Las religiones monoteístas y el futuro de la humanidad

Pienso que se pueden poner de relieve tres actitudes convergentes:
a. Desideologización, retorno al valor de lo humano. Las religiones monoteístas tienen que dejar de actuar como ideología que se pueden imponer de un modo conceptual, como una verdad absoluta. Es necesario que los monoteístas superen los presupuestos de una verdad previa de tipo impositivo y que empecemos descubriéndonos como humanos. En este sentido, el camino de la democracia, iniciado en occidente, marca el comienzo de un futuro esperanzador, siempre que la democracia no se entienda como expresión de una ideología de superioridad occidental o como medio para la expansión del capitalismo. Siguiendo ese camino, la política y la vida social deben convertirse en espacio de diálogo igualitario, sin que existan posiciones de ventaja de unos o de otros.
En este nivel de alianza deben superarse las diferencias nacionales o religiosas. Cada grupo debe renunciar a sus particularidades culturales o raciales. Sólo de esa forma puede lograrse una infraestructura de diálogo universal, en igualdad y tolerancia. Para ello han de romperse muchas barreras sociales y nacionales. Es necesario que desaparezcan los mesianismos de un grupo o de otro (judíos, musulmanes o cristianos); no deben existir naciones elegidas, ni iglesias, 'ummas o pueblos sagrados (de buenos y sabios...). En ese plano sólo existen seres humanos, abiertos a la humanización integral, es decir, a la posibilidad de convivir sobre una base humana. Dejamos de tener un apellido (judíos o cristianos, etc). Somos simplemente humanos; no tenemos que defender ningún particularismo, ninguna verdad previa, ningún mesianismo de grupo. Buscamos sólo el bien del ser humano.
b. Democratización y pacto cósmico.
El ideal precedente sólo es posible allí donde se pongan en marcha mecanismos de participación económica y educativa entre todos los seres y los grupos humanos; se trata de una participación ecológica (disfrute de la tierra) y laboral y laboral, que nos permita aprender a compartir experiencias y formas de vida. Es preciso un “pacto” como el que la Biblia sitúa en tiempos de Noé (Gen 8-9), pacto al servicio de la vida, entre todos los hombres y mujeres del mundo de trabajos y de posibilidades de consumo). Éste será un “pacto cósmico”, es decir, con la naturaleza, a la que se debe respetar, como madre y fuente de la vida. Éste es un “pacto de sangre”: el único principio universal es “no matar” (no derramar sangre, en sus diversas formas). Sólo sobre ese pacto, que el judaísmo ha interpretado como religión universal y que el Islam identifica en el fondo con la revelación de Muhammad (porque Noe y Muhammad dijeron lo mismo) puede establecerse la humanidad del futuro. Para ello es necesario un esfuerzo de nueva creatividad (respeto mutuo, de desarrollo integral) que vincule a los diversos pueblos y grupos.
Partiendo de ese fondo, es necesario que surja un trasvase creativo y "creyente", en el mejor sentido de la palabra. El conjunto de la humanidad tiene que ofrecer posibilidades a los grupos económicamente menos desarrollados; se han de poner en marcha los procesos que conducen hacia el diálogo pleno entre los hombres. Es evidente que han de caer las fronteras en clave económica (no en plano de identidad y cultura nacional, de recuerdo histórico). Deben encontrarse medios de cooperación igualitaria entre todos los grupos humanos. Para ello es necesario que surja un tipo de fe en la comunicación. Vivimos en un mundo donde los grupos particulares se enfrentan, discuten (luchan) y pactar para su provecho en espacios cerrados, al servicio de sus propios intereses; vivimos en un mundo donde el capitalismo desea imponer sobre todos los pueblos su dictadura económica. Ahora es necesario suscitar un diálogo mundial, en clave económica (comunicación de bienes), en plano social (colaboración grupal) y en perspectiva ideológica (compartiendo la palabra, las creencias). Sólo allí donde los humanos sean (se vuelvan) capaces de dialogar de esa manera podrá haber paz sobre la tierra.
3. Aportación de las utopías religiosas.
El tema de fondo no es el del triunfo del judaísmo o el Islam, del cristianismo o de otra ideología… El problema es la posibilidad de que pueda seguir existiendo humanidad, sobre un mundo amenazado por el “diluvio” (la destrucción cósmica). En ese sentido, musulmanes, cristianos y judíos volvemos a situarnos ante el “pacto de Noe”, que es el pacto al servicio de la vida humana, entendida como “creación de Dios”. Estamos como en tiempos de Noe, los tres grupos humanos (semitas, camitas, jafetitas…). Da la impresión de que venimos de un “diluvio” (estamos ante el riesgo de un diluvio). La Biblia supone que podemos construir una Torre de Babel (un sistema que acaba enfrentándonos a todos), que sería una forma peor de diluvio, pues esa torre sería como una bomba que puede estallar, matándonos a todos…
Ciertamente, no estamos solos. Junto a nosotros (judíos, cristianos, musulmanes) hay otros pueblos y culturas (África, China, la India…) que pueden y deben ofrecer su aportación. Pero nosotros, herederos de las tradiciones monoteístas, situados ante el signo del diluvio universal o de la torre de Babel (que está al principio de nuestras tradiciones) podemos y debemos buscar un camino que nos permita superar el riesgo de la destrucción universal. Nuestras tradiciones (al menos las judías y las cristianas) son en el fondo una respuesta a los retos del Diluvio y de Babel. Son formas distintas (complementarias) de buscar la Paz universal (shalam, shalom), al servicio de la creación. En este contexto, que resulta absolutamente necesaria la colaboración de los grandes ideales o utopías religiosas, que proclaman el mesianismo, la pacificación final y el encuentro entre todos los humanos. Vamos a fijarnos sólo en las religiones abrahámicas, conforme a lo que ha querido ser este trabajo.
1. Los judíos deberían renunciar a su nacionalismo sacral (sobre todo en perspectiva política) para hacerse de verdad fermento mesiánico en el mundo. Si un día ellos pusieran su potencial utópico/mesiánico al servicio de la reconciliación humana, si se hicieran germen de diálogo y encuentro entre todos los pueblos (especialmente para sus hermanos musulmanes) cambiarían las condiciones de nuestra historia. Eso significa que, para ser plenamente judíos (es decir, mesiánicos), ellos tienen que renunciar a un tipo de intransigencia nacional o, mejor dicho, nacionalista. Conforme a sus mejores tradiciones, ellos no han de vivir para sí mismos, sino que han de cultivar su potencial humano y religioso al servicio de todos los pueblos. Son un pueblo germen, un pueblo semilla al servicio del conjunto de la humanidad (de lo mesiánico). Para eso deben superar su actitud de pura resistencia (mantenerse como están, ser grupo distinto), para comenzar un camino de mesianismo activo, convirtiéndose ya (desde ahora) en fuente de humanidad.
Es evidente que, en ese contexto, la función del Estado de Israel (si es que se mantiene) debe ser absolutamente distinta. Los judíos, como grupo religioso, deben renunciar a la forma de existencia actual del Estado de Israel, negarle su cobertura religiosa. Por eso, en un plano religioso (desde las mejores tradiciones de Israel), debemos afirmar que sólo si el Estado de Israel renuncia a su identificación religiosa actual y puede presentarse de hecho como fuente de reconciliación real podrá tener sentido a la luz de la experiencia bíblica. Eso implica un éxodo fuerte: los judíos verdaderos tienen que renunciar al Estado de Israel, como los hebreos antiguos renunciaron al Estado de Egipto. Ciertamente, hay otros grupos y pueblos violentos y opresores sobre el mundo; por eso, echar la culpa de todos los males al “sionismo” resulta no sólo infantil, sino mentiroso. Pero el estado sionista de Israel debe cambiar su “política profunda”, si es que quiere ponerse al servicio de la superación del “diluvio” que puede venir, de la Babel que está surgiendo.
2. Los cristianos deben universalizar la experiencia judía desde la perspectiva del mensaje, vida y muerte de Jesús. Así aparecen como israelitas mesiánicos: judíos que han abierto la herencia de Abrahán (de Moisés y los profetas) hacia todos los pueblos de la tierra, desde la experiencia humanizadora de Jesús, a quien conciben como el hombre del diálogo universal (es decir, el Hijo de Dios). Pero, de hecho, un tipo de “identidad” cristiana se ha vuelto principio de dominio violento del mundo (al servicio del capitalismo). Pues bien, la fe mesiánica, cumplida en Jesús, debe cambiar a los cristianos, de forma que ellos puedas presentarse como portadores de una experiencia concreta de de diálogo fuerte, entre los pueblos. Eso significa que las iglesias de occidente han de realizar un éxodo superar sus esquemas de dominio y poder y rechazar los modelos del capitalismo que se han unido a ellas. Sólo la creación de auténticas comunidades mesiánicas, al servicio de la reconciliación universal, puede ser fermento de concordia y humanización sobre la tierra.
En esa línea, debemos aplicar a las iglesias cristianas algo semejante a lo que hemos dicho ya del judaísmo y del Estado de Israel. Esas iglesias tienen que renunciar a su alianza básica con los estados de occidente y con el capitalismo mundial, para así presentarse como signo de verdadera alianza humana para todos los hombres. Esto implica otro “éxodo” o, si se prefiere, una “pascua” como la de Jesús: los cristianos deben renunciar al pacto con las Iglesias establecidas, vinculadas al poder político (como Jesús renunció al Templo de Jerusalén); más aún, ellas deben renunciar a su pacto “real” con el capitalismo de occidente (o del mundo), para presentarse así, como son, como signos de la “alianza de pan y vino” de Jesús, es decir, del pan compartido y de la vida entregada de los unos a favor de los otros.
c. Los musulmanes tienen que recuperar el gran ideal islámico de sumisión a Dios y de pacificación universal a través de la palabra y la solidaridad. No se trata de que ellos pierdan su referencia cultural y su tradición religiosa; no se trata de que abandonen su espiritualidad de entrega en manos de Dios sino de algo mucho más profundo: ellos deben recrear el camino de la reconciliación universal desde la raíz de la historia y mensaje de Muhammad, viendo así a Dios como fuente de paz para todos los humanos. Ciertamente, ellos pueden y deben considerarse pueblo regido por la voluntad de Dios, pues sólo a través de esa “sumisión” radical pueden superar los riesgos de violencia que anidan en el seno de algunos de sus grupos.
En ese contexto, pienso que los musulmanes actuales deben recrear de nuevo el gesto de la hijra/hégira. Yo no les puedo dar un consejo, ni marcar un camino. Han de ser ellos los que descubran y tracen su camino, volviendo a la experiencia primera de Muhammad. Ciertamente, ellos deben “renunciar” a un tipo de Meca regida por ricos comerciantes, que han pactado con el capitalismo mundo. Por eso, su primera tarea tiene que ser la de “salir de una nueva Meca”, salir de una ciudad y estructura dominada por capitalistas y políticos violentos, para redescubrir la tarea de pacificación de los creyentes verdaderos. El mayor peligro para el Islam no está fuera, sino dentro de aquellos que se llaman musulmanes, sometidos a Dios, y no lo son, porque han pactado con los poderes económicos y políticos del imperialismo mundial. Pienso que los musulmanes están como en el tiempo de Medina, la época de la “creación” de la comunidad Islámica; más aún, pienso que la “nuevo toma de la Meca” no se puede realizar por armas o guerra, sino por un pacto superior de humanidad.