El Rey Jesús, un proyecto "nezereo" (J. L. Suárez)

En aquel trabajo, subtitulado Jesús nezereo/nazoreo, quise destacar de un modo crítico el origen, sentido y alcance del título “nazoreo” que los evangelios y una línea de la tradición cristiana primitiva han aplicado a Jesús, evocando y valorando en esa línea las hipótesis o supuestos fundamentales del libro y proyecto de fondo de nuestro autor.
J. L Suárez ha escrito y publicado ahora un nuevo libro, titulado El Rey Jesús. Cuna, reino y religión, que ahora quiero comentar en un epílogo que presentaré en ésta y an la próxima postal. Ese libro se inscribe dentro de un proyecto nezereo que incluye dos vertientes:
-- Una crítica y reconstrucción histórica de la figura de Jesús, mirada en su entorno social y cultural, político y religioso, en línea "heterodoxa", a partir apócrifos y de tradiciones samaritanas (sin negar los evangelio sinópticos).
-- Otra aplicación religiosa de la experiencia de Jesús en la actualidad, sin negar la aportación de las iglesias establecidas, pero situándose en otro plano, en un nivel de humanidad. Suárez es un pedagogo y, como tal, está empeñado en ofrecer un mejor conocimiento y experiencia de Jesús
Quien quiera conocer este proyecto nezereo y la obra de J. L. Suárez puede seguir leyendo, o acuda directamente al libro que ahora quiero comenzar. No quedará decepcionado. (Y gracias de nuevo, querido José Luis, por permitirme pensar contigo, aunque nuestras visiones no concuerden del todo).
1. Elementos básicos de la figura y vida de Jesús Nezereo.
(1) La visión de Jesús como el Nézer, símbolo y tema fundamental, que no se relaciona con el nezer-descendencia mesiánica y real de David (es decir, con una “corona y reinado político-religioso”, desde la perspectiva de Jerusalén), sino con la realeza universal de todos los hombres y mujeres, en línea de sabiduría y de humanidad. En ese sentido, J. L. Suárez ha puesto de relieve el hecho de que Jesús es el “hijo del hombres”, esto es, el hombre verdadero y universal, compendio de la auténtica humanidad divina, no un rey particular de Jerusalén, en línea de celotismo.
(2) Ese título (nazoreo-nezereo) evoca la identidad galilea de Jesús, vinculada con tradiciones samaritanas y del entorno itureo, más que el pensamiento y la política estrictamente judía de Jerusalén. J. L. Suárez está convencido de que existe una continuidad entre el pensamiento y la vida de los galileos del tiempo de Jesús y los israelitas antiguos, no sólo en la Galilea propiamente dicha, sino (y sobre todo) en su entorno, en el territorio de los itureos, entre los que desarrolló Jesús gran parte de su enseñanza y proyecto, y sobre todo entre los samaritanos. La propaganda posterior judía de Jerusalén y de sus sacerdotes-rabinos ha velado esta experiencia israelita universal, traduciendo el mensaje y vida de Jesús en un proyecto particular, en forma de religión dogmática de poder.
(3) De un modo consecuente, J. L. Suárez piensa que Jesús ha sido un iniciado en un tipo de doctrina gnóstica universal (sapiencial), más que un celota o nacionalista judío del entorno de Jerusalén. Eso lo habían dicho muchas veces algunos investigadores, desde el siglo XVIII. Pero la novedad de J. L. Suárez está en que él ha querido documentar ese daro de un modo social y religioso, desde la perspectiva israelita, partiendo de las tradiciones samaritanas y galileas. Él muestra así que, como buen galileo e israelita, Jesús desarrolló unas doctrinas universales, de hondo carácter místico y ético, centradas sobre todo en el Sermón de la Montaña, que podían y pueden compaginarse con la experiencia universal del helenismo y de las grandes tradiciones religiosas de Oriente.
(4) Más que un mesías regio, de tipo davídico y judío, Jesús se presentó en la línea del Nezer proto-israelita, cuyas tradiciones se habían conservado en Galilea, y en la línea del Taheb samaritano, que era una especie de precursor-pretendiente mesiánico, abierto a las tradiciones originarias de Israel, que no habían sido falseadas por los sacerdotes y políticos nacionalistas de Jerusalén. En esa perspectiva, J. L. Suárez supone que una parte considerable de los galileos e itureos se sentían más vinculados a las tradiciones antiguas del Monte Garizim y de Samaría que del nuevo judaísmo jerosolimitano, triunfante a partir de los macabeos,, de manera que su visión del mundo y de la vida humana no puede interpretarse desde la experiencia sacrificial del templo.
(5) Jesús fue un mesías pan-israelita, vinculado de un modo especial con las regiones orientales de Iturea (Galilea de las Gentes) y mantuvo contactos con los samaritanos, y así quiso presentarse en el Monte Garizím como representante de Dios y como portador de la culminación escatológica, siendo juzgado pero absuelto por Poncio Pilato en Cesarea del Mar, que era de algún modo la capital política del conjunto de Palestina. Pilato había querido perseguir, y persiguió al principio a los partidarios de Jesús-Samaritano que se habían manifestado en el Monte Garizim (y los romanos le condenaron más tarde por ello), pero supo descubrir el carácter religioso y no político de su proyecto y liberó a Jesús, tras haberle juzgado en el pretorio de Cesarea del Mar, donde estaba su tribunal, no en Jerusalén, como dice la tradición posterior de los evangelios.
(6) Pilato liberó, por tanto a Jesús, pero tuvo que entregarle, por razones políticas, en manos de los sacerdotes de Jerusalén, y fueron ellos los que le condenaron a muerte, sin verdadero juicio, siendo lapidado y después colgado en una cruz, como enemigo del templo (no del auténtico patrimonio espiritual de Israel). Según eso, Jesús no subió a Jerusalén para instaurar allí el Reino de Dios en la ciudad de los sacerdotes, pues lo había querido instaurar en las zonas de Iturea, al Oriente de Galilea, y en el Garizim, el monte sagrado de los samaritanos. En esa línea, el verdadero causante de la muerte de Jesús no fue Pilato, ni el imperio romano, que en el fondo reconocieron el valor de su pretensión, sino las autoridades sacerdotales de Jerusalén, que se sintieron amenazada por él, pues iba en contra de las pretensiones político-religiosas del templo.
(7) El auténtico proceso jerosolimitano de Jesús ha sido transmitido veladamente en el juicio, condena y lapidación de Esteban, nombre que significa Corona, y que aparece así como el auténtico Nezer o Stephanos, el hombre de la Corona de Dios o coronado; cf. Hech 6-7. El “proceso” actual de Jesús que encontramos en los evangelios ha sido recreado por los cristianos posteriores, que han querido rejudaizarle Jesús, echando las culpas de su muerte a Roma. La razón última de la muerte de Jesús ha sido su crítica al templo, concebido como expresión del gran pecado de los judíos, que habían abandonado a Dios, creando una religión de poder religioso (Hechos 7, 44-53). Jesús murió por presentarse como el Nezer de Dios, Rey Coronado, en sentido humanista y universal, contrario a los intereses cerrados del judaísmo nacionalista y sacrificial de Jerusalén.
(8) El cristianismo nació desde el principio dividido. Algunos de sus seguidores entendieron y reinterpretación bien su movimiento en una línea abierta, viéndole el Cresto, es decir, el hombre bueno y bondadoso, portador de un amor universal, es decir, de un reino humanista de tipo gnóstico que pone de relieve el carácter divino del hombre (que es el verdadero cristianismo). Otros le convirtieron en el Cristo judío, el descendiente de David; de esa forma rejudaizaron y comprimieron su movimiento. De esa forma surgió el “cristianismo posterior”, aunque en el fondo de las tradiciones cristianas y de los evangelios puede descubrirse aún (a través de una buena exégesis, como la que quiere realizar J. Luis Suarez) la auténtica figura de Jesús, el Rey-Nezer, el Cresto (no el Cristo judío).
Esos eran, y siguen siendo, los elementos básicos del “proyecto nezereo” que J. L. Suárez quiere seguir investigando, para ofrecer así las bases de un auténtico “crestianismo”, a comienzos del siglo XXI, en este momento clave de diálogo universal de religiones, que exige una vuelta a las tradiciones primitivas de Jesús y de sus verdaderos seguidores, apagadas después y domesticadas por el poder religioso-político de los partidarios del templo de Jerusalén y del “nacionalismo judío”, que Jesús había precisamente criticado. Su libro era, y sigue siendo, un “manifiesto fundacional” del crestianismo, la carta magna de un proyecto nezereo, que quiere empalmar con la vida de Jesús, retomando las bases de su evangelio, como quiere en el fondo una buena nueva de humanidad, en un tiempo de crisis de las grandes iglesias, que no saben ya cómo gestionar la herencia de Jesús, en medio del desconcierto político, económico y moral de la actualidad.
2. Nuestra colaboración. Una actitud receptiva y crítica
Desde mi perspectiva profesional, como investigador bíblico, yo me sentía (y me siento) muy interesado por el proyecto y la obra concreta de J. L. Suárez, y así lo mostré en aquel largo Estudio Preliminar, donde me mostraba receptivo y crítico ante su propuesta, pues pensaba que necesitaba ser precisado críticamente, para establecer mejor sus fundamentos y sus posibilidades, mostrando así su valor. Pues bien, han pasado dos años de estudio intenso sobre los temas de fondo del libro de J. L. Suárez, y especialmente de la vida y misterio de Jesús, y sigo manteniendo la misma actitud de entonces.
(a) Me mostraba receptivo, por considerar que la obra, siendo críticamente muy atrevida, resultaba rigurosa y rica, pues nos capacitaba para descubrir y revalorizar elementos con frecuencia escondidos de la tradición de Jesús, que aparecen no sólo en los antiguos relatos de Marcos, sino incluso (¡y sobre todo!) en el mismo evangelio de Juan, aunque hayan sido retocado por los partidarios de una visión “judía” (judeocristiana) de su mesianismo. Me parecía y me parece básico que se valoren esas tradiciones de fondo más “samaritano”, con elementos de una identidad galilea de Jesús, distante y separada en principio a Jerusalén. Eso nos llevaba y nos lleva a estudiar con más detalle los diversos aspectos religiosos y sociales del proyecto nezereo, dentro del entorno judío, samaritano y galileo de Palestina en el siglo I. d.C., pudiendo así precisar sus aportaciones para el momento actual, convirtiendo el “proyecto académico nezereo” en proyecto y compromiso de creación eclesial o cristiana, en sentido extenso.
(b) Pero, al mismo tiempo, me sentía y me siento crítico, pues hay en su proyecto elementos que no acabo de comprender y/o aceptar. Así me parecía que “nazoreo/nezereo” proviene del “nezer real” davídico más que de un tipo de “corona sapiencial” egipcia o helenista. También me sentía crítico ante la forma de entender el proyecto y camino de Jesús, en Galilea/Iturea y en Samaría, pues pensaba (como digo en el Estudio Preliminar de 2012) que el judaísmo de Jerusalén había entrado con gran fuerza en Galilea a partir de la conquista de Alejandro Janeo (el 104 a.C.), y que el mismo Jesús era descendiente de los colonos judíos que el rey asmoneo había llevado a Galilea. Por otra parte, yo pensaba (y sigo pensando) que Jesús subió a Jerusalén no porque Pilato le entregó en manos de los sacerdotes después de haberle juzgado y absuelto en Cesarea, sino porque él mismo lo quiso y porque así lo exigía su proyecto mesiánico, siendo condenado allí por el mismo Pilato, que subía a la ciudad del templo con ocasión de las grandes fiestas judías. Este último dato me sigue pareciendo muy importante (y casi irrenunciable), al menos por ahora, en un estudio crítico de su historia de Jesús.
En esa línea, desde mi reserva de fondo, yo me sentía dispuesto a seguir acompañando a J. L. Suárez en el estudio de los temas básicos de su proyecto nezereo, explorando los valores y las implicaciones de la conexión samaritana del evangelio. Para precisar los temas, me parecía esencial establecer mejor la vinculación de Jesús con Juan Bautista, cuya doctrina y movimiento sigue siendo clave para comprender el proyecto de Jesús, que pudo pensar que el tiempo de “conversión” penitencial (propio de Juan) se había cumplido ya, de forma que había llegado el momento de anunciar la llegada del Reino, como Jesús dice expresamente en Mc 1, 14-15.
Ciertamente, yo pensaba y sigo pensando que la exégesis y teología tradicional no ha logrado explicar aún la presentación de Jesús como nazoreo (o nezereo), y que por esa causa ella deja un hueco y enigma pendiente en la investigación, un hueco que el mismo Papa Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) ha puesto de relieve en su libro Jesús de Nazaret III. La infancia de Jesús, Madrid 2012, como he tenido ocasión de destacar en una extensa recensión publicada en Concilium 351 (2013) 459-466. En esa misma línea, yo tenía la impresión de que J. L. Suárez no había logrado resolver aún todos los enigmas que siguen latentes en el proyecto y vida de Jesús como Nazoreo/Nezereo mesiánico.
Desde ese fondo, agradezco a J. L. Suárez la oportunidad que entonces me brindó para reflexionar sobre el tema y para ofrecer los resultados de mi investigación en torno a la identidad galilea de Jesús, insistiendo en el sentido y las implicaciones de su proyecto “nazoreo”, que yo vinculaba con el reino de David, aunque recreado de forma crítica, en una línea universal (no sacerdotal, ni política en el sentido restringido del término). A partir de aquel Estudio Preliminar y de otras monografías sobre el tema he podido redactar en ese tiempo un largo trabajo que quise titular INRI. Historia de Jesús Nazoreo, aunque al fin, por razones de tipo editorial, he titulado Historia de Jesús (Verbo Divino, Estella 2013).
En ese libro ofrezco ya mi visión detallada (y por ahora definitiva) del proyecto de Jesús, y el lector atento podrá ver las diferencias que mantengo con J. L. Suárez, que no van en línea de rechazo o desvalorización, sino todo lo contrario, de relectura crítica de su pensamiento. Pues bien, ahora (pasados unos meses de la publicación de mi obra) es el mismo J. L. Suárez el que, en un poderoso ejercicio de clarificación y síntesis histórico-teológica, ofrece en este nuevo libro su visión ya madura del origen (cuna), reino (proyecto creador) y de la religión de Jesús, y yo me siento muy honrado al ver que ha tenido en cuenta algunas de mis observaciones y, sobre todo, porque ha logrado ofrecer una visión de conjunto de la vida y del proyecto nezereo de Jesús, iluminando y aclarando algunos puntos que en la visión anterior se hallaban menos destacados..
Veo por la bibliografía final, que, en la elaboración de su proyecto, J. L. Suárez ha recogido varias obras mías, pero aún no ha tenido tiempo ni distancia para elaborar críticamente las propuestas que ofrezco en esta reciente Historia de Jesús. Si Dios quiere y nos da tiempo de vida para ello, podremos hacerlo uno y el otro. Por lo que a mi toca, yo seguiré estudiando las propuestas de J. L. Suárez, y él podrá ocuparse con mas detención de las mías, pues compartimos un mismo proyecto de búsqueda de la identidad de Jesús. Ni su obra (la de J. L. Suárez) ni la mía son al fin lo que interesa, pues ambos estamos al servicio de una tarea más honda: El descubrimiento y actualización del proyecto “nezereo” de Jesús. Tres son, a mi juicio, los supuestos que han guiado la elaboración ya más concreta de esta obra:
‒ J. L. Suárez asume en sentido profundo la tradición “cristiana”, pero quiere superar la versión moderna de las iglesias históricas y del mismo cristianismo oficial primitivo, para llegar a la verdad originaria del “crestianismo”, que se encuentra, a su juicio, en su mensaje y proyecto de Jesús nezereo, entendido de forma universal. Suárez entiende a Jesús como revelador de Dios y como creador de un movimiento universal de maduración humana y de reconciliación social. En esa línea, él quiere ser cristiano o, mejor dicho, crestiano, un discípulo moderno del Crestós, hombre bueno, representante privilegiado del “sentido común”, en la línea de Descartes.
‒ J. L. Suárez ha sido y sigue siendo un pedagogo en el sentido socrático del término, un hombre que intenta llegar a la raíz del proyecto que Jesús proclamó e inició en un contexto muy concreto, muy determinado, pero con valor universal, sin necesidad de una “iglesia”, entendida de alguna forma en clave de poder (en la línea del templo de Jerusalén, en forma de sistema religioso). En ese sentido, como buen educador, J. L. Suárez ha querido contar de nuevo la historia fundante de Jesús, su origen, su reino, su religión, de manera que nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI podamos empalmar con el principio de su movimiento.
‒ J. L. Suárez es, finalmente, un buen un buen narrador. Recordemos que la memoria de Jesús se ha transmitido a través de narraciones, es decir de evangelios, no a través de tratados o discursos de tipo teológico-racional. Pienso, en esa línea, que su próximo libro ha de ser un Evangelio de Jesús Nezereo, es decir una proclamación y actualización académica y práctica de la vida y mensaje de Jesús para el tiempo actual. Datos tiene ya para escribirlo, inteligencia también y técnica narrativa notable. Sería un “quinto evangelio”, en la línea de la “quinta esencia” que los físicos antiguos quisieron encontrar, al lado (y como culminación) de las cuatro esencias básicas (agua, aire, tierra y fuego). Somos muchos los que estamos esperando ese el quinto Evangelio de Jesús Nezereo, y pensamos que J. L. Suárez la capacidad (y casi la obligación moral) de escribirlo y publicarlo.
Desde ese fondo, y para acompañarle en el camino, quiero trazar unos espacios de diálogo y de búsqueda conjunta de Jesús, en la línea de lo que puede ser el Quinto Evangelio de J. L. Suárez. De esa forma, sin supuestos previos, sin dogmatismos, en clave de amistad y de iluminación académica, quiero ofrecerle unas reflexiones, que podrán quizá ayudarle en su trabajo. Evocaré en primer lugar la opción fundamental de Jesús, es decir, el sentido de su proyecto. Me ocuparé después de su condición y estado social, si fue célibe/soltero o, más bien, casado. Me centraré en tercer lugar en su visión de Dios. Y ofreceré finalmente algunas reflexiones sobre el sentido de las multiplicaciones y del pez (de los peces) de Jesús, retomando así la página final de este libro de J. L. Suárez.
Éstos no son todos mis temas de diálogo con J. L. Suárez, pero son significativos, para abrir con él unos espacios de diálogo y de maduración en el gran “proyecto” del Quinto Evangelio, es decir, del Evangelio de Jesús Nezereo. Quedan otros temas muy significativos, como el sentido que para Jesús tuvo su muerte y la continuidad o ruptura de su proyecto en el tiempo de la iglesia, quedan otros argumentos que José Luis bien conoce, pero ellos son quizá demasiado profundos y exigentes para evocarlos en este epílogo. Posiblemente tendremos todavía un tercer momento de diálogo, cuando él escriba definitivamente su Quinto Evangelio y cuando yo haya repensado mi historia de Jesús. Entonces (quizá dentro de dos años) podremos seguir dialogando, para culminar así nuestra colaboración histórico-teológica.
4. Primer espacio para el diálogo, el proyecto de Jesús
J. L. Suárez es, como he dicho, el promotor de un “proyecto nezereo”, en el que viene trabajando desde hace varias décadas, asumiendo y superando los presupuestos de la Third Quest, Tercera Etapa en la investigación del Jesús histórico. Acepta y emplea los métodos de la historia de las formas y pone de relieve la raigambre israelita de Jesús, pero le separa de un tipo de judaísmo nacionalista y sagrado, que se centraba en el culto del templo de Jerusalén. En esa línea, de forma provocadora, el destacado con argumentos y razones de plausibilidad histórica los principios y tareas de la Búsqueda Samaritana de Jesús.
Éste es un intento en parte nuevo, pero no del todo, pues varios historiadores han insistido en el carácter samaritano de las mejores tradiciones de Israel, llegando a decir que el Pentateuco en su conjunto es una obra samaritana y no judía de Jerusalén; entre ellos destaca E. Nodet, Essai sur les Origines du Judaïsme, Cerf, Paris 1992). Eso significa que las tradiciones originarias de Israel se habrían conservado y transmitido en Samaría, y en las zonas marginales de Galilea, donde Jesús nació y proclamó su mensaje. Pues bien, avanzando en esa línea, J. L. Suárez insiste en la identidad “samaritana” de Jesús, que aparece en el fondo de algunos testimonios de los evangelio más tardíos (Lucas y Juan), pero que ha sido negada por los primeros cristianos de Jerusalén (en la línea de Santiago, el hermano de Jesús) y por los evangelios más antiguos (Marcos y Mateo); a su juicio, Jesús no era un judío que se enfrentó con algunas malformaciones del judaísmo de su tiempo, sino un “judaíta” en el sentido extenso, es decir, un israelita de línea galileo-samaritana que quiso reunir a las Doce Tribus del principio de Israel, sin limitarse a restaurar el Reino de Jerusalén. Así dice:
«Este Proyecto, de reconocimiento de un Jesús histórico hasta ahora no historiado, oculto en las profundidades de lecturas interesadas y tergiversadas de su evangelion, que favorecieron exégesis y dogmas equivocados, se funda en una metodología que intenta estar presidida por criterios de rigor y coherencia expositivos; de honestidad intelectual y objetividad en la recuperación de datos fiables; de innovación creativa y atrevimiento en las conclusiones originales y novedosas. Particularmente, se pone en práctica el que ha dado en llamarse “criterio de desemejanza” en el examen de un Jesús “no judío”, opuesto al paradigma judaico de los últimos tiempos de la Jesus Quest».
Ésta es su tesis básica, el punto de partida de su investigación: Jesús quiso vincular de nuevo a todos los israelitas, pero no a partir del reino de Judá y desde el templo de Jerusalén, sino partiendo de la más antigua tradición de los “nazoreos samaritanos”, los “shomrim” o guardianes de la experiencia ancestral de los patriarcas y del “nezer” o corona “regia” de los liberados de Egipto. Él aparece así como “hijo del patriarca José” (y de José, el esposo de María). No fue heredero de David como dirán las tradiciones posteriores de Jerusalén, recreadas con fines partidistas de legitimación judía, sino descendiente de Jacob y de los primeros patriarcas de Israel. En esa línea, J. L. Suárez abre un “arco”, por encima de las tradiciones pervertidas de los reyes y del templo de Jerusalén (como atestigua el discurso de Esteban, que es en el fondo un discurso de Jesús: Hch 6-7), para recuperar el origen de la aportación israelita, que está muy cerca de la aportación de otros pueblos y sabios de la humanidad.
En esa línea Jesús es un salvador-restaurador “samaritano” o, si se quiere, “israelita” en el sentido originario del término; no inventa una religión nueva, sino que retoma y recrea un tipo de religión universal que se expresa en el culto a un Dios único y en la salvación (liberación) fraterna de los hombres. Así quiso volver a las tradiciones originarias de Israel, vinculadas a los patriarcas y el éxodo, descubriendo la presencia de Dios en el corazón humano (de hombres y mujeres todos los hombres) y no en unos templos materiales como el de Jerusalén, que habían pervertido la religión universal del pueblo israelita. De esa forma, Jesús pudo asumir y encarnar no sólo las tradiciones israelitas más antiguas, sino la experiencia espiritual más honda del oriente, tal como se había expresado en la sabiduría de los egipcios y en la filosofía la de los griegos; eso significa que él fue uno de los grandes iniciados de la historia de las religiones, como reza un libro famoso de Édouard Schuré, Los Grandes Iniciados. Un estudio de la Historia Secreta de las Religiones (Les Grands Initiés. Esquisse de l'histoire secrète des religions, 1889).
Este Jesús “nezereo” del entorno de Galilea, heredero de las mejores tradiciones de los samaritanos, tuvo que rechazar el intento de control político de Herodes Antipas (que había pactado con Jerusalén) y el control religioso de los enviados de Jerusalén, que intentaban imponer su dominio sobre las conciencias y las vidas de los galileos. Actuando de esa forma, él aparece el auténtico heredero de las tradiciones de los patriarcas y de los israelitas más antiguos, que no aceptaron la centralización del culto de Jerusalén, ni el tipo de religión legalista que se impuso sobre el pueblo judío, especialmente a partir del exilio (desde el 587 a.C.). Como verdadero israelita él tuvo que oponerse al dominio religioso y social de los maestros rabínicos y de los sacerdotes del Templo, anticipando de esa forma en su vida lo que será el proyecto básico de Pablo (aunque Pablo tuvo algunos rasgos que Jesús no hubiera aceptado).
Eso supone que el verdadero fundador del “crestianismo” no fue Pablo, sino Jesús, que asumió y desarrolló en su vida y con su muerte el proyecto religioso universal de los samaritanos que «practicaban formas morales impregnadas de la paideia griega y la humanitas latina, con respeto y valoración de la dignidad, la justicia, la libertad y los derechos, y favorecimiento de las virtudes de convivencia: fraternidad, tolerancia, hospitalidad, perdón, reconciliación, solidaridad, misericordia…». De un modo consecuente, J. L. Suárez supone que el “antijudaísmo” de algunos textos evangélicos no ha sido creación de la Iglesia, sino todo lo contrario: Una expresión auténtica del proyecto de Jesús, que se opuso a las leyes positivas de pureza ritual y de exclusivismo étnico, para proclamar una experiencia y tarea universal de equidad social y de justicia interior, en la línea del Israel originario, representado por los samaritanos.
Eso significa que la frase clave de Jn 4, 22 “la salvación viene de los judíos” no es propia de Jesús, sino que ha sido introducida en el evangelio de Juan por un redactor posterior. Conforme a la visión del Jesús histórico, la salvación no viene de los judíos, sino de la tradición israelita conservada por los samaritanos. De un modo consecuente, Jesús quiso recrear la experiencia israelita más auténtica y universal, contraria al templo y a la leyes rabínicas de separación del pueblo, retomando así el principio de la historia del pueblo de Dios, abierto a todas las naciones, para cumplir las promesas de Dios, que se expresaban en forma de pan abundante y de bendición en una tierra donde todos debían ser hermanos.
Desde ese fondo, J. L. Suárez puede recuperar y recupera casi todo el mensaje de Jesús, tal como está contenido en el Sermón de la Montaña (Mt 5-7; Lc 6, 20-49), entendido en forma “sapiencial”, como expresión de una sabiduría cosmopolita, centrada en el desprendimiento personal, en el perdón y la solidaridad que se expresa en forma de amor. No hay en su mensaje nada que no forme parte del sentido común más hondo de la experiencia humanista de los grandes iniciados de la humanidad, en la que se valora la hondura espiritual de la persona, en libertad y fraternidad, abierto a lo divino, por encima de la muerte. De esa manera, J. L. Suárez concibe a Jesús como el gran humanista de occidente, aquel donde pudieron unirse y fecundarse las tradiciones de Israel y de Grecia, el prototipo del hombre universal.
(Seguirá)