Justicia instantánea

(AE)
Por desgracia, es una escena bastante normal por estos lares. No tiene nada de inventada, es más, prácticamente les describo la escena tal como ha aparecido en el periódico local.

Un par de ladrones se sitúan estratégicamente con unas armas ocultas (verdaderas o de juguete) y se pertrechan en sitios donde, ya sea por la hora del día o por las condiciones de la carretera, los coches tengan que circular a una velocidad moderada y allí están al acecho de cualquier coche “atractivo” con máximo dos ocupantes.

Los dos a los que nos referimos hoy quisieron hacer su fechoría a plena luz del día. Vieron un coche de reparto e imaginaron que allí encontrarían su botín. Salieron al camino empuñando visiblemente las armas para que el chófer parara y saliera del vehículo. Ya sea por nerviosismo o por la poca experiencia, la cosa no fue tan rápida como esperaban y para más inri había algunos periodistas muy cercanos que, protegidos por la distancia de su teleobjetivo, comenzaron a tomar fotos de la escena. Quizás fuera por eso, quizás por la atención que llamaron con su acción, el hecho es que la cosa comenzó a tener mal cariz y uno de los facinerosos flaqueó en su empresa y puso pies en polvorosa. Los viandantes no se lo pensaron dos veces... aprovechando el desconcierto del atracador que quedaba, se acercaron al coche, le quitaron el arma y una vez más el triste espectáculo de la justicia de masas e inmediata tuvo lugar: el pobre acabó apedreado por todos los que por allí pasaban, hecho una piltrafa humana fruto del odio contenido y del sentimiento de venganza. Las noticias dieron posteriormente razón del que huyó: fue abatido a tiros por la policía.

Como decía, sucesos así están a la orden del día. Cuando se pilla in fraganti a cualquier malhechor, sea a pequeña o grande escala, más vale que venga la policía pronto porque si no la multitud acabará con él de la manera más rápida y contundente. Así de expeditiva es la justicia hecha en cuestión de segundos, la que tiene en cuenta sólo el cabreo y la reacción emocional ante un hecho obviamente dañino para la convivencia humana. El caso es que estas reacciones, a veces fatales para quienes tiene la desgracia de se pillados con las manos en la masa, no consiguen aminorar la rampante criminalidad. Todo ladronzuelo de tres al cuarto sabe perfectamente cuál será su final si comete un “error”... la consciencia del posible castigo no hace que deje de delinquir. Más de una vez me he preguntado si es la necesidad la que lo mueve a seguir haciéndolo o el hecho que, una vez que uno prueba lo fácil que puede ser robar, uno ya no se acostumbra a hacer nada más. El caso es que uno descubre que la vida aquí puede llegar a valer nada... y ni quiero pensar las veces que, en esa marabunta de palos, venganza e insultos, habrán pagado justos por pecadores.
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