No he venido a sembrar paz sino espada (Mt 10, 34)

Así dice Jesús: 

Mt 10: 34No penséis que he venido a sembrar paz, sino espada. 35He venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; 36  pues los enemigos del hombre serán los de su casa. 

San Mateo 10:34 "𝕹𝕺 𝖍𝖊 𝖛𝖊𝖓𝖎𝖉𝖔 𝖆 𝖙𝖗𝖆𝖊𝖗 𝖑𝖆 𝖕𝖆𝖟, 𝖘𝖎𝖓𝖔 𝖑𝖆 𝖊𝖘𝖕𝖆𝖉𝖆" - YouTube

Esta espada de paz de Jesús se vincula a la cruz o entrega de la vida por los otros. Por su forma de entender  y cambiar el sentido y finalidad  de las familias de poder religioso y social (templo e imperio) condenaron a Jesús a cruz. Éste fue su peligro ante el templo (Jerusalén) y el imperio (Roma) 

Superando un modelo tradicional de relaciones (amar a amigos, odiar a extraños, Mt 5, 21-48), Jesús inició su camino de comunión para todos, superando con su espada de paz una historia interminable de guerras: No he venido a traer (balein, sembrar) paz, sino espada (Mt 10, 34-35), que es remedio y medicina para curar las violencias/concupiscencia de guerra  (adulterio, asesinato y robo: Rom 13,8-10, cf. 1 Jn 2, 16, con Sant 4).

Jesús  reconoce el valor de muchas propuestas, de Antiguo Testamento, pero  supera una estructura de buenas familias excluyentes, que expulsan a pobres y oprimidos, para cerrarse en su violencia económico/social. En esa línea, su mensaje de concordia introduce una fuerte escisión en la estructura de las familias antiguas.    

Esas palabras (no he venido a sembrar paz sino espada) provienen del Q (cf Lc 12, 51-53), y están formuladas de manera paradójica por seguidores de Jesús que, hablando en su nombre, exponen su programa mesiánico de amor abierto a todos (cf. Mt 10, 13). Por eso, su paz sólo puede lograrse a través de una espada (majaira) que deshace y supera los nudos anteriores de egoísmo grupal de padres/hijos, madres/hijas y suegras/nueras etc.

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Sobre los intereses creados de grupos de egoísmo que divinizan su ley particular trazó Jesús un programa y espacio universal de amor para aquellos que, retomando el impulso de Dios, abren caminos nuevos de perdón y acompañamiento mutuo  (en la línea de Isaías 2, 2-4. Jesús no trajo en su mano la espada de Roma o del “estado” judío como Josué (Js 5, 13-15), los macabeos (2 Mac 15, 16-18) y Pedro, que quiso defenderle en el Huerto de los Olivos (a espada mueren los que a  espada matan: Mt 26, 52), sino un proyecto de transformación personal y social, para superar el poder de unas “familias” que oprimen a  otras.

Jesús trae la espada/bisturí (Hbr 4, 12) que penetra en la intimidad de las personas a fin de que cada uno descubra y  acepte su identidad en Dios y así pueda vincularse, libremente, en comunión de amor, con los hermanos, con todos, , creando una fraternidad de  amor abierto, no una familia de poder que domina sobre otros.

Esa espada penetra en la entraña  de cada familia, de cada persona realizando la gran transformación que tanto Mc 12, 28-38 como Rom 13, 8-10 entienden en forma de amor al prójimo, de unos hombres a otros, como revelación suprema de Dios. Esta espada de Jesús impulsa y promueve la vida, más que todas las armas del mundo, no imponiendo su poder, sino promoviendo un movimiento de paz en el que que todos pueden ser aceptados y elevados en amor

Ésta no es una espada para enfrentar a los hombres en un plano militar, ni para luchar a favor o en contra de Roma  (cf. Rom 13, 1-7), sino para abrir un camino de amor al prójimo como a sí mismo, empezando por los excluidos de la sociedad judía o romana,  una familia en la que todos-todos puedan ser y sean hermanos, es decir, prójimos.

Estas palabras de Mt 10 (no he venido a sembrar paz sino espada) proclaman y definen la guerra de Jesús, que no es un combate entre naciones, ni entre judaísmo establecido (rabínico) y poderes romanos, sino una “guerra personal de paz”, para superar el egoísmo de un amor adulterado de dominio de unos sobre otros.  

Mateo ha situado este proyecto de revolución personal y familiar (amar al prójimo como a ti mismo) hacia el final del discurso misionero, tras haber resaltado la necesidad de “confesar al Hijo del Hombre”, representante de los pobres y expulsados (Mt, 10, 32-33), superando toda vinculación cerrada en sí misma y retomando en otro contexto  la crisis escatológica anunciada por Miq 7, 6: 

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 ‒ La espada de Jesús separa (divide) al hombre de su padre. Ésta es la más honda vinculación según ley (la de padres e hijos), la primera que debe superarse, de forma que los seres humanos deben enfrentarse con su padre (κατὰ τοῦ πατρὸς αὐτοῦ)   para superar así una estructura patriarcal dominadora.

Esa espada enfrenta a la hija con su madre. Esta ruptura es como la anterior, en línea femenina, pues la hija (θυγατέρα) debe separarse de su madre (κατὰ τῆς μητρὸς αὐτῆς ), para no repetir su esquema de poder, rompiendo (superando y recreando, de un modo distinto) las relaciones de madres e hijas,  en línea de libertad personal (cada mujer es ella misma, no simple hija de su madre; cada varón es él mismo, no simple subordinado de su padre) pudiendo así abrirse en amor  universal.

‒ Y a la nuera con su suegra (καὶ νύμφην κατὰ τῆς πενθερᾶς αὐτῆς). Ésta es la tercera ruptura, dentro de una familia en la que, tras un casamiento regulado por ley, la madre, (especialmente viuda) sigue viviendo con el hijo, como siendo dueña de casa (gebyra), en línea de poder. En contra de eso, cada hija/mujer (νύμφην), ha de ser autónoma, libre, persona, contra (por encima) de un mundo de padres-madres-suegras (de imperios, sociedades mercantiles y/o iglesias) que  quieran marcar, definir y trazar desde fuera (pero no desde Dios, ni es Cristo) su sentido y tarea en el mundo[1].

 Este pasaje, inspirado en Miq 7, 6 (cf. Lc 12, 51-3)   ratifica la ruptura y recreación de un tipo de familia impositiva, conforme a la cual “los enemigos de un ser humano (anthropos, varón o mujer)  son los de su casa  (ἐχθροὶ τοῦ ἀνθρώπου οἱ οἰκιακοὶ αὐτοῦ).  Superando esa casa cerrada de egoísmo intra-familiar  quiere abrir Jesús un proyecto de paz en amor y palabra que se abre a todos los pueblos, a todas las personas, empezando por lo enfermos, pobres y excluidos sociales (cf. Mt 28, 16-20)

   Los enemigos de un ser humano (τοῦ ἀνθρώπου) son los de su casa (οἱ οἰκιακοὶ αὐτοῦ), es decir, los que construyen una casa de poder para así mantener oprimidos a los “menores” en vez de impulsarles a vivir en libertad y amor y vida.

Esta es la espada de una ruptura y apertura dolorosa, trauma de nacimiento, con dolores de parto (Rom 8) para nacer a una familia universal de palabra en amor. Es la espada del dolor más grande  que puede darse en este mundo, desde la perspectiva del judaísmo tradicional, donde la familia (simbolizada por un tipo de padre, madre, suegra era el signo supremo de Dios (en línea de una Ley de genealogía, conforme a la cual cada uno depende de su familia, esto es, de su pueblo o iglesia, que le defiende y acuna, pero sin dejarle ser independiente, ni dejarle amar a los distintos).

En un sentido, seguirá habiendo familias  de padres e hijos, de madres, de hijas, de suegras y nueras, de nacimiento protector, que nos permite ir creciendo en un entorno protegido. Pero, al mismo tiempo, en otro plano, esa misma familia (hecha imperio, pueblo, estado, iglesia establecida…) tiende a convertirse en grupo de poder que mantiene a los hombres, varones y mujeres sometidos. Jesús, en cambio, viene a presentarse como signo supremo de libertad personal, de responsabilidad con familias de hijos e hijas y ermanos que puedan abrirse, libremente, en amor hacia todos, en especial hacia los más necesitados.

Esa superación de una familia anterior (de padre-madre-suegra, imperio-estado/pueblo), que puede ser opresora, tiene que dar paso al surgimiento de una comunión universal en la que se integra la familia de Jesús, sus compañeros y amigos: Hambrientos, desnudo, exilados, enfermos y encarcelados del mundo, Mt 25, 31-46).

Jesús sana a un leproso

Ésta no es  una ruptura de simple muerte, sino de transformación para un nacimiento mayor de vida. Por experiencia de evangelio,  los creyentes han de romper un tipo de unidad familiar impositiva de padre-hijo, madre-hija, suegra-nuera, para que surja una familia universal mesiánica, de varones y mujeres, mayores y niños, abierta a todos los seres humanos. La meta-noia mesiánica de Jesús viene a concretarse así como un meta-nacimiento para el amor y comunión universal. 

NOTAS

[1] He estudiado el tema en La familia en la Biblia, Verbo Divino, Estella 2014 y Gebyra, en Gran diccionario de la Biblia y sobre todo en Comentario de Mateo

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