Repensar (y recrear) la Inmaculada

En muchos lugares se sigue celebrando hoy esta fiesta (la Inmaculada ha pasado al domingo que sigue al 8 de diciembre), y por eso he querido repensar su sentido, en una línea tradicional (pues lo soy) y gozosamente católica. Es posible que algunos lectores puedan recibir mi reflexión como una ayuda para seguir pensando (y sobre todo celebrando y recreando) esta fiesta, que ha tenido muchísima importancia en el pasado (aunque hoy ya pocos sepan que la Inmaculada es la patrona de España y de otros países de América).

Se dice por ahí que tenemos problemas mucho más importantes, misterios más significativos. Pero también la Inmaculada puede ofrecer una luz a muchísimos cristianos y cristianas que se sienten vinculados a María, la madre de Jesús, y que se sienten con ella “inmaculados”.
Por eso, al lado del gran "retablo" de la proclamación dogmática de la Inmaculada, con la Virgen en la altura de un cielo de jerarquías y mas jerarquías terrestres y celestes, he querido colocar la imagen normal de una mujer que es signo y presencia de vida (esperanza) en medio de la tierra. He estado buscando y no encuentro imágenes "normales" de la Inmaculada. Ciertamente, son bellísimos los rostros y los cuadros de mujeres inmaculadas del barroco (de Ribera, Murillo o Zurbaran, por poner tres ejemplos); pero quizá corren el riesgo de llevarnos fuera de la tierra. Por eso he buscado también dos imágenes "normales" de inmaculadas femeninas (aunque quizá sería bueno haber buscado una masculina).
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Introducción
Los dogmas de la mariología católica más reciente (Inmaculada y Asunción) no han sido totalmente aceptados por el conjunto de las iglesias, de manera que se encuentran todavía en período de reformulación y recepción, para que se entiendan y acojan de un modo gozoso, aunque no todos estén de acuerdo con ello, como indican las respuestas de varios comentaristas del post que publiqué el pasado 7, XII, 11.
Sin duda, esos dogmas han surgido desde presupuestos culturales antiguos, en gran parte superados, de manera que son como el residuo de una iglesia medieval o barroca que puede resultar muy hermosa, pero que no responde ya a nuestras preguntas. Son muchos los católicos que ya no se sienten representados por lo que, al parecer, querían decir los católicos que los formularon
Por otra parte, esos dogmas (sobre todo el de la Inmaculada) suscitan dificultades para unas iglesias, como las protestantes, centradas en Jesús como Palabra y Vida de los hombres, no en los posibles privilegios de María. Por eso, puede ser conveniente entrar en la disputa sobre la Inmaculada teniendo como fondo la imagen de la proclamación del dogma católico, el año 1984 (y otras imágenes representativas de Pío IX y de su tiempo).
Disputa, una historia
Los cristianos ortodoxos nunca han tenido necesidad de un dogma como el de la Inmaculada (ni el de la Asunción), pues no han desarrollado el “dogma” ni compartido la ideología que está al fondo de la doctrina del pecado original, como han hecho los latinos a partir de San Agustín (inspirándose en un tipo de lectura de la carta de San Pablo a los Romanos). Para los ortodoxos, María ha sido la Siempre Santa, sin necesidad de dogmas especiales, ni en relación a su origen (Inmaculada) ni a la meta de su vida (asunción).
Por el contrario, los protestantes han insistido (a partir de una lectura de Pablo y de San Agustín) en el pecado original, universal, que afecta a todos los hombres, de forma que han pensado que María no es una excepción. Desde ese fondo han tenido a condenar el “exceso mariano” de la Iglesia católica, expresado (según dicen) en dogmas de valor bíblico dudoso, como los de la Inmaculada y la asunción. En esa línea, han pensado que muchos católicos adoramos a María (y al Papa), diciendo que somos mariólatras.
Los católicos han estado muchos siglos divididos por el tema. Han podido pensar que María, la Madre de Jesús, comparte ya la gloria de su Hijo en el “cielo”, pero no han sentido la necesidad de un dogma especial en ese campo (hasta que Pío XII lo declaró el año 1950, más por afirmación del poder dogmático del papado que por necesidad creyente).

Pero vengamos al tema de la Inmaculada. A lo largo de la Edad Media y hasta el siglo XIX hubo división en la Iglesia católica: Unos eran partidarios de la Inmaculada (más en la línea de los franciscanos, una clave de piedad) y otros contrarios (más en la línea de los dominicos, en clave de teología). Las disputas sobre el tema fueron muy intensas, generaron una especie de guerra dentro de la iglesia, con acusaciones y agresiones, especialmente en lugares como Sevilla y Salamanca, donde hubo incluso juramentos, ritos y asalto de conventos.
Pero venció la tendencia popular y así Pío XI definió en 1854 el Dogma de la Inmaculada, con acatamiento obediente de los católicos, protestas de muchos protestantes y oposición de los ortodoxos, que pensaban que era y perjudicial proclamar un dogma nuevo.
Inmaculada, un dogma que debe situarse en su contexto
Al dogma cristiano pertenece no sólo la definición (hecha por un Concilio o Papa), sino también, y de un modo especial, la recepción: es decir, la acogida y desarrollo de ese dogma dentro de la comunidad cristiana, cosa que puede durar mucho tiempo (como sucedió con las declaraciones de Nicea y Calcedonia).
Son muchos los que piensan que hubiera sido mejor que no se hubieran hecho esas definiciones, que sería mejor olvidarlas. Otros pensamos que, a pesar de algunas cuestiones de fondo, esas definiciones pueden ofrecer un aporte muy significativo para la comprensión del misterio cristiano, en un camino de diálogo eclesial y cultural que sigue abierto. Evidentemente, ellas no pueden imponerse, sino sólo ofrecerse en gesto dialogal, a los ortodoxos y protestantes; sólo podremos decir que esas definiciones se vuelven dogmas de verdad si logramos ofrecerlas como camino de humanización al conjunto de las iglesias.
En esa última línea, el dogma de la Inmaculada y el de la Asunción puede abrir caminos de experiencia y de vinculación cristiana muy valiosos para el futuro, siempre que no se impongan por decreto sobre las iglesias. Desde ese fondo, como expresión de una antropología inclusiva, abierta a todos los cristianos y en el fondo a todos los hombres y mujeres de la historia humana, queremos ahora presentarlo. María no aparece aquí simplemente como «la mujer», en contraposición con los varones, sino como la cristiana ejemplar, como la persona humana ya realizada, en el camino entero que va del nacimiento a la muerte.
Inmaculada, mariología inclusiva.

Los lectores habrán podido observar que estoy defendiendo una mariología inclusiva, que no niega en modo alguno el carácter único de la Madre de Jesús (fue una mujer concreta, con una historia muy particular, con una identidad que nadie más podrá tener en el trascurso de la historia), pero que la sitúa y expande hacia todos los creyentes. En ese sentido interpretamos los «dogmas» de la inmaculada y de la ascensión, como elementos básicos de una antropología cristiana, centrada, como hemos dicho, en el carácter natal y mortal del hombre.
La Inmaculada y la Asunción son dogmas antropológicos y pascuales y sólo han podido expresarse a lo largo de una determinada historia de la iglesia. Carecen de sentido buscar su demostración o prueba en la Escritura, pues sus presupuestos e intereses desbordan los planteamientos de los creyentes de las comunidades más antiguas (del tiempo en que se escribieron los libros del Nuevo Testamento y los grandes tratados de los Padres de la Iglesia). Sin embargo, vividos desde la totalidad del misterio cristiano, esos dogmas resultan no sólo coherentes, sino que pueden iluminar el sentido más hondo de la vida humana, tal como ha venido desplegarse en María, la Madre de Jesús
Inmaculada: un dogma católico, definido por el Papa
Las disputas sobre la eugenesia, con todo lo que implican sobre la posible manipulación del origen humano (fecundación partenogenética e implantación in vitro, clonación y gestación extrauterina…), han cambiado de forma radical las formas anteriores de relacionar placer sexual y pecado original. Ya nadie puede vincular en serio la generación con el pecado, como se ha venido haciendo por siglos. A pesar de ello, existe el misterio y problema de la generación y resulta más fuerte que en otros tiempos.
Este es el misterio de la «santidad» de la generación y nacimiento humano, que aparecen como signo y presencia del Espíritu de Dios, de manera que podemos afirmar que todo verdadero nacimiento humano es obra del Espíritu, ampliando así la formulación mariana. Pero, al mismo tiempo, la generación se ha convertido en problema clave, en el momento central de una gran disputa en curso sobre el sentido, límites y riesgos de la manipulación y/o mejora genética.
La iglesia sabe que hay un tipo de «pecado original», un poder histórico del mal que nos precede y amenaza, vinculada a nuestra propia violencia, a las estructuras sociales de muerte que dominan sobre el mundo. Durante siglos se ha pensado que ese pecado se expresaba de forma privilegiada en el placer sexual y en los procesos de la concepción. Pues bien, en contra de eso, Pío IX definió en 1854:
la doctrina que sostiene que la Beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser creída… (Denzinger-Hünermann 2803).
Inmaculada, un dogma abierto al diálogo.
Quedan sin responder las disputas con el protestantismo. Queda sin resolver el diálogo con las iglesias ortodoxas. Se trata de saber si la Inmaculada es un dogma estrictamente dicho (como los de Nicea y Calcedonia) o si es una opinión piadosa de los católicos, que otras iglesias pueden dejar un poco a un lado. Esos son problemas discutidos y discutibles. Pero los católicos podemos y debemos situar este dogma, dentro de la nueva sensibilidad creyente, sin imponerlo a los demás, sin exigir que lo empiecen aceptando.
Este dogma nos introduce en el lugar de las disputas sobre el origen pecaminoso del ser humano, en un contexto donde la misma concepción aparecía vinculada a un tipo de ’suciedad’ básicamente sexual, para transformar de raíz esos presupuestos. Pero, al mismo tiempo, este dogma puede abrirnos una ventana hacia el carácter sagrado y positivo de toda vida humana.
Este es un dogma sobre la concepción, es decir, sobre el surgimiento humano de María, y supone, por principio, que se trató de una concepción normal, dentro de la historia israelita (y universal). Fue una concepción sencillamente humana, aunque se produjo en el contexto de una providencia salvadora de Dios
A partir del Proto-evangelio de Santiago, la tradición litúrgica cristiana ha dado un nombre a los padres de María: Ana y Joaquín. Ellos se unieron un día al modo acostumbrado y concibieron a una hija, a la que llamaron María.
Pues bien, en ese contexto, en contra de las tendencias normales de una piedad y teología anteriores, que habían estado obsesionadas por el pecado del origen (engendramiento) humana, el Papa afirmó que la concepción de María (realizada, de un modo sexual y personal, por la unión de varón y mujer) estuvo libre de todo pecado o, mejor dicho, fue un acto de purísima gracia. Al decir eso, la iglesia realizó una opción antropológica de grandes consecuencias, que aún no ha sido suficientemente valorada, superando una visión negativa del surgimiento humano, que se solía unir con el pecado.
Tres notas del dogma
1. Este dogma tiene un carácter pro-sexual, y supone (en contra de una visión vinculada a San Agustín) que el pecado no se transmite a través del “placer sexual” del varón que eyacula (sobre el placer de la mujer no se trataba en aquel tiempo, de ella no se hablaba, parecía simplemente sometida). Este dogma supone que la cohabitación fecunda de Joaquín y Ana (con placer de Joaquín) queda integrada en la providencia de Dios, es un gesto de gracia.
De esa forma, la misma carne, espacio y momento especial de encuentro humano, comunión personal de la que surgía María, viene a presentarse como ’santa’, es decir, como revelación de Dios. Esto es algo que hoy no nos parece, pues tendemos a ver la concepción como momento peculiar de gracia, pero resultaba inaudito para muchos antiguos católicos, a quienes los eclesiásticos tendían a decir que la concepción humana es espacio de pecado.
Este dogma de la Inmaculada tiene, por tanto, un carácter genético y natal: el origen del hombre, con todo lo que implica de fecundación y cuidado de la vida que se gesta, viene a presentarse como revelación de Dios. En este contexto, se puede afirmar que la santidad se encuentra vinculada a la misma experiencia generadora (genética) de los padres (a su amor humano) y, de un modo especial, al surgimiento personal del niño (en este caso de la niña) que nace por cuidado y presencia peculiar de Dios.

2. Este «dogma» es inclusivo, no excluyente: lo que se dice de María puede y debe afirmar de toda vida que nace, siempre que la concepción y el nacimiento sea experiencia de gracia (y no de simple violencia/violación) y no principio de una vida sometida a los poderes de la muerte. Toda historia humana es sagrada, presencia de Dios (inmaculada, por utilizar el lenguaje del dogma), pero no por algún tipo de racionalidad abstracta, sino «en atención de los méritos de Cristo», es decir, por apertura al Reino de Dios.
Los antiguos católicos sabían algo que hoy podemos olvidar: ¡Hay un tipo de concepción que puede estar (ponerse) al servicio de la muerte, es decir, de la opresión o humillación de los demás. Hay una “industria del sexo”, que esclaviza a millones de personas, especialmente a mujeres… Puede haber un sexo de muerte, cuando las condiciones sociales y personales impiden que la vida que empieza y se despliega sea una expresión de gracia.
Entendido en ese contexto, este dogma ha de entenderse como protesta los poderes de muerte que pueden actuar y actúan en muchas relaciones humanas, en muchos nacimientos. Este dogma “quiere” que toda concepción y nacimiento pueda interpretarse como signo de ternura, expresión de gracia, principio de una vida que se abre al amor y a la concordia. En esa línea, cada vida que nace es ha de ser (ha de poder-ser), una revelación del misterio mesiánico, abierto a la promesa de la Vida que es Dios.
3. Este dogma es anti-espiritualista, pues va contra aquellos que, en línea de una forma de gnosis, suponen que «el mayor pecado del hombre es haber sido concebido y nacer» (Calderón de la Barca) en un mundo dominado por la culpa, condenado a muerte. Hay una gracia de la concepción, una gracia del nacimiento, que debe expresarse en concreto en la vida de los hombres y mujeres.
No se trata por tanto de huir, buscando de esa forma el “eterno femenino”, un tipo de mujer asesuada y puramente celeste. En contra de eso, María Inmaculada es una mujer de la tierra, mujer de carne, que ha nacido de la carne de Joaquín y Ana, en clave de gracia, de amor a la vida, y de esperanza de vida.

Así entendido, este dogma ha sido y sigue siendo causa de gran consuelo para muchísimos cristianos, que asumen como propio este misterio del origen de María: lo que en ella ha sucedido no se puede interpretar de una manera aislada, como simple excepción, sino que es garantía del valor más hondo de la fecundidad humana, en clave familiar, social, cultural. Desde ese fondo, sólo podemos hablar de Inmaculada Concepción si hablamos de Inmaculado nacimiento e Inmaculada educación, pues ambas cosas van incluidas en el surgimiento personal humano.
Conclusión

Dicho todo eso, este dogma debe seguir siendo dialogado, pues (como indican algunos comentarios del post anterior) aún no ha sido recibido ni entendido por muchos cristianos, incluso por muchos católicos. Sólo en el momento en que pueda percibirse como “dogma para todos”, entendido y vivido a la primera, por connaturalidad creyente, podrá decirse que ha llegado el tiempo de la Inmaculada.
He leído algunas declaraciones de obispos y pastores en el día de la Inmaculada Oficial (el 8 del XII). Hoy que es “domingo de la inmaculada”, como se celebra en muchos lugares, he querido añadir esta reflexión, para algunos que quieren entender mejor el dogma, o situarlo, o decir que su tiempo ha terminado (de forma que ya no brilla en la conciencia de los fieles).
En ese contexto quiero decir (para los amigos del dogma, para aquellos que lo sienten o quieren sentirlo) que María es Inmaculada de manera personal, acogiendo la vida y cariño, la presencia y palabra que le ofrece los padres, y es Inmaculada de manera activa, respondiendo de forma personal al don de la vida que le ofrecen otros.
De esta forma, la Inmaculada Concepción puede entenderse como signo de providencia histórica de Dios, que se expresa a través de los padres de María, a quienes la tradición ha concebido como plenitud de la historia israelita, y como signo de providencia personal de María, que a lo largo de su vida ha respondido a la gracia de su nacimiento.
Este es un dogma que se abre al conjunto de la historia humana, especialmente a la israelita, situándola a la luz de la gracia de Dios, en un sentido carnal, muy concreto. La santidad de Dios no se revela en un pensamiento o idea separada de la vida, sino en el mismo origen carnal de la vida.
PD
De manera sorprendente, el argumento que empleo para presentar este dogma concuerda, desde una perspectiva confesional y religiosa, con los argumentos de una antropóloga judía como H. ARENDT, La condición humana, Paidós, Barcelona 1993, sobre el carácter genético y natal del hombre. Yo mismo he desarrollado estas bases antropológica en Antropología bíblica, Sígueme, Salamanca 2006.
El lector curioso puede comparar este blog con:
http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2006/12/08/inmaculada_un_dogma_discutido
http://www.google.es/imgres?q=Disputa+sobre+la+Inmaculada&start=23&num=10&hl=es&gbv=2&biw=1252&bih=609&tbm=isch&tbnid=Dx00toyijbM7uM:&imgrefu