos: ¡ habéis visto un fantasma!. Así habían acusado los “sabios” discípulos a las mujeres de la tumba vacío (cf. 24, 11.23).

 La historia antigua y moderna se encuentra llena de visiones: son innumerables los que en otro tiempo y ahora dicen haber visto diversas figuras “celestes”: ovnis y vírgenes, rostro de carácter simbólico o fantástico. En sentido general, no podemos dudar de su veracidad, porque el ser humano tiene mucha capacidad de alucinación, de tal modo que muchos forman (dicen recibir) y descubren (miran) imágenes precisas (religiosas, mágicas, etc.) de realidades que les desbordan. Entre ese tipo de personas podrían encontrarse los primeros “testigos” de la pascua. Por eso, la acusación es lógica. Los mismos discípulos deben estar preparados para superarla.

 – ¿Por qué estáis turbados? Mirad mis manos y mis pies (24, 38-40). Fantasma es algo que se forma en la imaginación. Jesús en cambio viene de la misma historia antigua: es un hombre real y concreto que ha vivido y ha muerto. Por eso, en la resurrección conserva su corporalidad en el sentido fuerte del término. Según eso, la pascua no es una simple evasión, camino de fantasía que nos lleva y pierde entre ilusiones, sino que el encuentro con Jesús resucitado vuelve a llevarnos a la corporalidad de su vida y de su muerte, a las llagas de sus manos.

Contra todos los intentos de tipo gnóstico, que corren el riesgo de diluir la experiencia de Jesús en una forma de espiritualismo desencarnado, Lucas insiste en la identidad corporal, física, sensible, del Señor pascual: es el mismo Jesús de Galilea, profeta crucificado, hombre que vive. Como hemos visto y seguiremos viendo, el Jesús de la visión pascual posee verdadera corporalidad:es alguien a quien se puede tocar, de una forma humana. De ese modo tranquiliza a sus discípulos, identificándose ante ellos, puede sigue teniendo el mismo cuerpo que ha entregado hasta la muerte por la causa del reino.

Es evidente que la corporalidad de Jesús no puede entenderse en el sentido físico antiguo, en plano de biología intramundana. No es corporalidad que pueda mirarse por un microscopio o analizarse en un laboratorio... No es milagro que se pueda probar conforme a las leyes de la química mundana, sino todo lo contrario: Jesús posee y muestra un cuerpo para la fe, un cuerpo que se expresa y concretiza en la vida de los hombres y mujeres en la iglesia. Ellos (los mismos creyentes) son, conforme al símbolo eucarístico, el signo de la pascua.

 – ¿Tenéis algo de comer? Le dieron pescado y lo comió (24, 41-43). Hemos destacado ya, en la escena de Emaús, la relación que entre pascua de Jesús y comida compartida. Ahora volvemos a encontrarlo. Es evidente que los discípulos se han reunido para comer y comen juntos.... Jesús participa en la comida: ¿Tenéis algo de comer?. Ellos le dieron una porción de pez asado. Y tomándolo delante de ellos comió (Lc 24, 42). Un escéptico dirá enseguida que nos hallamos en el centro de una fuerte alucinación: los discípulos suponen que le han dado de comer y que Jesús se ha alimentado; quizá se trata de un contagio colectivo... También nosotros, cristianos postmodernos, solemos pensar de esa manera. Pero una vez dicho esto tenemos que mostrarnos cautos y buscar el sentido de la escena.

Lucas no ha querido convencer a los incrédulos, ofreciéndoles la prueba de que el Jesús pascual comía, sino mostrar a los creyentes el sentido (contenido, implicaciones) de la resurrección de Jesús. Algunos creyentes de aquel tiempo (y del nuestro) tendían a entender la pascua de manera espiritualista, como apertura del alma hacia un espacio de pura experiencia interior, dejando las restantes dimensiones de la vida como estaban, sin cambiarse. En contra de eso, nuestro texto quiere resaltar eso que pudiéramos llamar la materialidad profunda del Señor resucitado: Pascua es comer juntos, compartir el pan y el pez (el pez que está simbolizado por el Cristo) en gesto de fraternidad.

De esta forma recuperamos, al mismo tiempo, el sentido más profundo de la historia de Jesús y su esperanza escatológica: ha invitado a comer a los excluídos de la tierra (pecadores y proscritos), ofreciéndoles así el comienzo del banquete de felicidad que no acaba. Más aún, la comida compartida de Emaus (Cf. Lc 24, 30) ha sido signo de pascua para los discípulos fugitivos. Lo mismo pasa aquí: allí donde los hombres comen juntos, allí donde comparten en pez concreto de la fraternidad (como en la multiplicación de los panes y peces, como en Jn 21) podemos afirmar y afirmamos que Señor ha Resucitado y se encuentra presente entre nosotros.

 – Estas son las palabras que os decía estando con vosotros.... Y les abrió el corazón para comprender las Escrituras (24, 44-46). Hemos visto ya que los varones de la tumba vacía habían insistido en la verdad del recuerdo de Jesús (que había anunciado la muerte y pascua del Hijo del humano). Por su parte, el mismo Jesús había ofrecido a los discípulos fugitivos la lección más honda sobre la Escritura, haciéndoles capaces de entenderla. Pues bien, ahora se vinculan y cumples esos dos motivos.

En gesto de intensa catequesis, Jesús hace que sus discípulos comprendan el mensaje más profundo de Moisés, profetas y salmos, es decir, de las tres partes de que la Escritura Israelita (Tora, Nebiim y Ketubim: Ley, profetas y escritos). Como hemos dicho ya, la pascua es una experiencia hermenéutica, una forma de entender el conjunto de la Biblia, en perspectiva de entrega de la vida, de sufrimiento y gloria del Cristo. El rasgo que antes parecía más corporal (Jesús tiene carne y huesos, come el pez...) se ha venido a convertir en más espiritual: Pascua significa entender, descubrir el sentido oculto de la Escritura, integrándose así en el misterio de la vida. Pascua es ver en Cristo todo lo que existe, descubrir y gozar de un modo intenso el contenido de la historia, el misterio del universo.

 – Y se predicará en mi nombre la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, empezando por Jerusalén... (24, 47-48). La experiencia pascual se vuelve misión: habiéndose reunido en torno a Jesús, en el centro de Jerusalén, los discípulos del Cristo deben iniciar un camino misionero que va a llevarles hasta los confines de la tierra, en gesto de gozo expansivo, de palabra creadora. Antes, en el judaísmo del entorno, predominaba la ley, entendida como norma que debe cumplirse. Ciertamente, era posible el perdón, pero debía estar fundado en una conversión previa y en una obligación sacrificial. Pues bien, en contra de eso, los discípulos han descubierto no sólo que Jesús, a quien ellos habían rechazado, les perdona, sino que les constituye testigos y ministros del perdón en todos los lugares de la tierra Y se predicará en mi nombre la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, empezando por Jerusalén (Lc 24, 47-49).

La pascua de Cristo incluye otros aspectos: es triunfo del crucificado, revelación de Dios, gloria de la vida, anticipación de la parusía... Pues bien, todos ellos pasan a un segundo plano, para culminar y cumplirse en la experiencia y misión del perdón. Esta es la presencia de Dios, este el fin y cumplimiento de la historia: allí donde los humanos expanden y acogen, celebran y despliegan el perdón ha culminado la experiencia de la vida. Pues bien, desde la más honda comprensión del evangelio, Jesús envía a los discípulos al mundo, haciéndoles portadores de un mensaje de conversión (transformación) que se expresa en el perdón de los pecados.

– Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre (24, 49). Conforme a esta palabra y a los textos inmediatos que siguen en Lc 24, 50-53 y en Hech 1-2, la experiencia pascual culmina en la promesa de pentecostés. Los discípulos de Jesús deben permanecer en la ciudad, es decir, mantenerse en Jerusalén, hasta reciban al Poder que viene de lo alto, es decir, el Espíritu Santo. El Jesús pascual puede prometeles y les promete la presencia salvadora y transformante del Espíritu, entendido como principio de misión: creer en la pascua significa estar dispuesto a expandir el nombre de Jesús en todo el mundo.

Así culmina y se abre la experiencia pascual en Jerusalén. Culmina allí, pues los discípulos reciben y comprenden todo lo que es necesario, para asumir el camino de Jesús, precisamente en Jerusalén, lugar de las promesas. Allí culmina por Jesús la experiencia israelita; desde allí podrá expandirse a todos los pueblos de la tierra. Pero con esto evocamos ya y preparamos el tema siguiente.

             Esta ha sido para Lucas la experiencia culminada de la pascua de Jesús. En ella se contienen todos los aspectos y motivos de la pascua: Jesús expresa todo su misterio, se inicia el camino misionera de la iglesia. Por eso, se incluyen en ella los personajes y motivos de las dos experiencias anteriores (de las mujeres ante la tumba, de los fugitivos en Emaús). Desde nuestra perspectiva actual, hubiera sido hermoso que Lucas hubiera narrado la experiencia pascual de la madre y parientes de Jesús, para que pudiera entenderse mejor su presencia en la comunidad de Hech 1, 12-14. No lo ha hecho, quizá porque no le parecía fundamental, quizá porque no tenía tradiciones anteriores que le permitieran redactar el tema. Sea como fuere, desde una lectura de conjunto de Lc 24 y Hech 1-2, la madre y parientes de Jesús están incluidas en la experiencia fundante de pascua. Desde este fondo podemos evocar alguno rasgos básicos de la experiencia pascual según Lucas.

 – La pascua es experiencia de encuentro: Jesús resucitado ha ido reuniendo a sus discípulos ,para mostrarse presente en medio de ellos. Ahora podemos añadir que sólo existe verdaderamente allí donde un conjunto de fieles se abre a la experiencia de Jesús, escucha su palabra y recibe su encargo de anunciar el perdón a todos los pueblos de la tierra, con la fuerza del Espíritu Santo

 – La pascua es nueva comprensión del sufrimiento de Jesús y de los hombres. Sólo existe pascua allí donde los hombres han aprendido a sufrir, descubriendo aquello que se encuentra al otro lado de la muerte: la presencia del Cristo real y verdadero (sangre y huesos, pescado compartido, comunión humana). Sólo ese Jesús resucitado ilumina y da sentido a la existencia dentro de este mundo: sin pascua no podría comprenderse la pasión; sin la gloria de Dios manifestada en la resurrección no habría luz para entender la muerte del Cristo y de los hombres.

 – La pascua es perdón de los pecados, es decir, conversión y transformación del ser humano. En esta línea ha de entenderse la fracción del pan (solidaridad, eucaristía), en gesto que se abre a todos los pueblos de la tierra. Jesús resucitado les ofrece conversión a través de sus discípulos: todos los hombres de la tierra pueden darse ya la mano, en gesto que se expresa en el pan y peces compartidos. Lucas parece suponer que sin pascua de Jesús resultaría imposible perdonarse: estaríamos hundidos en la lucha a muerte, en la violencia universal en medio de la tierra. Pues bien, el mismo Jesús que ha sido asesinado vuelve a presentarse sobre el mundo como fuente de perdón, haciendo así posible un camino de unión universal. Este es el mensaje de su pascua.

La pascua es finalmente promesa del Espíritu Santo. Conforme a la visión de Lc 24, 44-53 y Hech 1, 1-11, Jesús ha triunfado de la muerte para ofrecernos el Espíritu de Dios, que es fuerza de palabra misionera y perdón que se expande a todos los humanos. La misma pascua se abre de esa forma y viene a convertirse en fuente de un misterio que culmina en Pentecostés.

 Ese último tema nos introduce en la conclusión de Lucas (Lc 24, 50-53) y en el prólogo del libro de los Hechos (Hech 1, 1-11) que se encuentran vinculados, formando como una bisagra en torno a la cual puede girar la vida de Jesús y la historia de la iglesia.

Pascua , Ascensión y Pentecostés (Lc 24, 50-53; Hech 1, 1-11). Conclusiones

             El Nuevo Testamento ofrece formas y esquemas para hablar del triunfo final de Jesús. En este trabajo hemos desarrollado el de la resurrección, que es el más primitivo e importante y así lo ha mostrado Lc 24. Pero a su lado hallamos, por lo menos, otros dos modelos, distintos y convergentes (complementarios), que vienen a expresarse, al menos de un modo velado, en la escena final de Lc y al principio de Hech:

– Elevación. Este modo supone que Jesús se había rebajado previamente, sometiéndose de un modo voluntario a un tipo de existencia dominada por la carne (corrupción, miseria). Pues bien, ahora ha culminado su camino y Dios le exalta, haciéndole Señor de todo lo que existe. Empleando este esquema (que veremos aplicado en la Ascensión) pueden entenderse textos como Flp 2, 6-11 y gran parte del evangelio de Juan.

– Rapto. Conforme a la tradición, algunos personajes de la historia antigua como Henoc y Elías (lo mismo que Melquisedec en otras tradiciones) fueron raptados por Dios. No murieron del todo, no fueron sepultados bajo tierra, esperando el fin del tiempo, sino que fueron escondidos en el cielo, donde se encuentran, contemplando los misterios de Dios y de la historia, para volver para realizar su juicio sobre la tierra. Parece que Lucas ha podido evocar también este esquema.

             A mi entender, el último esquema (rapto) resulta menos importante y por eso no podemos estudiarlo en un trabajo de tipo general como es el nuestro. El modo básico de afirmar el triunfo de Jesús ha sido la confesión pascual: Jesús ha resucitado. Pienso, sin embargo, que puede y debe completarse desde la perspectiva de la elevación, tal como ha venido a desembocar en el relato de la Ascensión que ofrece Lucas en Hech 1,1-11.

En algún sentido, siempre que hablamos de resurrección presuponemos que existe algún tipo de elevación o ascensión, al menos en sentido general: Jesús no ha vuelto a la vida anterior (como Lázaro) para ser lo que antes era; por su resurrección se ha “elevado” a un nivel de gloria y plenitud que previamente no tenía (que no existía); la pascua de Jesús ha suscitado un mundo nuevo, el misterio más alto de la plenitud humana que se expresa donde el Cristo ha culminado su camino[4]. Jesús se ha entregado Jesús por los hombres, ha muerto por ellos; en respuesta de amor creador, Dios le ha elevado, por medio de la pascua, para constituirle Señor de todo lo que existe. Así lo suponen varios textos:

 – Flp 2, 6-11. Cristo se ha entregado hasta la muerte, por lo cual, Dios le ha exaltado, dándole un Nombre sobre todo Nombre... A la muerte de cruz sucede, como inversión creadora, el ascenso: Cristo ha sido entronizado como Señor de cielo y tierra. La resurrección se entiende así como ascensión.

 – Tim 3, 16. Cristo es el misterio de piedad manifestado en la carne y elevado a la gloria... Tampoco este pasaje aluce presenta directamente la victoria de Jesús sobre la muerte en claves de resurrección. Habla más bien de una elevación del salvador, dentro de un esquema de descenso y Ascenso sagrado o Ascensión.

 – 1Ped 3, 18-22; 4, 6. Cristo ha muerto en la carne, pero ha sido vivificado por el Espíritu y, ascendiendo al cielo, está a la derecha de Dios.... Como en casos anteriores, el descenso o abajamiento de Cristo aparece vinculado a su Elevación gloriosa. Seguimos estando ante un esquema de bajada y Ascenso del salvador..

– Ef 4, 7-10. El que bajó es el mismo que ha subido por encima de todos los cielos, para llenarlo todo... Este pasaje recoge el aspecto central de la teología de Efesios (y Colosenses). A través de su descenso salvador, Cristo ha vencido a todos los poderes adversarios; luego ha subido (Ascensión) a la gloria de Dios sobre la tierra.

             Casi todos estos pasajes pertenecen a la tradición de la escuela paulina, interesada en presentar el triunfo escatológico de Cristo como gran ascenso del mesías que, habiendo culminado su camino, nos hace capaces de seguirle, para superar de esa manera el mundo viejo y alcanzar la meta de la gloria. Esta misma tradición se encuentra en el fondo de Juan, cuyo evangelio aparece bien centrado en la experiencia del descenso y ascenso del Hijo de Dios que ha bajado al mundo para elevarnos a la gloria de Dios Padre.

Este es un esquema bonito, plástico. Tiene la ventaja de presentar la muerte y gloria de Jesús en términos comprensibles para la simbología religiosa y filosófica del tiempo. Desde ese fondo, Jesús puede aparecer como un ser divino que desciende para elevar a los hombres a través de su mismo gesto de solidaridad y muerte redentora. Quedan, quizá, en un segundo plano otros aspectos de la realidad humana concreta de Jesús: su compromiso con los pobres, las razones sociales de su muerte... Pero el esquema en cuanto tal resulta válido y es lógico que haya sido asumido y desarrollado por Lucas[5]. Sólo Lucas, al final de su evangelio (Lc 24, 50-53) y al comienzo de Hechos (Hech 1,1-11) ha desarrollado de forma explícita ese esquema de Ascensión, para culminar de esa manera las apariciones de la pascua y señalar que el Cristo no actúa ya en la forma antigua sobre el mundo:

 – Mt 28, 16-20 había esbozado ya el tema de la elevación: el Señor se muestra en la Montaña, recibiendo en sí toda la gloria (poder) de cielo y tierra. Pero su elevación no culmina a modo de Ascensión: Jesús se encuentra arriba y queda arriba, presidiendo en la montaña de su pascua la historia de sus misioneros, no tiene que marcharse al cielo. Jesús no se va, queda por siempre con su iglesia. No sube para alejarse y enviar su Espíritu, sino queda él mismo, alentando desde la montaña central de la pascua a los humanos y siendo, al mismo tiempo, el fin o meta de todo lo que existe: ¡Y yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos! (Mt 28, 20). Así ha culminado Mateo su teología, así podrían decir Juan o Pablo: ninguno de ellos necesita distinguir pascua como resurrección (triunfo de la vida) y pascua como ascensión (elevación celeste).

 – Lucas, en cambio, ha distinguido esos momentos, trazando así un desarrollo del triunfo de Jesús en tres tiempos: Pascua (triunfo personal de Jesús, su victoria sobre la muerte); Ascensión (elevación teológica: ha venido de Dios, a Dios retorna, en culminación escatológica y trinitaria); Pentecostés (como Señor escatológico e Hijo de Dios, Jesús ofrece a los hombres la gracia de su vida, el don de su Espíritu). Ror situarse en esta perspectiva, Lucas ha tenido que pone un límite al período primero, de estado naciente de la pascua. En un primer momento no hacían falta unas fronteras entre tiempo pascual y tiempo tras la pascua al tiempo de la resurrección, centrándola en los cuarenta Dios de presencia pascual de Jesus (cf. Hech 1, 3).

 Los textos anteriores no habían puesto un límite a la pascua (cf. 1 Cor 15). Por eso, lo mismo que se había mostrado en el principio a las mujeres y a Pedro con los discípulos, Jesús podía seguirse revelando para mostrar nuevos caminos y experiencias dentro de la iglesia. Pero, en un determinado momento, una vez que los creyentes fueron tomando distancia en relación con los principios de la pascua, resultaba necesario precisar las fronteras del primer tiempo de pascua, para distinguirlo de las etapas posteriores. Eso es lo que ha hecho el autor de Lucas-Hechos de una forma canónica, ofreciendo el esquema de la liturgia posterior de la iglesia:

 – Hubo un tiempo de pascua, centrado en los cuarenta días de las apariciones de Jesús a los apóstoles. Aquellos fueron días de nacimiento: tiempo de la gran recreación y de enseñanza nueva para los discípulos antiguos. De esta forma se distinguen los primeros días de la iglesia y se separan de todos los que vienen luego: ellos fueron como un idilio de encuentro con Jesús, de vida transparente. Los que tuvieron la fortuna de vivir aquellos días participaron de un acontecimiento único que ya no volverá a repetirse nunca más dentro de la historia. Aquel era el momento de las apariciones pascuales con valor universal, para todos los tiempos del futuro de la iglesia (cf. Hech 1, 1-5).

 – Este tiempo ha culminado y terminado en la Ascensión. Jesús tiene que marcharse de este mundo: dejar su antigua forma de presencia. Así aparece claramente en el gesto solemne del ascenso al cielo, desde el Monte de los Olivos (Lc 24, 50-53; Hech 1, 6-11). De ahora en adelante los cristianos ya no pueden apelar a nuevas formas de revelación fundante de Jesús. El tiempo de pascua ha terminado. Ya no pueden darse más apariciones fundantes (normativas) del Señor resucitado, porque el tiempo de ellas ha pasado.

 – A partir de la Ascensión empieza el tiempo de Pentecostés. Diez días más tarde, en la fecha solemne de la fiesta judía de las Semanas (a los Cincuenta Días de Pascua), los creyentes reunidos recibieron el don del Espíritu Santo. Jesús lo posee en plenitud, Jesús lo ofrece a sus creyentes, iniciando de esa forma el tiempo nuevo de la iglesia. Precisamente los testigos de la pascua (los apóstoles, mujeres y parientes que, unidos a la Madre de Jesús, hallamos en Hech 1, 13-14) son los receptores de la nueva experiencia del Espíritu. Ellos fueron testigos de la pascua; ellos empiezan a ser misioneros y enviados finales del Espíritu de Cristo (cf. Hech 2).

             Posiblemente, el autor de Lucas-Hechos ha reelaborado tradiciones anteriores que hablaban de una aparición de Jesús en la montaña, en la línea de Mt 28, 16-20. Pero él no ha situado esa montaña en Galilea (en un lugar desconocido), sino que la ha puesto al lado de Jerusalén, dándole un nombre bien concreto y famoso en la tradición israelita: es Monte de los Olivos, lugar donde vienen y paran todos los peregrinos para ver la Ciudad Santa. Jesús sube con sus discípulos a esa montaña, pero no para quedarse allí, sino para Ascender al misterio de Dios, a la plenitud de la gloria, para sentarse a la derecha de Dios Padre (cf Hech 2, 33).

De esa forma, la aparición en la montaña se convierte en última aparición, la visión pascual se vuelve experiencia de despedida. Lucas necesita mostrar un final, para decir que Jesús se ha ido: no puede convivir entre nosotros en la forma antigua, no puede aparecerse por doquier, en cualquier tiempo o circunstancia. Se ha ido, y es bueno que esté alejado de nosotros, a la derecha de Dios Padre, porque sólo así nos puede dejar en libertad y ofrecernos su Espíritu:

 Jesús les dirigió fuera (de la ciudad), hacia Betania y levantando las manos les bendijo. Y sucedió que al bendecirles se separó de ellos y se elevaba hacia el cielo (Lc 24, 50-51).

 Ellos, reuniéndose, le rogaban:- ¿Es este el tiempo en que vas a restaurar el reino para Israel?Pero él les contestó:- No os toca a vosotros conocer los tiempos y momentos que el Padre ha reservado para su propio poder.Pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén y en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra. Y diciendo estas cosas, mientras ellos miraban fué arrebatado y una nube le sustrajo a sus ojos; y mientras miraban hacia el cielo, para ver cómo ascendía. he aquí que se les mostraron dos varones vestidos de blanco y les dijeron: - Hombres galileos ¿qué hacéis mirando al cielo? Este mismo Jesús que os ha sido tomado para ir al cielo volverá de la misma forma en que le habéis visto subir hacia el cielo (Hech 1, 6-11).

 La Ascensión aparece así como Despedida (fin del tiempo pascual), Elevación (Jesús queda acogido en el misterio de Dios) y Promesa (Jesús envía el Espíritu a los suyos y volverá al fin de los tiempos). Hablando de una forma simbólica muy honda, tenemos que decir Jesús ha subido hacia la altura de Dios, desbordando el plano de la historia y geografía de la tierra. Ha subido para terminar la historia de su vida, para cerrar el capítulo y libro de su evangelio (Lc). Pero ese mismo cierre y fin puede convertirse en principio de una experiencia nueva, comienzo del tiempo de la iglesia, por medio del Espíritu (libro de los Hechos).

Con esto hemos llegado al final de nuestro trabajo sobra la resurrección de Jesús en Lc 24. Para tratar de la Ascensión y de Pentecostés necesitaríamos más tiempo y espacio. El mismo desarrollo de nuestro trabajo ha ido marcando sus momentos esenciales. Ahora, a modo de conclusión, recojo y resumo los aspectos que quedan cerrados y abiertos con este final de Lc y este principio de Hech:

 – Literariamente, la Ascensión marca el fin de la historia de Jesús, situándola así en un tiempo y lugar determinado. Esa historia ha pasado ya, y no puede volver. Ha sido así, no de otra forma. El tiempo de Jesús queda así fijado para siempre. Lucas ha escrito la primera “biografía” propiamente dicha del Cristo.

 – Escatológicamente, la Ascensión se abre en forma de promesa de retorno. El mismo Jesús que ha subido volverá. De esa forma, entre ascenso y retorno del Cristo, se abre un tiempo nuevo, propio de la misión y tarea de la iglesia. En algún momento podía parecer que la pascua destruía la creatividad de los humanos, impedía la vida en libertad de los creyentes. Nuestro texto indica lo contrario: Jesús se eleva al cielo y así deja un hueco para que los humanos puedan vivir en libertad, haciéndose cristianos.

           – En clave de experiencia actual, la Ascensión se hace promesa y presencia del Espíritu. Cristo ha cumplido su tarea, de manera que Lucas puede afirmar: ¡Está todo culminado, está ya realizado!. Los cristianos ya no viven condenados a buscar sin fin al Cristo, porque tienen (recibirán, han recibido) la gracia y poder de su Espíritu. Ellos conoce a Jesús con suficiencia; ahora deben asumir su obra, actualizando su camino en el Espíritu.

           – La iglesia. La Ascensión hace posible el surgimiento de la iglesia. El Cristo pascual está presente como Espíritu, ofreciendo a humanos la posibilidad de realizar su propio camino, en comunión de vida, compartiendo el pan, recorriendo los diversos momentos del camino de Jesús. Jesús abre para sus discípulos un tiempo y espacio nuevo de creatividad universal en el Espíritu[6].

 Y con esto podemos terminar nuestro trabajo. Hemos leído y comentado el texto base de la resurrección de Jesús según Lucas (Lc 24), dejando abierto el camino que nos permitiría estudiar mejor el tema de la Ascensión y, sobre todo, de Pentecostés. Lo hemos hecho de un modo catequético, pero en una catequesis dirigida a la comprensión, más que al compromiso cristiano. Sería bueno poderla completar y ampliar en línea de compromiso. Pero con ello desbordaríamos el esquema y límites de nuestro trabajo.

Notas.

[1] Por el contrario, Hech 1 expande la experiencia pascual durante cuarenta días, para culminar en la Ascensión y abrirse en forma misionera el día de Pentecostés, con la venida del Espíritu.

[2]Jesús los había escogido como amigos y compañeros en la obra de anunciar el reino. Ellos le han abandonado en la pasión, pero Jesús no les olvida: vuelve y les muestra su gloria pascual confiándoles de nuevo su misión. Lógicamente, tras la traición y muerte de Judas, Pedro quiere sellar la importancia del número Doce, nombrando en lugar de Judas a Matías (cf. Hech 1, 15-26); pero el redactor del libro de los Hechos no parece estar seguro de que la elección del número 12 (Matías en lugar de Judas) haya sido lo apropiado. Conforme a la visión Lc 24, no es necesario el nombramiento de un nuevo apóstol para crear de nuevo el grupo de los Doce en cuanto tales.

[3] La misión pascual en contexto israelita, en cuanto centrada en el número Doce, no ha logrado triunfar. De hecho, la comunidad de Jerusalén quedará centrada primero en torno a Pedro (Hech 1-6) y luego en torno a Santiago (cf Hech 15); la expansión universal de la iglesia se realiza a partir de los siete de Hech 6 y especialmente de Pablo. Como hemos dicho, sólo 1Cor 15, 5 ha destacado la aparición a los Doce en cuanto tales, con valor posiblemente simbólico (los Doce son signo de la misión judía). Las tradiciones de Mc y Mt no conservan ya ese recuerdo y hablan sólo de una aparición a los Once, en afirmación que parece polémica: el número de Doce se ha roto en el Calvario; el Cristo pascual no ha restablecido ese número sagrado de la misión y pretensión israelita

[4] El mismo Pablo ha destacado este motivo, utilizando el esquema del descenso y ascenso: Jesús, Hijo de Dios o Se divino, habría descendido de los cielos a la tierra, para ascender de nuevo tras la muerte, en proceso de glorificación. No es seguro que ese esquema de descenso y ascenso (muy elaborado después por los gnósticos) existiera antes de Pablo, aunque posiblemente ha influido en el prólogo de Juan sobre el Logos (Jn 1,1-18). Esta elevación no es un “ascenso” espacial (Jesús no sube en sentido físico), sino de una elevación religiosa, salvadora. El Mesías, que ha triunfado de la muerte, asciende hacia su propia gloria. No podemos evocar aquí con precisión la visión de la pascua como rapto, defendida por K. Berger, Die Auferstehung des Propheten und die Erhöhung des Menschensohnes, SUNT 13, Göttingen 1976

[5] Han destacado el valor de este símbolo de la Ascensión autores como X. Léon-Dufour, Resurrección de Jesús y mensaje pascual, Sígueme, Salamanca 1973 y M.-É. Boismard, ¿Es necesario aún hablar de “Resurrección”?, DDB, Bilbao 1996

[6]Desde ese fondo podemos distinguir dos palabras: la Ascensión queda reservada a Jesús y resalta el carácter activo de su gesto, pues él sube o se eleva por sí mismo; la Asunción se aplica a la Virgen María y puede utilizarse también para el resto de los fieles, a quienes Dios eleva (son elevados) con Cristo a la gloria. María y los santos se dejan subir, permiten que Dios les eleve por Cristo y con Cristo a su gloria. De esa forma, ellos se unen a la culminación pascual del reino de Dios.

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