Tiempo del Anticristo

Estrictamente hablando, el Anticristo sólo aparece en tres pasajes de la tradición del discípulo amado (1 Jn 2, 18.22; 4, 3; 2 Jn 1, 7), con un sentido bien concreto: Es aquel, son aquellos que niegan que Jesús haya venido “en la carne”, de manera que interpretan su obra de un modo puramente espiritualista, sin preocuparse del amor al prójimo y de la justicia en la tierra.

Hay, sin embargo, alusiones y correspondencias en otros lugares como en Ap 13, 4-18; Mc 13, 14-23 par y, sobre todo, en 2 Tes 2, 3-12. En el fondo de esos textos puede adivinarse una antigua visión dualista de la realidad, que ha tenido mucho influjo en las capas finales de la Biblia Hebrea y en los apocalípticos, donde aparece oponiéndose a Dios y queriendo destruir su obra.
En ese contexto puede citarse al rey Antíoco Epífanes, a quien la tradición judía presenta como enemigo del Dios de Israel, pues pretende ocupar el puesto de Dios (cf. Dn 11, 36), que coloca en el lugar sagrado la abominación de la desolación (Dan 9, 27; 11, 31; 12, 11). En esa línea puede citarse la lucha de Gog, rey de Magog, que se alza contra Dios y será derrotado para siempre (Ez 38-39). De un modo consecuente, el Nuevo Testamento hablará de un anti-Cristo como opuesto al Cristo.
Pero el anticristo real es el que niega la "carne" de Dios, es decir, su encarnación en la historia, su presencia en los pobres, su amor hacia los marginados y enfermos. De su figura y acción quiero hablar en este final del tiempo litúrgico, insistiendo en su aplicación a nuestro tiempo.
(Hay dos novelas famosas sobre el Anticristo, una de Benson, otra de Soloviev, que cito al final; sus portadas aparecen en las imágenes de arriba. Son relatos valiosos, de gran actualidad. Pero es preferible, en este final del año litúrgico, volver a los textos de la Biblia, como haré en lo que sigue).
(1) Marcos y sinópticos. Falsos profetas y cristos.
El tema aparece en el «apocalipsis sinóptico» (Mc 13, Mt 24 y Lc 21, 5-33) donde se presenta, de formas convergentes el despliegue final de la obra mesiánica. Tras haber presentado el signo de la abominación de la desolación*, el texto continúa:
«Si alguno os dice entonces: ¡Mira, aquí al Cristo! ¡Mira allí! no le creáis. Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, realizando signos y prodigios capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos. ¡Mirad! Os lo he advertido de antemano» (Mc 13, 21-23).
No aparece aquí un anticristo individual sino varios falsos cristos y profetas, en un contexto de intensa “competencia” mesiánica. Ellos representan el mesianismo invertido de aquellos que ofrecen soluciones imaginarias a las crisis del momento final (centrada aquí en la guerra del 67-70 d.C., pero ampliada a los tiempos finales de la historia), utilizando a Jesús como excusa para cultivar la violencia, el orgullo y la opresión.
Esos falsos profetas y cristos pueden ser cristianos que cultivan un tipo de espiritualidad carismática o proto-gnóstica, en la línea de algunos “adversarios” de Pablo, quienes afirman que el fin ya ha llegado, y se presentan a sí mismos como representantes de una gloria superior de Dios, defensores de un evangelio sin cruz, cristianos superiores que rechazarían el menaje de entrega de Jesús, para quedarse sólo con un tipo de pascua gloriosa, que se expresaría precisamente en su poder superior y en sus méritos “espirituales”.
Pero, sin negar el posible influye de esa interpretación (de tipo espiritualista), estos falsos cristos y profetas de Marcos se sitúan más bien en la línea de un mesianismo de triungo social y político, como el que aparece en las propuestas de Pedro y de los zebedeos (cf. Mc 8, 32; 10, 35-40). Son los que quieren conseguir el “reino de Dios” a través de su violencia, en forma de dominio político-económico del mundo .
Durante la guerra judía (67-70 d.C.) de la guerra, y en los años anteriores, a partir del 40 d.C., surgieron desde Galilea hasta Judea diversos profetas apocalípticos, a los que el mismo Flavio Josefo llama “falsos”, que prometían signos varios del fin de los tiempos; entre ellos destacan Teudas y un Egipcio, de nombre desconocido. Según Marcos, esos falsos profetas/cristos están relacionados con la Abominación de Mc13, 14, aunque no se identifican con ella, pues parecen figuras de menos importancia, personas que quieren hacerse portavoces (o destinatarios) de una revelación futura. El acontecimiento fundamental, la gran crisis, ha sido la Abominación, pero ella ha estado precedida o acompañada por estos falsos profetas y cristos, que no responden a la Palabra de Dios, sino que quieren solucionar los problemas del mundo con sus guerras de liberación y sus persecuciones. Por eso, Jesús (Señor de pascua) pide a sus fieles que tengan cuidado, que no se dejen arrastrar por falsas profecías.
En este contexto, Marcos indica a los cristianos que los falsos cristos y profetas pueden realizar signos y prodigios (sêmeia y terata: 13, 22) para engañar a los creyentes, separándolos del camino de entrega creadora que Jesús ha trazado en su evangelio. Los milagros de Jesús y sus seguidores han sido un signo de presencia del Reino de Dios, expresado como curación. Pues bien, aquello que en Jesús era signo de entrega a favor de los demás (elevación de los pobres, liberación de oprimidos) se convierte para los falsos cristos en señal de lo contrario: en medio y camino de afirmación egoísta de sí mismos. Estos profetas y cristos invertidos utilizan su poder para imponerse sobre los demás (o para engañarles con sus predicciones) y no para servirles con la entrega de la vida.
(2) Segunda a los tesalonicenses.
Aquí aparece la figura clave del Anticristo, aunque no su nombre. Éste es uno de los textos que más ha influido en la historia de la Iglesia (y en los miedos y terrores de occidente, a lo largo de los siglos):
«Con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestra reunión con Él... No sucederá sin que venga primero la apostasía y se manifieste el Hombre de iniquidad, el hijo de perdición, el que se opone y se alza contra todo lo que es Dios o es adorado, de manera que se sentará en el templo de Dios haciéndose pasar por Dios. Ahora sabéis quien lo detiene, a fin de que a su debido tiempo sea revelado, porque ya está obrando el misterio de la iniquidad, pero debe ser quitado del medio Aquel que ahora lo detiene. Entonces será manifestado el Inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el soplo (=espíritu) de su boca y destruirá con la epifanía (=resplandor) de su parusía Y la parusía del inicuo es por operación de Satanás, Con todo poder, señales y prodigios falsos... (2 Tes 2, 1. 3-4. 6-9).
Lógicamente, la historia debería haber terminado: Satán (el Anticristo) debería haberse alzado con furia destructora, para ser al fin destruido por el Señor Jesús. Pero la amenaza «se ha parado» porque un Detenedor (Katekhon) está frenando a Satán. ¿Quién es ese que detiene al Maligno: la misericordia de Dios, el imperio romano, la predicación cristiana...?. En este contexto, más que la tardanza de Jesús (problema que Pablo ha tratado en 1 Cor 15), a Tes le importa el retraso del Perverso (del Anticristo).
Lo fácil es que el mundo hubiera acbado, por la cantidad de su violencia; lo difícil es que continúe. Por eso, 2 Tes (un continuador de Pablo) afirma que el “milagro” es el hecho de que podamos vivir en este tiempo de retraso (detención ¿distensión?), que Dios nos ha ofrecido, antes de que estalle la doble parusía. Para que venga el Señor ha de venir antes el Inicuo. Lo admirable no es la destrucción, ni la parusía de Cristo (implícita en su Pascua), sino que siga habiendo un tiempo de espera.
Conforme a una lógica de oposiciones, que está al fondo de la apocalíptica israelita, la redención de Dios sólo vendrá tras la gran apostasía (propia de Satán), de manera que donde amenazaba el triunfo de la perversión triunfe y se exprese la gracia de la vida. Pues bien, el autor de nuestro texto sabe que no ha llegado aún el momento, de manera que la historia sigue, pues manera que la pascua de Jesús (que debería haber sido el fin de todo) abre de hecho para los hombres un tiempo de esperanza. Vivimos según eso en un compás de espera, hasta que se manifieste el Anticristo, a quien Cristo vencerá al final. La revelación del mal (del Malvado) se expresará como un paroxismo de violencia, con signos tradicionales (cf. Dan 11,36; Ez 28, 2), recreados desde un fondo cristiano: Frente a Jesús, revelación de Dios, se eleva su Contrario (revelación de Satanás).
La Pascua de Jesús suscita por contraste la Anti-pascua del Perverso, Hijo de la iniquidad, que pondrá su Trono en el Templo, haciéndose pasar por Dios, como suponía Dan 9, 27; 11, 31 (Antíoco hizo colocar una imagen o altar pagano en el Templo) y como muchos pudieron observar, cuando Calígula (40-41 d. C.) mandó poner allí su estatua (cf. Mc 13, 14). Satanás, el Anti-Dios, actúa a través del Inicuo o Anti-Cristo, Mesías invertido (cf. Ap 13: las dos Bestias).
Este es el pecado, el Mal supremo, tras el cual sólo queda la muerte: La economía que se autodiviniza, un tipo de poder político absoluto que se impone por la fuerza sobre el mundo. Pero sobre (contra) ese pecado se alzará el Mesías Jesucristo, para derrotarlo y expresar así la gracia y salvación de Dios.
(3) Apocalipsis.
Tampoco el Apocalipsis emplea el término Anticristo, pero desarrolla una serie de figuras contrarias al Cristo, que se centran de un modo especial en la Bestia (las bestias y la prostituta, como seguiremos viendo). Pero todas esas figuras dependen del Dragón de Ap 12, que más que anti-Cristo es anti-Dios, y se identifica con el Diablo-Satán*, la serpiente antigua de Gen 3, que ha venido a personificar todos los poderes del mal. De la derrota y aniquilación del Dragón y de las bestias habla el conjunto del Apocalipsis, en especial sus capítulos finales (Ap 19, 11‒20, 15). Aquí no me puedo ocupar del Dragón-Satán*, sino de sus “manifestaciones” escatológicas (pero de fondo histórico/imperial), que son básicamente las dos bestias con la prostituta, que se oponen más directamente al Cristo.
Muchos profetas (desde Amós hasta Ezequiel) habían condenado los poderes imperiales de la historia, mostrando con fuerza el carácter opresor, violento, idolátrico, de las armas militares y el afán de riquezas que destruyen a los pobres. En esa línea habían avanzado, de forma sorprendente, algunos textos apocalípticos como Dan 7 y 1 Henoc 83-90, que interpretan y presentan la perversión de la historia en figuras bestiales, de animales destructores: ellos, los poderes del mundo que se divinizan a sí mismo, son en realidad ídolos satánicos, portadores de muerte.
Pero nadie había logrado describir esos poderes con la radicalidad y precisión de Ap 13, distinguiendo y vinculando, desde el Dragón original, dos Bestias, una que simboliza el poder político-militar (Roma como Imperio) y otra el ideológico-religioso (Roma como sistema de pensamiento y religión). De esta forma, el Dragón de Ap 12, que podía parecer una figura intemporal, repetida en gran parte de los mitos del origen humano, se encarna en unos poderes sociales concretos, que por un lado se aplican al imperio romano y por otro se expanden y pueden aplicarse a todos los sistemas de opresión y destrucción a lo largo de la historia. Ellos son el verdadero anti-Cristo.
La Bestia del mar (Ap 13, 1-10) encarna la perversión de los poderes político-militares que reciben su fuerza del Dragón, para combatir contra "el resto de la estirpe de la mujer", es decir, contra los seguidores de Jesús. Hasta ahora, ningún profeta había presentado con esta radicalidad el mal completo, la opresión sistematizada, encarnándola de un modo social, en un imperio concreto de la tierra. Se hablaba de potencias sacrales destructoras, pero de manera más parcial, como muestran los textos de Dan 2 y 7 (con 1Hen, 2Bar y 4Es). Pues bien, el profeta Juan ha visto y descrito a la Gran Bestia, descubriéndola directamente en el imperio de Roma, aunque después podrá aplicarse a los restantes imperios perversos de la tierra.
La Bestia de la tierra (13, 11-18) es la perversión profético-religiosa y está encarnada en los sacerdotes y/o filósofos de la Bestia, funcionarios de su sistema de violencia. Ap 6, 15 citaba a reyes, nobles, comandantes militares, ricos y poderosos de la tierra. Todos aparecen ahora condensados en esta figura mentirosa al servicio de la violencia del sistema. La Primera Bestia era el Poder militar de la violencia. Al servicio de ella emerge esta Segunda, que es la religión y/o conocimiento pervertidos; nadie la había presentado de esta forma, desarrollando y destacando con tanta nitidez el poder de la mentira, esto es, la opresión de una cultura (religión o propaganda, filosofía o educación) al servicio del poder imperial romano. El Apocalipsis nos ha ofrecido en la figura y rasgos de este Segunda Bestia una radiografía descarnada y demoledora de la "inteligencia sacral" puesta (vendida) al servicio de la Primera Bestia. Hay algo peor que las armas y conquistas militares: la mentira organizada de aquellos que las justifican y defienden, para su propio provecho.
Estas dos Bestias vinculadas entre sí como poder político-militar y profético-religioso, luchan con la fuerza del Dragón en contra de la estirpe de la Mujer, es decir, en contra de la iglesia. Ellas constituyen un peligro real y muy concreto para las comunidades de cristianas de Asia, hoy Turquía (donde escribe el autor del Apocalipsis), pues quieren que los cristianos se sometan a un imperio que va en contra del mensaje y de la vida de Jesús. Ellas son una encarnación social del Dragón, que ya no actúa simplemente sobre el alto de los cielos, sino que ha descendido para combatir a los creyentes dentro de la tierra. Pues bien, ellas culminan y se expresa a través de la Prostituta de Ap 17, 1-6) que es una especie de anti-Iglesia.
Tanto como el anti-Cristo, al Apocalipsis le interesa la anti-Iglesia, que es la gran Prostituta (Pornê: Ap 17, 1-2), que los lectores identifican con la Ciudad imperial, convertida en mercado de sangre, donde todo se compre y se vende, pues todo tiene un precio, al servicio de las bestias y del Dragón. Esta prostituta es el mercado donde nada vale en sí, sino para el negocio, el Poder prostituido; ella recibe el dominio que le ofrecen las Bestias, así domina a los Reyes de los pueblos, poniéndolos a su servicio; así emborracha a los habitantes del mundo, haciéndoles beber su vino de olvido y muerte (cf. Ap 17, 2). De esa forma engaña, sin destruir directamente de manera militar (como la Bestia 10), sin acudir a propagandas de tipo ideológico (como la Bestia 2ª), sino utilizando la seducción del dinero (promete riqueza a los reyes) y el placer (emborracha con su vino a los incautos). Dinero y placer, sexo mercantil y vino: estos son sus signos y poderes.
(4) Cartas de Juan. Un anti-cristo concreto: Los que se oponen a la obra de Cristo en la “carne”:
Sólo en esas cartas aparece el término Anticristo (1 Jn 2, 18-22; 4, 3; 2 Jn 1, 7), referido ya a una realidad concreta, que se expresa dentro (y no fuera) de la misma iglesia.
El Anti-Cristo no está fuera, sino dentro de la Iglesia. Anticristo son ahora los falsos cristianos, aquellos que “niegan que Jesús es el Cristo”, negando de esa forma al verdadero Dios, y a su Hijo encarnado. Seductor y anti-Cristo es el que niega la humanidad histórica de la salvación, tal como se expresa en la vida concreta de la Iglesia. Juan se refiere en esa línea a los “herejes” entendidos en sentido concreto, como aquellos que han formado parte de su Iglesia (de su grupo), pero que después la niegan, buscando un Cristo de tipo gnóstico y una Iglesia separada de la vida y lucha concreta de los creyentes encarnados en la historia.
2 Jn 1, 7 Muchos seductores han salido al mundo, que no confiesan que
Jesucristo ha venido en carne. Ese es el Seductor y el Anticristo.
1 Jn 2, 18 Hijos míos, es la última hora. Habéis oído que iba a venir un
Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos
damos cuenta que es ya la última hora.
1 Jn 4, 2-3 Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios;
y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; ese es el del
Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el
mundo.
Anti-Cristo es una iglesia que niega su compromiso con la “carne”, es decir, don la historia de los hombres, con el dolor de los pobres… Anticristo es una religión que se busca a sí misma, una Iglesia que olvida la “encarnación”, es decir, el compromiso concreto con los pobres del mundo.
El “peligro” del anti-Cristo no se encuentra ya fuera de la comunidad, en un plano histórico de lucha político-social (como en Mc 13), ni tampoco en una visión apocalíptica del fin de los tiempos (como en 2 Tes), ni en una configuración anti-cristiana del imperio romano, que se opone como poder diabólico a la Iglesia. El peligro está en la misma iglesia que puede “renegar” de su vinculación al Cristo histórico, convirtiéndose en una especie de “ideología” espiritual sin mesianismo.
(5) Una reflexión del magisterio católico.
La figura del Anticristo ha sido y sigue siendo una de las más conocidas de la tradición bíblica, y así lo ha puesto de relieve el Catecismo de la Iglesia Católica, del año 1983, desarrollando una visión literalista (y quizá parcial) de los textos citados, pues no tiene en cuenta la complejidad de los testimonios, empezando por el evangelio de Marcos y culminando en la literatura del Discípulo Amado. Así el num. 675 afirma que «Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompañará a la Iglesia en su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “Misterio de la iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa». Desde ese fondo se interpreta la figura ya concreta del Anticristo:
«Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, "intrínsecamente perverso" (cf. Pío XI, "Divini Redemptoris", que condena el “falso misticismo” de esta “falsificación de la redención de los humildes»(CEC 676) «La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua (es decir, de esta persecución, de esta crucifixión, que tendrá lugar en el tiempo de la máxima impostura) en la que seguirá a su Señor en su muerte y su resurrección (Ap 19,1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el Cielo a su Esposa (Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 Ped 3, 12-13)» (CEC 677).
La doctrina de CEC es buena, pero quizá no capta con radicalidad aquello que para Juan es el Anti-cristo: Aquel (aquellos) que niegan la “carne” de Jesús, su compromiso concreto (encarnado) al servicio de los pobres y enfermos del mundo.
He desarrollado algunos aspectos del tema en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2006 y en Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 1999.
En plano bíblico también. R. B. ALLO, Jean. L'Apocalypse, abalda, París 1971; R. H. CHARLES, The Revelation of St. John, I-II, ICC, Clark, Edimburgo 1971 (1ª ed. 1920); H. B. SWETE, The Apocalypse of Saint John, Londres 1909. Cf. YABRO COLLINS, The Combat Myth in the Book of Revelation, HDR 9, Missoula MO 1976; P. PRIGENT, L'Apocalisse di S. Giovanni, Borla, Roma 1985; G. THEISSEN, Colorido local y contexto histórico en los evangelios, Sígueme, Salamanca 1997, 145-188.
Desde la narrativa, cf.:
LIVIO FANZAGA, DIES IRAE.LOS DÍAS DEL ANTICRISTO, Eiciones Desclée de Brouwer, Bilbao 2005
R. H. Benson, El amo del mundo, http://www.quedelibros.com/libro/73112/Senor-del-mundo.html
V. SOLOVIEV, Los tres diálogos. El relato del Anticristo, Scire, Barcelona 1999