Ha empezado el curso: Una escuela de orientación cristiana

La revista Salamanca al día tiene una edición digital, que se renueva cada día (http://salamancartvaldia.es/), y otra impresa que sale cada quince día.

La Edición digital incluye con mucha frecuencia mis trabajos de RD: Pikaza, caminos de vida por lo que mis lectores pueden seguir y recoger mis trabajos más significativos.

La edición impresa es un lujo gratuito de información especializada sobre los temas de más importancia de la ciudad y la provincia, en línea económica y cultural, grastronómica y agrícola. Su director y amigo me pide también alguna colaboración con cierta frecuencia, como en este caso, sobre el tema de la Educación Cristiana.

Este tema puede encontrarse en pag. 50 de la edición impresa del próximo 23 de octubre de 2017, y así la ofrezco aquí, íntegramente, con el formato de la revista. Un día próximo publicaré en RD el trabajo entero, que aquí no ha podido incluirse.

Mis colaboraciones en http://salamancartvaldia.es/col/326/xabier-picaza/
Imágenes: (1) Portada de este número. (2) Medallón de la Universidad de Salamanca (1520), que ofrece el mejor "compendio" de lo que ha sido y sigue siendo un lema de la Universidad: La Universidad para los reyes (para la autoridad...) y los reyes para la Universidad. Buen otoño de comienzo de escuela a todos.

1. Origen

La Iglesia de Jesús nació con vocación
de escuela mesiánica y universal
de humanidad (“haced discípulos, enseñad
a todos los pueblos”: Mt 28, 16-20), un
fermento de vida, a fin de que todos los hombres
y mujeres puedan compartir su camino,
a diferencia de un tipo de judaísmo rabínico
que optó por permanecer como escuela particular
(nacional), como grupo separado. De
esa forma se extendió en los primeros siglos:
Fue escuela de comunión, un hogar donde
los creyentes aprendían a vivir de un modo
mesiánico (a renacer), dando y compartiendo
mutuamente lo que eran y tenían, hombres
y mujeres, judíos y gentiles, esclavos y libres
(Gal 3, 28).

De esa forma se extendió entre el
siglo II y el IV d.C., en un momento en que la
economía del Imperio Romano, caracterizada
por los latifundios y la esclavitud de los pobres,
con grandes gastos militares y administrativos,
resultaba insostenible y dejaba en
la penuria a una gran parte la población. En
ese contexto, los cristianos aprendieron y enseñaron
a compartir lo que tenían, sin guerra
ni dominio militar, partiendo del proyecto de
Reino de Jesús.

2. Actualidad. Una escuela de orientación
cristiana


Actualmente, en el mundo de origen cristiano,
la escuela “laica” (racional) dirigida
en general por los estados se ha impuesto,
de tal forma que la Iglesia no quiere ni puede
tener el monopolio educativo. A pesar
eso, ella quiere seguir siendo una institución
educativa, a través de sus dos aportaciones
principales.
(a) Dentro de ella misma (en lo
que algunos llaman su “sacristía”): La Iglesia
educa a través de su catequesis propia y de su
celebración.
(b) Pero la Iglesia educa también
hacia fuera, a través de sus escuelas de inspiración
cristiana, de sus clases de religión y,
especial, a través sus otras obras de presencia,
como pueden ser periódicos y revistas,
radio y televisión etc., y, sobre todo, por medio
de su presencia “mesiánica” (humanizadora).

Hay una educación culturalmente cristiana,
que no se cierra en forma de catequesis
e inmersión vital en el misterio, sino que se
abre de forma cultural a las diversas manifestaciones
e implicaciones del cristianismo
como patrimonio religioso y social, artístico y
literario. Los dos niveles se encuentran implicados,
uno es más de iglesia (aunque no
de sacristía, pues la Iglesia es una institución
abierta de fe y vida), otro más de “mundo”, en
el sentido extenso del término, y se realiza
por ósmosis de vida y, de un modo ya más
concreto, por educación escolar y social, por
irradiación cultural extensa.

De esta última
quiero hablar ahora, ofreciendo unos rasgos
de los que puede ser educación en línea cristiana.
Ella puede y debe aplicarse de un modo
especial en las escuelas de inspiración cristiana,
no sólo en el campo confesional de fe, sino
en el campo más abierto de la cultura, en ese
plano en el que Jesús aparece como “maestro
sabio”, al servicio de la nueva humanidad (no
sólo de una iglesia confesional), en la línea del
ver, juzgar y actuar (utilizando una terminología
clásica de algunos grupos cristianos).

3. Finalidad. Educación para la vida, no
para el poder


La verdadera educación capacita al hombre
o mujer para la madurez personal, la convivencia
y el trabajo. Ciertamente, hay que
educar para la excelencia (ser mejores) y para
la competencia (vivir en este mundo conflictivo),
pero sobre todo para la comunión de
todos, a fin de caminar juntos, compartiendo
trabajos, afectos y tareas. La escuela de
orientación cristiana no educa para el poder
(ser más que otros…) ni para la obediencia
(ser buenos súbditos), sino para la convivencia.
En sentido estricto, la escuela cristiana
ha de educar para el amor y el servicio
mutuo, no sólo para que caminemos juntos,
unos al lado de los otros, colaborando en la
marcha (en el trabajo realizado), sino para
que compartamos el fruto de trabajo. Esta
enseñanza sólo es posible allí donde, por
encima de la posesión de bienes materiales,
se valora y disfruta la comunicación de
las personas. Eso significa que los trabajos y
los bienes conseguidos importan y valen en
la medida en que pueden crear y crean espacios
de comunicación y vida compartida.

El centro y meta de la educación cristiana
consiste en “formar” hombres y mujeres en
salud, para que, trabajando unos al servicio
de los otros, puedan compartir de esa manera
vida y bienes. Ciertamente, ha crecido en
los últimos siglos el impulso a la propiedad
particular, propia de una cultura posesiva,
donde cada uno se siente valorado (asegurado)
por aquello que tiene, en contra de una
cultura anterior de grupo o tribu donde la
propiedad particular era secundaria, pues no
garantizaba la vida de los individuos, ya que
cada uno dependía esencialmente del grupo
o tribu, de forma que ninguna otra riqueza
podía asegurar la vida de los individuos.
Han pasado los siglos, han crecido las
desigualdades y la misma educación se ha
puesto al servicio del poder de algunos, con
las consecuencias bien conocidas del capitalismo
divinizado de la actualidad. Pues bien,
en contra de ese duro realismo capitalista
(centrado en Dios Mamona: Mt 6, 24), Jesús
ha destacado el valor divino de la comunicación,
educando a los hombres para coexistir,
cohabita, conversar, de forma que la vida sea
esencialmente convivencia:

-Co-existir, que sean otros. Ésta es la primera
finalidad: Educar para el respeto mutuo,
cada grupo en su propio espacio, sin que algunos
(los más fuertes) ocupen el espacio de los
otros, de forma que pueda surgir una co-existencia
pacífica, un mosaico de razas o castas,
culturas y religiones, como mundos separados,
espacios “estancos”, sin penetrar unos en
otros. Ciertamente, la coexistencia tiene mucho
valor, frente al afán de conquista que ha
dominado y sigue dominando nuestro mundo.

-Co- habitar, ser unos en otros. Se trata
no sólo de co-existir, sino de “habitar con”,
compartiendo espacios y tiempos de vida (de
oración, de comidas…). Ésta fue la experiencia
y lenguaje de Pablo, tal como se expresó
en las cartas de su escuela (Colosenses, Efesios),
donde se multiplican las “palabras-con”,
que muestran la vinculación de los creyentes,
que han sido co-vivificados por Cristo (Ef 2,
5), siendo co-partícipes, co-corporales (Ef 3,
6), formando así una koinonía o communio,
fundada no sólo en la participación de unos
mismos dones y tareas, sino en la comunión
integral de unos en otros y con otros.

4. El ejemplo de Salamanca. La ‘paideia’
no es para los reyes


Desde aquí debe entenderse la finalidad de
la enseñanza, matizando la inscripción del
medallón central de la Universidad de Salamanca
(esculpido el año 1520), en torno al
busto de los reyes patronos (Isabel y Fernando)
con sus signos (yugo y flechas).

Esa leyenda, escrita en griego dice los reyes para
la educación (encicl-opedia), ésta para los reyes,
suponiendo que la Escuela (en este caso
la universidad, el gran currículo de la paideia
o educación) está al servicio de los reyes (y
por su parte los reyes al servicio de la educación).
Pues bien, conforme a lo anterior, debo
añadir en este contexto que la Universidad
o Paideia no está al servicio de los reyes (o
sus equivalentes: patronos, gobernadores,
mecenas capitalistas), sino de la madurez de
las personas y el amor mutuo de todos.
Ciertamente, los tiempos de ese medallón
(1520) con su doble lema han cambiado, pero
la estructura de fondo de la educación al servicio
del poder ha pervivido hasta tiempos muy
recientes, y sigue dominando todavía.

Así, poniendo un ejemplo, podemos decir que han
cambiado muchas cosas, tanto en un plano
religioso como político, pero continúa vivo el
debate sobre las asignaturas que han de estar
dedicadas a la educación social (para la Ciudadanía,
para la Ética o la comunión religiosa).
Pues bien, en contra de toda manipulación,
al servicio del poder, la educación en sí no
puede estar al servicio de otra cosa, ni de los
reyes (que a principios del siglo XVI eran Isabel
y Fernando), ni una religión determinada, ni de
un sistema económico… sino de la libertad de
cada uno y de la vida, de la igualdad y comunión
de todos. Siguiendo en esa línea, he de
añadir que la finalidad de la educación no es
tampoco la Iglesia en sí, ni siquiera el cristianismo,
ni la religión en general, sino la vida en
concordia (=amor) entre hombres y mujeres,
entre pueblos y pueblos, es decir, la convivencia
al servicio de la nueva humanidad en amor,
como indica con toda claridad el evangelio de
Jesús: La educación ha de estar dirigida ante
todo al amor, en el sentido radical de la palabra.

No sólo para la co-existencia y con-versación
en general, sino para que los hombres
puedan dialogar y vincularse, en el sentido que
esa palabra ha tomado en el evangelio, donde
Jesús habla de amar a Dios y al prójimo. En esa
línea se debe insistir no sólo en la exigencia de
la educación afectiva, desde la perspectiva del
hombre y la mujer (diferencia y complementariedad
sexual), de los padres y los hijos, de
los hermanos y amigos…, sino en la del amor
social, en línea de justicia y misericordia, de
igualdad y fraternidad. No se trata de crear
escuelas separadas para cultivar valores afectivos,
pero, en un sentido extenso, todas las
escuelas han de hallarse abiertas a la maduración
amorosa, en línea personal y social.

Al mismo tiempo, en otro plano, la educación
puede y quizá debe abrir un espacio para
la trascendencia (oración). Los discípulos
preguntaron a Jesús “enséñanos a orar” (Lc
11, 1), es decir, a dialogar en seriedad y gozo
con lo divino, creando para ello un espacio y
camino de oración. Pues bien, en esa línea,
toda escuela debería hacer posible que surgieran
de apertura orante, en un sentido que
no tiene por qué ser en principio confesional
(de una religión, de una iglesia), sino universal.
Se trata de lograr que los estudiantes puedan
abrirse a la experiencia de su propio misterio
personal, en comunión con los demás. Esta
educación orante no tiene ninguna finalidad
egoísta (al servicio de una iglesia), sino que ha
de entenderse como experiencia de apertura
y trascendencia humana, en línea justicia y de
misericordia.

(Estas reflexiones están tomadas en parte de
mi libro: Jesús educador, Khaf, Madrid 2017)
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