En recuerdo de un misionero asesinado

Acabo de volver de un viaje de varios días por Karamoya, una árida región situada al noreste de Uganda habitada por pastores semi-nómadas. Desde los años 80 hay una gran proliferación de armas ligeras que causan choques sangrientos entre los diferentes clanes, enfrentados por razzias de ganado. El gobierno ha intentado varias veces desarmar a los Karimoyón, con poco éxito. La población, que sufre constantes abusos por parte del ejército, paga los platos rotos.
Hoy quisiera recordar a un querido amigo misionero que fue asesinado en abril del 2003 en Karamoya por defender a los más débiles. Se llamaba Declan O’Toole, era sacerdote irlandés de la orden de Mill Hill y tenía poco más de 30 años. Tuve la suerte de trabajar con él durante dos años en una iniciativa de paz para mediar entre poblaciones de Karamoya y de los distritos vecinos. Tenía una gran capacidad de trabajo, fe, sentido del humor (las últimas remesas de chistes de mi colección se las debo a él) y un gran amor hacia la gente con la que trabajaba. Como Jesús, hay amores que llegan a empujarnos a entregar la vida.
Un día de marzo del 2003 llegó una patrulla de soldados al amanecer y rodeo un poblado. Alguien advirtió al padre Declan y éste se presentó en el poblado. Allí vio cómo los militares ugandeses golpeaban a sus habitantes, incluidos mujeres y niños, y torturaban a jóvenes atándoles los brazos juntos a la altura de los codos. El sacerdote protestó y dijo que aquello iba contra la ley y los derechos humanos. El oficial que mandaba el grupo respondió dando un fuerte golpe en la cara a Declan con un palo y le gritó que se marchara.
Al día siguiente Declan marchó a la capital, Kampala, donde se reunió con el embajador irlandés y le entregó un escrito informando de abusos cometidos por el ejército contra la población. No era la primera vez que el misionero difundía a distintos medios de comunicación informaciones sobre hechos que sólo los misioneros que viven en remotas regiones conocen.
Cumplida su misión, Declan puso rumbo a Karamoya al día siguiente. Al llegar cerca de Kotido, una de las principales localidades de la región, se encontró con un puesto de control militar y paró. Se le acercó un soldado y pidió su documentación. En cuanto comprobó su identidad, sin mediar palabra los dos militares dieron dos pasos atrás y abrieron fuego contra el coche. Declan sufrió 26 impactos de bala. Dos de sus acompañantes murieron también.
Probablemente, los militares querían echar la culpa a los guerreros Karimoyón, conocidos por sus emboscadas en los solitarios caminos de la zona, pero justo en aquel momento llegó un vehículo de la organización "Lutheran World Federation" que presenció todo y logró escapar.
No pasaron ni 48 horas y ambos soldados fueron detenidos por sus superiores, juzgados en un consejo de guerra y fusilados en la entrada de la ciudad de Kotido. La embajada irlandesa y la madre de Declan intercedieron en vano ante el presidente ugandés para que conmutara la sentencia. Su madre escribió: “No quiero que ninguna otra madre, ni siquiera la de los dos soldados, sufra lo que estoy sufriendo yo”. Antes de morir, uno de los soldados gritó varias veces: “¿Qué va a pasar con el que nos dio la orden?” No pudo continuar, ya que lo amordazaron.
Cuatro años después continúan los atropellos contra la población, y me ha dado pena ver miedo a hablar entre el personal de la Iglesia. Todos mencionan el caso de Declan y nadie quiere ser el próximo. Comprendo que a nadie se le puede obligar a ser un héroe, pero qué quieren que les diga. Que me da una pena enorme.