Ucrania 2022. Masacre, resistencia, renuncia... La respuesta de Jesús (Lc 13, 1-5 y 14, 28-33)

  El texto de guerra más siniestro y luminoso de la Biblia es el Apocalipsis.  Pero el evangelio de Lucas contiene dos breves relatos que encuadran y definen de forma sorprendente los "motivos" de la guerra de Ucrania, entre la masacre (primer texto),la negociación (segundo) y la renuncia creadora que propone Jesús.

El primer texto (Lc 13, 1-5) presenta la guerra como matanza, sin razón ni atenuantes. Junto a los terremotos que destruyen torres, matando inocentes y culpables, destaca Jesús la violencia de los que masacran a “galileos” (como hace Pilato) para mostrarse superiores, sacrificando inocentes al servicio del impero. Frente a esa guerra de matanza propone Jesús la meta-noia, un cambio total de pensamiento/vida, en un mundo que corre el riesgo de destruirse (¡todos igualmente pereceréis!).  

El segundo texto (Lc 14, 28-33) nos sitúa ante las “razones” de la guerra, tal como han sido y siguen siendo formuladas por reyes y magnates. No trata de la guerra pura, como signo y principio de matanza, sino de una guerra razonada (no razonable), con argumentos a favor y en contra, con negociaciones .

Pues bien, frente a esas razones/negociaciones de guerra eleva Jesús  una respuesta radical: la negación de toda forma de dominio y riqueza de unos sobre otros. Quien algo quiere para sí tiene debe defenderlo con armas; toda posesión injusta engendra guerra. Según eso, la guerra sólo puede superarse de raíz  “renunciando” al dominio y posesión particular de unos (imperios, estados, poderes económicos)  sobre los otros.

Un militar ucraniano toma una fotografía de una iglesia dañada tras un bombardeo en un barrio residencial de Mariúpol, Ucrania, el 10 de marzo de 2022. (Foto: AP /Evgeniy Maloletka, Archivo).

GUERRA-MASACRE. SI NO OS CONVERTÍS, TODOS MORIRÉIS (Lc 13, 1-5).

En aquel tiempo, vinieron algunos y contaron a Jesús lo que había pasado con aquellos galileos cuya sangre derramó Pilato, en el mismo templo, junto a la sangre de los sacrificios que habían ido a presentan. Y respondiendo (a la pregunta, a la cuestión) les dijo: ¿Pensáis que aquellos galileos [masacrados por Pilato...] eran más culpables que todos los restantes galileos? Yo os digo que no. Y si no os convertís, pereceréis igualmente todos. Y aquellos dieciocho a los que aplastó y mató la torre de Siloé ¿pensáis que eran más culpables que los otros habitantes de Jerusalén? Yo os digo que no. Y si no os convertís, pereceréis todos igualmente (Lc 13, 2-5).

 El texto habla de dos calamidades. (1) La caída de la torre es una catástrofe «natural», como puede ser el desbordamiento de un río, la erupción de un volcán o la sacudida de un terremoto. (2) Los galileos a quienes mandó matar Pilato fueron víctimas de una represión política, fundada en el dominio del “imperio” romano, que no dejaba espacio de verdadera libertad para los galileos (que eran una especie de “ucranianos” de entonces).

Es significativa la unión de los dos casos de “violencia”, que Jesús expone sin hacer ningún comentario. Están ahí, las cosas son así. Mientras el mundo sea mundo puede haber terremotos, con torres que se caen (quizá también porque son viejas o han mal construidas); mientras haya imperios como Roma tendrán que defender su poder frente a posibles (o inventados) galileos. Jesús no  si la torre estaba mal construida, ni añade si Pilato era un perverso.  El mundo en su forma actual implica posibles terremotos. Los imperios en su forma actual exigen cierto tipo de “opresiones y represiones, con muertos”, como en el caso de aquellos galileao. En ambos planos, cósmico y social, todos, justos y pecadores, se encuentran igualmente amenazados en el interior de un mundo peligroso y frágil.

Muchos políticos y jueces de la actualidad dirían que la afirmación de Jesús, que sitúa la caída de la torre junto a la matanza de Pilato, resulta desafortunada. Ellos (jueces y políticos) ellos no tratan por igual a justos y a pecadores, sino que sólo castigan o matan, por violencia legal o legítima, a los culpables demostrados.

Pero Jesús daría poca importancia a ese argumento, propio de los defensores de la violencia "legítima", de forma que sitúa a todos por igual ante la “posibilidad” de la muerte, en un mundo que sigue amenazado por violencias naturales (terremotos, torres que caen) y sociales e imperiales, con políticos como Pilato que necesitan (quieren) mantener su “orden”, matando para ello (como mal colateral) a algunos “galileos” (o ucranianos, o “negros” pobres del África o de América.En este contexto añade  Jesús una frase que nos sitúa ante la exigencia de cambio radical que implica el evangelio (cf. Mc 1, 15): Si no os convertís (meta-noeite), si no cambiáis de forma de pensar-vivir), pereceréis igualmente todos (Lc 13, 5)[1].

Grabado sobre la destrucción de la Torre de Babel | Cultura | EL PAÍS

Jesús, que no ha sido profeta de penitencia y muerte, sino de vida. Pero él sabe que la vida en este mundo exige una conversión, cambio de mente. Sólo si aprendemos a pensar y vivir de un modo distinto podremos entender los terremotos… y superar la violencia de posibles asesinos y imperios, antiguos y modernos, que necesitan armas y guerras de disuasión para mantenerse[2].  

Convertirse es meta-noein, cabiar de forma de pensamiento y vida…Unos y otros, galileos y romanos (especialmente los romanos del imperio), ucranianos y rusos (especialmente los rusos imperiales…) han de aprender a pensar y vivir de otra manera. Ciertamente, la conversión de unos y otros ha de ser distinta; no es igual la conversión que se pide a los oprimidos, en el borde de la muerte, a de pobres dominados por el hambre, que a los opresores y ricos.   Hace falta conversión de todo, especialmente de los ricos, de los “imperiales” que, de un modo o de otro, viven a costa de los pobres.

Imágenes del Apocalipsis del Beato de Liébana — Arsgravis - Arte y  simbolismo - Universidad de Barcelona

Jesús nos dice “si no os convertís” (si no cambíais de forma de vida) moriréis todos, oprimidos y (sobre todo) opresores, pobres y (sobre tido) ricos…   Moriréis todos, no sólo por vuestra violencia asesina  militar y económica (por la masacre/matanza o por hambre…), sino por vuestra manera de imponeros sobre el mundo, destruyedo el equilibrio de la naturaleza).

En esta línea, , cuando Jesús afirma que si no os convertís, pereceréis igualmente todos, no está hablando de una conversión puramente religiosa de tipo ritualista (para que podamos cumplir mejor la ley), ni está aludiendo a la posibilidad de evitar la muerte por caída de torres o por matanza de políticos, sino de algo aún más hondo: este tipo de vida, con imperios como Rusia (o los restantes imperios del mundo), con violencia militar, imposición armada y lucha contra la naturaleza desemboca en la muerte de todos.

Jesús está diciendo que la vida en este mundo de torres que caen y soldados que matan a los galileos para defensa del imperio sólo puede mantenerse si aprendemos a vivir en gratuidad, en amor mutuo y solidaridad, en un mundo de terremotos, en una sociedad donde surgen (no se dice cómo) imperios como el de Roma y gentes como Pilato que para mantener su poder tienen que matar a los que piensan y actúan de un modo distinto (aunque sea en el mismo templo de Jerusalén, el lugar más sagrado del mundo, para ellos).

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Nota breve sobre los galileos. Ellos  habían  ido al templo a “sacralizar la vida”, a ofrecer sacrificios a Dios, sacrificios de paz y comunión, desde su perspectiva de pueblo del templo. Han ido, en el fondo, a orar por todos…Ofreciendo la sangre de unos animales “sagrados”, al servicio de la paz del universo, de todos los pueblos. Su sacralidad (vinculada a la sangre de animales ofrecidos a Dios y compartidos en comida fraterna) no es quizá perfecta (no es aún la de Jesús), pero va en la línea de la paz universal.

Nota final sobre los imperios. La sacralidad de Pilato (y en el fondo la de Roma y la de todos los imperios) es la sacralidad de la ma-sacre. Ya sé que etimológicamente masacre no viene de “sagrado” (tiene otro sentido de muerte indiscriminada). Pero, de hecho, fonéticamente podemos vincularla a la “sacralidad perversa”. El imperio de Roma se eleva y sacraliza (como muestra el Ara de la Paz de Augusto) venciendo y matando a los contrarios (que en el caso de Augusto fueron los hispanos…). Para mantener su paz, Roma tenía que matar a los galileos (guerra del 67-70 d.C.).

Comparación. No es exactamente igual la “masacre” de los galileos en tiempo de Jesús y la de los  ucranianos el año 2022, pero hay ciertas semejanzas. Para mantener una paz imperios como la que quiere el gobierno actual de  Rusia (no Rusia como nación) hay que meter miedo y matar a los “rebeldes ucranianos”, que tienen el “pecado” de ser diferentes. La conversión de la que habla Jesús para superar la muerte exige una forma distinta de vivir, en respeto mutuo, en gratuidad, sin imperio de unos sobre otros[3].

POR ENCIMA DE UNA PAZ “NEGOCIADA” ENTRE REYES O PODERES IMPERIALES QUIEN NO RENUNCIA A TODOS SUS BIENES NO PUEDE SER MI DISCÍPULO (LC 14, 28-33)

  Muchos estudiosos afirman que el primer razonamiento consecuente de los hombres, en su forma actual, ha sido el vinculado con la guerra. Los hombres han “pensado”, han programado de un modo organizado los medios y fines para hacer y ganar guerras.  De esa forma han nacido las grandes tribus militarizadas y luego los imperios, máquinas militares de violencia, para conquistar territorios y dominar la tierra, declarándose al final divinos.

Este ha sido (el) un argumento base de la Biblia, desde Amós y Habacuc, hasta Isaías y el Apocalipsis. Como sabe Habacuc, los reyes de Asiria (en el siglo VIII a.C.) declararon que su Dios era el arco y la maza de guerras, las “falanges” bien organizadas de guerreros, que salían en todas direcciones para conquistar la tierra y dominar a los pueblos. En esa línea han surgido babilonios y macedonios, con romanos… y luego españoles, ingleses y/o rusos, en América, en Siberia, en todos los maes, para “gloria” de sus dioses (es decir, de sus intereses).

En ese contexto se entiende el siguiente pasaje de Lucas, un prodigio de análisis social, de sobriedad expositiva… Si un rey quiere declarar una guerra, si un rico quiere construir una torre han de empezar calculando los costes de la empresa, en clave de soldados y dinero. Pues bien, de un modo abrupto, rompiendo esa lógica, de tipo utilitario, Jesús afirmará al final que el tema de fondo  es económico: No se trata ya de convertirse en general (de cambiar de mente), sino de  renunciar a todos los bienes (cf. motivo de Lc 12, 33 y 18, 22). De nuevo este pasaje puede leerse en el contexto de la guerra de Ucrania:

Paisaje después del apocalipsis

¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: Este comenzó a edificar y no pudo terminar. O ¿qué rey, si sale para combatir contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él con 20.000? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 28-33)[4].

 La cuestión está en el paso de las dos primeras comparaciones (construir una torre, ganar una guerra) a la tercera: ¿Cómo conseguir la paz definitiva? El oyente o lector está esperando en el tercer momento una respuesta parecida a la anteriores: Para ganar la guerra hará falta tener más dinero, tener armas mejores, con soldados…

Pues en bien, en contra de eso, Jesús dice que para seguirle (para compartir el camino de su reino) hay que realizar  un gesto más hondo, radical, distinto: Renunciar a todos los bienes (a todas las riquezas propias, incluso ganar la guerra).. En esa línea, de un modo sorprendente, rompiendo la lógica anterior, Jesús dirá que su seguimiento (el camino del reino) no implica monetaria ni socialmente ningún coste, sino todo lo contrario: Para “ganar esta guerra” de verdad hay que renunciar a todos los bienes (a todos los medios económico-militares). Así se entiende el contraste entre los tres “niveles” del argumento de Jesús:

‒ El primer contraste lo ofrece el dinero de la torre, que puede entenderse como castillo de defensa o como ciudad amurallada frente a todos los peligros (pyrgos, Gen 11, 4). Quien pretenda construir una torre de ese tipo ha de sentarse y calcular los gastos… En cierto sentido, todos nosotros seguimos siendo constructores de torres, como sabe el relato de Babel. Cada uno la suya, todos juntos la gran torre de la cultura mundial capitalista, que sólo se puede edificar con muchísimo dinero. ¿Tenemos suficiente para edificarla? 

‒ El segundo es de tipo militar, y está representado por un rey que para ganar una guerra y ensanchar su imperio ha de sentarse y calcular si tiene soldados y medios suficientes para culminarla. Entre esos “reyes” estaban entonces los tetrarcas como el de Galilea (Herodes, Antipas) o el emperador de Roma (Augusto, Tiberio), con sus delegados imperiales como Poncio Pilato,  siempre dispuestos a ensanchar su territorio,  siempre con dinero y con soldados.

‒ Pero, en tercer lugar, tras decir “de esa manera” (houtôs), Jesús rompe el esquema y ofrece su respuesta definitiva: El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. Los dos signos anteriores llevaban a pensar que él iba a pedir un tercer gesto semejante, en la línea de los anteriores. Una torre sólo pueden construirla hombres muy ricos. Una guerra sólo pueden ganarla reyes o caudillos militares, con imperios también ricos en armas, soldados y tácticas bélicas. Pues bien, en contra de eso, en este último caso, Jesús supera y rompe el plano de esas exigencias (dinero, soldados…), e invierte el proceso (la relación lógica entre causas y efectos), pidiendo a sus seguidores que renuncien a todos los bienes (a todo lo que tienen, con su mismo honor personal o de grupo) para así seguirle.

Biografia de Beato de Liébana

 Del plano de los ricos (hacedores de torres) y los reyes (promotores de guerras) Jesús nos lleva al plano de la vida concreta, de todos: El Reino de Dios no es cuestión de ricos o de reyes, ni de personas de honor, sino de los que son capaces de desprenderse de todo. Este cambio de plano respecto de los modelos anteriores marca la novedad de su proyecto de Jesús y de su paz. La paz de Jesús no se “vence” con armas y dinero, sino renunciado al dinero y a las armas.

Todos los principios precedentes cesan, tanto en un plano militar como económico. No se trata de construir una torre, ni de ganar una guerra, sino de vivir plenamente en gratuidad, superando un tipo de poder militar y de dominio ecoómico (construir torres y ganar batallas, para así descubrir la gratuidad de la vida, en línea de comunión humana, desde los más pobres, superando una carrera de méritos, honores o riquezas). Jesús no pide condiciones de otro tipo (riqueza o poder, honor, conocimiento o nobleza…), sino una coa: Renunciar a todos las posesiones (pasin tois yparkhousin), todas las cosas (propiedades), en una línea que ha sido explorada también de un modo consecuente por el budismo. Ésta es la paz de las bienaventuranzas, la paz de los que aceptan y proponen un camino de pobreza compartida y generosa como camino de reino.  

Jesús sabe (y dice) que la raíz de la guerra son los intereses y deseos económicos (deseo de tener, deseo de poder y de imponerse). En el fondo de la guerra se encuentra un tipo de disputa económica, expresada en el dominio de los “bienes de la tierra”. Ésta es una guerra por el control de la riqueza y el dinero (la riqueza de Roma y la de Rusia, con la de los otros poderes económicos de imperios, de naciones, de multinacionales…). No es sólo de Rusia, es guerra de las alianzas de estados y potencias militares, es la guerra de los que quieren dominar el mundo con violencia. Frente a ellos, como portadores de la paz de Dios, han de elevarse los que renuncian  a toda posesión sobre los otros.

“Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”. Sólo aquellos que renuncien a toda imposición económica a todo tipo de “dominio” imperial pueden superar esta guerra[5].

Esto es lo que dijo Jesús, esto es lo que quiso realizar con su doctrina y con su vida. Esto es lo que sigue diciendo ante la guerra de guerra de Ucrania, ante rusos y ucranianos y ante todos los restantes podres económico-militares de la tierra. Las responsabilidades no son iguales para todos, hay unos mucho más culpables que otros, pero la responsabilidad final es de todos.

Beato de Liébana - Wikipedia, la enciclopedia libre

Es bueno sentarse y negociar, como quiso el rey de esta parábola… Pero no basta con “negociar” en clave de poder. Para llegar al fondo hay que renunciar a todos los bienes, hay que “meta-noein”, cambiar de forma de pensar y de vivir, compartiendo en gratuidad los bienes y caminos de vida de la tierra, todos los hombres y pueblos, sin excepción alguna, superando las política imperiales de dominio de unos sobre otros.

 NOTAS

[1] Aquí no se alude a la muerte del justo asesinado (cf. Sab 2). Jesús no fue un «profeta de conversión», como ha destacado. E. P. Sanders, Jesús y el judaísmo, Trotta, Madrid 2004. Cf. J. Behm-E. Würthwein, «metanoei/n», TWNT 4, 972-1016.

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[2] El pasaje citado (Lc 13, 2-5) resulta paradójico y tiene dos conclusiones, que parecen oponerse: la primera sirve para negar la culpabilidad especial de los que han muerto (¡no son más pecadores...!); la segunda eleva ante todos la exigencia de un cambio (¡si no os convertís, pereceréis!). Al negar la culpabilidad especial de los que mueren está diciendo lo que sigue: ¡No por mucha conversión lograré que la torre no caiga y me mate o que no vengan nuevos Pilatos a matar a los inocentes! Pero, al mismo tiempo, pide conversión... Parece evidente que esta conversión ha de entenderse de un modo supramoral, en línea de gracia y no de ley (lo mismo que la de Mc 1, 15). La conversión constituye un elemento clave de la antropología judía, que Jesús ha retomado desde su mensaje de reino. Cf. B. R. Gaventa, From Darkness to Light: Aspects of Conversion in the New Testament, Fortress, Philadelphia 1986; W. L. Holladay, The Root šûbh in the Old Testament, Leiden 1958. Sobre el tema de la conversión en la Oración de Manasés, cf. A. M. Denis,«La Prière de Manassé», en Introduction aus pseudoépigraphes grecs de l'AT, StudVetTextPseudoepig I, Leiden 1970, 177-181; M. McNamara, Intertestamental Literature, Glazier, Wilmington DE 1983, 170-172.

[3] Hay una muerte intracósmica que llega por igual a unos y otros: cae la torre o se abalanza el huracán sobre justos y pecadores. Todos nos hallamos igualmente amenazados. Por eso, la conversión «para que no perezcamos» debe situarse más allá del juicio de este mundo, en el plano de la gratuidad divina. En un nivel mueren por igual justos y pecadores. Pero en otro nivel, por encima de esa muerte, puede revelarse ya una forma de existencia en gratuidad, más allá del juicio. En esta línea se sitúa E. Jüngel, Paulus und Jesús, HUTh 2, Tübingen 1967, 263.284 y, en algún sentido, W. Pannenberg, Fundamentos de cristología, Sígueme, Salamanca 1973. Uno de los que mejor ha presentado el mensaje de Jesús en línea de gracia y no de conversión moralista ha sido E. P. Sanders, Jesús y el judaísmo, Trotta, Madrid 2004; La figura histórica de Jesús, Verbo Divino, Estella 2000.

[4] Cf. T. V. MooreThe Tower-Builder and the King: Suggested Exposition of Luke XIV. 25-35, Exp 8 (1914) 519-537; A. Stock, Counting the cost, Liturgical Press, Collegeville MN 1977

[5] No es pasividad (como algunos entienden el wu wei del Tao), ni un tipo de nirvana (más allá de los deseos, como en cierto budismo), sino de ser en plenitud, no teniendo que hacer nada en clave de dinero, de honor y poder, en donación de amor radical. He comentado el sentido de este no-hacer-haciendo en Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2012 y en Violencia y diálogo de religiones. Un proyecto de paz, Sal Terrae, Santander 2004.

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