El único modo de in-dignarse: Estar con los in-dignados. Nueve propuestas

Entiendo por in-dignados aquellos que no son considerados dignos: no tienen dignidad, no la reciben, la gente-gente de Jesús: pobres y excluidos, publicanos y prostitutas de imposición;  des-cartados, des-castados, des-nudos; ex-patriados, ex-pulsados; hambrientos, en-carcelados...

Por ellos, los no-dignos de que Dios entrara en su casa, como aquel centurión con amigo (Mt 8, 5-11), se introdujo Dios en la casa del mundo, siendo esclavo, vacío de sí (Flp 2, 6-11), condenado a muerte por los tribunales. Por eso, en cristiano, sólo existe un modo de in-dignarse: Compartirla vida con aquellos que no tienen dignidad. Todo lo demás es retórica vana y  mentira. 

Presenté ayer una versión algo más extensa de este tema.  Por eso he querido reducirla en nuevo puntos, apelando a la conciencia de cada uno, como dice el letrero.

Los rescoldos del Movimiento 15M en Sol | 3

1. Indignados ante un mundo en riesgo de muerte

La tarea esencial de la Iglesia no consiste en ofrecer una pequeña ayuda de consuelo a sus fieles, sino en defender y promover la vida humana, que es la creación que Dios ha puesto en manos de los hombres. Éste es el principio de la indignación cristiana, que se muestra en el Éxodo como “ira creadora” de Dios, llamando a Moisés para que libere a los hebreos de Egipto. Es la indignación de Jesús, formulada de manera fuerte por el evangelio de Marcos, cuando dice que él vino a llamar y liberar a las “ovejas” aplastadas, derribadas por el suelo, a merced de los prepotentes.  

2. Indignados como Pablo al principio de la iglesia

 Jesús abandonó los caminos asegurados de una buena Ley que santificaba un tipo de vida fijada en sí misma, para situarse “fuera”, en los lugares donde padecían cojos-mancos-ciegos, expulsados e impuros, para iniciar con ellos un camino de evangelio. C 

‒Retomamos de esa forma la misión de Pablo, que descubrió sorprendido, emocionado, la nueva y más honda “estrategia” creadora de Dios, que no se revela a través de un Hijo de David triunfante, según la carne, sino por medio del Señor Crucificado (Rom 1, 2-3). Por eso, salió de la Iglesia-Sinagoga de un tipo de judeo-cristianismo, para plantar su “tienda” en el espacio público de la cultura helenista, en los suburbios y villas miseria del imperio romano, dialogando con un mundo que otros juzgaban condenado de antemano. Este Pablo pide a los cristianos que abandonen un tipo de “ley” inmutable, para ponerse al servicio de la revelación del Dios que ama a los gentiles, expulsados, condenados, para ser así de todos.

3. Indignados como Francisco. Una iglesia de humanidad

Ésta a su juicio la tarea de la Iglesia: Poner su tienda caminante (como hizo Jesús, cf. Jn 1, 14-15) entre y con los hombres y mujeres de las plazas del mundo. Ésta es la tarea del “humanismo de Dios”, que ha salido de sí, que se ha encarnado, para que la vida de los hombres sea su Reino, es decir, el lugar de su presencia.

Éste es  el primer servicio de la Iglesia: Salir de sí, buscando el bien de los seres humanos, empezando por los menos valorados, promoviendo un progreso de humanidad. Entendida así, la Iglesia es una comunidad excéntrica: Tiene su centro fuera de sí misma. Sólo en la medida en que sale y busca el bien del ser humano es portadora de la salvación de Dios.

 4. Una iglesia como terapia en el camino.

Una terapia personal. El evangelio presenta a Jesús como sanador, un hombre al lado de los hombres y mujeres más enfermos, aquellos que han caído en manos de una “cadena destructora” que podemos llamar “diabólica”, para curarles como personas, al servicio de la “mística de la vida”, de la madurez de conciencia, de la paz interna y externa.

Una terapia social. La Iglesia debe ofrecer signos de presencia de Dios (=de humanidad) que se concretizan en la experiencia social de sus miembros, llamados a compartir la fe, para convivir en amor abierto a todos. Ella ha de aparecer así como “ciudad elevada”, pero no en sí misma, sino en la montaña del mundo, no para sí misma, sino para que todos puedan venir, ofrecer y compartir vida, en clave libertad para el amor (cf. Mt 5, 14; Ap 21-22).

5. Una iglesia que se convierte

No tiene que empezar pidiendo a los otros que lo hagan, sino convertirse ella misma, “a capite et in membris”, como se decía en otro tiempo, empezando por la cabeza, y siguiendo por los miembros:

Parte de la Iglesia no ha superado un orden social clasista. Ciertamente, ella ha proclamado la comunión de todos los hombres (Gal 3, 28), pero de hecho ha terminado aceptando un tipo de estructura dominante.

Parte de la Iglesia ha pactado con frecuencia con poderes de “seguridad” nacional y estatal. Ella comenzó a vivir fuera del orden del Estado, durante siglos (tiempo de las “catacumbas”), para ofrecer su testimonio de humanidad abierta a todos, pero luego pactó con el imperio romano y bizantino y, de un modo especial, con los nuevos reinos cristianos, identificándose con estados y naciones, a menudo enfrentadas entre sí, llegando a imponer su “poder” por medio de las armas.

Finalmente, en los últimos siglos (decenios) la Iglesia no ha rechazado de un modo consecuente el orden capitalista, defensor en teoría de la libertad individual, pero creador de una estructura social injusta (satánica). Ella ha querido aparecer como promotora de un Reino de Dios, pero de hecho ha buscado su propio poder.

 6. Una iglesia en contra del desencanto dominante

En esa línea, parece que la sociedad se está estabilizando, encerrada en la “caja de hierro” del Sistema, bajo el dominio de los poderes fácticos (dinero, ansia de poder, grupos partidistas) sin que exista un deseo eficaz de transformación social en profundidad, al servicio de los hombres y los pueblos.

En esta situación resulta esencial que la Iglesia saque su tienda a la calle, y la ponta en los barrios, no para tomar el poder (o actuar como aliada y justificadora de un nuevo Imperio), sino para devolver a las personas la confianza en sus posibilidades personales y sociales, de apertura a la Vida y de vinculación mutua. No se trata de inventar algo que no existiera, sino de que la iglesia sea sacramento del pan compartido, de la libertad amante de los hombre. 

7. No basta más dinero y libertad para la opresión

 Una pretendida “libertad económica”, en manos de algunos aprovechaos  que dirigen de un modo aparentemente científico, pero en realidad ilusorio, el mercado del capital ha desencadenado grandes crisis que están poniendo en riesgo el futuro de la humanidad. Pues bien, en esa situación, la iglesia está llamada a mantenerse en actitud de esperanza activa, de paciencia creadora, denunciando el tipo de “dinero actual” (simplemente “más dinero del sistema” como idolatría.

Pero no basta la denuncia. Hace falta un anuncio más alto de humanidad gozosa, de bienaventuranza,  desde la solidaridad, desde el gozo por la vida-vida, desde la libertad para el amor activo y la creatividad solidaria.

8. De la paciencia resignado a la indignación activa

 La iglesia tiene que mostrar con su vida que nuestra situación no es “irremediable”, como no lo era la del Imperio Romano en tiempos del Apocalipsis, sino que deriva de una maldad “diabólica” creada por la misma historia humana, en contra de la voluntad de Dios.  

‒ Se trata de superar el desencanto, abriendo caminos de esperanza, en medio de estas condiciones adversas. Se trata de mostrar, de manera práctica, que el Capital Financiero es un ídolo sin vida en sí (en sí mismo no es nada) y que, sin embargo, chupa la vida de los hombres. Hay que mostrar su falsedad, como los profetas de Israel mostraron la falsedad de los ídolos entonces, mostrando el engaño y perversión de aquellos que consiguen pronto (sin escrúpulos) mucho dinero, utilizando métodos injustos

Se trata de  crear espacios reales de libertad graterna, de comunidades que resistan y vivan de un mfdo intenso y gozoso, compartiendo lo que son y lo que tienen, saliendo del sistema financiero que todo quiere controlarlo. En este contexto, la Iglesia tiene que ser ella un germen de fraternidad, saliendo de sí misma, situándose como protesta activa en medio de la plaza de este mundo, con un gesto que no es puramente testimonial, sino que va marcando caminos y signos de nueva humanidad.

9. En este contexto se sitúa la indignación profética de Jesús

cuando eleva su voz y su gesto contra aquellos que oprimen a los pobres y manejan la ley a su servicio, manipulando la palabra de Dios. Cuando parece que no hay lugar para la protesta, que no tiene sentido enfrentarse con el mal, Jesús nos sigue llamando a la gran “indignación” activa, al servició de la creación de Dios, es decir, de la resurrección.  

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