Decálogo sobre lo esencial de la Eucaristía

1. Me parece imprescindible comenzar preguntándonos qué es y qué supone para nosotros la eucaristía; para qué nos reunimos. De este modo queremos ir al fondo del hecho de reunirnos. Queremos aclarar los motivos que nos impulsan a reunirnos y a celebrar la eucaristía.

2. Nuestra reunión se realiza en respuesta a la invitación del Señor a repetir la cena en su memoria. Nuestra eucaristía la entendemos como una memoria de Jesús, de su vida entregada y consumida a favor nuestro; y también de su vida renovada y transformada en la resurrección, como germen, primicia y promesa de una transformación universal.

3. Cuando nos reunimos queremos sentirnos en comunión de fe y de fraternidad con todas las comunidades eclesiales. Nos llena de tristeza que, con frecuencia, la eucaristía provoque entre nosotros la ruptura de la comunión fraterna. Nuestro propósito es salvar siempre y a toda costa la caridad y la unión de los hermanos; que nada la comprometa o la amenace. Porque la caridad está por encima de la eucaristía.

4. Hay que apostar por un estilo sencillo y entrañable de la celebración, sin ritualismos y sin fidelidades trasnochadas. Queremos que lo comunitario prive sobre lo individual e intimista; que el sentido de lo profundo nos ayude a superar cualquier forma de superficialidad; que la alabanza y la acción de gracias no caigan en la tentación de las permanentes inflexiones moralizantes; que la fiesta no se convierta en una confrontación de ideas.

5. Habría que celebrar la Palabra en un clima festivo, de atención y recogimiento, dejándonos cuestionar por la palabra y abriendo nuestro corazón a los impulsos del Espíritu, sensibles siempre a los problemas e interrogantes que nos plantea la vida de cada día. La Palabra debe ser celebrada festivamente para que la reunión no se convierta en una tertulia espiritualista. No nos importa que, junto a los textos bíblicos, sean proclamados también, en ocasiones especiales, textos de autores contemporáneos.

6. Las oraciones, con que terminamos la celebración de la Palabra, deberían ser más sensibles a las necesidades de la Iglesia y del mundo. Es preferible que nos demos la paz en este momento, al termina las oraciones y antes de dar paso a la liturgia del banquete. Es más tradicional y cuenta con una base bíblica importante.

7. Debiéramos ser conscientes de la dinámica elemental que está en la base de la liturgia del banquete: Comenzamos poniendo la mesa, aderezándola, depositando sobre ella el pan y el vino. Es lo fundamental. Sencillo y entrañable. Luego se pronuncia la bendición sobre los dones, dando gracias al Padre, por Jesús, Señor y hermano nuestro; por su vida compartida; por sus palabras y por sus gestos; por su presencia viva entre nosotros. Al Padre le pedimos que derrame su Espíritu sobre el pan y el vino, y sobre nosotros. Evocamos sus gestos y sus palabras en la última cena y hacemos memoria de su vida entregada y de su resurrección. Rogamos por la Iglesia, por los hermanos que luchan en el mundo, por los difuntos. Termina la acción de gracias con una especie de brindis por el que alabamos al Padre por el Hijo en el Espíritu.

8. Después de orar juntos, como el Señor nos enseñó, se parte el pan. Gesto tradicional, funcional y al mismo tiempo simbólico, altamente significativo. Luego todos compartimos fraternalmente el pan y el vino, sobre los que se ha pronunciado la acción de gracias, como expresión de nuestra comunión con Cristo y con los hermanos.

9. Para que este gesto de comer y beber juntos, dentro de su misteriosa sobriedad, tenga el sentido y el realismo que le corresponde sugerimos el uso de un pan semejante al pan habitual, fácil de ser partido y distribuido. Lo mismo hay que hacer con el vino. No hace falta en absoluto un vino especial «para misas». Subrayamos la importancia del gesto conjunto de comer y beber. Finalmente, la vida comprometida y la lucha por la justicia deberán dar fe y verificar que nuestra eucaristía es auténtica.

10. Es necesario, a nuestro juicio, que alguien presida la celebración. Creemos que no se debe confundir la función de presidir con la de coordinar la celebración; son funciones distintas. Nos parece que, en principio, la celebración eucarística debe estar presidida por un presbítero. Él es el que nos une con el obispo y con la iglesia local. Aun cuando éste pueda estar acompañado de otras personas.
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