Ellos me llaman Trinidad: El Dios de Jesucristo

Gran gozo a mis lectores en el día de Dios, que puede sentirse feliz diciendo, con el título de una famosa película, "Ellos me llaman Trinidad" (They call me Trinity), pues así le llamamos los cristianos en su fiesta (19 VI 11)

Trinidad es una palabra teórica, que quizá debería evitarse, por abstracta y genérica. Pero está ahí, forma parte de la historia cristiana (no del Dogma: no hay un artículo que diga "Dios es Trinidad"), y por eso queremos conservarla y explicarla (no entenderla, resolviendo en abstracto su sentido). Para situar mejor su misterio, he querido retomar algunas reflexione y presentarlas aquí, de un modo conjunto.

El dogma no dice "yo creo en la Trinidad", sino "creo en Dios Padre, en Jesucristo, su Hijo, y en el Espíritu de Vida y Comunión". Creemos en "personas", confiando en ellas. Creemos en el "padre" de Jesús y en su "espíritu", el don Amor del Padre y del Hijo, en cuyo amor vivimos, nos movemos y somos.

No creemos en la Trinidad en sí, separada de la historia de la salvación (que es nuestra historia). Pero esa palabra abstracta (Trinidad) tiene una historia venerable y, por eso, con respeto gozoso queremos conservar, retomando aquellos rasgos que definen y despliegan su sentido, pues es gozoso que Dios sea y que pueda decir: "Ellos me llaman Trinidad". Así entendemos mejor su ser, su realidad:

(1) Ser es darse, salir de sí, engendrar, la absoluta y total superación del egoísmo.
(2) Ser es compartir: no dar para perderse, sino para encontrarse en (y con) aquel que ha surgido de mi propia donación.
(3) Finalmente, ser es gozar, disfrutar del don y del encuentro, cultivar el gozo y placer de la existencia.


Tres son los principios que siguen definiendo la Trinidad tal como ha sido y sigue siendo formulada por los cristianos.

a) Trinidad es ante todo Realidad: Descubrir que el Ser existe, por sí mismo, sin más razón ni prueba que su propia perfección, como Padre/Madre, principio de todo de todo.
b) Trinidad es a la vez Encarnación: el Dios que, siendo en sí distinto de los hombres/mujeres, se humaniza en ellos, haciéndose y siendo Dios dentro de su historia (tal como vemos en Jesus), de manera que nosotros no le hallamos fuera, saliendo de la vida, sino en la misma carne de la vida, al darla por los otros.
c) Trinidad es finalmente la esperanza Vida, es decir, de Comunión completa, de Resurrección en el Espíritu divino, tal como hemos venido a descubrirle (y le seguimos descubriendo) en el camino que abrió Jesús (con otros como él) y que nosotros seguimos recorriendo.




1. Trinidad y encarnación.


La realidad del Dios desconocido, que el mito ha precisado en formas cósmicas, esa realidad que es el rostro siempre creador y nuevo del Dios del AT, se ha venido a reflejar para siempre en la persona de Jesús, llamado el Cristo. De esa forma, el Padre original nos realiza sobre el mundo el misterio de su paternidad (engendra al Hijo eterno en el camino del tiempo de los humanos). De esa forma el humano caminante encuentra su sentido, sabe que su meta está en el reino de Jesús, el Cristo.

En un mundo dominado por el mito del eterno retorno era imposible hablar de encarnación. Era imposible porque Dios y el mundo no se habían distinguido plenamente todavía. Lo humano era en el fondo de su ser divino. Lo divino se mostraba y realizaba de una forma cósmica y humana. Ni Dios ni el humano habían alcanzado libertad. Dios no podía en realidad volverse humano. Ni el humano se podía presentar como expresión , encarnación plena de Dios en cuanto transcendente. Humanos y dioses formaban los estratos de un mismo cosmos primigenio.

Sólo en Israel Dios se concibe como Dios, el humano como plena¬mente humano. Dios no es el cosmos, no es creado. El humano es simple y puramente humano. Sin embargo, el mismo Dios de la transcendencia quiere revelarse y realizarse humanamente en Jesucristo. Sólo cuando la distinción de Dios y el humano ha sido plena puede hablarse en realidad de unión y encuentro, puede darse encarnación en Jesucristo.

La encarnación es la expresión plena de la divinidad de Dios: Dios no es mundo y, sin embargo, puede abrirse y precisarse, paradójicamente, por medio de un humano, en el centro del mundo. Tampoco el humano es Dios. Por eso y solamente por eso puede convertirse en presencia y expresión de Jesucristo. Sólo aquí se da en verdad la unión de los contrarios: aquella más profunda vinculación en la que Dios y el ser humano, siendo diferentes, se vinculan y unifican en el Cristo. Con esto formulamos una nueva expresión de eso que hemos ido viendo como la coincidencia de opuestos (así dice Santo Tomas) o, quizá mejor, de complementarios:

¨Existía coincidencia de opuestos en el paganismo, pero en forma de unidad y coincidencia de todos los contrarios. Dentro del proceso del eterno retorno cada una de las cosas (de los humanos y los dioses) se podía vincular a los contrarios, de tal forma que al final todo venía a ser equivalente, dentro del proceso.

¨No existía verdadera coincidencia dentro del Judaísmo, porque Dios y el mundo se encontraban desde el fondo separados. Mejor dicho, la coincidencia venía postulada para el tiempo del futuro, en la meta de la historia. Pero no se planteaba como unidad de coincidencia (identificación) sino como plenitud de encuentro y diálogo entre seres diferentes que desde ahora se encuentran de algún modo dialogando, en el camino de la historia (alianza).

¨Para el cristianismo esa coincidencia de opuestos ha tomado sentido trinitario e incarnatorio. Hay encuentro o coincidencia personal dentro del mismo Dios: en la comunión trinitaria del Padre con el Hijo en el Espíritu. Pero hay, también, coincidencia o encuentro de encarnación: lo humano y l divino se unifican en el Cristo.


Esto significa que, en visión cristiana, lo divino existe por sí mismo en unidad de amor, en comunión de realidad entre personas. Lo divino existe en sí mismo y por sí mismo; pero no es el simple límite siempre más lejano y transcendente que parece buscar el judaísmo. Los cristianos han logrado vislumbrar de alguna forma el interior de Dios y han descubierto que en ese mismo interior hay un encuentro de amor, la comunión del Padre con el Hijo en el Espíritu.

Esto les permite dar un paso más. Si hay encuentro en Dios (si hay Trinidad) puede haber también un verdadero encuentro en que se ligan Dios y el ser humano. Esto es lo que ha venido a realizarse por el Cristo: por medio de Dios, el mismo Hijo eterno de Dios ha penetrado en el tiempo de la historia, asumiendo así el camino de los humanos; de esa forma, los humanos pueden entrar e introducirse en el misterio del amor de Dios, en el misterio trinitario.


Utilizando una terminología posterior podemos afirmar que Dios consiste en un encuentro personal, el protoencuentro. Desde ahí, y una vez que Dios transciende los aspectos cósmicos del mito y de la misma historia israelita, puede darse una visión nueva del humano. Ser humano no consiste ya en integrarse en el gran ritmo de la tierra, de la muerte y de la vida, del invierno y del verano. El humano ha comenzado a desvelarse como libre: nace como ser independiente, al superar y dominar el mundo; se realiza como encuentro de amor entre personas, encuentro que es reflejo aquel más primitivo y más potente encuentro de personas que es el mismo misterio trinitario.

El judío del AT había vislumbrado ya el camino de su libertad. Sin embargo no sabía por qué y cómo podía de realizarse en forma libre sobre el mundo: la libertad era ante todo una esperanza de futuro, vinculada a la escatología (las promesas). Los cristianos, que han vivido la experiencia de la libertad en el camino de la pascua de Jesús, saben ya que pueden realizarse como libres sobre el mundo, superando desde ahora la dureza y la tragedia de la muerte.

Esto significa que ha llegado por Jesús el tiempo del Espíritu Santo: siendo Hijo de Dios, Jesús nos abre en su persona y su camino el gran misterio del Espíritu, como experiencia original de amor, como principio y sentido originario de la vida. Por medio de Jesús, en el misterio del Espíritu, se expresa la verdad del humano auténtico que vive en el amor (ha superado los poderes de la muerte) y puede realizar sobre los tierra los caminos de Dios y de los humanos como reino.

Esta unión de Dios y de los humanos en el Cristo se realiza solamente como gracia. Dios no se ha encarnado en nuestra tierra por alguna exigencia necesaria de su ser o por pobreza interna (porque busca en la historia aquello que a su eternidad le falta). Dios se encarna porque quiere; porque quiere y porque intenta realizar sobre la tierra una "aventura de amor": traducir su amor eterno en forma histórica y humana. Esto es lo que realiza sobre el mundo Jesucristo.


2. Experiencia de Jesús, experiencia de Dios.

Jesús no ha cultivado la experiencia de un camino interior en el que Dios se identifica con la hondura del alma o con la misma vida misteriosa de los humanos. Conforme a Jesús no puede darse "vuelta al Padre", si por vuelta se supone una salida de este mundo malo un proceso interior de transcendimiento espiritual. Jesús ha cultivado la presencia de Dios desde el mismo fondo y camino de la historia, ¬conforme a los principios de eso que podemos llamar la fe israe¬lita.

Para Jesús, la fe no ha consistido en aceptar unas verdades generales, no es pensar en la verdad de unos principios o teorías. La fe consiste en la confianza radical que el humano pone en manos de su Dios: es arraigarse en su presencia, es apoyarse en su poder, es confiarle toda la existencia, en un camino de realización que es creador, es arriesgado. Pues bien, en ese lugar de la fe se ha situado Jesucristo, poniendo su vida en manos de Dios Padre, desde el mismo fondo de la historia. Por eso, el NT le ha llamado "iniciador y consumar de la fe" (Hebr 12, 2).

De esa manera, lo que pudiéramos llamar la teodicea de Jesús ha de entenderse como experiencia originaria de su encuentro con el Padre, desde el mismo camino de la historia en este mundo. Conocer a Dios implica confiarse en Dios y decidirse por su reino; conocer a Dios implica vivir "en su justicia" (cf Mt 6, 33). Desde aquí puede trazarse una pequeña pero significativa diferencia:

¨Para un israelita, fiel a su pasado y al camino de todas las promesas, Dios se encuentra vinculado a la totalidad de la historia de su pueblo, al cumplimiento de la ley del Sinaí, a la esperanza apocalíptica ligada al mismo triunfo de la gran justicia israelita.


¨Para Jesús esa justicia de Dios se encuentra vinculada al amor que Dios ofrece a los pequeños (a los cojos, man¬cos, ciegos; a los publicanos y prostitutas etc. ). Por eso, la experiencia de Dios ha de expresarse en forma de gracia creadora, como amor abierto a todos los que están necesitados, más allá de la misma frontera israelita.

Pues bien, en este nuevo gesto de amor a los pequeños Jesús ha explicitado el misterio de Dios Padre. Por eso, cuando anuncia el reino, cuando expresa en sus parábolas un modo diferente de enten¬der a Dios, cuando señala en el mensaje que Dios viene como amor originario . . . Jesús está expresando la experiencia nueva de Dios Padre. Por encima de todas las antiguas divisiones y distancias Dios mismo se ha venido a reflejar de esta manera en el amor que Cristo ofrece a los pequeños de la tierra. Por eso, la verdadera teodicea ha de entenderse ya como antropodicea: como defensa de los pobres y perdidos de la tierra.


La novedad de la experiencia de Dios que Jesús ha suscitado y ha extendido en su palabra y con sus gestos ha engendrado una especie de conflicto con los rasgos y momentos de la experiencia oficial del pueblo israelita. Por eso, los sacerdotes de Israel le han condenado, pero Dios le ha rescatado de la muerte, presentándo¬le ante todo los creyentes como el Hijo eterno, el principio de la vida (cf Rom 1, 1-3).

Pero con esto desbordamos el plano de una teodicea general y entramos en un campo mas estrictamente cristiano de teología confesional. Por eso podemos dejar el tema así. Solamente queremos recordar, en forma conclusiva, que la revelación cristiana ha de verse en dos niveles: en el plano de la historia humana y en nivel de manifestación transcendente de Dios.

¨En un plano de experiencia humana debemos recordar que todo lo que Jesús ha vivido y proclamado (su forma de entender el mundo, de hablar con los demás etc.) puede interpretarse desde el contexto de la historia de su tiempo. En ese aspecto debemos recordar que Jesús ha sido un humano verdadero, de manera que su vida y su experiencia pertenecen al plano de la historia.

¨Pero en plano de experiencia teológica debemos añadir que los mismos hechos de la vida-historia humana son expresión y presencia del amor del Padre. Cuando decimos que Dios mismo (el Hijo de Dios) es quien actúa y vive en Jesucristo no lo hacemos por penuria o pobreza (porque en la vida de Jesús haya agujeros o elementos que no pueden explicarse desde el mundo), sino por desborda¬miento de luz y verdad, de amor y vida. Es tal la fuerza de humanidad, tal la hondura de entrega y de gracia, de don y exigencia de amor que hemos hallado en Cristo que en Cristo vemos ya la realidad de Dios y la presencia (o anticipación) del reino de los humanos.


La experiencia de Dios no puede separarse, según eso, del con¬junto de experiencias de este mundo, situándose en un lugar apar¬te, separado de los otros. La experiencia de Dios que está en el fondo de toda teodicea ha de entenderse como hondura y plenitud de la misma experiencia humana. Donde un humano recibe la vida como gracia, donde la agradece internamente y la regala de manera creadora hacia los otros, allí surge la experiencia religiosa: Dios mismo se ilumina y se desvela entre los humanos. Así lo hemos podido descubrir y confesar en Jesucristo.

Volvamos al centro del problema. Jesús ha nacido a la vida humana sobre el campo de esperanza y experiencia israelita: así interpreta la vida como don de Dios, siente la historia como campo en el que Dios se manifiesta, adquiere (recibe) la conciencia de que Dios mismo le llama y se refleja a través de su persona. Todos estos datos de la experiencia de Jesús se encuentran en la línea de la experiencia israelita. Todos pueden explicarse partiendo del AT.


Sin embargo, en el conjunto de la vida de Jesús, en su manera de abrirse hacia Dios Padre, en la fidelidad de su persona por el reino, en su entrega a los hermanos y en la forma de llegar hasta la muerte. . . Jesús ha ido expresando y desplegando sobre el mundo la experiencia plena de Dios Padre. Ha desbordado la frontera israelita y viene a presentarse sobre el mundo como el verdadero Hijo de Dios, el humano escatológico. De esa forma, Jesús ha desve¬lado algo que estaba antes oculto: el misterio de Dios como Padre, el amor de Dios que se realiza y se explicita para siempre dentro de la historia.

Pero con estas observaciones desbordamos el plano de la historia y nos venimos a poner en un campo de pascua. Ya no descubrimos solamente la apertura de Jesús sino también la respuesta de Dios Padre, que acoge a Jesucristo y manifiesta su misterio, como Cristo y Señor, en el principio de la iglesia.

Jesús no ha descubierto la presencia de Dios (quizá pudiera decir "la Trinidad") como algo que está fuera de sí mismo. Jesús se ha descubierto inmerso en el misterio de Dios. Quizá pudiéramos decir que ha vivido la gracia de Dios (el amor trinitario) como exigencia y sentido, como fuerza y gozo de su vida. Por eso, la teodicea no ha sido para él una teoría: ha sido el descubrimiento y realización profunda de su vida, en manos de Dios Padre, al servicio del Reino de ese Dios (que es el Espíritu Santo), el Reino de la vida plena de los hombres.
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