Cristo-taoísmo ¿Podrá venir la salvación de China?

China es hoy la fábrica del mundo; de allí viene el mercado. Una fábrica obsesiva, un mercado quizá neurotizado, a pesar de Confucio y del Tao. ¿Podrá volver China a su equilibrio, al Tao del wu-wei, podrá surgir de allí y expandirse en todo el mundo un nuevo Cristo-taoísmo (o quizá un Tao-cristianismo)? Esa será la cuarta lección de mi curso de fin de semana en el Cites de Ávila.

El taoísmo ha elaborado el más profundo y consecuente de  los sistemas de dualidad mística que conocemos. Tiene una larga historia, con aspectos mágicos y adivinatorios, cosmológicos y rituales, que se han vinculado con el budismo (y sobre todo con el confucionismo)..., pero que pueden vincularse de un modo especial con el cristianismo. De eso trata en especial nuestro curso del Cites, del próximo 19 al 21. ¿Podrá venir la salvación de Chino? ¿Tendrá el taoísmo y China que cambiar? ¿Tendremos que cambiar nosotros los cristianos? 

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EN EL ORIGEN

En ese sentido, el taoísmo (siendo complementario del confucionismo) ha podido pactar con el budismo, pues tiene una visión convergente de la negatividad de las acciones humanas. Hay una diferencia importante. Para los budistas el mundo es apariencia, eterno retorno de muerte; para los taoístas es armonía de vida.

Pero unos y otros pueden dialogar y han dialogado desde una perspectiva de renuncia, ofreciendo una especie de vía o camino para los humanos. Y con esto podemos venir ya a la lectura del texto, que interpretamos como manual de comprensión cósmica (del orden del mundo) y como guía de una vida en quietud para los hombres. Empecemos por el aspecto cósmico:

Existe un ser caótico, vive con anterioridad al Cielo y a la Tierra.   Silencioso, vacío, solitario e inmutable. Dotado de un movimiento giratorio, no perece.

            – Puede que haya sido la Madre del Mundo. No sé su nombre. Su apelativo es Tao. Si nos empeñamos en darle un nombre le podemos llamar Grande. Grande porque se aleja, se hace remoto y vuelve (se extiende a larga distancia).– Grande, pues, es el Tao, grande el Cielo, grande la Tierra, grande también el Monarca.      Son cuatro los grandes del cosmos y el Monarca es uno de ellos.

El hombre (Monarca) tiene por norma a la Tierra, la Tierra al Cielo,   el Cielo al Tao y el Tao a su propia conducta (Tao 25).

             El mundo está hecho de polaridades y la primera de todas es aquella que forman Cielo y tierra. Pues bien, más allá de ellas, como oscuridad primigenia, se encuentra el Tao, que es abismo, como un caos donde todo se sustenta. Ese Tao-Caos se encuentra más allá de todas las armonías y así puede fundamentarlas a todas.

Lao Tse, El surgimiento del Taoísmo

Es Vacío, Silencioso, Solitario, como el Dios de algunas tradiciones, que se encuentra más allá de cuanto existe, del ser y del no ser, de todas las palabras. Pues bien, este Tao aparece aquí con cuatro rasgos esenciales, que remiten a las tradiciones religiosas más antiguas.

‒ Es Madre sin padre, puro origen, antes de todas las polaridades. Hay en el fondo del Tao un recuerdo de la maternidad cósmica, que se sitúa antes de todas las polaridades racionales, como expresión de un ser que es anterior a todos los equilibrios y razones posteriores.

‒ Es Grande, más allá de todas las oposiciones; no es superior frente al pequeño, ni poderoso frente al débil, sino que es totalmente distinto, antes de toda polaridad o enfrentamiento.

‒ Es Jerarquía sin dominar sobre nada. El Tao se sitúa en el principio y base de una gradación, como elemento primario de un orden jerárquico, que va descendiendo (y ascendiendo), conforme a esta gradación: Tao, Cielo, Tierra, Hombre (=Monarca).

De esta forma se traza la gran paradoja. Por un lado, el Tao es distinto de todo. Pero, al mismo tiempo, le hallamos integrado en una gradación, de tipo polar y jerárquico, que llega por el Cielo y la Tierra hasta el Hombre (Monarca). Esta paradoja constituye un elemento esencial de toda experiencia religiosa, pues ella nos sitúa ante lo más alejado y distinto, poniéndonos a la vez ante lo más cercano. Empecemos por lo distinto:

 El Tao que puede ser expresado no el Tao perpetuo      El nombre que puede ser nombrado no es Nombre perpetuo. Sin nombre es Principio del Cielo y de la Tierra,y con nombre es Madre de los diez mil seres (Tao 1).

Se le llama invisible porque no se le puede ver, imperceptible porque no se le puede oír; impalpable, porque no se le puede atrapar....En su altura no es luminoso; en su inferior no es oscuro.    En su infinitud no se le puede nombrar.            Retornando a su no-ser, es Forma sin forma, Figura sin figura, oscuro y luminoso.          de frente no le ves la cabeza; por detrás , no le ves las espaldas (Tao 14).

China y el taoísmo - Revista Esfinge

Tao, Vía de Equilibrio.Todo es Yang (cielo, masculino) y Yin (tierra, femenina). Esos signos no son dioses ni cosas, sino momentos polares de la única realidad. El Uno se vuelve dualidad, alternancia de elementos. No es Dios trascendente, personal y creador que ama a los humanos, sino que es el Todo, entendido como equilibrio de momentos polares. La vivencia de ese equilibrio es una mística y un programa de acción no impositiva: no luchar ni vencer a los demás para imponerse, sino asumir y mantener el orden del conjunto, cada uno allí donde se encuentra.

El Tao desborda las palabras: está más allá de la vida y de la luz, siendo vida y luz de todo lo que existe y puede compararse al Logos o palabra esencial de los estoicos griegos (e incluso del evangelio de Juan: cf. 1, 1-5). El Tao, Palabra y camino, es la plenitud antes y en medio de las oposiciones, la totalidad por encima y dentro de toda lucha. Por eso es Padre-Madre, siendo Vida de todas las vidas.

PADRE Y MADRE, EL GRAN VACÍO

 Pero, en otra perspectiva, tanto aquí (Tao 1) como en el texto antes citado (Tao 25), le podemos llamar de alguna forma Madre, como realidad que se encuentra mas allá de todas las razones, como acción que precede a todas las acciones. En su origen es Madre donde no aparece todavía el padre. Por eso, el primer ejercicio de profundización mental (y religiosa) consiste en llegar a ese origen y sentido que precede a todas las diferencias. En este contexto, el Tao se acerca al budismo y nos dice que sólo superando los deseos concretos (que nos mantienen en el mundo de las oposiciones y las luchas de contrarios que se destruyen y nos destruyen) podremos encontrar de alguna forma el equilibrio fundacional de la Vida.

El que habitualmente carece de concupiscencia ve su maravilla.     El habitualmente codicioso no ve más que sus últimos reflejos (Tao 1c).Por eso, el hombre perfecto se aplica a la tarea de no-hacer y de enseñar callando.    (El tao) hace los diez mil seres, sin rehusar nada: los engendra sin adueñarse de ellos; los hace y no se apoya en ellos. Hecha su obra no se queda con ella, pero tampoco se ausenta de ella ( Tao 2, bcd).Con el no-obrar nada hay que no se arregle (3c).

Vene Taichikun - Wu wei : Un poco de Historia - Origen & Filosofia.  Orígenes: En la antigua forma china tradicional de entender el gobierno  (parcialmente confuciana), un soberano sabio sólo tiene

  Esta doctrina del no-obrar (wu-wei), que todo lo hace sin realizar nada en concreto, haciéndolo todo constituye el centro del taoísmo. El obrar se introduce y nos introduce en un mundo constituido por contradicciones, deseos enfrentados, parciales y violentos. El único modo de tenerlo todo es no quedarse en nada. El único modo de hacerlo todo es no hacer nada. Este es un no-hacer haciéndolo todo; o un hacer sin adueñarse de nada, sin imponerse sobre nada. Este es el puro actuar, más allá de todas las actividades concretas, el ser de la naturaleza fundante donde está todo implicado, sin que nada deba hacerse. En ese equilibrio supremo habita el sabio, teniéndolo todo sin poseer nada, enseñándolo todo sin enseñar ninguna cosa. De esta forma (que nos acerca a ciertos pasajes de San Juan de la Cruz, Subida I, 13), el ser humano se identifica con el mismo Tao de la unidad completa.

Llegar al vacío extremo es conservar la quietud verdadera. Los seres todos están conjuntamente hechos por El y los vemos volver a El.     Los seres pululan y de nuevo vuelven a su raíz     Volver a su raíz es su reposo. Su reposo es su destino. Su destino es su perpetuidad.

    Conocer la perpetuidad es iluminación; no conocerla es obrar estúpidamente el mal.    Conocer la perpetuidad es tener cabida para todos;     la cabida es comunidad y realeza; la realeza Cielo; el cielo es Tao.     El Tao es perdurable. Sumergido en Él no se perece (Tao 16).

      En ese vacío donde nada puede encontrarse existe todo. Ese es el vacío que se descubre siempre lleno: las cosas nacen y mueren, queda el Tao del reposo, sobre el nacer y el morir. Ese es el vacío que se vuelve espacio universal: comunidad, reino, cielo. En ese aspecto podemos añadir que, siendo Madre es Padre, pareja primigenia, equilibrio de acción y reacción, silencio y palabra, vacío y plenitud. En ese fondo se asienta y recibe su sentido todo lo que existe, sin forzar violentamente nada, sin buscar ni desear apasionadamente cosa alguna.

Este es el principio de todos los equilibrios cósmicos y sociales, el momento en que el Tao del puro vacía viene a presentarse a manera de orden primigenio. Por eso es importante "no estimar en mucho los talentos, para que en el pueblo no haya competiciones" (Tao 3a), no entrar en luchas de poder, ni litigar por la ciencia y honor, pues en el fondo todos los opuestos se unifican:

 Todos saben conocen lo bello y por eso lo feo. Conocen lo bueno y por eso lo malo.     El ser y el no ser mutuamente se engendran. Lo fácil y lo difícil mutuamente se hacen.     Lo largo y lo corto mutuamente se perfilan. Lo alto y lo bajo mutuamente se desnivelan.

     El sonido y su tono mutuamente se armonizan. Delante y detrás se suceden (Tao 2a) 

I Ching en España I Ching y Sincronicidad - El Pozo de Agua

ABSOLUTA INDIFERENCIA: CIELOS Y LA TIERRA NO SON AMOROSOS

             Lo bueno y lo bello no tienen preferencia sobre lo malo y lo feo, sino que se implican, de manera que no existe uno sin otro. Si sólo quisiéramos lo bello no podríamos tener nada. Por eso hay que tomar, al mismo tiempo, el ser y el no-ser, lo alto y lo bajo, lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, en armonía de contrarios. Por eso se puede añadir que la eficacia del Tao es su vacío: si lo llenara todo no podría caber nada; si todo lo hiciera no dejaría que realizáramos nada. Por eso decimos que hace sin hacer, sin adueñarse de lo realizado. Por eso parece absoluta indiferencia: 

   El Cielo y la Tierra no son amorosos. Tratan a todos los seres como a perros de paja.     El varón santo tampoco es amoroso. Mira al vulgo como a perro de paja. (Tao 5 ab)

             El hecho de que el Tao no sea amoroso, significa que debemos superar el plano de los sentimientos, que son siempre concretos, que nos llevan a una cosa relegando a otra, a una persona en detrimento de otra. En el origen (Tao del Cielo y de la Tierra) no hay sentimientos ni afectos. Por eso, el hombre sabio descubre que todo lo que buscan y hacen los hombres es como un perro de paja, que se lleva en las fiestas y se quema, de manera que no queda nada. El sabio no tiene miedo a ninguna cosa, por nadie se angustia, nada le perturba, sino que vive en suprema indiferencia y en ella encuentra sitio para todo.

El pensamiento occidental suele buscar el porqué de cada cosa, dejándose llevar por la pasión, pues en el fondo piensa que ¡Dios es amor! (cf. 1 Jn 4, 8). En contra de eso, el Tao se eleva sobre los afectos, descubriendo más allá de todos ellos la indiferencia suma que, sin embargo, es fuente de la más alta armonía.

Apuntes para leer el Tao Te Ching I Parte

Los amores concretos dividen y enfrentan a los hombres, les llevan a desear lo amado y a luchar por conseguirlo, convirtiendo el mundo entero en una gran batalla. De esa forma, los hombres “amorosos” terminan siendo apasionados y violentos. Primero crean los males y luego inventan remedios artificiales para combatirlos, como las virtudes sociales y familiares. Pues bien, la solución no está en inventar nuevas virtudes, sino en hacerlas innecesarias, superando los deseos y dejando que se exprese la armonía originaria:

Cuando faltó el Tao vinieron la caridad y la justicia.  on los talentos y los ingenios vinieron las grandes falsificaciones. Cuando se perdió la armonía entre los seis parentescos          (padre, madre, hermano mayor, hermano menor, esposa, hijos)      se inventaron la piedad y el amor filial.       Para remediar las revueltas de la nación se inventó la fidelidad de los súbditos (Tao 18)

             Nuevamente estamos cerca del budismo, pero en el budismo la armonía superior es Nirvana, no puede expresarse en este mundo, de manera que la religión y el pensamiento corren el riesgo de formularse de manera negativa. El Tao, en cambio, quiere recuperar y reflejar la armonía cósmica de la naturaleza, expresándola en la misma vida social, elaborando así un modo de equilibrio político sin violencia.

LA PAZ DEL TAO

 Como podemos suponer después de lo dicho, la paz social del Tao no es algo que se pueda conseguir partiendo de estrategias políticas o militares, sino que brota de la misma realidad originaria, que es un equilibrio natural. En esa perspectiva, la caridad familiar y la misma justicia de la sociedad, entendida como una exigencia que viene de fuera, son ya signos de un desequilibrio precedente: maneras de querer imponerse o de lograr de nuevo una armonía parcial o impositiva. Es bueno el equilibrio, pero no se puede conseguir de un modo artificial, con mandatos, imposiciones, sentimientos, sino que ha de brotar de la misma naturaleza, obrando sin obrar, haciendo sin hacer.

 El varón santo luce porque no aparece. Brilla porque no se estima.      Realiza su obra porque no se empeña. Crece porque no se cuida.     Nadie le disputa nada, porque él con nadie contiende (Tao 22b). Hablar poco, seguir la naturaleza (Tao 23 a)

El que se levanta de puntillas no se sostiene. El que da largos pasos no puede andar.           El que aparece no luce; el que se estima no brilla; el que se empeña fracasa (Tao 24).

             El confucionismo quería ser y ha sido un ética política, un manual de sabiduría para gobernantes; por eso era realista y buscaba el amor (jen) o la armonía entre todos los vivientes. El taoísmo, en cambio, es una mística total más que una política; es una guía de vida para hombres y mujeres que son capaces de elevarse sobre el mundo de deseos que nos amenaza, como sucedía también con el budismo. A pesar de eso (o precisamente por eso) ha ejercido una gran fascinación, incluso sobre algunos filósofos occidentales (cf. P. Sloterkijk, Eurotaoísmo, Barral, Barcelona 2001). Desde ese fondo queremos evocar algunos de sus textos más políticos más conocidos:

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Quien queriendo conquistar el Imperio (el mundo) se pone a trabajar por lograrlo, a mi parecer no lo logrará.       El Imperio es utensilio muy prodigioso. no se le puede manejar;    si te pones a manejarlo lo estropearás. Tomarlo es perderlo (Tao 29).

En el fondo de estas palabras está latiendo el ideal de una naturaleza entendida como armonía entre los seres. Ellas muestran que la vida no es conquista, imposición o fuerza, sino equilibrio original. Somos aquello que nos hace el Tao no teniendo que hacer nada. Por eso, tenemos que dejar que sea, no perturbarlo, no introducir en el mundo la lucha de nuestros deseos, la contradicción de nuestra acciones.

Los occidentales hemos querido conquistar el mundo con la técnica, creando un sistema muy perfeccionado de imposiciones, empresas y mercados. Pues bien, nuestra construcción se ha convertido en destructora. Corremos el riesgo de deshacer la armonía ecológica del cosmos. En contra de eso, el Tao sabe que deben superarse todas las guerras sociales, retornando para ello al equilibrio natural sobre el mismo cosmos:

 Los que asisten con Tao a los soberanos no deben violentar el mundo con armas. Las cosas fácilmente se trastruecan. Donde acamparon los ejércitos nacen las zarzas            y tras las tropas inevitablemente vienen años de hambre .Lo mejor es contentase con los frutos espontáneos, sin pedir más.

      No arrebatar nada a la fuerza. Sólo el fruto, sin urgir más. El fruto, sin más empeñarse  El fruto, y aún éste a no poder más; el fruto sin forzar más (Tao 30).

             Este pasaje relaciona la violencia militar (ejércitos) y la imposición cósmica (arrebatar a la tierra sus frutos); ambas forman parte de una misma actitud de coacción destructora. Pues bien, en contra de eso, para ofrecer un orden social, el Tao quiere empezar siendo equilibrio con una naturaleza que nos precede y funda, llena de sabiduría y riqueza, ofreciéndonos generosamente sus frutos.

Quien quiere tomar por la fuerza esos frutos los destruye, quien pretende ganar un imperio por guerra lo pierde (se pierde). En el equilibrio de las cosas encuentra el ser humano su grandeza, de una forma espontánea porque "el Tao en su eternidad no obra nada y nada deja sin hacer" (37a).

UN EQUILIBRIO. LAS DOS MITADES DEL PICTOGRAMA

 En ese no-obrar está el sentido, hondura y verdad de todo lo que existe. El Tao no actúa con armas, ni fuerza la naturaleza y, sin embargo, actúa sin cesar, como muestran las dos mitades de su círculo sacral. Las dos partes del círculo parecen cambiar y sin embargo se mantienen siempre iguales. Allí donde una tiende a dominar se alza y emerge la otra en antítesis constante.

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Esta es la antítesis pacífica de la vida: armonía eterna de contrarios, círculo girante de dos círculos sin fin, que nos sitúa de nuevo en el nivel de las religiones cósmicas. Así se expresa la paz de la naturaleza, no del amor que se entrega y comparte de un modo gratuito y personal, sobre la muerte, como evoca el símbolo cristiano de Jesús crucificado. El Yin-Yang del Tao y la Cruz de Cristo abren dos modelos de amor que, sin duda, no son contradictorios, pero sí diferentes.

            Suele decirse que elcristianismo occidental ha querido imponer su visión del mundo por la fuerza (utilizando incluso la cruz como espada) y que el budismo, empeñado en superar todo deseo, tiende a evadirse del mundo, negando así la fuerza de la vida. Frente a eso, el taoísmo sería la religión del equilibro cósmico, sobre toda codicia o desmesura, sobre toda negación o muerte (cf. Tao 1). El Tao es religión de la armonía natural del wu-wei, no-obrar que lo hace todo, mística de inmersión originaria y final en la naturaleza.

Tao - Wikipedia

Pues bien, este equilibrio del Tao constituye una armonía sin amor personal (pues cielo y la tierra no son amorosos; Tao 5), es un orden de renuncias exteriores (mal se guarda un salón lleno de ricos metales y piedras preciosas; Tao 9), más que un encuentro de amores activos y de gozo apasionado por la naturaleza y por los otros hombres. Ciertamente, el Tao puede ser muy ecológico, pero su “casa y modelo cósmico” parece más regresivo que creativo (desde una perspectiva occidental).

      En sentido estricto, el sabio taoísta es un renacido “impasible, inexpresable, abobado, como infante recién nacido” (Tao 20), un hombre que ha retornado al paraíso original (cf. Gen 2) donde las cosas son buenas en sí, como parte de una naturaleza que nos concede lo necesario sin que tengamos que forzarla. En ese retorno se anuncia y expresa el milagro del Tao: “Si los príncipes y reyes pudieran cumplirlo todos los seres se acogerían espontáneamente a su hospedaje; y el Cielo y la Tierra se unirían para llover dulce rocío. El pueblo se concertaría por sí mismo" (Tao 32). Se corre así el riesgo de que este sea un Tao sin hombres reales.

Es hermoso el modelo del Tao, pero, a nuestro juicio, le falta libertad creadora; por eso, el taoísmo puede representar un contrapeso de equilibrio cósmico, pero resulta insuficiente para crear la paz en un mundo de tensiones múltiples, que sólo pueden superarse a partir de un amor más alto, que vincula a las personas, en medio de esas tensiones. Parece que el Tao no toma en serio la violencia concreta de la humanidad, ni ofrece los remedios para superarla. Por eso, su propuesta puede acabar siendo puramente testimonial, separada de la conflictividad real de los hombres, siendo incapaz trazar un camino de liberación como el que lleva al Nirvana o al Reino de Dios.

Equilibrio del Tao, esperanza israelita. El Tao nos sitúa cerca del sueño israelita de la tierra que mana lecha y miel (¡rocío celeste!: cf. Ex 3, 8) y suscita la paz universal (¡pastarán juntos el lobo y el cordero!: Is 11, 6 s). El Tao apela a la bondad original de la naturaleza. "Cuando en el mundo florece el Tao los caballos de guerra se usan para acarrear estiércol. Cuando falta el Tao se crían caballos de guerra..."(Tao 46). Estamos cerca de Is 2, 4 (de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas): con Tao, los caballos son símbolo de paz (se emplean en la agricultura); sin Tao, son medio combate. (cf. Os 14, 4): El Tao es sencillez, cultivo del campo, gozo de grano en los graneros, sin derroche innecesario

Para el Tao no hay futuro de liberación, sino armonía de opuestos en el mundo. No hay principio ni habrá meta. Existe lo que ya existía desde siempre y para siempre. Los dos polos de la realidad se mantienen constantes, como juego (lucha y armonía) de contrarios. Sabio es el que llega a comprenderlo, haciendo de esa reconciliación de opuestos el sentido y riqueza mayor de su existencia. No pretende destruir la oposición; tampoco quiere aniquilar la lucha, pues eso sería imposible y negativo. Admite y valora lo que existe (la oposición dual, la lucha de contrarios), pero, en el fondo de esa lucha logra descubrir un orden de armonía superior. Esta postura resulta admirable por su hondura y equilibrio, pero juzgamos que al fin acaba siendo insuficiente:

‒ El Tao ignora el valor individual de las personas.Varón y mujer son para el Tao formas relativas y polares de un conjunto superior, mitades de un todo más extenso (como suponía un persona del Banquete de Platón). El ser humano sería como un "círculo" donde se incluye lo masculino y femenino. No hay verdadero "yo" (individuo personal). Unos y otros, varones y mujeres, estamos condenados a tirar de la rueda de una especie de noria dual a la que estamos amarrados. El cristianismo en cambio ha destacado el valor individual de la persona interpretada como sujeto responsable, dueño de sí mismo. El ser humano (varón o mujer, griego o judío) es alma o, mejor dicho, persona. Cada uno está escindido y separado en su raíz, cada uno forma un todo ante Dios o frente a Dios, con quien dialoga

‒ El Tao nos mantiene en un espacio de "naturaleza" dual donde ni varón ni mujer son independientes. Ambos son mitades o polos de un conjunto armónico más grande que les determina. Por eso no se tienen que "hacer", están ya hechos. Solamente deben aceptar lo que son, reconocerse vinculados uno en otro y con el otro. Hermoso es el Tao, pero no deja lugar para un Dios personal, ni permite entender al varón o mujer como personas. El cristianismo valora a la persona en cuanto tal más que a su forma femenina o masculina: cada uno es independiente, dueño de sí mismo, abierto a su propia salvación o su condena ante un Dios que es infinito por hallarse más allá de toda dualidad o Tao de este mundo.

‒ El Tao funda de hecho una jerarquía entre los sexos. En un sentido, no existe jerarquía: ni el cielo es mayor, ni la tierra más pequeña; ni la oscuridad es peor, ni la luz más elevada o más perfecta etc. Los dos polos se mantienen siempre en unidad orgánica de forma que el uno solo existe desde el otro y para el otro. En esa perspectiva no se puede hablar de preeminencia del varón sobre la mujer, ni viceversa. Pero, dicho eso, debemos añadir que el varón ocupa puestos y realiza funciones que mirados en línea occidental, resultan superiores. Pues bien, en contra de eso, las personas cristianas no son momentos polares dentro de un todo, sino individuos completos, iguales, capaces de amarse en libertad. En este último nivel hay que decir que ni el varón es para la mujer ni la mujer para el varón, en clave de necesidad y dependencia. Cada uno es para sí (para Dios), en total responsabilidad o apertura hacia las necesidades mayores del entorno (de aquellos que la Biblia llama pobres). Sólo allí donde se descubre el valor infinito del otro en cuanto necesitado sin más, sobre todo orden superior, se puede hablar del valor de la persona.

‒ El Tao no tiene historia. Por eso no admite un camino de futuro que lleva a la reconciliación superior (o a igualdad) entre todas las personas. Dicho en perspectiva judeocristiana, el Tao no conoce mesianismo; está encerrado en el eterno presente de aquello que ha existido y existirá. Pues bien, en contra de eso, el cristianismo tiene una experiencia mesiánica del valor de la persona, como varón y mujer; aún no se ha mostrado lo que verdaderamente podemos ser; no somos aún lo que seremos. Por haber ignorado el futuro de la historia, el Tao es incapaz de llegar a un nivel amor concreto. Por eso se detiene y queda fijado en el plano de la naturaleza donde todo parece repetirse en unos ritmos en el fondo de los cuales nada cambia, pues todo lo importante permanece siempre. Por el contrario, los cristianos buscan y van abriendo desde Dios un camino que les lleva a la reconciliación final entre sí y con todos los vivientes.

  Hemos querido interpretar el taoísmo como una expresión de la bondad de la naturaleza, equilibrio innato, paz originaria, pero en apertura interior, en equilibrio social. El Tao supone que al ser humano le estropean las leyes, las imposiciones de un estado que quiere dirigirlo todo, las normas de una religión y/o cultura dominada por el mimetismo y la envidia (cada uno desea lo que tiene el otro). Así aparece como un retorno hacia el principio, al estado natural de la acción no-activa, para llevarnos, al mismo tiempo, hacia un ideal superior de reconciliación social. Allí donde esa vuelta a la naturaleza pueda vincularse a la experiencia de liberación del deseo (budismo) y de amor personal activo (cristianismo) se podrá hablar de verdadero encuentro entre las grandes religiones, entendidas como promesa de futuro para la humanidad.

Según eso, el taoísmo no va en contra del cristianismo. Más aún, estoy convencido de que un diálogo con el taoísmo, sin complejos de superioridad ni inferioridad, sin imposiciones ni dogmas previos, resulta necesario para que el cristianismo re-descubra sus raíces de paz y sus exigencias de amor mutuo. Estamos entrando en un tiempo en que muchos podrán sentirse a la vez taoístas y cristianos, superando en diálogo de paz los recelos y enfrentamientos anteriores. Para ello será importante que el mundo chino conserve sus raíces (sin caer en el activismo occidental, ni en un cristianismo como el nuestro) y que occidente renuncie a sus esquemas de seguridad impositiva, elaborando su experiencia específica, de gratuidad personal y amor mutuo, en diálogo con el taoísmo y el budismo.

Estos temas de diálogo de religiones y culturas, con los que acaba la segunda parte de este libro, volverán a aparecer al final de la tercera, después que hayamos expuesto el sentido y formas de las religiones monoteístas de la historia. Lo dicho hasta aquí nos servirá de base y fondo para presentar los temas que siguen y para ofrecer, partiendo de ellos, nuestra propia visión del futuro y tarea de las religiones en la historia humana.

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