4.11.25. Polvo serás, mas polvo del Dios enamorado

Hace nueve años (15. O8. 1916) la   Congregación para la Doctrina de la Fe publicó un documento sobre la Sepultura de los Difuntos (Ad resurgendum cum Christo, Para resucitar con Cristo) que tuvo una importante “acogida” en los medios de comunicación, provocando muchas adhesiones, pero también críticas e incluso confusión.

Pasado un tiempo prudencial, en esta semana de difuntos, me parece oportuno volver sobre el tema. Imágenes: Cementerio de mis padres, entierro de cenizas de Pedro

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El valioso documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la Sepultura de los Difuntos suscita algunas reservas significativas, tanto por lo que omite  como por lo que quiere exigir.

(a) El documento “prohíbe” esparcir las cenizas de los muertos por campos y valles, ríos y mares, pues ello implica un menor respeto por los difuntos, y lleva el riesgo de volver a una religión naturalista, que vincula a los muertos con la naturaleza sagrada, sin fe en la resurrección.

(b) También prohíbe conservar las cenizas en casas o espacios privados (fuera de cementerios sagrados o iglesias) porque ese gesto “encierra” a los muertos con el ámbito familiar, sin más, como se ha hecho en muchas culturas, en vez de insistir en su apertura hacia un misterio de vida y resurrección que va unido a las iglesias o cementerios cristianos.

(c) Se prohíbe dividir las cenizas en pequeñas unidades (una quizá para cada familiar), y así repartirlas, como si se dividiera al difunto y no se admitiera su unidad personal ante Dios.

(d) Se une a las tres anteriores una opinión a mi juicio poco ajustada con la Biblia sobre la separación del alma y del cuerpo… y una arriesgadísima decisión, diciendo a los párrocos y ministros que no ofrezca la oración de la Iglesia (los funerales) por aquellos difuntos (o en el ámbito de aquellas familias) que no acepten en este campo la doctrina de este Documento y quieran que sus cenizas se esparzan por montes y mares, pensando que ello va en contra de la costumbre y compromiso de los cristianos que han orado siempre por todos los difuntos.

Dos son, a mi juicio, las reservas principales que suscita este valioso documento, que nos ayuda a entender el sentido de la vida humana, la esperanza de la resurrección y el gran don y compromiso creyentes de la comunión de los santos que, según la doctrina de la Iglesia, vincula a los vivos y a los muertos.

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La iglesia en conjunto está empeñado en ofrecer el amor activo de Jesús por los hombres y mujeres más necesitados (hambrientos, sedientos, extranjeros, encarcelados…), pero la Congregación  de la Doctrina de la fe fue a lo “suyo”: Quiso mantener a los suyos (cristianos) en un ámbito de iglesia particular, no de vida universal.

Está muy bien el orar por los difuntos y expresar con (en) ellos el misterio de la vida que vence a la muerte, con la esperanza de Cristo, pero a favor de todos los hombres, no sólo de los cristianos, pues la primera intención y obra de Cristo Jesús ha sido acompañar, ayudar y elevar a los vivos, como sabe cualquiera que haya empezado a leer los evangelios Documento)…

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A este respecto quiero recordar una sabrosa anécdota medieval que ahora se repite, una anécdota a la que le dedico unas páginas en mi libro Las Obras de Misericordia, escrito con J. A. Pagola (Verbo Divino, Estella 2016).

  1. Hacia finales de la Edad Media, en catecismos y obras de moral se quiso añadir una séptima obra de misericordia a las seis de Mt. 25 (dar de comer y beber, vestir, cuidar a los enfermos y encarcelados, acoger a los extranjeros…), para completar así el número armónico de siete (sacramentos, pecados, virtudes, cielos…). Había dos opciones más extendidas entre catecismos, libros de moral y predicadores:

(a) Una ayudar y promocionar a las mujeres necesitadas y en peligro de explotación personal y social, es decir, la liberación de la mujer.

(b) Otra era la de enterrar bien a los muertos, y orar mucho por ellos, con funerales, misas y cementerios.

Triunfó esta última: Orar por los difuntos, con buen enterramiento y misas. Fue buena la promoción de esa obra, de manera que una parte considerable de la Iglesia (y del clero postridentino) se especializó en orar por los difuntos, más que ayudar a los vivos.

Hubiera sido mejor la otra, ayudar a los mujeres en riesgo de destrucción personal y social, como ha dicho implícitamente el Papa Francisco.

Lo mismo pasa ahora. El Papa Francisco quería poner de relieve las obras de Mt. 25, a favor de los vivos. Peo  la Congregación de l Doctrina de la fe optó por el buen  funeral cristiano de los muertos.

Reserva interna. Las deficiencias del documento

No era malo, como he dicho; al contrario, es muy bueno y recuerda cosas importantes para cristianos y no cristianos, pero debería haberse perfilado más, en forma positiva, de gozo y alabanza por la vida, en un momento en que parece que muchos banalizan a los muertos.

Quiero recordar sólo de paso que una de las cristianas mejores que conozco (¡alma de Dios, madera de santa!) perdió a su hija mayor en un accidente, y cumpliendo su voluntad, tras misas y funerales, recogió las cenizas del crematorio y las esparció por los lugares favoritos de la niña). Un cura le dijo que así su alma vaga errante, que no puede salvarse hasta que sus cenizas se entierren en un cementerio sagrado. Ahora si lee este documento llorará de pena otra vez, por su hija y por los “curas” vaticanos que no conocen lo que es el sufrimiento por la muerte de una hija.

Vuelvo al tema. Es un Documento bueno, como todos los de la Congregación, bien organizado y construido, pero no parecía necesario, por la consecuencia práctica que saca:

‒ Ciertamente, admite la cremación de los cadáveres, cosa que la Iglesia había admitido hace ya tiempo, aunque con la oposición de algunos eclesiásticos, pero insiste en las cuatro prohibiciones que he señalado. Ciertamente, comparto la preocupación del Documento por el respeto a los muertos, a sus cuerpos y cenizas. Pero pienso que en este momento el tema no es el que plantea ahora la Congregación. Un amigo me ha dicho después de leerlo:

la Congregación para la Doctrina de la fe no tiene mejor tema en el que pensar, y O debe hacer algo para justificar su existencia, o no sabe ya nada de lo que pasa en el mundo, al menos en occidente.

‒ La inmensa mayoría de los párrocos no van a preguntar a los familiares sin van a enterrar al difunto o incinerarle, ni sin van conservar su cenizas en un columbario del cementerio parroquial o esparcirlas en la naturaleza (mar, río o montaña).

Ciertamente, un tipo de Iglesia sigue prefiriendo el entierro de los cadáveres, por tradición, por cercanía afectiva al cementerio y por pervivencia de una profunda religiosidad cósmica, de la que procedemos la mayoría de nosotros. Como hombre de antigua Iglesia, también yo prefiero afectivamente el camposanto, un cementerio de pueblo o aldea, cerca de la Iglesia, como en este pueblo en el que que vivo, donde vienen a rezar las mujeres del lugar a sus muertos. Pero cinco razones me llevan a poner en duda el valor y actualidad de lo que dice la Instrucción Ad resurgendum cum Christo, sobre funerales y entierros (que viene reproducida a continuación):

  1. Por recuerdo de infancia.Mi abuela, como las mujeres de la aldea, se acercaba cada domingo tras la misa al Camposanto a rezar por sus difuntos… y mi padre nos dijo que eso era muy santo. Pero añadió que también era santo el cuerpo de los muertos que no habían tenido sepultura de Iglesia, como el de aquel marino al que acababan de “sepultar” por la borda en el mar, dos semanas antes, bajo el toque de sirenas, con la oración de capitán y de toda la tripulación y los pasajeros, sabiendo que sería inmediatamente devorado por los peces, en las aguas llenas de tiburones del Caribe. Como lobo de mar, cristiano viejo, sabía que las aguas del mar son uno de los mejores cementerios para los difuntos, esperando la resurrección. Si las cosas fueran de otra forma (nos dijo) y sólo se salvaran los del buen cementerio de Iglesia Dios sería injusto.
  2. Por novedad cristiana.Los seguidores de Jesús veneramos a un hombre cuya memoria no se encuentra vinculada con un cementerio. Cuando el ángel de la pascua dice a las mujeres que fueron a rezarle (como hacía mi abuela), el ángel de la resurrección les dijo  “no está aquí”, está en Galilea, acompañando a los vivo…Id a Galilea, convivid  con los demás, amaos fuerte, que allí estará Jesús (cf. Marcos 16, 1-8).

  Ese ángel de la resurrección de Jesús estaba iniciando una nueva forma de entender la vida de los muertos, más allá de la simple sepultura, entiendan como entiendan luego los teólogos lo que ese pasaje de la Biblia implica sobre el cuerpo del Crucificado.

A la Biblia de Jesús le importa la preocupación por los vivos, más que el buen rito de los muertos (que, por otra parte me parece muy importante, como signo de presencia y presencia real de los difuntos)

  1. Por respeto religioso.Los hombres y mujeres han venerado desde antiguo de diversas maneras los muertos, de manera que los han enterrado, incinerado o recordado de otras formas (como indicará el adjunto de esta postal). Todavía hoy me emocionan los enterramientos funerarios de los viejos pueblos, en colinas y montañas, dólmenes, trilitos… Ellos me siguen recordando la presencia y victoria de la vida en la misma naturaleza. Pero sé que han existido también otras formas de expresar el respeto a los muertos, y entre ella sobresale la “siembra” de las cenizas enterradas o incineradas en los más diversos lugares de tierra, en el mundo entero convertido en gran cementerio de miles de generaciones de vivientes. .
  2. Por inutilidad.Diga lo que diga la Congregación de la Doctrina de la fe, la inmensa mayoría de los párrocos van a seguir haciendo lo que pueden, lo que mejor saben, sin entrar demasiado en la cuestión de si los que piden un funeral por su muerto van a enterrarlo o incinerarlo, van a conservar su cenizas en un columbario de cementerio o esparcirlas con respeto y amor en los ríos o montes, los mares y los campos.

Nadie cree ya que los agentes de pastoral van a seguir sin más, en ese campo, las directrices de la Congregación para la Doctrina de la fe, simplemente porque tienen otras cuestiones más importantes a las que atender, especialmente las obras de misericordia por los vivos, las seis de San Mateo. Y además ¿qué pasa con los cuerpos empleados en las facultades de medicina, con mayor o menor respeto, para fines de estudio, se va a prohibir también su uso?

  1. Finalmente, en este momento de cambio de mentalidad, en este umbral de un tiempo nuevo, los pastores cristianos (obispos y presbíteros, teólogos y catequistas…) debemos preocuparnos de ofrecer una doctrina y experiencia esperanzada sobre la vida de los difuntos, la comunión de los santos (más que ocuparnos de pequeños ritos como los de este Documento).

Sigue siendo admirable el fervor de los cristianos que crearon inmensos cementerios bajo tierra (catacumbas…) para enterrar a sus difuntos. De su fe vivimos, desde ella debemos avanzar. Pero hoy ya no se puede imponer una costumbre y experiencia antigua en las inmensas megápolis, por falta de terreno, por cambio de mentalidad… y quizá por fe cristiana, pues nuestro Dios es Dios de vivos, no de muertos, como dijo Jesús.

Leer aquí instrucciónAd resurgendum cum Christo.

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