(AE)
En una sociedad como la africana que es profundamente religiosa, todos los líderes espirituales tienen un rol primordial en la sociedad y son (en general) ampliamente respetados aunque en algunos casos
por sus actitudes o por intereses mezquinos desligados de su misión espiritual no se merezcan el respeto de la gente. Ya que me pilla más cerca, quisiera hablar hoy de ese clero que no siempre está a la altura del rebaño al que pastorean. No quisiera que se entendiera este post como un dedo acusador, sino como una reflexión y confesión de la debilidad humana y de posibles perspectivas para poder mejorar la calidad del ministerio cristiano en general y de la pastoral en África en particular.
Dice el refrán “el cura es aquel a quien todos llaman ‘padre’, menos sus hijos que lo llaman ‘tio’” . Quizás sea bueno hablar hoy de aquellos padres que son padres físicamente, una realidad irrefutable aquí en África y que creo merece toda nuestra atención si queremos que nuestra iglesia sea honesta a la hora de aceptar y responder a los desafíos que le plantea su entorno.
Quizás primero vayan por delante unas reflexiones generales: En las páginas de Religión Digital aparecen regularmente encendidas polémicas sobre los temas eclesiales más variados. A veces son discusiones muy polarizadas, como si sólo hubiera blanco o negro, un tipo de iglesia tradicional, inamovible, seguidora de rúbricas y normas, papista hasta la médula, piadosa y fiel a sus principios al que se contrapone otro tipo de iglesia disidente, progresista, iconoclasta, descontenta con todo, ácrata pero políticamente activa. En estas discusiones y en los comentarios a estos posts más polémicos el principio del “o conmigo o contra mí” se aplica con toda su rotundidad y a veces me pregunto si en el código genético de los seres hispanos tenemos metida la crispación como una de las marcas fundamentales más poderosas e indelebles del ADN cultural. Mi opinión es que entre el negro y el blanco tenemos toda una gama inmensa de grises... y que la vida nos da pruebas irrefutables que las cosas no son tan claras como a veces las queremos exponer en nuestras diatribas, las más veces salpicadas de insultos y de descalificaciones. Como nos decía un sabio profesor de Universidad, hace falta a veces caer en la cuneta (a derecha y a izquierda, eso sí) para darnos cuenta de dónde estaba el centro de la carretera.
Dicho esto, sigo con el tema que querría tocar hoy. El celibato de los curas es uno de estos temas que no dejan a nadie indiferente. Incluso personas que no son creyentes intervienen en esta polémica y, según los casos, contribuyen a elevar la temperatura de la discusión, la cual como hemos dicho más arriba no pocas veces termina en palabras mayores y exabruptos por ambas partes.
Yo simplemente quisiera expresar mi visión desde aquí y desde la realidad eclesial que llevo viendo desde hace 10 años. En África, digámoslo claramente, hay curas, obispos y hasta cardenales que tienen hijos; nos guste o no, esto es una realidad que no se puede negar.
Hay problemas gravísimos asociados a la vida sexual del clero y las consecuencias de la misma en las que por discreción no entraré aquí. No quiero comparar esta realidad con ninguna otra, simplemente quiero recalcar que este es un problema bastante serio que en este contexto africano necesitaría una respuesta pastoral y porqué no, una reflexión en profundidad sobre los valores, la grandeza y la miseria del celibato cristiano. Podemos aplicar la severidad de la ley canónica y decirles a todos estos casos que dimitan y separar así “el trigo de la paja”, pero es que creo que si esto pasara, habría países que se quedarían en mantillas en lo que al número de clérigos respecta. Seguro que aquí ya habrá quien me dirá que eso ha pasado siempre, que no hay nada nuevo bajo el sol y que incluso el Papa Borgia era más putón que las gallinas, y será verdad, pero estamos hablando del siglo XXI donde creemos que, por el bien de la iglesia, hay que aplicar una política de transparencia y de puertas abiertas. No está bien pedirle cuentas a todo el mundo, exigir de los políticos y los gobernantes que sean honestos y no aplicar ad intra la misma política de transparencia y honestidad. Yo creo que una verdadera discusión sobre este tema haría bien a todos, en vez de dar el cerrojazo a cuestiones candentes, barrerlo todo debajo de la alfombra e intentar terminar así la discusión.