Sepulcro vacío, mujeres preñadas de Cristo (Mc 16, 1-8)

A nadie de los teólogos y visitantes de este blog se le hubiera ocurrido narrar de esa manera la pascua de Jesús, estoy seguro..., a nadie de los grandes líderes de la Iglesia. Pero a Marcos se le ha ocurrido. Mejor dicho, Marcos ha sabido que ésta es la mejor forma de decir lo indecible, de dar testimonio de aquello que cada uno de los creyentes debe testimoniar, al descubrir una tumba que por fin se vacía, tumba sin cadáver, vacía de muerte... con unas mujeres "preñadas de Cristo".
Según Marcos, estas mujeres han visto enterrar a Jesús (15, 47) y por eso vuelven, para culminar los ritos funerarios, que José de Arimatea no ha realizado de forma conveniente (cf. 15, 42-46). Ellas se vinculan con la mujer del vaso de alabastro (14, 3-9), pero aquí (por ahora) no saben que Jesús se encuentra ungido ya para la vida, de manera que no necesita más ritos funerarios .
Humanamente, la falta del "cadáver" (o, mejor dicho, un cadáver no enterrado ritualmente) resulta terrible para el muerto (¡no hallará su descanso!) y para sus amigos (que no tienen ni el consuelo de honrarle y despedirle con buenas ceremonias funerarias). Pues bien, lo que podía haber sido el rito emocionada, pero pasajero, de embalsamamiento y llanto fúnebre de estas mujeres (¡un entierro ejemplar!) se transformó, por la experiencia del amor que triunfa de la muerte, en certeza superior de Vida y Presencia mesiánica de Dios. Maria Magdalena y las otras mujeres descubrieron, por caminos en principio diferentes (distintos del de Pedro y de los Doce), que Jesús estaba vivo, es decir, resucitado, en ellas y con ellas, ofreciéndoles su amor culminado y confiándoles su tarea y movimiento.
(En la imagen,la imagen más antigua de la famosa mujer de la unción ante la tumba de Cristo, en Dura Europos)
16, 1-4. Sepulcro vacío,sepulcro abierto abierto
Es posible que las mujeres iniciaran caminos de experiencia pascual y creación comunitaria (iglesia) que la tradición posterior, dominada por varones, ha dejado en la penumbra o silenciado, pero Mc 16, 1-8 las integra en el camino de conjunto del evangelio.
No hay varones que les acompañen y puedan descorrer con fuerza la piedra de la boca del sepulcro (16, 3). Pedro y los discípulos restantes han huido , y podemos suponer que siguen huyendo todavía hacia Galilea (la “promesa” de 14, 28 indica que no han llegado todavía, que Jesús irá primero). José de Arimatea, que ha cumplido su misión “judía” (15, 42-46), no está con ellas. El centurión (15, 39) ha desaparecido: a Roma le falta mucho tiempo para convertirse. Sólo quedan ellas, las mujeres del recuerdo y del sepulcro, dispuestas a iniciar un rito interminable de unción y cantos/llantos funerarios por el muerto .

(Baptisterio de la Iglesia de Dura Europos; hacia el 230 dC.)
− Pasado el sábado (16, 1). Han cumplido el ritmo de reposo y sacralidad que marca la ley del sábado, que a partir de aquí podrá verse tiempo viejo, culto a las fuerzas de este mundo que mantienen a Jesús en el sepulcro. Ese sábado puede interpretarse, según eso, como expresión de pecado, esto es, de de triunfo de aquellos que han matado a Jesús y que descansan de su asesinato.
− María Magdalena, María la de Jacob, y Salomé (16, 1). Son las tres que hemos visto en 15,40, las mujeres fieles de Jesús, que le han seguido-servido, y que ahora quieren realizar el último servicio, con aromas para embalsamarle. Con ese gesto acabaría externamente su testimonio y tarea de amistad, llegando hasta el fin en su relación Jesús. Después sólo tendrían un recuerdo de muerte.
− Compraron perfumes… (16, 1). Desde el nivel en que se sitúa el texto, ellas no saben que Jesús ha sido ungido ya por la mujer del vaso de alabastro (cf. 14, 3-9). Por el contrario, un lector que ha entendido bien a Marcos sabe ya que Jesús no puede estar en el sepulcro al que caminan, pues él está presente en la palabra de pascua y su cuerpo (sôma) se ha hecho pan compartido para aquellos que le aceptan (cf. 14, 22). Pero ellas todavía no lo saben, pues no han recorrido aún todo el camino de Jesús. Por eso, Mc 16, 1-8 las presenta dudando, en gozosa ironía de pascua: Van hacia un sepulcro vacío con perfumes de muerte (aromas de culto funerario), sin saber cómo podrán utilizarlo (no tienen fuerza para abrir la tumba, penetrando más allá de la muerte). Pero tanto lo que saben como lo que ignoran se les vuelve inútil pues el recordatorio de muerte (monumento, mnêmeion) estará abierto, sin cadáver para embalsamar.
− Y muy de mañana, el día después del sábado, a la salida del sol, fueron... (16, 2). Vinieron al sepulcro cuando salía el sol, que es el signo de la creación de Dios, el día que sigue al sábado… Por dos veces (16, 1,2) se repite que ha pasado el sábado, tiempo sagrado de la Ley de los judíos (día especial para ellos), de manera que empieza el Día del Sol, que es el mismo para todos. Ha pasado el sábado antiguo, se disipa la noche, sale el sol, que es signo de luz, día-vida universal, para todos los hombres y mujeres, aunque ellas todavía no lo sepan… Esta experiencia, a la salida del Sol, el día que sigue al sábado parcial (de los judíos), marca la experiencia de los cristianos de Marcos, que recuerdan todas las controversias de Jesús en torno al Sábado. De ahora en adelante, los cristianos celebrarán de un modo especial el Día del Sol.
− Y se decían: ¿quién nos correrá la piedra...? (16, 3). Son débiles, poco expertas en correr y descorrer la losa de la tumba. Parecen pocas. Otros duermen o escapan, mientras ellas, se ponen en marcha hacia la tumba de Jesús la primera madrugada “posible” tras su muerte de Jesús (el sábado nadie podía moverse fuera de Jerusalén, ni realizar trabajos), llevando en su luto y su dolor todo el misterio de la historia humana. Son discípulas auténticas, aunque todavía equivocadas: mantienen la vocación de Jesús, continúan buscando su camino, pero no pueden guiarse tras su muerte, de manera que parecen movidas por un deseo imposible: Quieren ungir a Jesús, vienen con perfumes; pero saben que son incapaces de mover la piedra, pues no tienen fuerza para ello.
− Y mirando vieron que la piedra se había sido corrida, aunque era inmensamente grande (16, 4). El texto no habla de un sepulcro “vacío”, sino más bien abierto. Esta referencia a la piedra “muy grande” (megas sphodra) tiene un sentido claramente simbólico. Antes, en el momento de cerrar la tumba, se decía que el mismo José de Arimatea (¡el solo!) la había corrido, haciéndola rodar, como si no hubiera tenido dificultades para ello (15, 46). Es evidente que si un solo hombre había podido rodarla en el entierro más fácilmente podrán rodarla ahora tres mujeres. Pero no es lo mismo “cerrar” una tumba (algo que se sitúa en un nivel humano), que abrirla, superando así la muerte (cosa que sólo Dios puede hacer), de manera que la piedra del sepulcro resulta diferente, en un caso y en otro. Por eso, en un sentido profundo, cuando las mujeres preguntan (16, 3) “quién podrá descorrer la piedra” están pensando que es preciso un “poder divino” para ello. Eso es lo que aparece ahora, cuando se afirma que “vieron que la piedra había sido corrida” (en pasivo divino), pues no se trata de una simple rueda-puerta de sepulcro, sino de la piedra-rueda de la muerte.
Las mujeres llegan hasta aquí. Parecen vacías de vida, desnortadas de rumbo y por eso están buscando en dirección de tumba. Pero el Dios verdadero de Jesús viene a buscarlas precisamente en este camino de la muerte. No les acompaña nadie. No existen varones amigos que lleguen y quieran (¡y puedan!) moverles la piedra. Pero su fe les hace caminar, y descubren que la piedra de la tumba está corrida, la losa del sepulcro donde al fin vence (nos vence) por siempre la muerte. Pues bien, el sentido de esa piedra corrida se visibilizará en figura de un un joven sentado a la derecha de la tumba (que se supone así grande, como una galería escavada en la roca)y vestido de blanco: así, al fondo de la tumba, ellas empiezan a encontrar la gloria de la pascua.
16, 5-7. Sepulcro vacío de cadáver, lleno de mensaje
Normalmente se habla de “tumba vacía”, pero ese lenguaje resulta al menos ambiguo. La tumba de Jesús, cuya piedra/puerta ha sido corrida, está vacía de cadáver, pero llena de mensaje pascual. Las mujeres llegan buscando un cuerpo para ungir en un monumento excavado en la roca (signo de permanencia cósmica), pero ven que la puerta está corrida y entran, sin temor ninguno (a diferencia del que tendrán después, al salir: en 16, 8). Ven que la piedra está corrida y pasan al interior, sin hacerse preguntas, sin miedo, como si entrar en un sepulcro excavado en la roca fuera su oficio de mujeres. Aquí empieza la novedad del texto:
− Y entrando en el sepulcro, vieron a un joven, sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca (16, 5). Es fundamental el gesto de “entrada” en el sepulcro, que, según lo visto al comentar 15, 42-46, debe representarse como una cámara excavada en la roca. Resulta extraño (¡cómo tienen valor para entrar en una tumba misteriosamente abierta!), y sin embargo entran, en apariencia, sin miedo, como si aquella fuera su casa, viendo allí a un joven vestido de blanco (de cielo). Es evidentemente un ángel, un mensajero de Dios, o, quizá mejor, el mismo Dios que está allí para recibirles .
Este joven (neaniskos), parece aquel que huyó desnudo cuando prendieron a Jesús y en realidad puede ser es el mismo Jesús, que ha salido desnudo de la tumba y que ahora aparece cubierto con una “estola/túnica blanca” (como vimos al comentar 14, 51-52). Es Jesús, pero ellas no pueden conocerle (como la María de Jn 20, 11-18 no puede conocer al Jesús hortelano). Es Jesús que se aparece de otra forma (o un ángel de Dios, da lo mismo), sabiendo lo que ellas quieren. Por eso, al verlas asustadas, les dice: «¡No temáis!»… Esta palabra de pacificación, con todo lo que sigue, constituye el centro de la trama del evangelio de Marcos, que culmina en un sepulcro vacío, con una palabra de Dios (del mismo Jesús, del ángel de Dios) que ofrece su mensaje pascual a las mujeres, para que así reinterpreten lo que ha sido, y lo que será, el evangelio .
−No temáis: buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado (16, 6). El texto no ha dicho que tuvieran miedo al entrar, y, sin embargo, ahora que están dentro, el joven les dice que no se extrañen, que no teman (mê ekthambeisthe). Están en una tumba vacía de cadáver, pero llena de otra presencia, de una luz que se refleja en la túnica blanca del joven, que les comienza recordando lo que quieren; ungir un cadáver, venerar una tumba, perpetuar una historia que siempre termina en la muerte.
Ellas han venido a despedir a un muerto, pero Jesús, enterrado aquí (como ellas saben, porque han visto dónde lo ponían: 15,47) no está, pues él ha roto el peso de la muerte, y Dios ha descorrido sobre él la losa de la piedra de la muerte. Por eso, el joven (que es la presencia de Dios en la tumba llena de pascua) les muestra el lugar donde había estado el Nazareno (es decir, de Nazaret: cf. 1, 9; 6, 1-6b), cuya historia de enviado mesiánico de Dios ha desembocado aquí. Pues bien, el joven define a Jesús simplemente como “el crucificado” (no como el Hijo de Dios, ni como el Señor o el Hijo del Hombre), sino como aquel cuya vida ha terminado en la cruz, en nazareno crucificado.
− ¡Ha resucitado! No está aquí, mirad el lugar donde lo habían puesto (16, 6). La presencia de un cadáver puede dar seguridad a los amigos: es memoria tangible del muerto, recuerdo que dura, haciéndoles capaces de transformar su memoria y de pacificarla. En esa línea, muchos grandes edificios sagrados, incluso cristianos (en contra de lo que este pasaje supone, en referencia a Jesús), se alzan sobre enterramientos, para mantener la memoria de los muertos memorables. Pues bien, Jesús no ha dejado ni siquiera un cuerpo.
Ésta es la novedad cristiana: Desde el hueco del sepulcro que no puede cumplir su función (no es recordatorio o mnêmeion del muerto: “¡No está aquí. Mirad dónde le habían puesto!”) emerge la palabra fiel del mensajero de Dios: ¡Ha resucitado! El vacío del cadáver, la soledad que deja el muerto se ha convertido en lugar de proclamación de una presencia y de una vida superior: ¡ha resucitado! Sobre esa certeza pascual, no sobre una fijación de muerte (una tumba), se edifica la iglesia del Cristo.
Si el sepulcro se encontrara lleno con el sôma de Jesús (cuerpo muerto, para la resurrección final) el evangelio debería entenderse desde los ritos nacionales del judaísmo. Frente a una religión de pureza sacerdotal, que sigue vinculada a la ley (ungir sin cesar a un cadáver, venerar a un muerto, perpetuar un pasado, en el entorno de Jerusalén), la palabra del joven de pascua dirige a las mujeres hacia Galilea, es decir, al espacio de la libertad universal del evangelio .
((Como he dicho, las mujeres no pudieron culminar los ritos funerarios, pues no lograron encontrar su cuerpo, por las razones ya citadas en el comentario al texto del entierro (15, 42-46). (1) Porque la tumba donde habían colocado a Jesús se encontró después vacía. (2) O porque los soldados romanos habían arrojado el cadáver de Jesús a una fosa común, sin que familiares o amigos pudieran despedirle de un modo sagrado. (3) O porque unos delegados del Sanedrín judío, para que los ajusticiados muertos no colgaran insepultos de una cruz, ensuciando la tierra en un día de fiesta, los enterraron en secreto, sin dejar que los discípulos pudieran encontrarlos.
Mirado así, más que un hecho físico, el sepulcro vacío es el acontecimiento teológico del cristianismo: el camino de Jesús no se ha cerrado y centrado en una tumba de Jerusalén, junto a su templo, bajo las leyes judías, como parecían suponer estas mujeres (iglesia judeocristiana); por eso, el joven del sepulcro les dice que vayan a Galilea, donde nace la iglesia, donde verán a Jesús, con los discípulos y Pedro.
− Pero id (salid) y decid a sus discípulos y a Pedro: ¡Os precede a Galilea! (16, 7). La ausencia del cadáver se convierte en signo de identidad más honda, esto es, en Presencia suprema de Dios que se introduce en la vida de estas mujeres y les manda a Galilea: Ellas tienen que contar lo que han visto, reunir y convencer a los discípulos de Jesús y volver con ellos a la tierra del mensaje de Jesús, para verle allí y para retomar su camino (cf. 14, 28) .
De esa forma reciben el encargo supremo de fundar la “verdadera” iglesia, reuniendo a los discípulos y a Pedro, de manera que todos puedan encontrar a Jesús en Galilea (a diferencia de la comunidad de Jerusalén, que ha seguido centrada en una tumba, entre ritos de muerte, vinculada a la pureza de un judaísmo particular). En el centro del mensaje están ellas, las mujeres (las verdaderas seguidoras de Jesús), que deben decir a los mathêtai (los discípulos, en plural), que ellos deben “aprender” (discípulos son los que aprenden…) de otra manera, pues el primer aprendizaje ha culminado en la traición y el abandono de Jesús. Por eso deben volver a Galilea, no quedarse en la tumba de Jerusalén .
((El camino de Jerusalén termina en una tumba, que ha sido necesaria (¡Jesús ha debido entregar allí su vida!), pero que no puede convertirse ya en centro de vida mesiánica. Las mujeres tienen que decir a los discípulos que el verdadero “discipulado” (y seguimiento) debe comenzar de nuevo en Galilea, que es el lugar de la enseñanza universal (de las curaciones y de comida compartida, de la familia abierta a todos...).
Tienen que volver a Galilea, con lo aprendido en Jerusalén, pero no para volver de nuevo a Jerusalén, sino para abrirse desde allí (desde Galilea, desde Jesús, no desde el judaísmo de la Ley y del Templo) a todas las naciones, con el evangelio (cf. 13, 10; 14, 9). El libro de los Hechos propondrá un camino misionero que va desde Jerusalén (donde empezó Pentecostés), por Judea y Samaria, al mundo entero, es decir, hasta los confines de la tierra (cf. Hech 1, 8), que de hecho se centran en Roma (cf. Hech 28). Por su parte, Pablo se propone realizar un camino misionero que pasa desde Oriente, por Roma, hasta los confines de occidente, antes de que vuelva el Cristo (Rom 15, 22-29).
Pues bien, el evangelio de Marcos puede trazar y traza un camino cristiana que va de Jerusalén (hay que abandonar el sepulcro vacío y la comunidad centrada en las leyes de Israel), por Galilea (hay que retomar el camino de la vida y mensaje de Jesús) hacia todos los pueblos (cf. 13, 10; 14, 9), pasando (al parecer) por el centro que es Roma, donde está el centurión de 15, 39 (y donde algunos piensan que Marcos ha escrito su texto). Las mujeres reciben el encargo de lograr que los discípulos y roca hagan el verdadero camino, que va de Jerusalén a Galilea, para abrirse de allí a las “naciones”)).
− Allí le veréis como os dijo (16, 7). Los que han matado a Jesús no han silenciado su voz, no han cegado la fuente de su vida: el camino de solidaridad universal de la iglesia mesiánica se inicia en Galilea, para abrirse desde allí a todos los pueblos (cf. 13, 10; 14, 9). Han matado a Jesús, pero su mensaje y presencia ha de expandirse a través de las mujeres que lo asumen y propagan, convenciendo a los discípulos, de modo que así todos vayan a encontrarle en Galilea, para retomar con él el camino. Se dice que allí le verán o, mejor dicho, le veréis (opsesthe), con el mismo verbo activo que Pablo emplea (en pasivo divino) para hablar de las revelaciones de Jesús (ôphthê, 1 Cor 15, 5-8). Eso significa que Marcos sabe que puede haber (que habrá) apariciones (revelaciones) del Jesús pascual, pero no las cita o, mejor dicho, no puede citarlas, porque a su juicio la revelación pascual de Cristo es el mismo evangelio.
En principio, históricamente, estas mujeres no dependen de Pedro y de los Doce, no son depositarias “sumisas” de una autoridad pascual o de un mensaje que reciben a través de unos varones, sino que emergen como cristianas autónomas y, todavía más, como creadoras primeras de la iglesia.
Ciertamente, la tradición posterior (y este mismo texto de Mc 16, 7, que ha de unirse a Jn 20, 17), trasmitida básicamente por varones, ha supuesto que el ángel de Dios o Jesús resucitado pidió a las mujeres que fueran y dijeran lo que sentían y sabían a Pedro y los restantes discípulos, y es posible que históricamente actuaran así; pero no lo hicieron para someterse a Pedro y estar en adelante subordinadas a él, sino para dar testimonio de una experiencia común, propia de Jesús, que se abre y expresa igualmente a través de varones y mujeres.
El joven de pascua les dice que “salgan”, dejando el lugar del sepulcro, que es Jerusalén. Pues bien, ellas han de dejar mucho más que un lugar geográfico: deben superar las leyes de pureza y separación del judaísmo ritual, empeñado en embalsamar cadáveres. Sólo así podrán llegar Galilea, lugar de la palabra sembrada en toda tierra: (cf. 4, 3-9) y abierta a las naciones del mundo (cf. 13, 10; 14, 9). Ir a Galilea significa superar aquello que encierra a los discípulos en Jerusalén, la iglesia de la ley, el judeocristianismo, abandonando una experiencia pascual desligada de la vida de Jesús. Precisamente ellas, las mujeres de la tumba fracasada (no han podido ungir a Jesús), reciben el encargo de decir a los discípulos y a Pedro la palabra de la pascua en Galilea, es decir, retomando la historia de Jesús
No se puede anunciar la pascua de Jesús de cualquier manera, quedando en Jerusalén (como los judeo-cristianos), ni desligando la resurrección de la vida histórica de Jesús (como harán algunos gnósticos, reinterpretando a Pablo de forma sesgada). La pascua cristiana sólo tiene sentido si el Señor resucitado es Jesús de Nazaret de Galilea. Ellas, mujeres que parecen vinculadas a la tumba, tienen la tarea suprema de la historia: hacer que los discípulos del Cristo muerto y resucitado retomen el camino de la historia de Jesús desde Galilea.
El joven de pascua (Dios mismo) las convoca y las llama para que comprendan el misterio de Jesús resucitado. Buscaban el cadáver de Jesús, para realizar con él el último acto de la historia del Nazareno, pero Dios mismo les encarga la tarea de reiniciar la historia de Jesús. Ellas, las mujeres del sepulcro, habiendo cumplido con fidelidad el camino del seguimiento que termina en una tumba, han de hacerse desde ahora mensajeras de pascua, para que los “discípulos” aprendan a ser lo que han de ser (cf. 4, 3-9). Lo que había comenzado con Abrahán, lo que Moisés había descubierto ante la zarza, la denuncia de Isaías, todas las llamadas de Jesús, se han venido a condensar en la llamada y vocación universal de estas mujeres.
Ellas, que habían seguido a Jesús para servirle en el despliegue de su mesianismo, subiendo así con él a Jerusalén con la idea de quedar allí quizá, con el Jesús triunfante (15,40-41), deben asumir y realizar ahora su más alto servicio: hacerse evangelistas de la vida de Dios, abriendo el camino de pascua para los discípulos. Han ido a llorar al sepulcro, y ahora tienen que secar su llanto, abandonar los inútiles aromas (o convertirlos en perfume de pascua, como el de la mujer de 14, 3-9), poniéndose en camino para un nuevo y más alto ministerio, haciendo de algún modo oficio de «paráclito» (cf. Jn 14, 26), es decir, recordando a los discípulos del Cristo la experiencia prometida de la pascua. Los restantes eslabones del proyecto de Jesús se han roto o han perdido su función. Sólo ellas mantienen la cadena fuerte que vincula la historia de Jesús (el pasado de su vida) y el presente creador de su pascua: son las mediadoras universales de la vocación cristiana.
16, 8. Las mujeres huyeron ¿Cómo sigue el evangelio?
Lógicamente, parece que el relato debería terminar en 16, 7 (dejando la puerta abierta a las interpretaciones), o con un final como el canónico: «Ella (María Magdalena) o ellas (las mujeres) fueron y anunciaron a los discípulos lo que había sucedido...» (16, 9-10), que comentaremos en el apéndice. Pero el texto acaba de un modo, a primera vista, muy extraño: «Ellas salieron huyendo, no dijeron nada a nadie... pues tenían mucho miedo» (16, 8). Una lectura superficial del Marcos podría llevarnos a suponer que su evangelio es un texto truncado. Pero esta suposición resulta falsa.
El evangelio de Marcos acaba en 16, 8, conforme al testimonio de la mejor tradición manuscrita y al convencimiento (bien fundado) de la mayoría de los investigados. Sin duda, este pasaje paradójico ha creado problema, y sigue habiendo lectores y exegetas que afirman que se trata de un texto truncado, al que le falta (o al que han arrancado) la última páginas, por motivos que se nos escapan. Pero son mayoría los que consideran (consideramos) que 16, 8 es un final muy adecuado para el evangelio, que termina así en clímax que hace juego con el comienzo del texto: «El principio del evangelio…» (1, 1).
El principio era Juan Bautizando (1, 1-4). El final son las mujeres huyendo con miedo del sepulcro, porque han visto y oído una palabra que les desborda. Este final sin final, con las mujeres que reciben el mandato del joven de la pascua y que huyen porque tienen miedo, constituye, a mi entender, el nuevo comienzo del evangelio, que los discípulos, con las mujeres, deben retomar en Galilea. Las mujeres huyen, pero el mensaje sigue, y el testimonio de pascua continúa lleno de fuerza, como una llamada dirigida a los lectores y oyentes del texto de Marcos, con quienes empalma la historia del texto .
Ciertamente, a lo largo de su texto, Marcos ha ido mostrando otros testigos de la “presencia” pascual de Jesús, como aquellos que se reunían a su alrededor, formando su familia verdadera (3,31-35), y como una serie de personajes ejemplares: el endemoniado de Gerasa (5,1-20), la hemorroísa, la hija del archisinagogo (cf. 5, 21-43), la madre siro-fenicia (7,24-30), los que comieron en las “multiplicaciones” (6, 35-44; 8, 1-19), lo mismo que otros muchos que podemos condensar en Bartimeo (19,46-52) y sobre todo en la mujer del vaso de alabastro (14,3-9). Pues bien, todos ellos se condensan y personifican en estas mujeres de pascua (de la tumba vacía), de cuya palabra depende el testimonio del evangelio.
En ese sentido, he de afirmar que el eslabón más importante de la “cadena del evangelio” lo forman estas mujeres, pues los Doce han huido (y además no pueden ser testigos de la muerte y de la tumba de Jesús). Tampoco los otros personajes ya citados sirven para ofrecer el testimonio total de Jesús, pues no le han seguido hasta la muerte. Sólo estas mujeres lo han hecho, pues ellas siguieron a Jesús en Galilea y le han acompañado hasta la muerte en cruz (15, 40-41. 47). Por eso, Marcos ha tenido que apelar a ellas como receptoras principales del evangelio, para que transmitan el mensaje a los discípulos y a Pedro.
((Seguirá)))