Volver sobre Haití. La justicia de Dios

Hace unas semanas, la tierra tembló bajo Haití y algunos han dicho que ha sido el mismo Dios quien ha “visitado” con su mano más dura la isla del Caribe, expresando de esa forma su justicia. ¿Cómo hablar de Dios cuando la muerte se abate, sin explicaciones, sin misericordia, sobre los más pobres de la tierra. Posiblemente no hay respuesta racional satisfactoria. Sobre ese tema, que es en el fondo el tema de la teodicea (¿defensa de Dios?) vienen hablando desde hace tiempo dos de los teólogos más significativos del mundo hispano: J. A. ESTRADA, La imposible teodicea, Trotta, Madrid 1997, insiste en la dificultad racional de resolver los problemas de fondo del sentido de la vida; por el contrario; A. TORRES QUEIRUGA, en Creo en Dios Padre. El Dios de Jesús como afirmación plena del hombre, Sal Terrae, Santander 1986 (y en otros muchos libros) pone más de relieve la experiencia de la finitud: en un mundo como éste, que es finito, resulta “necesario” el dolor, un dolor y desgracia en la que Dios mismos se implica, desde dentro, ofreciendo a los hombres un amor más grande e invitándoles a responder con amor.



Dios “podía” no haber creado (quedarse siempre en su Potencia interna, sin desarrollar fuera de sí el misterio de su amor); pero si crea, si se arriesga a sembrar amor (a sembrarse a sí mismo) en un mundo distinto de sí mismo, Dios se arriesga a la finitud.

Todo amor es un riesgo (si no quieres arriesgarte no ames, queda en casa, no salgas al mar, ni camines y te expandas…); si amas tendrás que arriesgarse, y Dios se ha arriesgado a ser Dios, fuera de sí mismo, en amor. De ese riesgo de Dios hemos nacido, de un riesgo que es semilla de vida, entre terremotos y tormentas.

No es fácil terciar en la disputa, ni decir una palabra significativa, cuando han sido tantos (y entre ellos A. Torres Queiruga) los que ya han hablado sobre el tema, a favor y en contra de un tipo de Dios, en RD y en otros medios. A pesar de ello, retomando lo que dice en su día, a partir de unas declaraciones de Mons. Munilla, en las que parecia decir que peor que el de Haití es nuestro mal de ricos secularizados, quiero ofrecer diez breves reflexiones, teniendo como fondo lo que escribió en Alfa y Omega, hace unas semanas, mi antiguo profesor A. López Quintás:

1) Dios se vela al re-velarnos su existencia, para que no quedemos ciegos por su luz, como sabe todo el Antiguo Testamento cristiano y judío y como ha puesto de relieve de un modo especial la Cábala: es como si Dios se retirara, dejando un hueco, para que nosotros podamos ser en libertad.

2) Por eso, en un sentido, todo lo que pasa en este mundo puede y debe explicarse (en un plano de ciencia, no de humanidad creyente) como si Dios no existiera: todo sucede por “leyes internas” de los átomos y estrellas, desde el posible big-bang hasta el posible big-cruch en el que todo acabaría. Por eso, terremotos y volcanes responden a las propias leyes inmanentes de la tierra y de los sistemas cósmicos.

3) Siendo finito (siendo un camino, una historia), este mundo, que es originalmente bello y amoroso, bueno (como sabe Gen 1), es un lugar de riesgo, de equilibrios inestables y de muerte. La Biblia sabe que esté mundo es bueno (Gen 1) y que, además, está abierto por voluntad de Dios hacia un futuro de Vida (cielos nuevos, nueva tierra)... Pero en su camino es un mundo lleno de dificultades y enigmas, que parecen oponerse a nuestra feliidad. Pues bien, en medio de esas dificultades podemos y debemos encontrar nuestro camino, con inteligencia y paciencia creadora.

4) Por eso, el mismo mundo puede tener y tiene (para los creyentes) una dimensión de Vida. No es sin más el “único Dios” del Shema de Israel (el Padre de Dios), pero es signo y mano de Dios y está buscando (en medio de dolores de parto), como sabe Pablo en Rom 8, 22 la manifestación completa de los Hijos de Dios. Los hobmres y mujeres estamos creados para ser felices, y así debemos intentarlo (¡ser felices por gracia y por decisión interna!), buscando la felicidad de los otros, como proclama Jésús en el centro de su evangelio.

5) El Dios de Jesús se ha revelado en este mundo asumiendo por dentro su dinámica, en silencio amoroso y creador, no para evitar que haya terremotos, sino para expresar el amor más alto en un mundo donde existen terremotos y sequías, maremotos, inundaciones y sol de mediodía. Jesús fue un admirador de este mundo, aunque habló (según la tradición) del riesgo de los terremotos, pidiendo a los hombres que fueran solidarios y capaces de amor en medio de la inmensa prueba de la vida. Jesús quiso ser y fue un hombre feliz, y así quiso que todos en su entorno lo fueran. Pero supo asumir el sufrimiento y la prueba, al servicio del Reino de Dios (es decir, de la felicidad creadora de todos, empezando por los más pobres).

6) Se suele que Jesús “velando su divinidad –es decir, guardando silencio– dio la vida por amor”. Esa afirmación tiene un sentido, pero resulta muy incompleta. Jesús no “veló su divinidad para darnos vida en amor”, sino que se re-veló como divino (los cristianos decimos que es Hijo de Dios) al iniciar un camino de amor y de Reino de Dios en medio de unas circunstancias marcadas por el riesgo de la muerte. No escondió su divinidad al no impedir los terremotos, sino que la mostró con fuerza suprema, al desplegar su amor y su camino de felicidad (de Reino) en un mundo de terremotos.

7) No se trata, por tanto de esperar a que no haya terremotos para amar, sino de amar en un mundo en el que hay terremotos, y de amar en plenitud, protestando contra la desgracia y acompañando a quienes la padecen. Jesús nos dijo con su vida y con su muerte que se puede (y debe amar) en plenitud en este mismo mundo, porque Dios es Amor, como traducirá la Carta de Juan, el amigo. Por eso, la palabra clave de Jesús, en este mundo de rerremotos, junto al ¡sed felices! de las bienavenuranzas es ¡no tengáis miedo!.... y amáos los unos a los otros (¡dar de comer al hambriento, acoger en casa a quien lo na tiene...!)

8) Pero a Jesús le preocuparon, sobre modo, mucho más que los terremotos, las relaciones sociales y religiosas de los hombres y mujeres. Por eso anunció y puso en marcha un “movimiento de Reino”, es decir, de transformación humana, desde los más pobres de su mundo (los del Haití de entonces) en solidaridad de casa y mesa. Él no podía, por entonces, calcular los terremotos o evitarlos (como un día quizá pueda hacerse, con métodos de ciencia). Pero pudo y quiso que los hombres y mujeres más amenazados por la muerte (los expulsados sociales, sin trabajo…) pudieran escuchar la voz del Reino y empezar a compartir la mesa y la vida en esperanza creadora.

9) Por eso, la respuesta de Jesús ante un caso como el Terremoto no sería decir a los “terremontados” ¡vosotros sois culpables”, sino ¡vamos a ayudarnos todos! , empezando desde abajo, sin echarnos las culpas unos a otros, pero llamando la conciencia de los más ricos y poderosos (¡hay de vosotros…!), para superar una situación como ésta, en la que los más pobres pueden sufrir (y sufren con frecuencia) las consecuencias de la injusticia del sistema. Los que ahora están arriba, los grandes de los pueblos, pueden ayudar (y deben hacerlo), pero cambiando un sistema en el siempre son ellos los que acaban dominando.

10) A Jesús le mataron por decir lo que dijo y por hacer lo que hizo (por dar esperanza a los pobres, por subir a Jerusalén pidiendo el cambio del sistema religioso y socio/político, a favor de los más pobres…), pero los cristianos creemos que Dios le resucitó. Y ese Dios resucitado, que es Jesús, nos pide ahora solidaridad total desde Haití y con Haití, no para ayudar desde fuera (desde arriba) a los “terremontados”, sino para dejar que ellos nos digan y nos guíen, para caminar así con ellos, y para buscar juntos el Reino de Dios (que la justicia y el amor) en este mundo frágil, que es mundo de Dios, en esperanza de la gran resurrección.


Posible Bibliografía

H. U. VON BALTHASAR, El problema de Dios en el hombre actual, Cristiandad, Madrid 1960; C. DÍAZ, Preguntarse por Dios en razonable. Ensayo de Teodicea, Encuentro, Madrid 1989;
J. A. ESTRADA, La imposible teodicea, Trotta, Madrid 1997;
E. JÜNGEL, Dios, misterio del mundo, Sígueme, Salamanca 1985; R. H. KING, The Meaning of God, SCM, London 1973;
H. KÜNG, ¿Existe Dios?, Cristiandad, Madrid 1979;
E. LÉVINAS, Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Sígueme, Salamanca 1977; J. L. MARION, el Ídolo y la Distancia, Sígueme, Salamanca 1999;
H. P. OWEN, Concepts of Deity, Macmillan, London 1971;
W. PANNENBERG, Una historia de la filosofía desde la idea de Dios, Sígueme, Salamanca 2001;
A. TORRES QUEIRUGA, Creo en Dios Padre. El Dios de Jesús como afirmación plena del hombre, Sal Terrae, Santander; 1986;
K. H. WEGER, La crítica religiosa en los tres últimos siglos, Herder, Barcelona 1986; X. ZUBIRI, El hombre y Dios, Alianza, Madrid 1984.
X. PIKAZA, Dios es Palabra, Sal Terrae, Santander 2003.
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