Transfiguración. Estar con Jesús, bajar del monte

Varias veces he tratado en este blog de la trans-figuración (meta-morfosis), siguiendo básicamente el relato de Marcos, analizado sus diversas partes, siguiendo las claves de mi comentario al evangelio. hoy, día de la fiesta del Salvador Transfigurado (6 VIII 12), evoco otra vez este motivo, retomando el hilo de mis últimas aportaciones en el blog:

‒ Aparición de Jesús, visión o experiencia pascual: sentido personal/eclesial y fondo histórico del texto (en la línea de lo que he venido diciendo sobre Fátima)
‒ Oración como experiencia de transcendimiento y de transformación, centrada en Jesús (y en otros testigos)
‒ Unión de Jesús con otros testigos de la fe y del compromiso personal y social (Elías, que es la profecía violenta hecha pacífica, Moisés, que es la Ley…).
‒ Subir y bajar de la Montaña….


Como he dicho, he comentado varias veces este pasaje, y por última vez en mi último libro de Marcos, donde ofrezco mi visión más académica sobre el tema. Hoy, fiesta de la Transfiguración (6 de agosto) vuelvo a ese motivo, aprovechando algunas intuiciones de Groody, Globalización, espiritualidad y justicia (Verbo Divino, Estella 2009, 371-381).

Subir al Monte es cuesta, pero puede conseguirse... Lo difícil (lo novedoso) es bajar cuando estás arriba (y piensas que puedes mantenerte allí por derecho, plantando tus tiendas y dominando sobre todos). Cierto tipo de Iglesia ha subido a su monte y allí sigue (allí seguimos), en los varios sentidos "hispanos" de ese término (tirarse al monte, estar a monte...). Bajar del monte comprendiendo el sentido de la vida y acompañar (animar) a los perdidos (humillados) del llano, ésa es la tarea. No es mala una escapada al monte (es necesaria). Pero quedarse allí es equivocación, puede ser egoísmo (y es, al final, signo de derrota).

Feliz fiesta a todos.

Nueva introducción

Empiezo pidiendo al lector que se sitúa ante el texto (Mc 9, 2-29), con sus tres partes bien marcadas. Deje hablar a su interior o, mejor dicho, “deje que su corazón” vea, mirando con los ojos interiores de la fe (como en la meditación ignaciana; cf. Mc 10, 17-25; Lc 10,38-42; Mt 6, 19-21…). Sienta así que el corazón es el lugar del encuentro de lo divino y de lo humano… y luego, si quiere, lea estas reflexiones que siguen:

a. Visión en el monte (Mc 9, 2-8), una nueva mirada, experiencia de inmersión personal en lo divino, con toda la historia/vida de Jesús que se vuelve (aparece) como transparencia de Dios, en clave de pascua más que de experiencia puramente física (ésta es la visión clave del “Fátima cristiano” de Marcos). En esa línea, la Iglesia ha subido al Monte de la contemplación litúrgica y sacral, con Moisés y Elías (con su propio Antiguo Testamento)… y en gran parte ha quedado allí.

En línea popular se puede afirmar que un tipo de Iglesia ha tirado a Monte, con un tipo de “guerra propia” (la guerra de la santidad de Dios, que se identifica con la propia santidad de la Iglesia), con Pedro y con los zebedeos, los representantes del ala fuerte, ligada a la búsqueda de poder.

Tres elementos del texto.

b. Diálogo en el descenso (Mc 9, 9-14), conocer la muerte, esperar la resurrección. Tanto como subir al monte de Dios importa el “bajar del monte con Dios-Jesús”, descubriendo en la bajada el sentido supremo del misterio: El don y tarea de la muerte (sí, he dicho de la muerte). Orar implica aprender a morir dando la vida. (Estoy de nuevo leyendo uno de los libros clave de economía del siglo XX: Karl Polanyi, La Gran Transformación). Éste es su tema de fondo del relato (y del libro de Polanyi): aprender a morir, desde la riqueza de la vida (En la imagen, piedras para sentarse y dialogar, tras la bajada del gran monte).

‒ Ésa es la cuestión clave de la Iglesia: Descender del monte de su contemplación, para entender lo que significa “morir por los demás, resucitando de esa forma”. Todo el evangelio de Marcos se resume así: Entender y confesar la muerte resurrección del Hijo del Hombre, vinculada con la resurrección de los muertos (cf. 1 Cor 15) y, todavía de un modo más intenso, con el camino de muerte de Jesús. Mientras no “entiendan” y acepten el camino de muerte de Jesús, Pedro y los suyos no podrán entender la resurrección, y por eso discuten sobre ella. Mientras no sean capaces de bajar de su monte para morir por los demás, los seguidores de Jesús no entenderán el sentido de su Gran Ascenso.

Marcos supone que los discípulos (representados por los tres taboritas: Pedro y los Zebedeos) han tratado de esclarecer el sentido de la muerte y resurrección (de los muertos y de Jesús), pero no dice si lo han conseguido (más aún, supone que no lo han conseguido). Hasta que no recorran con Jesús todo el camino de muerte, llegando a la tumba vacío y dejando Jerusalén para volver a Galilea, ellos no entenderán lo que es la “pascua cristiana”; eso significa, según el Jesús de Marcos, que no la han entendido, no han llegado a ser aún verdadera Iglesia Mesiánica, de Jesús nazareno. Ésta ha sido la situación (y sigue siendo) la situación de los discípulos “privilegiados” de Jesús mientras no cumplan lo que pide el joven pascual de 16, 6-7 (en torno al año 70 d.C.).


c. Curación en el llano (Mc 9, 14-29). El tema es la juventud loca (en Mt “lunática”), entre escribas y economistas incapaces de ofrecer un camino. Abrir un camino de vida en cordura y salud a la juventud rica y pobre (especialmente a la rica/loca)… Aprender a compartir la esperanza… entregando por ello en gran gozo la vida. Esa es la tarea cristiana.


((Recuerdo la gran fiesta de San Salvador en la Ermita de Gerediaga de Abadiño, ante las piedras donde se sentaban para dirimir los temas del Valle los junteros del Duranguesado... (imagen que sigue, con las piedras renovadas, ante la ermita).

El evangelio de este día era evangelio de fiesta social, de organización política..., de bajada del monte. Recuerdo mi estancia en Sal Salvador (el Salvador) un día como hoy, en un lugar donde la Iglesia quiso bajar del monte, con Mons. Romero...)).


Reflexión personal. Situarse ante el texto



Aunque la redacción del texto deja mucho espacio abierto para las interpretaciones, una lectura plausible supone que Marcos quiere indicar que el seguimiento de Jesús implica más que una simple confesión de Jesús como Mesías (como la que acaba de hacer Pedro); los discípulos deben ser curados de la ceguera espiritual que les impide ver las exigencias del amor que les lleva a sacrificarse por el Reino. Ciertamente, ellos aprender a obedecer los mandamientos, a cumplir la ley y a confesar la fe en Jesús como Señor, cosas que son aspectos importantes del ascenso a la montaña de Dios. Pero hay algo mucho más importante: Debemos subir al Tabor interior y exterior para descubrir a Jesús, para verle con los ojos del corazón, con Elías y Moisés.


‒ En un nivel, la transformación en la montaña (en la Transfiguración) puede interpretarse como algo que sucede a Jesús: Es Jesús resucitado el que se “aparece” en la Montaña de Dios, con la gloria de su vida culminada, en experiencia pascual, testimoniado por los dos grandes testigos de Israel, Elías y Moisés.

‒ Pero, en otro plano, todo puede entenderse como algo que sucede a los discípulos, que nos sucede a nosotros, que vamos al monte y que vemos, nos vemos, como en aquella famosa experiencia de la Tormenta de la que habla el mayor de todos los “racionalistas” (Kant, en su Crítica del Juicio).


A través de esta experiencia, los ojos de nuestros corazones se abren, capacitándoles para contemplar a Jesús en toda su gloria y – al menos por un momento – para ver la realidad tal como Dios la ve. Es probable que este acontecimiento nos capacite igualmente para alcanzar también una percepción distinta de otras personas. No juzgamos ya a la gente por sus apariencias externas, sino que les vemos con más profundidad, en el corazón, como si estuviéramos aprendiendo a ver con los otros de Dios.

Ciertamente, esta experiencia constituye un momento importante en el cambio de visión de los discípulos. Pero nosotros seguiremos descubriendo que el mirar hacia el mundo de una forma nueva seguirá siendo un reto y una tarea, no sólo para los primeros discípulos, sino para nosotros mismos. Podemos inferir, según eso, que para la conversión (la nueva visión) constituye un reto duradero, que va más allá de alguna experiencia aislada de encuentro divino-humano sobre el pico de una montaña.

Todo nos hace ver que los discípulos querían permanecer sobre la montaña y saborear esta experiencia espiritual, a pesar de todo su terror y asombro maravillado (Mc 9, 6). Pues bien, ellos descubren con pesar que este tipo de experiencia-cumbre es momentánea. Hasta el día de hoy, sobre la cumbre del Monte Tabor (donde sucedió la Transfiguración, según algunas tradiciones) hay un letrero que “No Camping” (Prohibido Acampar).



Esta prohibición tiene unas razones prácticas (¿qué harían cientos de turistas espirituales acampando en el estrecho Tabor, tras una dura subida, a través de la mata…? ¡Tres veces he subido de esa manera, a pesar de los consejos de los guías que decían que no era prudente pasar por el monte…! para que tomáramos los taxis pertinentes).

Parece que los discípulos quieren cerrarse en su experiencia espiritual, pero ellos descubren que esta gracia de la iluminación espiritual no es un fin en sí mismo, sino un don que les ha sido dado para fortalecerles para el difícil camino que aún deben recorrer. Por eso, en un momento dado, ellos tienen que bajar de la montaña (Mc 9, 9). Tienen que volver con Jesús al mundo que han dejado, retornando al sufrimiento e injusticia del valle.

‒ La tradición dice que la transfiguración aconteció sobre el Monte Tabor, pero su elevación es sólo de 575 metros de altura y, en tempos de Jesús era probablemente un lugar fortificado e inaccesible. Algunos estudiosos – y esto puede ser más probable – creen que la transfiguración tuvo lugar sobre el Monte Hermón, de 2814 metros altura, cerca de Cesarea de Felipe, donde podría haber más oportunidades de soledad. Cf. Trent C. Butler (ed.), Holman Bible Dictionary, Colman Bible Publishers, Nashville 1991, 639, 1362.


Ampliación con Groody.
Descendiendo al valle de los locos y excluidos
((Sólo para interesados, cum tempore)).


En el alpinismo de alta montaña, uno de los modos más dramáticos de descenso de un pico es el rapel (rappel), que implica el uso de cuerdas, arneses de nylon y utensilios de metal (mosquetones, con figura de “ocho”). El descenso rapelando resulta más exigente y arriesgado que el ascenso y a veces produce más miedo, pero ofrece una recompensa mucho mayor. A causa de la fricción y de la tensión creada entre las cuerdas y las figuras en forma de “ocho”, cuando deja que la cuerda se deslice, el montañero puede mantenerse con seguridad, en su lugar.

Cuando ese montañero agarra la cuerda de rapel, depende de su propia fuera para empezar a descender. Yo he visto a muchos escaladores realizando todo ese proceso de descenso, de un modo satisfactorio, delante de mí… pero siempre he seguido teniendo miedo. Se está mejor en la pretendida montaña de la transfiguración.

En este contexto, el evangelio de Marcos habla de un descenso dramático desde la montaña. Jesús muestra a sus discípulos que al seguirle en el camino que tiende hacia Jerusalén, mientras van descendiendo al valle de injusticia, ellos tienen que renunciar a todo (tienen que dejarse ir), y re-aprender casi todo lo que antes habían aprendido: ¡Tienen que aprender a morir, en sentido radical: Han de aprender a dar la vida, a vivir en, con y para los demás!

A no ser que ellos aprendan a dejarse vencer (a dejarse transformar por el Dios de Jesús), los discípulos no podrán percibir ni entender. Ellos no estarán informados ni transformados. Los que bajan del Tabor tienen que aprender a poner sus vida en las manos de Dios, que promete sostenerles, guiarles y protegerles, incluso allí donde el mal amenaza con aplastarles. Seguir a Jesús significa desprenderse de todo, dejar que pase todo, mientras ellos descienden de la montaña al valle de injusticia.

El descenso al valle sólo es posible allí donde nos llena el convencimiento del poder del amor, en un mundo que se encuentran arrastrado por el amor al poder. Guiado por el amor y por la visión del Reino, el mismo corazón de Jesús les hace descender hacia aquellos que sufren, y en especial hacia el muchacho lunático, sobre el que todos discuten, pero sin ayudarle. San Pablo describe el movimiento de descenso de Dios de esta manera:

Cristo Jesús… existiendo en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! (Flp 2, 5-8)

En este auto-vaciamiento (kénosis), Jesús se vacía a sí mismo de todo, menos del amor, un amor que alcanza en la cruz la cumbre de su autodonación. Así lo describe Jon Sobrino:


Dios mismo está crucificado sobre la cruz de Jesús. El Padre padece la muerte de su Hijo y asume en sí mismo todo el dolor y sufrimiento de la historia. En esta solidaridad definitiva con la humanidad, él se revela a sí mismo como el Dios de amor que abre una esperanza y un futuro a través de la dimensión más negativa de la historia. La existencia cristiana no es más que un proceso de participación en el mismo proceso en el que Dios ama al mundo y, por lo tanto, ella se identifica con la misma vida de Dios (Jon Sobrino, Cristología desde América Latina: esbozo a partir del seguimiento del Jesús histórico, Ediciones CRT, México 1976].

A través de su muerte y de su resurrección, Jesús une el cielo con la tierra, la divinidad con la humanidad, la montaña con el valle. La Cruz y la Resurrección constituyen, según eso, las dos partes de un único misterio por el que Dios reconcilia el mundo consigo mismo y restaura los seres humanos, para que vivan conforme a unas relaciones justas.

Pierre Teilhard de Chardin afirma que “desde los mismos orígenes de la humanidad, tal como nosotros la conocemos, la cruz estaba colocada al frente del camino que conduce a la cumbre más alta de la creación… Al cristiano no se le pide que se desvanezca en la oscuridad, sino que ascienda iluminado por la cruz”.

‒ Pierre Teilhard de Chardin, Le Milieu Divine: Essai de Vie Intérieure, Éditions du Senil, Paris 1957: “Des la origine de l’Humanité actuelle nous comprenons qu’elle était dressée en avant de la routa que mène aux plus hautess cimes de la Création… Pour le Chrétien, el n’est pas question de s’évanouir dans l’ombre, mais de monter dans la lumière de la Croix ». [Ed. castellano: El medio divino, Taurus, Madrid, 1967].


Se necesita tiempo para comprender el significado de esas palabras, para entenderlas con los ojos del corazón. Pues bien, a través de los siglos, los místicos cristianos han explorado esas visiones de Teilhard de Chardin sobre la cruz como un medio de ascenso y de transformación espiritual. La cruz se encuentra en el centro de la auténtica espiritualidad cristiana, de tal manera que ella aparece a menudo en la tradición como nuestra única esperanza.

Eso significa que la experiencia de la transfiguración que los discípulos recibieron en la cumbre de la montaña no es un fin en sí misma, sino una gracia para fortalecerles ante la tarea del valle y ante el escándalo de la cruz. Jesús no buscó la cruz, sino que buscó el Reino y aceptó la cruz como una parte de ese Reino. De un modo semejante, la noche antes de que fuera asesinado, en el contexto de sus propios miedos, Martin Luther King, Jr., Aceptó la cruz desde la perspectiva de lo que él había visto en la montaña:

Tenemos por delante algunos días que serán difíciles. Pero eso ya no me da miedo, porque he estado en la cumbre de la montaña. Y ya no me importa. Lo mismo que cualquiera, me gustaría vivir una vida larga. La longevidad tiene un sentido. Pero ahora ya no estoy preocupado por ello. Lo único que quiero es hacer la voluntad de Dios y él me ha concedido estar en la cumbre de la montaña. Y he podido mirar desde arriba, a lo lejos. Y he visto la tierra prometida. Es posible que yo no pueda entrar en ella con vosotros. Pero quiero que sepáis esta noche que nosotros, como pueblo, entraremos en la tierra prometida. Por eso estoy feliz esta noche. Nada me preocupa. No tengo miedo de nadie. Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor (A Testament of Hope. The Essential Writings and Speeches of Martin Luther King, Jr., edición de James M. Washington, HarperCollins, New York 1986, 286)


Para Martin Luther King y para aquellos que seguimos a Cristo con el poder del Espíritu, la visión de la tierra prometida, la esperanza de las relaciones justas y, en último término, la unión con Dios y con los otros dan fuerza a nuestra camino, incluso allí donde nos dirigen de nuevo hacia el valle, para curar un mundo roto.
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