Los millones de la Misa de Colón y los pocos miles de la Iglesia antigua

Este domingo 28 de Diciembre, día tradicional de los Santos Inocentes, se celebra en la Plaza de Colón de Madrid la Misa Mayor de la Familia. No sé contar el número. Unos dirán que dirán que cien mil, otros que medio millón y habrá algunos que sigan sumando hasta dos millones. Dejemos que la policía mida los metros cuadrados,

la densidad del gentío y calcule. Para situar el tema y mirarlo desde otra perspectiva, he querido calcular el número de los primeros cristianos, que eran sólo unos pocos miles; pero ellos pudieron ofrecer una alternativa de humanidad y esperanza en medio de un mundo cansado. Son muchos los que piensan que los millones de la Plaza de Colón son un buen número, pero que quizá no son de verdad una alternativa cristiana. Yo no quiero opinar; estoy con todos, también con ellos. Por eso me limito a poner las cifras del Nuevo Testamento y de los primeros cristianos. Que los lectores pongan las cifran de la Plaza de Colón. Que cada uno saque las conclusiones.

El número de cristianos según el Nuevo Testamento


Las cifras y números de los israelitas del Antiguo Testamento (por ejemplo, en Ex 12, 37 o en todo el libro de los Números) han de tomarse en sentido figurado. De esa forma han de entenderse también muchas cifras del Nuevo Testamento, que tienen un carácter simbólico (aunque sea orientativo). A modo de ejemplo se pueden citar las que siguen

a) Quinientos hermanos.

Hablando de las diversas experiencias pascuales, a partir de una tradición anterior, Pablo afirma que Jesús «se apareció a Pedro y después a los doce. Luego, a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven todavía; y otros ya han muerto. Luego se apareció a Santiago, y después a todos los apóstoles» (1 Cor 15, 5-7).

Esos quinientos hermanos pertenecen, probablemente, a la primitiva comunidad de Jerusalén, que han compartido una misma experiencia extática de Jesús (a quien han «visto» tras la muerte). No parece que aludan a un grupo de galileos, reunidos en nombre de Jesús, en una experiencia de «multiplicación» de panes, sino que forman el punto de partida y base de la comunidad de Jerusalén, que no ha nacido como una célula pequeña de quince o veinte miembros, sino como una gran asamblea, antes que se desplegara el grupo ya aludido de Santiago (de los judeo-cristianos), cuyo número sería más difícil de fijar.

b) Los cuatro o cinco mil de las multiplicaciones.

A ellos alude Mc 6, 44 («eran como cinco mil hombre, varones») y Mc 8, 9 («eran como cuatro mil»). Éste es un número muy grande, si tenemos en cuenta que las «ciudades» de Galilea, como Cafarnaum y Betsaida, en cuyo entorno se realizaron las multiplicaciones (al menos la primera), sólo tenían dos o tres mil habitantes . Esos números podrían entenderse simbólicamente, en relación con el censo de los israelitas en el libro de los Números (Num 1-2 y 26, 1-65). Pero resulta preferible mirarlos en perspectiva pascual: éstos son los que comparten el pan de Jesús, es decir, los que se reúnen en su nombre para realizar su gesto más significativo: comer juntos.

En un contexto convergente, Flavio Josefo (Vida 212-213) habla de un ejército de cinco mil hombres (varones), para la liberación de Galilea. También Jesús, en la primera multiplicación, en ámbito judío, puede contar con cinco mil hombres (varones) para la transformación mesiánica que está a punto de iniciar En la segunda multiplicación, en ámbito pagano, se dice que había unos cuatro mil (¡ya no son varones, sino personas). Esos dos números (cinco mil varones judíos de Galilea y cuatro mil personas provenientes del paganismo) formarían, para el evangelio de Marcos, el comienzo del camino cristiano (no en Jerusalén, como los quinientos de Pablo, sino en Galilea y en la Decápolis básicamente pagana).

c) Los tres mil y cinco mil del libro de los Hechos.

Marcos hablaba de cinco y cuatro mil en Galilea y en su entorno pagano. Pablo se había referido a quinientos hermanos, probablemente en Jerusalén. Pues bien, desde otra perspectiva, el libro de los Hechos afirma que el primer día de Pentecostés, tras el discurso de Pedro, se unieron «unas tres mil personas, que perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2, 41-42). Es evidente que ese pasaje está ofreciendo un número simbólico aproximado de la primera comunidad de Jerusalén, un número que sigue siendo significativamente muy alto para una ciudad que podía tener por entonces unos 50.000 habitantes.

Más tarde, el mismo libro de los Hechos, después de haber ofrecido los primeros discursos y signos de Pedro y de los Doce (en especial de Juan Zebebeo), en Jerusalén, entre persecuciones, sigue comentando: «muchos de los que habían oído la palabra creyeron, y el número de hombres llegó a ser como cinco mil varones» (Hch 4, 4). Es significativa la coincidencia con el primer relato de las multiplicaciones (Mc 6, 44), pues también aquí se habla de cinco mil varones.
Éste sigue siendo, sin duda, un número simbólico, para indicar que el movimiento de Jesús no nació como un grupúsculo pequeño, unos cuantos separados (de cincuenta o cien, como en Mc 6, 31-44), sino como una multitud muy numerosa. No es un número para tomarse al pie de la letra, pero indica que tanto en Jerusalén (como en Galilea y entre los gentiles del entorno) había extensas comunidades de creyentes mesiánicos.

2. Estimación sociológica

Extrapolados y aplicados a las comunidades paulinas y petrinas (y otras), extendidas desde Antioquía a Roma, pasando por Éfeso y Corinto, los datos anteriores nos llevarían a suponer que entre los años 70 y 100 d.C. (tiempo en el que se escribieron los textos del Nuevo Testamento que acabamos de evocar), habría varias decenas de miles de cristianos. Pero esos números han sido cuestionados por algunos sociólogos e historiadores como. R. Stark , que los ha rebajado de un modo considerable. Con esta nueva valoración sociológica nos adentraremos en un tiempo posterior (del que trataremos en el próximo libro: El camino de la Gran Iglesia). Pero he querido citarla ya aquí, como referencia, para situar mejor los temas que siguen (Tomo las cifras del libro de S. Stark, El auge del Cristianismo, Bello, Barcelona 2001).

1. Hacia el año 100 d.C., en el Imperio romano (de los de fuera no sabemos muchos) habría unos 7.500 cristianos, que formaban un 0,0126% de la población total (que ascendía a unos sesenta millones de habitantes, de los cuales cinco o seis millones era judíos). Los cristianos estarían divididos en unas setenta y cinco iglesias, con unos cien creyentes cada una.
En general, se les consideraba un grupo peculiar de judíos mesiánicos, vinculados a Jesús de Nazaret, crucificado por Poncio Pilato. A veces eran tratados con hostilidad por otros grupos judíos, sobre todo por el hecho de que ellos admitían en sus comunidades a gentiles. Algunos funcionarios empezaron a tomarles también como peligrosos e incluso a perseguirles, porque no tenían estatuto legal reconocido ni aceptaban el carácter sagrado del imperio (como sabemos por el informa de Plinio, gobernador de Bitinia, a Trajano, el año 112 d.C.).

2. El año 150, los cristianos podían serían unos 41.000 (un 0,07% del Imperio). Como se ve eran todavía poco numerosos y seguían vinculados de algún modo al judaísmo, de manera que en algunos lugares formaban aún parte de las sinagogas, aunque, en general, se habían ido separando del judaísmo rabínico, tanto por su forma de entender a Jesús, a quien confesaban Hijo de Dios, como por su forma de organizar las comunidades, donde eran admitidos por igual judíos y a no-judíos.
En el fondo, siendo aún muy pocos, estos cristianos habían esbozado ya (aunque no desarrollado) casi todos los elementos doctrinales y sociales que definirán a la iglesia en los tiempos posteriores. Siguen suscitando a veces el recelo de las autoridades romanas e incluso son perseguidos.

3. Hacia el año 200 son ya unos 218.000 (un 0,36% del Imperio). Han empezado a independizarse de un modo consecuente del judaísmo rabínico y poseen ya su propia Escritura (los libros del Nuevo Testamento, al lado de la Biblia Israelita) y su organización (presidida por obispos). Sólo ahora se puede afirmar que judaísmo rabínico y cristianismo se han separado, para trazar de un modo consecuente sus propios caminos, que se han mantenido básicamente hasta el día de hoy (2009 d.C.). En este momento, en que se han separado ya plenamente de los judíos rabínicos, el imperio romano empieza a verles como un problema social y religioso y a perseguirles de manera organizada, pues forman un grupo no reconocido ni integrado en el Estado.

4. Hacia el año 250, los cristianos serán un millón y cien mil, casi un veinte por ciento de la población, la mayor minoría socio-religiosa del Imperio, con un gran peso específico entre los otros habitantes, con unos obispos que han adquirido mucha autoridad y que van creando su propia red de conexiones e influjos. Se puede afirmar que en este momento, encontrándose aún en situación de ilegalidad, la iglesia emerge como una verdadera «alternativa social» frente al imperio, pero no en sentido político, sino cultural y humano.
Allí donde el imperio corre el riesgo de fracasar (pierde su cohesión interior), la Iglesia va creando redes de asistencia social y de comunicación humana que transforman la vida de sus fieles. Allí donde el judaísmo se cierra en su identidad nacional, abandonando el proselitismo helenista anterior, el cristianismo se abre al helenismo. En este momento, muchos funcionarios imperiales advierten que la política de rechazo o de persecución no ha dado fruto.

5. El año 300 había más de seis millones de cristianos y forman ya el grupo más significativo del imperio, tanto en plano religioso como social. De esa manera, mientras el judaísmo acaba por replegarse en sí mismo, el cristianismo se abre de un modo consecuente y penetra en todas las estructuras de la población. Gran parte de los «judíos helenistas», vinculados a la cultura greco-latina abandonan el judaísmo y se hacen cristianos.
En este momento, la Iglesia viene a presentarse como una comunidad muy cohesionada, capaz de ofrecer espacios de sentido y convivencia, de asistencia social y de celebración a grupos antes marginados del imperio. A partir de ese momento el número de cristianos aumentará de un modo vertiginoso, aun antes del edicto de tolerancia de Constantino (Milán, año 313), de manera que ellos formarán una especie de imperio espiritual y social dentro del Imperio, de manera que el mismo emperador buscará su apoyo.

6. Hacia el año 350, después que Constantino empezara a presentarse como protector de los cristianos y promoviera el Concilio de Nicea (año 325), ellos serán unos treinta y cuatro millones, más de la mitad del conjunto de la población. El proceso resulta imparable. Por presión social y/o por convencimiento, el Imperio Romano se vuelve en conjunto cristiano (sobre todo en Oriente) y, por su parte, el cristianismo, por conveniencia o por miedo, se configura de un modo imperial, como una Gran Iglesia, que expande su poder sobre el conjunto de la población. Quedan fuera los judíos, como grupo nacional reconocido (aunque a veces perseguido) y algunos «paganos», es decir, habitantes de los «pagos» o aldeas a los que no llega la cultura oficial. Pero la misma administración del Imperio se vuelve cristiana. Se ha expresado así, desde el mismo fondo anterior de las persecuciones, un hondo mimetismo, de manera que el Imperio asume un poder religioso de tipo cristiano y la Iglesia toma un poder imperial, en contra de la intención de Pablo (y de Jesús).


El tema de los números

He querido citar y exponer esta tabla de «crecimiento del cristianismo» porque nos ayuda a entender (y relativizar) el tema de los números. En esa línea, quiero añadir que una tabla de este tipo sólo me parece significativa a partir del año 150 d.C. Para el período anterior tengo serias dudas.
Ciertamente, estoy convencidos de que el punto de inflexión en el despliegue cristiano debe situarse del 150 al 180, tiempo en que el cristianismo deja de ser un grupo judío (aunque capaz de acoger en su seno a los gentiles) para convertirse en una Gran Iglesia, con identidad social y religiosa.

Hasta ese momento los límites no estaban todavía definidos. Ciertamente, se podría decir (como ese esquema dice) que hasta el 150 d.C., sólo había unos 41.000 cristianos, dentro de un imperio con 60 millones de habitantes (y 6 millones de judíos). Pero esos cristianos no se habían separado todavía totalmente del judaísmo, de manera que los límites eran todavía fluidos, de manera que podía haber cambios y trasvases en uno u otro sentido.

Por eso, antes de ese año (y de un modo especial en todo el tiempo del que me ocupo en este libro sobre Los primeros cristianos) no tiene mucho sentido hablar de números, ni de separaciones estrictas respecto al judaísmo. Hay que hablar, más bien, de tendencias y caminos, que en principio son bastante semejantes y están vinculados, pero que después se irán independizando: el judaísmo rabínico rechazará finalmente la alianza con el helenismo (cuyos problemas vimos en el cap.1, al tratar de la crisis de los macabeos), para centrarse en su propia tradicional nacional. Por el contrario, el cristianismo expondrá su experiencia mesiánica en formas helenistas; aquí estará precisamente su «desafío» para un imperio como el de Roma, que se sentirá amenaza y perseguirá a los cristianos (no a los judíos en cuanto tales).

En esa línea, para desarrollarse y triunfar como un grupo autónomo, los cristianos no necesitaron tomar el poder, sino al contrario, ellos tuvieran al poder en contra (vivieron bajo régimen de excepción o de persecuciones). Tampoco desplegaron una gran misión intelectual, aunque tuvieron buenos intelectuales, que reflexionaron sobre los aspectos básicos del mensaje de Jesús, aceptando la cultura y la forma de vida helenista y romana.
Ellos hicieron algo más radical, que no habían hecho los judíos anteriores: se configuraron como alternativa universal, como una «mutación» en la forma de entender y vivir la realidad. Sólo entonces, presentándose como alternativa universal, empezaron a mostrarse como una entidad distinta.

En ese momento lo que importaba no era el número de miembros, sino la forma de vida que ellos ofrecían y su capacidad de presentarse como alternativa integral, desde dentro de la misma trama de vida del Imperio. La historia no suele cambiar por simple evolución progresiva y lineal, sino más bien por revoluciones y mutaciones que pueden quedar latentes por un tiempo, pero que después, al encontrar las condiciones adecuadas se despliegan y extienden rápidamente, como una explosión social.

La alternativa cristiana

En aquel momento, hacia el 150/180 d.C., las posibilidades de apertura y extensión del judaísmo nacional dentro del imperio se agotaron, de manera que los judíos rabínicos se cerraron en sí mismo (en su idioma, en sus tradiciones), refugiándose de un modo especial en el reino de los persas. Por el contrario, a partir de ese momento, los cristianos se abrieron y «estallaron», cambiando en unos pocos decenios el Imperio romano.
Debemos añadir también que, en ese momento, el Imperio Romano había llegado a una especia de estancamiento humano (en el plano cultural, de identidad interna). En ese momento, un pequeño número de cristianos pudieron presentarse y actuar como alternativa, ofreciendo eso que podemos llamar su mutación eclesial.

El tema es si los cien mil o dos millones de la Plaza de Colón pueden aparecen como alternativa cristiana, en este frío mundo del años 2009
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