40 años de un documento imprescindible y actual

(JCR)
Hace exactamente 40 años, el 26 de marzo de 1967, salía a la luz una de las encíclicas sobre la doctrina social de la Iglesia más influyentes, la Populorum Progressio (el Progreso de los Pueblos), de Pablo VI. Por aquel entonces el Wall Street Journal la llamó “marxismo sutil”. En la España de Franco llegó a estar prohibida. Aquí, en Uganda, donde la doctrina social de la Iglesia no se enseña en los seminarios ni por el forro (y así les va) el mensaje de la PP tiene una gran relevancia y parece estar escrito para las circunstancias de hoy. Merece la pena destacar tres aspectos.

El primero es la definición de los que significa la palabra “desarrollo”. En la Uganda de hoy, como en muchos otros países africanos, se construyen hoteles de cinco estrellas y acuden inversores extranjeros que montan industrias que generan grandes beneficios económicos para unos pocos a costa de pagar salarios de hambre. Y lo malo es que a esto se le llama desarrollo y nadie –ni siquiera los obispos que bendicen las casas nuevas de los políticos- lo cuestiona. La Populorum Progressio se publicó tres décadas antes de que el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas cuestionara la visión ortodoxa de desarrollo como mera creación de más riqueza, con su respetado Indice de Desarrollo Humano.

Pablo VI, que se dejó influir por algunos de los mejores economistas de su tiempo, definió claramente que “el auténtico desarrollo es la transición de condiciones menos humanas a condiciones más humanas de vida para todos... para saber y tener más y así ser más humanamente”. Sí, ser más como seres humanos. Construir más hoteles de cinco estrellas en Kampala o abrir las puertas a más inversores extranjeros que crean negocios boyantes a costa de pagar salarios bajísimos a jóvenes que han venido a la ciudad huyendo de la guerra en el norte para terminar viviendo en barrios de chabolas no se puede llamar desarrollo. Todos los indicadores macroeconómicos que suben no sirven de nada si las condiciones humanas de vida –salud, educación, transporte, vivienda- no suben.

La segunda lección de la Populorum Progressio es su rechazo radical del modelo neoliberal de economía.
“Es en verdad desafortunado que se ha construido un sistema que considera al beneficio económico como el principal motivo del progreso, la competencia como la ley suprema de la economía, y la propiedad privada de los medios de producción como un derecho absoluto sin límites y sin obligaciones sociales de ningún tipo”.
No es de extrañar que en los años sesenta frases de este tipo se miraran con sospecha. Recuerdo muy bien cómo en mis primeros años de educación secundaria, a principios de los setenta, a nuestro profesor de religión que nos enseñaba doctrina social de la Iglesia se le tachaba de “rojillo”. En una ocasión en que mi parroquia de Madrid organizó unas jornadas sobre la Populorum Progressio los participantes tenían que arriesgarse a ser “fichados”, ante la presencia de dos coches de policía (la famosa “brigada social”) a la puerta de la iglesia.

En muchos países africanos se sabe muy bien lo que significa el “neoliberalismo económico”. Nuestra gente ha experimentado en sus carnes las consecuencias de las rígidas imposiciones de los famosos programas de ajuste estructural que han condenado a millones al desempleo. No es de extrañar que la Populorum Progressio hablara de “un tipo de capitalismo que ha sido fuente de un sufrimiento excesivo, injusticias, y conflictos fratricidas”.

La tercera lección de la Populorum Progressio es sobre el tema del comercio. Aunque fue escrita hace 40 años parece haber sido elaborada para hoy cuando habla sobre el tema del “comercio libre”, que ha sido la ruina en tantos países del tercer mundo y que amenaza con empeorar con los Acuerdos de Partenariado Económico que entrarán en vigor a finales de este año entre la Unión Europea y los países de Africa, Caribe y Pacífico (ACP). “El comercio libre es justo –dice Pablo VI- sólo si se ajusta a las demandas de la justicia social”.
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