(Pablo 11) Tesalónica 2 ¿Cómo esperar, si no cambia nada y los amigos han muerto?

Ayer hablé de Tesalónica como ciudad de la esperanza, que el mismo Pablo había sembrado en los cristianos al decirles que se habían convertido a Dios y que podían ya esperar, sin miedo, porque Jesús vendría pronto y les tomaría con él y les llevaría en el aire a la gloria del Reino de Dios. No les habló de ir a Jerusalén para esperar allí al Mesías; no hacía falta, pues toda tierra es tierra de Dios; no hacía falta, pues Cristo vendría muy pronto para tomarle y llevarles a su gloria.

Con esa esperanza les dejó, mientras se iba anunciar la misma venida de Cristo, en otras ciudades de Macedonia y de Grecia (Acaya), diciéndoles “hasta luego”. Pero ese “hasta luego” se iba haciendo largo y algunos murieron, mientras arreciaba la persecución. Llegaron otros grupos de judíos combatiendo su doctrina, se sintieron inseguros y por eso escribieron a Pablo, cuya carta de respuesta (1 Tes) estamos comentando. En esa línea presentaremos primero el sentido de la persecución y después volveremos a hablar de la esperanza: ¿cómo esperar si todo sigue igual y además nos persiguen y los amigos han muerto?

1. Persecución en Tesalónica.

El camino cristiano de Pablo ha seguido suscitando lógicamente el rechazo de aquellos que piensan que su mensaje destruye la identidad nacional del judaísmo (como había pensado el mismo Pablo antes de ser llamado por Cristo). Han llegado judíos (o judeo-cristianos), quizá de Jerusalén, perturbando su paz y su esperanza. Pues bien, en este contexto, Pablo recuerda a los tesalonicenses perseguidos que ellos no están solos, indicándoles, con palabras apasionadas de crítica profética, que también los verdaderos cristianos de Judea han sido perseguidos:

« (Así…) habéis llegado a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea; pues también vosotros habéis padecido por parte de vuestros propios compatriotas las mismas cosas que ellos han padecido de parte de los judíos, que mataron al Señor Jesús como habían matado a los profetas, que a nosotros nos han perseguido, que no agradan a Dios y se oponen a todos los hombres, prohibiéndonos hablar a los gentiles a fin de que sean salvos… » (1 Tes 2, 14-16).


Estas son quizá la palabras más duras del Nuevo Testamento sobre «los judíos de Judea» (no sobre el judaísmo en general), unas palabras, que deben entenderse en el contexto de la tradición profética y deuteronomista (cf. O. H. Steck, Israel und das gewaltsame Geschick der Propheten, Tübingen 1967), donde una y otra vez se dice que los antiguos judíos persiguieron a los profetas (cf. Neh 9, 26; Mt 23, 37 par.). Con estas palabras, Pablo judío condena la actitud de un tipo de judaísmo que parece oponerse a su Dios y así se condena a sí mismo, rechazando lo que hizo cuando perseguía a los cristianos (cf. Flp 3, 6; Gal 1, 13). Sólo alguien que ha sido perseguidor puede hablar así.

Pablo es un testigo de la ruptura que se está produciendo en el interior del judaísmo (y de la humanidad), de manera que su acusación contra los «judíos perseguidores» ha de entenderse en el contexto de las luchas y condenas intrajudías (cf. Talmud J., Sotá 111, 4). Estamos en los tiempos finales. Por eso es lógico que haya enfrentamiento y persecuciones. En esa línea, estas palabras durísimas de Pablo expresa el enfrentamiento de unos judíos mesiánicos contra otros hermanos judíos que defienden más su propia identidad nacional.

Pablo condena de esa manera su propio pasado de perseguidor, acusando a otros perseguidores, abriendo una llaga que aún hoy (año 2009) no ha sanado, pues lo que entonces era lucha de unos judíos contra otros se ha convertido con frecuencia, a lo largo de la historia posterior, en lucha de cristianos contra judíos. Es evidente que esas palabras no son el juicio definitivo de Pablo (ni del conjunto del Nuevo Testamento) sobre el judaísmo no cristiano, pero son duras, desmesuradas y en el fondo injustas. El pensamiento más sereno del propio Pablo sobre el tema aparece en Rom 9-11.

2. Dices que el futuro es breve, pero algunos han muerto.

Pablo no había querido (ni podido) planear en Tesalónica una historia larga, organizando una iglesia duradera, con estructuras fijas, con cargos jerárquicos que se estabilizan y perduran, mientras los hombres y mujeres mueren. Las iglesias que él ha empezado a fundar son agrupaciones provisionales de personas que se reúnen, en nombre de Jesús, hasta que el mismo venga como Cristo Salvador (Mesías de Israel y de los que han creído en su mensaje).

Las iglesias de Pablo son agrupaciones para esperar y preparar la llegada próxima del Señor, con el fin de que pueda haber grupos de creyentes esperándole, aguardando su llegada, para recibirle y compartir su gloria. Por eso, a Pablo no le ha interesado la suerte de los individuos concretos (con su salvación individual), pues, ante la próxima llegada de Cristo, se podía suponer que ellos no van a morir.
La esencia del mensaje cristiano es el descubrimiento del valor de Jesús como presencia de Dios y la esperanza de su próxima venida, como fuente de transformación mesiánica. Así pensaba Pablo, pero algunos de la comunidad de Tesalónica han muerto, antes de Jesús haya venido, y eso plantea la pregunta por su suerte. ¿Qué pasará con los que han muerto?

Ésta es la pregunta. Pablo les había dicho: «Os habéis convertido a Dios, dejando los ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero y para esperar a su Hijo… Jesús, que nos ha de liberar de la ira venidera» (1 Tes 1, 9-10). Pero Jesús no viene, algunos han muerto sin saber lo que podrá pasarles y, además, parece que se extiende sobre todos la gran ira de la persecución. Es evidente que Pablo no les había dado una respuesta, no había dicho lo que pasaría con los muertos antes de la llegada del fin

Pablo había proclamado la cercanía del final (la venida del Señor) y los fieles de Tesalónica pensaron que no morirían. Pensaron que el tiempo hubiera culminado y quedaran sólo unos instantes hasta la parusía del Cristo. Pero algunos hermanos murieron, seguían los dolores de la vida y así surgió la pregunta a la que Pablo responde con un nuevo texto, que nos permite ver la forma cómo el mismo va “creando” (va encontrando) la respuesta. No piensa en abstracto, no ofrece una doctrina intemporal, sino que responde a la pregunta que le plantean los familiares de los muertos.


Pablo responde, anunciando la salvación de los muertos


¿Qué pasará con ellos? ¿Por qué han tenido que morir, si Cristo ya ha muerto por todos? Desde su dolor de amigo y hermano, desde su certeza de creyente, Pablo responde:


No quiero que ignoréis, hermanos,
lo referente a los que han muerto,
para que nos os entristezcáis,
como los otros, los que no tienen esperanza.
Porque si creemos que Jesús murió y ha resucitado,
de esa forma, Dios tomará también consigo
a los que han muerto en Jesús.
Pues esto os decimos, como palabra del Señor:
que nosotros, los vivientes,
los que permanezcamos hasta la venida del Señor
no llevaremos ventaja a los que han muerto.
Porque cuando se suene la orden,
a la voz del arcángel y a la trompeta de Dios,
el mismo Señor, descenderá del cielo
y los muertos en Cristo resucitarán primero;
después, nosotros, los vivientes, los que permanezcamos,
seremos arrebatados en las nubes,
al encuentro del Señor en el aire,
y de esa manera estaremos siempre con el Señor.
Por lo tanto, consolaos unos a los otros
con estas palabras (1 Tes 4, 13- 18).


Había proclamado la Venida inminente (parusía) de la humanidad redimida y sus oyentes pensaron que se realizaba «ya», como si tocaran el Día de Dios con los dedos, pues el hombre Jesús estaba llegando para a liberarles. Pero siguió el silencio y el dolor. Todo se mantuvo inalterado, la gente moría, como si Cristo no hubiera venido. Por eso han preguntado y Pablo responde.


Pablo, una esperanza en medio de la muerte

Estos son los rasgos fundamentales de su respuesta:

1. Dios, principio y fin. Queda firme la esperanza apocalíptica judía y proto-cristiana y Pablo se sigue incluyendo entre aquellos que no morirán antes de que suene la Trompeta (cf. Mc 9,1 par). El drama apocalíptico ha empezado: Dios no es una teoría, sino experiencia histórica, principio de humanidad, Hombre liberado. Dios cumplirá su Designio, cuando se escuche la Voz de su Arcángel que anuncia el fin del drama. Estos signos de Dios (Orden, Voz, Trompeta) suelen citarse en Israel, desde la entrada en la tierra prometida (cf. Jos 6) hasta Qumrán (Rollo de Guerra) el Apocalipsis cristiano (cf. Ap 8-11).

2. El Señor del gran Descenso. Resurrección de los muertos. Bajará del cielo hasta el lugar de los muertos, para resucitarles, como sabe el Credo Apostólico (Descendió a los infiernos...). Dios no ha resucitado a Jesús para encerrarle en su Gloria, sino para introducirle como salvador en la hondura, antes sin remedio, de la muerte. El Señor bajará de la altura del cielo, para introducirse en el espacio de aquellos que han muerto y así resucitarles. Parece indudable que este "descenso" ha de entenderse desde la experiencia de la muerte mesiánica de Jesús, pero Pablo no lo ha explicitado. Según eso, tras la pascua de Jesús, el tiempo humano sigue estando bajo el riesgo de la destrucción; siguen muriendo los creyentes. Lógicamente, Jesús ha de empezar viniendo sobre el aire para resucitar a los que han muerto.

3. Todo el mundo es Jerusalén. Jesús vendrá en cada lugar, para llamar a los suyos, sobre el aire y para llevarlos a su reino. En cualquier lugar del mundo puede vendrá Jesús, para llamar a los que han muerto en su nombre, para elevar a los que viven esperándole.

4. Elevación de los vivos. Dentro de un contexto de apocalíptica judía, Pablo cree que la experiencia personal de la muerte no es necesaria para heredar la gloria del Señor. Por eso, los participantes de la "última generación" (entre ellos Pablo) no tendrán que morir, sino que serán arrebatados a las "nubes" de la gloria, en el aire celeste, para así formar recibir el triunfo del Señor. Normalmente, la última generación de humanos suele aparecer marcada por las grandes crisis y dolores del fin de los tiempos. En contra de eso, Pablo la presenta como generación gozosa, que no muere, sino que pasa directamente (se eleva) de esta forma de vida terrena a la vida de la gloria.

Nosotros, los viviente... La apocalíptica judía supone que algunos hombres del tiempo final, marcados por las últimas crisis y dolores, no morirán. Pablo los presenta aquí gozosos, incluyéndose entre ellos, incluyendo a la mayoría de los cristianos de Tesalónica: No morirán (=no moriremos), sino que pasarán (pasaremos) directamente (nos elevaremos), por gracia de Dios, desde la vida terrena a la Gloria. Esta es su teodicea.

Visión general de la teología paulina en E. P. SANDERS, Paul and Palestinian Judaism, SCM, London 1977; J. J. BARTOLOMÉ, Pablo de Tarso, CCS, Madrid 1997; J. BECKER, Pablo, el apóstol de los paganos, Sígueme, Salamanca 1996; G. BARBAGLIO, Pablo de Tarso y los orígenes cristianos, Sígueme, Salamanca 1989; L. Cerfaux, Jesucristo en San Pablo, DDB, Bilbao 1955; G. EICHHOLZ, El Evangelio de Pablo, Sígueme, Salamanca 1977; R. PENNA, L'apostolo Paolo. Studi di esegesi e teologia, Paoline, Torino 1991.


Conclusión

Queda firme la esperanza apocalíptica judía, centrada en Jesús que ha de venir. Se supone inminente su llegada: Pablo se incluye en la "última generación", en la de aquellos que no morirán, pues vendrá a llevarles en persona el mismo Señor, Hijo de Hombre, desde este mundo hasta la altura de la gloria (cf. Mc 9,1 par).
Pues bien, entre la conversión cristiana y esa venida apocalíptica se ha abierto la brecha del tiempo de aquellos que han muerto, a causa del "retraso" cronológico de la parusía. Este es un retraso cronológico (del tiempo externo), pero no temporal en el sentido más profundo del término, pues el tiempo verdadero se encuentra definido por Jesús. Entre su pascua y su venida final moramos los cristianos, que vivimos en el centro de un tiempo apocalíptico que ha comenzado ya.

Los diversos motivos del texto (voz del arcángel y trompeta de Dios, descenso del Señor al lugar de los muertos y ascenso de los vivos en las nubes...) pertenecen a la simbología apocalíptica. Es muy posible que ellos sólo se puedan contar de esta manera, a nivel simbólico, rompiendo el plano de la pura razón existencial o discursiva. La gramática (y semiótica) judía (de tipo apocalíptico) pertenece a la entraña de la predicación cristiana.

Desde aquí se entiende mejor toda la visión y tarea de Pablo. Él no ha querido crear una iglesia duradera, con instituciones permanentes, sino preparar unos grupos cristianos que se mantengan a la espera de Jesús y que le acojan, cuando venga, para reinar con él por siempre. Las comunidades cristianas que él ha ido creando son unas «células de esperanza mesiánica», en medio de un mundo que tiene otros fines, que busca otros medios de triunfo y grandeza.

Sólo de esa manera, situando a sus comunidades antes la inminencia de la hora de Cristo ha podido hablar como ha hecho de la fe, de la esperanza y del amor (cf. 1 Tes 5, 8), insistiendo en la alegría (1 Tes 5, 16), porque hemos pasado del sometimiento de los ídolos a la fe en Dios y a la esperanza de la llegada de su Hijo (1 Tes 1, 9-10).
Pablo no quiere cambiar del mundo en su conjunto, eso lo hará el Cristo-Señor cuando llegue. Lo que él quiere es crear comunidades de creyentes que mantengan con alegría su esperanza, en esta breve historia, hasta la llegada de Cristo. Precisamente la falta interés para crear estructuras duraderas (¿para qué crear instituciones firmes, si Cristo viene?), la certeza de que el fin está llegando, la absoluta libertad ante las hipotecas del pasado, le ha permitido suscitar comunidades liberadas, capaces de vivir en comunión (de vincularse desde la fe en el Cristo de la Vida), en apertura a todos los hombres y mujeres de la tierra.

Esta teodicea apocalíptica se expresa como gran esperanza. Dios no se ha mostrado todavía; lo hará por Jesús, a quien aguardan sus creyentes. Hebr 11 afirmaba que los antiguos murieron sin contemplar lo que anhelaban, pero esperando que podrían verlo en Cristo. Jn 11, 25-26 añade que «quienes creen en Jesús no morirán para siempre». Entre esos dos pasajes se sitúa nuestro texto, con su teodicea más antigua, fundada en la esperanza divina de la pascua de Jesús.
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